Hoy he soñado con Mauthausen (3)

Un campo de concentración. Una pareja de presos inocentes. Un oficial de poder ilimitado. ¿Qué será de ellos?

HOY HE SOÑADO CON MAUTHAUSEN (3)

Un campo de concentración. Una pareja de presos inocentes. Un oficial de poder ilimitado. ¿Qué será de ellos?

Mi mundo se vino abajo cuando Wolf me echó de su despacho regando con una cascada de risas sarcásticas: “Adiós, puta barata. Tu misión está cumplida. Me has ayudado a atrapar a tu novio que se siente muy a gusto en mis redes. Misha me proporciona un verdadero gozo y recibe lo mismo. Contigo me aburro. Los hombres sí me ponen, y en especial, tu ex, de quien me quedé prendado a primera vista. Ahora te dejo a solas con tu tarea principal: sobrevivir aquí”. Una mezcla perversa de sensaciones bullía en mi alma mientras yacía boca abajo en el suelo sucio, salpicado de escupitajos y migas de tabaco. ¡Celos dobles! Odiaba a aquel lobo inexorable por haberme quitado al corderito manso de mi novio, la única esperanza de salvación entre las tinieblas del delirio. Por otra parte, maldecía a Misha por haber formado un triángulo donde yo representaba un estorbo, no pintaba nada de nada. La verga de Wolf me tenía drogada: cuanto más me daba, más la necesitaba bien adentro, sólo para mí. Sería capaz de coser a puñaladas a cualquier rival.

- ¡Katia! ¿Estás bien?

Misha apareció en el pasillo acompañado por la celadora. Tantos meses esperaba este momento y no se me ocurría otra opción que encararle furiosa y soltar de sopetón:

- ¡Por tu culpa estoy fatal! ¡Apártate del oficial! Déjame llevar la carga de su vicio. En Rusia nos olvidaremos de todo.

- Imposible, no me permitirá, - respondió arisco, igualmente ensañado. – Apártate tú e intenta recuperar tu personalidad perdida. Lo hago por ti… por nosotros.

- ¿Me vas a redimir? ¡Menudo Cristo! ¡Lo haces por tu propio placer!

- Tú también. Te vi “trabajar” con él y disfrutar de lo lindo. Entretanto, mis ojos iluminaban tu insomnio.

¡Dios! ¿En qué clase de monstruos nos estábamos convirtiendo? Nos atascamos irremediablemente en la telaraña de incomprensión tejida por un gran embustero. Nuestras miradas rezumaban agresividad bestial. Hasta el aire se impregnó de espíritu hostil y se volvió viscoso. Costaba respirar.

- ¿Qué pasa? ¿A qué viene el griterío? – el objeto de pelea se asomó por la puerta y nos observó entretenido. Emitió una carcajada siniestra junto con la celadora. Por lo visto le encantaba el contraste entre nuestro idilio en la estación y las broncas actuales relacionadas con él – la manzana de la discordia.

- Algún día tu poder se disipará, - le espeté. – Serás un recuerdo pasajero. Esta prueba va a reforzar mi vínculo con Misha.

- Lo serás tú, cariño. Una casualidad, una sombra inoportuna. Ven, te enseño algo digno de tu atención.

Levantó la muñeca de mi novio y me mostró un tatuaje, su número de registro. Entre la maraña de cifras y signos divisé cuatro letras nítidas – FLOW .  ¡El nombre de Wolf a la inversa!

- Así me quedaré grabado por fuera y por dentro, en su mirada, en su corazón y en su ADN. ¡Es mi criatura!

Escalofríos y temblores jugaban al fútbol por toda la superficie de mi piel. Sus cuerpos ya se conocían y se enlazaban en mutua atracción. Me ardía de ganas de merecer el título de “la criatura” de Wolf y a la vez buscaba una salida de la trampa. Les amaba a ambos y les destruiría gustosa. Dos Katias sobrepuestas.

