Hot Punchers (Million Dollars Love)

Un campeón de boxeo se enamora de su rival durante un combate decisivo. Desenlace inesperado.

HOT PUNCHERS

(MILLION DOLLARS LOVE)

Un campeón de boxeo se enamora de su rival durante un combate decisivo. Desenlace inesperado.

-         Señoras y señores, aquí viene nuestro héroe, el terrible, el invencible, el misterioso… Engendro del Infierno según sus propias palabras. ¿Quién es? ¡Correcto! ¡Attila! Alias Randy Butler. ¡Un aplauso para nuestro campeón!

El espacio enorme Manadalay Bay estalló en rugidos ensordecedores. Randy Butler apareció en el horizonte acompañado por los ritmos de Eminem. Absorbía la admiración de sus fans, como una esponja insaciable, todo le parecía poco, necesitaba más y más aclamaciones. Se quitó un abrigo de pieles y una cadena de oro haciendo gala de la lentitud premeditada de sus movimientos. Streap tease de un guerrero. Transmisión en directo por todo el mundo. Se excitó mucho al imaginar cuántas amantes le estaban mirando, deseando, maldiciendo. Attila tenía la fama de torturador, había pagado un montón de multas, tanto oficiales, como inoficiales, para ocultar sus experimentos con el bello sexo. El título de campeón absoluto (peso superpesado) garantizaba la impunidad aunque, claro, no podía desatar su furia por completo bajo amenaza de prisión. La estela de violencia iba pegada a sus talones, pero en vez de perjudicar le añadía atractivo. Las mujeres decían que “el monstruo” ejercía un poder sobrenatural, más allá de los límites del conocimiento humano. Cada una anhelaba ser la Excepción, Super Hembra, única en su especie, que llevaría el corazón de boxeador en una bandeja y cobraría una fortuna a los fotógrafos, obsesionados por ese precioso trofeo. Todas estaban condenadas a perder la batalla por definición. Randy salía airoso de la prueba, con la misma expresión imperturbable en su rostro oscuro. Y ellas se quedaban atrás, a solas con mutilaciones físicas y morales, utilizadas y más vacías que la cáscara de un nuez.

-         Señoras y señores, prepárense para saludar al rival de Attila, valiente y peligroso Oleg Svetlov que lleva el apodo “Iceberg” y viene de la remota Siberia, dispuesto a arrebatar el título a nuestro Randy. A ver si lo consigue.

Esta vez los rugidos eran mucho más débiles, provenían del “sector ruso” de Manadalay Bay. Oleg se deslizó al cuadrilátero a velocidad de relámpago y ocupó su lugar sin prestar atención a nada ni a nadie salvo el himno nacional que anunciaba su llegada. Antes de librarse de la bandera rusa en la que estaba envuelto besó la tela con respeto sagrado y murmuró entre dientes: “Juro por mi Patria y por mi Madre que lo haré todo por ganar”. No le importaban los rumores acerca de su carácter huraño, sus escasos recursos intelectuales, su nacionalismo exagerado. No se sabía nada de sus escarceos amorosos, al parecer tenía una familia ejemplar, mujer compatriota y dos hijas. Los periodistas, enfadados por su renuncia a dar entrevistas detalladas, le llamaban “Terminator”.

-         Ahí empieza la intriga. ¿Podrá Iceberg aplastar a Attila? ¿Podrá Attila destrozar a Iceberg evitando la suerte de Titanic? Muy pronto vamos a obtener la respuesta.

