Hoy he soñado con Mauthausen (1)

Un campo de concentración. Una pareja de presos inocentes. Un oficial de poder ilimitado. ¿Qué será de ellos?

HOY HE SOÑADO CON MAUTHAUSEN (1)

Un campo de concentración. Una pareja de presos inocentes. Un oficial de poder ilimitado. ¿Qué será de ellos?

Hoy he soñado con Mauthausen. Como siempre. El mismo argumento. Un soldado norteamericano declara que estamos libres y podemos salir. Sin embargo, no me atrevo a cruzar el umbral. Sospecho que el centinela se burle en silencio, a la espera del momento apropiado para detenerme con sus garras. “¿Has creído en la broma del Jefe? Qué va, sois más presos que nunca. Te acompaño a su despacho donde te castigará por tu torpeza”. Una pistola rasga la piel de mi nuca, las carcajadas rasgan mi cerebro. A lo lejos se divisa la silueta del verdugo. Me pongo a chillar como una gata escaldada y… me despierto temblorosa, con el corazón a punto de estallar y la boca reseca de angustia. Me pregunto: ¿por qué aquel campo de concentración, el foco de sufrimientos atroces, se ha convertido en el símbolo más importante para mí? Tantas imágenes se han esfumado de mi memoria, excepto aquellas vivencias, intactas y frescas, como si acabaran de ocurrir. A mis 80 años me comparo con una pavesa que se va extinguiendo sin remedio. Sólo me quedan medallas de antaño, cartas desteñidas y un perro que apenas arrastra sus patas. Por eso quisiera dejar constancia de mi pasado y relatar los sucesos tal como fueron. No importa si sirven para algo o no.


La primera madrugada en Mauthausen parecía sumamente inhóspita de acuerdo con muros grises y uniformes alemanes. Nos estamparon a todas un tatuaje en la muñeca, nuestro número de registro. A partir de entonces la personalidad carecía de significado. Éramos números disfrazados de humanos. Recuerdo que me desmayé de susto. Recobré el conocimiento bajo los chorros del agua helada, esparcida sin reservas a centenas de mujeres desnudas, agrupadas en el patio. Así nos “saludaron” en la prisión. Creía que después de la tortura nos dejarían ir a las sórdidas barracas, pero me equivoqué. En efecto, las compañeras se marcharon. Mis pruebas no hacían más que empezar. Una mujer impasible me condujo al despacho del jefe. Wolf. Al captar su mirada sentí que otra oleada del frío ártico recorría mi cuerpo. El nombre le convenía demasiado bien. Wolf - lobo. Sí, un lobo dispuesto a desgarrarte la garganta en una estepa nevada. Aparentaba unos 30 años aunque sus modales contaban con siglos de maldad. Un perfecto ejemplar ario de pelo rubio, ojos de acero y cuerpo de máquina asesina.

- ¿Te llamas Katia, verdad? Dicen que sabes alemán.

- Cierto. He llegado con mi novio Misha. Somos de Smolensk, pero estudiamos en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Moscú. Nos capturaron en Ucrania, en casa de unos parientes.

- ¿Capturaron? ¿Segura? Os premiaron con el honor de trabajar aquí.

De repente me percaté de mi desnudez delante de un desconocido. La máxima humillación en la opinión de mi madre. Todavía ignoraba la esencia de verdaderas humillaciones. Me tapé instintivamente los senos y el vello púbico.

- Tranquila, eres menos apetitosa que un pollo medio muerto en una incubadora. Sin embargo, voy a follarte para convertir en la propiedad de Alemania. No hace falta protestar o joderme con ruegos inútiles. Ahórrate el tiempo y los nervios que no tendrás dentro de poco.

- ¿Por qué yo? ¡Hay muchas mujeres más atractivas!

- El atractivo me trae sin cuidado. Te vi en la estación al lado de tu novio. Tan enamorados y tiernos. ¡Romeo y Julieta en la época de Apocalipsis! Me gustaría meter la pata en vuestro universo. ¿Entiendes? – explotó en una risa diabólica que contrastaba con la máscara neutra de su rostro y la rigidez de su postura.

- ¡No!