- Misha, debes resistirte, - dije en ruso. – No dejes que nos manipule como unas piezas de ajedrez en el tablero de sus caprichos. Te sigo queriendo pese al maleficio. ¿Y tú?

- Claro que sí. Pero existen fuerzas que no podemos gobernar.

Una nube de tristeza se extendió entre nosotros y quizá por última vez vimos marcharse una hilera de recuerdos comunes: fiestas familiares al aire libre, largas horas escolares, besos indecisos, mudanza a Moscú, inicio de la guerra, horrores de captura, viaje a Alemania en un vagón abarrotado… Rompimos a llorar simultáneamente.

- ¡Basta de cháchara! – el oficial se cabreó por el hecho de no saber controlar el intercambio de información en un idioma desconocido. – No te acerques a él o lo pagarás caro.

Le cogió por la cintura y le arrastró al cuarto en el que yo había vivido momentos de humillación embriagadora. Así que mi dulce Misha me arrebató a un amante. Se reveló su naturaleza de camaleón, su alma de mujer. Por ello no reaccionaba a mis tentativas de seducirle o al menos acariciar un poco aplazando la felicidad hasta la noche de bodas. “Nuestro hijo me preocupa, no parece un hombre viril y emprendedor” – recordé la frase de su padre que había oído por casualidad hace unos años.  Después no hubo posibilidad de recordar o reflexionar. La celadora me dio una paliza de campeonato por mi descaro y me arrojó sobre el fétido colchón, medio muerta y deseosa de no despertarme nunca.


No tengo ni idea de cuánto tiempo pasé inconsciente, en la compañía agradable de pesadillas y dolores. Sin embargo, Misha contrajo una enfermedad más fuerte, algo de origen nervioso, que le mantenía en un constante estado febril. Por ello me llevaron a hablar con Wolf cuyo rencor gélido rompía mi tejido vital y me reducía a cero.

- ¿Qué le has dicho, zorra? ¿Qué tipo de basura sentimental has volcado sobre sus oídos?

¡Así que conseguí influir a mi novio de alguna manera!

- Nada especial, se lo juro, señor.

- Te advierto por última vez: apártate de él. Debes permanecer al margen.

- Y en el caso contrario… ¿qué? ¿Me va a matar?

- El asesinato reconocería el hecho de que significas algo. Y eso no es así.

El filo de sus palabras me traspasó entera. Carecer de significado… representar un objeto sin nombre… ¿acaso existe peor castigo? Contra toda lógica se produjo una dilatación voluptuosa en el centro de mi cuerpo. Una humedad traicionera empezaba a brotar entre mis piernas encendiendo fuegos multicolores por todo el rostro. La mirada escrutadora de mi enemigo captó los indicios con certeza de un radar.

- ¿Te estás excitando, verdad? ¿Quieres mi verga bien incrustada en el fondo?

- ¡Sí! – mi deseo respondía por mí, un aleteo palpitante en el interior bloqueaba la capacidad de oponer resistencia.

- De acuerdo, te haré el favor. Estás en deuda conmigo. Gracias a ti no puedo disfrutar de mi inocente Misha. Parece que presumes de la fuerza de Hércules. Por eso te encargaré doce pruebas. Si cumples con ellas nos acostaremos. Si fracasas no volveré a tocarte ni con la yema de mi meñique.

- ¿Cuáles son?

- Aquí tienes la lista.

Al leer las dichosas pruebas sentí que la tierra se abría bajo mis pies y absorbía mi cadáver estupefacto. Lo más absurdo es que ni siquera pensaba en negarme. Codiciaba demasiado el botín. Además, ya me había involucrado en la rivalidad con Misha por atenciones de Wolf, así como en la rivalidad con Wolf por atenciones de Misha. ¡Vaya lío!

**Prueba nº

1:cortar las trenzas hasta la raíz, quemar a fuego lento, mezclar con la carne y ofrecer a los perros del patio.

