Hotel Mediodía (1)

Primera parte del dia en el que no cobré dinero, pero...

Quedé con el por chat. Tengo que reconocer que no es algo que haga a menudo. Sé que es una frase tópica, pero en mi caso es real. Tengo 20 años, delgadito, pelo corto, me gusta vestir bien, cuidarme… aunque no esté fibrado ni tenga una cara de ensueño, soy agradable de ver… y de sentir.

El caso es que hay determinadas veces que necesitas que te follen, y no tienes tiempo (ni ganas) de ponerte a ligar con alguien en un local. E incluso, corres el riesgo de que acabe siendo un fracaso, o que no disfrute con las mismas cosas que yo (si habéis leido mis relatos anteriores, ya sabréis a qué me refiero).

El hombre con el que quedé respondía a lo que yo buscaba: Un hombre de cierta edad (rondaría los cuarenta), bastante activo en la cama, y con ganas de follarse a un tio que tuviera bastantes menos años que él. Para empezar, tenía varias pegas: No quería enseñarme su foto, y quería quedar conmigo a primera hora de la mañana. Sin embargo, había otros detalles que sí me llamaban la atención: quería que llevara tangas femeninos, y quería llevarme a la habitación de un hotel.

Quedamos en una conocida plaza de Madrid, frecuentada por viajeros de cierto tren, y nos dirigimos a uno de los hoteles que existen en esa plaza. Por el camino fuimos hablando de las típicas cosas que hablas cuando no sabes qué decir. Cuando yo iba delante, aprovechaba para tocarme el culo, cosa que me ponía bastante nervioso. Supongo que el hombre no podía aguantar más y le daba igual la imagen que pudieramos dar en la calle y, sobretodo, lo que a mi me pareciera que me tocara en público.

Pagó la habitación y subimos. Nada más entrar comienza a acariciarme el culo, mientras yo lo movía para calentarle más. Sabía que le iba a encantar todas las muestras de entrega que yo hiciera, así que comencé a balancear mi culito frente a él al ritmo de sus manos, mientras lo ponía en pompa para que pudiera verlo mejor.

Tanto le calentó que me tiró de un golpe a la cama, justo enfrente mia, dejándome boca abajo, y muy cachondo. Me hizo desabrocharme los pantalones, y comenzó a bajarmelos. Yo, que ya sabía que iba a ver el tanguita negro que le había cogido prestado a mi hermana, saqué un poco de culo para que pudiera ver mi agujerito tapado con la fina tela del tanga.

Y así, tumbado, con el culo en pompa desnudo, empezó a azotarme el culito. Yo a cada golpe respondía con un pequeño gemido, que se iba acentuando con la rapidez de sus golpes.

Yo estaba disfrutando. Previamente ya habíamos comentado qué nos gustaba a cada uno en la cama. Así que no me pillaba por sorpresa que fuera tan rudo, o que dijera tantas cosas obscenas mientras me pegaba. Se le veía salido. Esa media sonrisilla, y esas ganas de tocarme… se veía que estaba resolviendo una fantasía, algo que le ponía, más que por mí mismo, por lo que significaba, o por la escena que estaba viviendo.

Puso el hilo del tanga a un lado y comenzó a abrir mi agujero. Por relatos anteriores ya sabréis que tengo el agujerito bastante dilatado, aunque intenté contraerlo algo al principio para que él sintiera que me lo estaba dilatando rápidamente. Al principio tuvo dificultades para meterme un dedo, así que empezó a acariciarme la espalda mientras me decía "vamos nenita, tranquilizate, que te va a gustar". Yo no dejaba de gemir, no por dolor, sino por todo lo que me estaba excitando esa situación. Era su nenita, y el había dejado de ser el tío bestia de antes, a convertirse en un macho paternal que cuidaba de su agujerito.

Poco a poco fui abriéndome, mientras él iba introduciendo más dedos. Yo iba subiendo mi culo cada vez más, hasta acabar poniéndome a 4 patas. Eso hacía que el viera mejor mi entrada, y a la vez, a mí me resultaba más facil moverme al ritmo de sus dedos mágicos.

Cuando ya llevaba cuatro dedos metidos, me hizo levantarme, y me dijo que fuera al baño a cambiarme de tanga. Yo había llevado tres, uno negro, otro blanco con unas letras escritas, y otro azul oscuro, muy bonitos. Al entrar al baño, me di cuenta que había una falda muy cortita en la taza del váter. No sé cuándo fue a meterla ahí, no tenía constancia de que hubiera entrado antes, pero estaba claro que me estaba esperando a mí, así que me puse el tanga blanco (para que contrastara) y la faldita, que dejaba mucho culo al aire.

Al salir del baño, lo que vi me encantó. Estaba en slips blancos de licra, con la polla fuera, sin nada más de ropa, tumbado en la cama, masturbándose lentamente. Al verme asomar la cabeza, sonrió, y al verme en falda, mucho más. Me dijo que si me gustaba el regalito, que sabía que me iba a encantar ponérmela. Yo empecé a andar sensualmente hacia él, mientras me acariciaba todo mi cuerpo. Tenía poco vello por el cuerpo, y debía de dar una imagen realmente excitante. Él seguía masturbándose mientras me miraba con ojos de cabrón salido, cosa que me animaba a seguir moviéndome hacia él.

Cuando llegué a la cama, me subí de pie encima de ella, y comencé a acercarme a la pared, para quedar justo encima de su cabeza, de pie. Una vez estuve ahí, me agarré en la pared, y comencé a echar mi culito para atrás y para adelante, de tal forma que veía mi rajita moverse de un lado para otro, jugueteando con el hilo del tanga entre medias, todo cubierto (apenas) por la faldita. Él comenzó a agarrarme de las piernas, y a deslizar sus manos hacia arriba. Empezó a acariciarme los muslos, a agarrármelos de diferentes maneras, mientras se iba reclinando sobre la pared. Yo seguía moviéndome lentamente, intentando calentarse lo máximo posible.

Sus manos siguieron subiendo hasta que me agarraron los glúteos. Estuvo masajeándolos bastante tiempo, mientras yo comenzaba a respirar más fuerte y a pronunciar mis primeros gemidos. Siempre me ha costado bastante disimular mis gemidos, y acabo siendo bastante escandaloso, pero parece que gusta a bastantes personas.

Sus dedos viciosos se adentraron por debajo del hilo del tanga, y comenzaron a buscar mi agujerito, que, por aquel entonces, podría estar perfectamente muy mojado. Me introdujo un dedo y, al ver la dilatación de aquello, se animó a meterme dos dedos de un golpe. Mi gritito le hizo echarse a reir. No se había humedecido los dedos, ni siquiera había trabajado un poco la zona, y, aunque esté dilatado, aquello me dolió.

Pero solo provoqué sus risas. Me empezó a llamar zorrita quejica mientras me daba azotes en el culo. Yo dejé de bailar porque, aunque me seguía sintiendo su puta, estaba bastante dolorido.

Continuará

Pd: Si tienes ideas para hacer el final de esta historia más excitante, ponte en contacto conmigo en fabioto_ta@hotmail.com