Intenté lanzarme hacia la puerta y no pude. Los pies entumecidos se rebelaban contra mis órdenes. Wolf empezó a apretarme los pechos y agarrar de los pezones, tiesos y morados después de la “ducha”. Me metía mano por todos lados sin lascivia, como un jinete que alienta a su yegua. Mis nalgas ardían de sus azotes implacables. Yo miraba en dirección de la ventana, presa de vergüenza y rabia impotente. Había crecido en un ambiente puritano donde la palabra “menstruación” se consideraba indecente. Mi novio me besó en la boca al tercer año de relación, romántica, sutil, impregnada de poesía. Y por supuesto nunca le vi desnudo. Todo lo corporal representaba cierto tabú en la Unión Soviética aunque muchas personas se desmadraban a escondidas, debajo de la coraza hipócrita.

El oficial se apartó para desabrochar el cinturón sin molestarse en quitar la parte de arriba. Tragué saliva con dificultad. Se me puso la piel de gallina – de frío o quizá de excitación incipiente. Era el primer miembro viril que emergió ante mí y la verdad que me pareció hermoso al igual que el vientre plano y los muslos tallados de marfil. Un mareo impidió notar el momento preciso cuando me besó. Sólo sentí la invasión de su lengua y unas mordeduras electrizantes que me hacían llorar. Cerré los ojos e imaginé que estaba muy lejos, en las orillas del Mar Negro, tomando sol con mi querido Misha y nuestro hijo… no, mejor dos hijos. “¡Ay!” – aullé reaccionando a una larga aguja que se clavó en mi brazo. “No te relajes, zorrita. Recuerda: estás con un tío que te odia. Y deja de taparte si no te apetece pasarlo más fatal de lo debido”. Me recostó sobre un sofá de cuero y separó mis piernas sin esfuerzos, ya que estaba demasiado desnutrida y apabullada por el desarrollo vertiginoso de aquella pesadilla. Las caderas se me temblaban y no le permitían acceder a mis sitios ocultos. “¡Quieta!” – dijo con una voz aterradora que me paralizó de inmediato. Wolf pasó la mano por mi pubis trigueño, sobó toda la vulva con dedicación e intentó explorar más adentro, pero me encontró seca y cerrada. Tuvo que ensalivar un dedo e introducirlo despacio mientras restregaba su verga erecta contra mi costado y mis muslos, blancos y aterciopelados pese a las condiciones insoportables de la captura. Su erección era automática como si la controlara con el poder de su mente que ponía en funcionamiento el programa “cópula con una mujer”. Más indiferente y abstracto que un robot. Una idea de crueldad hecha carne.

Las sensaciones que provocaba el vaivén de su dedo bien ensartado en mi vagina me turbaban y sacaban rubor de mis mejillas. Además, se empeñó en frotarme el clítoris con maestría innegable y pellizcar bruscamente mis pequeños glúteos (redondos todavía). “Tienes un culo más masculino que femenino, apretado y jugoso. Tu único reclamo” – comentó con sorna por lo cual sospeché que los hombres le gustaban más, nada de extrañar teniendo en cuenta las tendencias homosexuales del ejército de Hitler. Yo poseía unos conocimientos rudimentarios acerca de masturbación, de vez en cuando me tocaba allí y jugaba con mi húmeda rajita adolescente debido a la curiosidad natural de una hembra. Claro, me interesaba cómo sería el acto sexual con Misha aunque nuestro romance ganaría un premio por su carácter puro y sublime. Entretanto, Wolf procedió con la faena de excitarme hundiendo su dedo a modo de un tornillo y acelerando el ritmo de maniobras con mi botoncito sensible que acababa de despertarse del letargo. A mi gran desesperación, me iba mojando, hasta tal grado que no se podía pasarlo por alto. Ahora entiendo que la causa no residía en mi alma de puta (o tal vez parcialmente), sino también en el hecho de haberme reprimido tanto tiempo con el hombre a quien amaba. Debía canalizar los instintos con quienquiera y el destino eligió a un ser autoritario y repulsivo cuyo hechizo no lograba descifrar. “¡Vaya virgencita!” – se reía él. Sus burlas me incitaban a segregar más flujos. Ni siquiera me quejé cuando clavó otro dedo en mi recto y lo revolvió con violencia. Tan sólo arqueaba la espalda y gemía quedamente sin desviar la mirada de su magnífico aparato reluciente de líquidos preseminales, surcado de venas que parecían serpientes azules a punto de morder. Para rematarme, me chupó los pechos y me dio unos rápidos lametones en las zonas más íntimas (cosa inaudita en mi entorno) con lo que me dejó inflamada cual una caldera de agua hirviendo, lista para saltar al techo.