No me costó mucho deshacerme de mi precioso pelo – un adorno inútil en las condiciones de Mauthausen. En esta guisa parecería a un chico y quizá… “ Ojalá tuvieran indigestión” – pensé mientras entregaba el plato a una jauría de lebreles y reí a mandíbula batiente agradeciendo al destino las pizcas de humor que me quedaban.

Prueba nº 2:trabajar un día en la cantera bajo las mismas condiciones que los hombres.

Eso sí fue duro. Gracias a Dios tenía un cuerpo fibroso y buen aguante pese a mi delgadez. Los presos me ayudaban a medida de sus posibilidades. De hecho uno me salvó de una piedra gigantesca que haría de mí una chuleta. A la mañana siguiente se me reventaba todo: brazos, piernas, espalda, pelvis… Compartí los pesares de una clase subyugada: bestias de carga.

Prueba nº 3:escribir un poema erótico (en alemán) sobre las sensaciones que provoca un coito con Wolf.

El verso me salió como una bocanada de aire. Me sonrojo cuando recuerdo algunas estrofas y comparaciones (un ancla que estremece el mar de mi útero y demás). No se me ocurrió que el alevoso oficial podría enseñar a mi novio aquella confesión delirante de una sumisa no exenta de rebeldía.

Prueba nº 4:sepultar a 20 personas en el bosque.

Me vi obligada a cavar las tumbas y depositar allí los restos mortales. Lo más angustioso era descubrir a una amiga mía entre otros cuerpos medio descompuestos. La enterré junto con su hijito recién nacido que se aferraba al pecho materno… Las pobres víctimas al menos descansarían en un lecho subterráneo. Muchos fallecidos fueron arrojados a un baldío, a la merced de vientos y cuervos. Al final me quedé muda de impresión y soñé con renacer en un mundo puro y libre de las canallas tipo Wolf.

Prueba nº 5:preparar comida para Misha, un plato nacional que sea de su agrado.

Mi escaso talento de cocinera no permitía desenvolverme bien, así que preparé un caldito típico de nuestra localidad, bastante idóneo para un convaleciente. Más tarde me enteré de que mi novio reconoció el sabor inmediatamente y lloró como condenado durante horas. Su reacción inadecuada provocó una pelea con su amante-carcelero. Por consiguiente, Wolf me tomó una tirria que traspasaba los límites de imaginación.

Prueba nº 6:bailar desnuda al pie de un árbol (20 min.), trepar a las ramas más altas y gritar cien veces “¡Viva Alemania!”

El oficial y la celadora se meaban de risa observando mi danza torpe, una sucesión de movimientos espasmódicos destinados a tapar (en vano) las partes íntimas. Tuve que adoptar posturas sumamente ridículas a la vez que intentaba encaramarme en aquellas malditas ramas. El tronco resbaladizo me bajaba al punto de partida, la corteza áspera se clavaba en mis costados, los bichos picaban la piel sensible… ¡Paraíso natural! Después de la tortura resultó fácil gritar la mentira acerca de la gran Alemania (un ejercicio vocal que me dejó ronca para una semana).

Prueba nº 7:bordar un pequeño retrato de Wolf sobre una bandera blanca.

Por fortuna, sabía bordar y dibujar a nivel superior al normal. El oficial me prestó una de sus fotos para representar mejor la imagen. Gasté un montón de tiempo en la contemplación de su rostro rígido cuyo poder no me explicaba. El resultado parecía satisfactorio. (La bandera blanca simbolizaba mi rendición, por supuesto).

Prueba nº 8:limpiar los aseos de la barraca más poblada.

No me importó llevar a cabo una labor tan sucia, puesto que me sentía llena de mierda por dentro. Una capa de mugre se adhirió a mi mundo desde que me instalé en Mauthausen y absorbió todo lo positivo del pasado. Daba igual en qué clase de mugre revolcarme: material o espiritual. Si interpretaba el papel de Hércules la letrina debía de interpretar los establos de Augías.

Prueba nº 9:cumplir con servicios de masajista para 10 oficiales.