- Te encantaría que Misha te desflorara en la noche de bodas, a un ritmo lento, en una cama suave, despúes de haberte despojado de tu níveo vestido y la corona de azahar. Te entregarías gustosa y colorín colorado el cuento se ha acabado. Jajaja, la vida es más complicada, llena de sufrimientos y recovecos oscuros. Deseo verte sufrir, muñeca, y ahora mismo voy a conseguirlo. ¡No es tu novio que te hace mujer! ¡Es un feroz enemigo de tu patria! ¡Una bestia! ¡Toma!

En una fracción de segundo me abrió del todo y traspasó mi sexo palpitante con su vara enhiesta. Su aliento gélido soplaba en mi cuello, sus uñas trazaban una ruta escarlata sobre mi piel y me transformaban en un mapa de arañazos. Los ojos del alemán, una extraña aleación de gris, azul y blanco, transmitían malicia inefable y a la vez carecían de expresión. Pegué un alarido tremendo que le supo a gloria y así me despedí de mi “honor”, es decir, mi pobre himen reventado sin piedad. Recuerdo que me dolía horrores a pesar de una lubricación considerable y no caí en otro desmayo por casualidad. Wolf embestía mi cueva con el mismo entusiasmo impersonal murmurando entre dientes:

- ¿Te duele? Dame las gracias por haberte calentado. De hecho, es sólo el el inicio de tu descenso al infierno. Prepárate para cosas peores, cariño.

La sangre corría a raudales, manchaba el sofá y aumentaba el regocijo de mi violador.

- ¡Cuánta inocencia! ¡Y se te escapa toda! ¡He roto tus ilusiones!

- Por favor, no me embaraces, te lo suplico.

- Bautizaré a la cría en honor del führer. No te preocupes, es broma. No me inspira la perspectiva de tener bastardos de una ramera rusa. Un mestizaje inadmisible.

Siguió bombeando como demonio, completamente absorto en la tarea de llegar más a fondo, estremecer mis entrañas y deleitarse con mis gritos y lloriqueos. El choque de sus testículos contra mi trasero creaba una música asquerosa. Era una posesión absoluta en todos los aspectos, una posesión durante la cual no sólo me sentía su juguete, sino yo misma lo anhelaba y me entregaba a él hasta la última partícula. Me penetró hasta la médula, hasta el meollo, hasta el tuétano y hasta no sé qué. La pura fisiología no tenía nada que ver con mi trance hipnótico. Traté de evocar el rostro bondadoso de Misha, deshacerme del embrujo. Y nada. Unas imágenes borrosas en vez de mi adorado novio. No entendía lo que me pasaba. El dolor poco a poco se volvía exquisito. Un leve palpitar, un desprendimiento de realidad, un calor sofocante. Wolf se percató de esos indicios evidentes. Alternaba las arremetidas frenéticas con movimientos sensuales que me enloquecían y doblegaban mi voluntad. “Córrete ya, mi tímida prisionera” – me susurró al oído de una manera casi lánguida. No pude resistirme al goce prohibido. Una explosión me arrasó de la tierra y me subió hacia el algodón de las nubes. Me perdí entre las contracciones de mi primer orgasmo, entre fuegos rutilantes en un abismo anegado de tinieblas. Más tarde el oficial salió de mí y se vino sobre mi cuerpo rendido mezclando su semen con las huellas de mi sangre derramada. Se ajustó el uniforme y llamó a la celadora. La mujer, igual de imperturbable, no mostró nada de asombro.

- Recoge a esta basura y dale otra ducha. Después trae una esponja y limpia el sofá. Adiós, Katia. Nos vemos.

Me incorporé a velocidad de un somnámbulo exhausto. La celadora me tiró del pelo revuelto e incluso arrancó una larga mecha rubia. Abandoné el despacho marcada por un tatuaje en la muñeca, un baile de la verga enemiga en mi interior, una nueva presencia en mis pensamientos. Con autoestima por los suelos y un deseo perverso de volver a reunirme con Wolf lo más pronto posible.