Wolf me trajo aceites y dijo que complaciera a sus compinches. Lo pasé fatal aunque no me tocaban. Bastaba con tocarles a ellos. Cualquier detalle me producía asco: su piel curtida, sus ojos carentes de matices, su desfachatez soberbia. Para colmo, no paraban de burlarse de mi situación. Preguntaban cosas sobre mi desfloración, sobre Misha que me abandonó sin pensar ni tantito, sobre mi naturaleza de guarra… Las carcajadas sacudían sus barrigas repletas de cerveza y me impedían concentrarme. Preferiría volver a sacar los excrementos en vez de servir a esos degenerados.

Prueba nº 10:aprender a manejar un arco para hacer un examen de tiro al blanco (5 aciertos de 10 tiros, como mínimo).

No me apañaría sin la ayuda de una joven que había ganado un campeonato nacional hace unos años. Me mostré una alumna terrible debido a mi miopía y profundo cansancio diluido bajo la piel. No obstante, la autosugestión obsesiva “debo superar la prueba” obró un milagro. 5 aciertos, ni más ni menos. El quinto coincidió con el último tiro. ¡Menuda tensión! “Eres bastante terca” – comentó Wolf a modo de un elogio.

Prueba nº 11:realizar una bonita masturbación frente a la celadora y alcanzar el orgasmo en 20 minutos.

Aquella mujer repugnante se excitaba mirando a otros. No soportaba que la tocaran ni que le hicieran el amor. El único contacto carnal se permitía durante una tunda. Me costó horrores montar un espectáculo de autosatisfacción para ella. No sentía nada. Los pezones no reaccionaban, la vagina no se humedecía, el cuerpo quedó agarrotado por el miedo. Imaginé que estaba mirando el mar, rodeada de un divino atardecer y cubierta por una manta de seda. Imaginé que estaba paseando por un campo de trigo devorando golosinas y vociferando canciones. Imaginé que estaba participando en una vendimia de Crimea y me embadurnaba de un delicioso zumo de uvas. Sin resultado y 10 minutos de tiempo. Entonces recurrí a una fantasía más eficaz. Me vi domada por Wolf que se introducía en mí a velocidad de una tuerca automática sin dejar de insultarme y comparar con Misha. Aumenté el ritmo de las caricias. Movimientos circulares por el abdomen, pellizcos fuertes en los pechos, embestidas de mis propios dedos dentro de la caliente hendidura. “¡Es imposible cambiar algo! ¡He roto vuestra unión! ¡Ambos me pertenecéis en vida y en muerte!” – gritó el Wolf imaginario que me taladraba las entrañas. Me estremecí en convulsiones fabulosas levantando la pelvis al encuentro conmigo misma. “Muy bien, te has corrido de verdad” – constató el Wolf real después de revisar el manantial de mi sexo enrojecido. La celadora jadeaba, un rictus monstruoso dividía su cara en mitades desiguales.

Prueba nº 12:hacer sexo oral al súbdito de Wolf y dejarle totalmente satisfecho.

El paso final. No tenía derecho a echarme para atrás. El militar elegido para la tarea destacaba por la misma fealdad que los demás: pecoso, pelirrojo, obeso, apestando a pescado podrido. Me lancé a su juguete poco impresionante y lo mimé con abnegación de una devota. Presté atención a los puntos sensibles combinando roces ligeros de una hada y movimientos intensos de una puta experta. Cerré los ojos y pensé en la próxima recompensa mientras lamía y chupaba aquel detestable manjar. Gracias a las lecciones del oficial no tardé en provocar una descarga generosa. Dibujé una mueca de Circe en mi cara y tragué algo del líquido indigerible ignorando las protestas de mi estómago. No me importaba en lo mínimo. Aposté los restos de mi dignidad y triunfé. Quizá fuera una victoria pírrica, pero la experiencia valió la pena. Y la sesión amatoria con Wolf se me asociaba con una llave dorada de una puerta detrás de la cual se escondía un país de mil maravillas.

- Veo que te han gustado mis bromitas grotescas que parecen inventadas en un estado de frenesí etílico. Te has superado. Bueno, lo prometido es deuda. Esta noche te espero en mis aposentos privados.


Por fin me encontré en el territorio prohibido de un mago malévolo. La dicha desmesurada me desquiciaba por completo. Al atravesar el umbral me pegué al cuerpo robusto de Wolf y le planté un beso de tornillo a la vez que mis ávidas manos hurgaban en busca de su bragueta.

- ¿Acaso te he dado la autorización para tomar la iniciativa? – me arrojó a la alfombra oriental como un bulto de patatas. Conservé los dientes intactos por pura casualidad.

De pronto me percaté de la presencia de un tercero. Tras una cortina finísima se veía una cama imperial y allí yacía mi Misha, sumido en sueños inquietos. La llamarada de deseo animal se apagó cediendo el lugar a la ternura por el niño enfermo.

- ¿Qué pasa? Sí, estará con nosotros. ¿Te molesta? Has venido a cobrar tu premio y recibirás lo justo.

Me tumbó sobre una otomana cercana y arrancó la ropa en un ademán de furia. En una fracción de segundo me tenía ardiente y entregada a la brusquedad de su manoseo. Mi alma se desprendió de su envoltura y contemplaba atónita a un ser miserable que rogaba al dueño: “¡Tómame! ¡Te adoro! ¡Sé cruel conmigo!” Y él, una bestia fría, no mezquinaba nalgadas y burlas. Mordió el lóbulo de mi oreja, arañó el cuello y por poco me rompió una vértebra. Yo sólo gemía y abría más las piernas temblorosas de lujuria. Rugí de gozo cuando la tranca candente se introdujo en mí y empezó un mete y saca de pesadilla que expresaba todo su odio. Aquello apenas se distinguía de una violación y me producía bastante dolor, pero ni siquiera me quejé. Me alegraba de haberle separado de Misha aunque fuera por un rato fugaz. Poco a poco me iba lubricando escandalosamente. Los labios íntimos ceñían el miembro despiadado en una clara invitación de continuar con el asalto. Los músculos vaginales se tensaron presagiando un orgasmo explosivo. Wolf notó las palpitaciones y salió de mí. “Por favor, no me hagas eso…” – lloré decepcionada. “Si pretendes sustituir a Misha en mi cama habrá que practicarlo por otra vía” – explicó él y me obligó a adoptar una postura incómoda, con el culo expuesto. Recogió algo de jugos de mi entrepierna para untar el estrecho agujero. Asustada, me movía al estilo de una gota de mercurio y no le dejaba avanzar ni un milímetro. Golpeó mi nuca con el dorso de la mano y ordenó que no le cerrara el paso. En cuanto obedecí me reventó sin contemplaciones y a lo largo del martirio mantuvo una cadencia diablesca de penetración. “Siente la diferencia, rata de alcantarilla , - susurraba mientras se arremetía contra mi trasero. – A Misha lo he tomado con toda clase de precauciones y cuidados. Y tú no eres más que una servilleta de usar y tirar. Te felicito. Tienes un esfínter aún más apretado que el de tu novio. Y te acabo de regalar una hemorragia. No podrás andar bien al menos dos días” . No aguanté más. Aquella vara de carne me azotaba demasiado duro. Me desvanecí. A través del sopor adivinaba la evolución del bombeo que terminó en una expulsión de lava irrefrenable inundándome del todo. Más tarde me sobresaltó un pinchazo en el dedo. Wolf extrajo un poco de mi sangre y se lo llevó en un tubo de cristal.

Recobré el conocimiento cuando una silueta se inclinó a mi lado. No era Wolf. Y tampoco Misha. Más bien una síntesis de ambos, dos gemelos siameses unidos en un cuerpo y en un rostro. Creí que me envenenaron con un caldo de setas que suscitaban alucinaciones. Solté un grito tremendo desgarrando las cuerdas vocales. La oscuridad volvió a cernirse sobre mí para salvar de un fenómeno inexplicable cuyo misterio no quería desenredar.