Llegó la hora de “combate preliminar”, unos 15 segundos de silencio entre los boxeadores, intercambio de miradas que medían la fuerza del enemigo e intentaban imponer sus reglas de juego. Oleg Svetlov miraba “a través” del campeón, miraba sin ver, concentrado en su Gran Objetivo. En cambio, Randy Butler… se portó de una manera bastante rara. Se puso rígido, tenso, inquieto… no podía apartarse. “Attila se atiene a las costumbres arcaicas japonesas cuya finalidad es robar la energía del adversario mediante una mirada de serpiente. Iceberg no domina esta técnica, un punto menos para él” – así describió la escena un comentador británico difundiendo la teoría por los medios de comunicación. Nadie tuvo ingenio para suponer que los párpados entornados de Randy ocultaban emoción y confusión sin iguales. Toda su vida se desenvolvía delante de él, un cortometraje sin sentido. No había más que un rayo del sol en el panorama sombrío – los ojos del primer amor. Un niño divino, polaco o algo semejante, compartía su infancia en un barrio asqueroso donde la agresión y la pobreza acechaban a cada paso. Besos furtivos, caricias castas, confidencias tímidas, fragancia de su piel alabastrina… aquellos recuerdos imborrables no se separaban de él ni en sueños, una quemadura permamente, inserta en las células. Un día vino el padre eslavo y llevó a la familia a un lugar no identificado, quizá a Polonia, quizá al otro lado del hormiguero de Nueva York. Una casualidad absurda prohibió la despedida. Las búsquedas posteriores de nada le sirvieron. Un poco más tarde la pasión por el boxeo ofreció una válvula de escape, los frutos superaron con creces las expectativas iniciales. Y ahora… ¿por qué se acordó del sentimiento más importante frente a aquel siberiano retrasado? “¡Randy! ¡Randy! ¡Randy!” – resonaba en sus oídos. Se vio obligado a salir del estupor, levantar los puños y dirigir su habitual sonrisa de felino a miles de admiradores.

“Desde el primer instante Attila se hizo dueño de situación. Por eso se permitió el lujo de jugar y “flirtear” con Iceberg que se movía torpemente como si hubiera tragado un poste. Pese a su grandiosa fuerza física el ruso se mostró incapaz de abrir brechas en la defensa del campeón. Randy fue fiel a su estilo – dinámico, flexible, esquivo, una gotita de mercurio hecha carne” – observó un corresponsal alemán. Sí, Iceberg se movía torpemente como si hubiera tragado un poste o incluso dos. Sí, Randy parecía una gotita de mercurio hecha carne o un duendecillo que saltaba de la caja cuando menos lo esperaban. Optó por la táctica “píllame si puedes” derrumbando el aguante de Oleg. “¿Por qué no dejas de entrar en clinch? – preguntaba el entrenador durante las pausas. – Desperdicias tu tiempo. Te sobran las oportunidades para mandarle al knock-out. ¿Pretendes ponerle en ridículo y prolongar el placer de espectadores?”“Exacto, boss”. En realidad “clinch” abría todo un mundo de posibilidades – tocar, rozar, palpar, sobar, apretar, oler… Una declaración de amor nacía en el interior de Randy: “Quiero apagar los faroles y encontrarme con Dios en la playa de tu cuerpo. Malditos guantes ponen una barrera entre mis manos y tu piel. Estás tan serio, ceño fruncido, labios cerrados, cara de vidrio. ¿Sueñas con apoderarse de mi título? ¿Crees que es un tesoro de valor incalculable? ¡Qué pragmatismo! Te lo daría gustosamente si me amaras un poquito…”

“A partir del cuarto asalto Attila recurrió a sus mañas de siempre. A cada ataque de Iceberg, lento y predecible, respondía con un brillante “cross”, seguido por una serie de golpes y un clinch extenuante. El boxeador ruso permanecía yerto, como un roble azotado por huracanes. Sin embargo, sus fuerzas se iban minando. Al final del octavo asalto se produjo un ligero knock-down, un presagio infalible de su futura derrota” – comentó un presentador holandés. La caída de Oleg frenó el ímpetu de Randy. Tenía planeado disfrutar de la lucha, tan íntima y excitante, hasta los últimos segundos. Apenas percibía los gritos de la multitud enloquecida, le traía sin cuidado. Estaban solos en el Universo. “Ahora eres mío, me perteneces, sembrado de hematomas, moretones y rasguños. Tu imagen me hiere, me llena, se imprime en la retina de mis ojos al igual que un dibujo en una lámina incandescente. Mis golpes son besos de tornillo, mis empujones – abrazos de amante rendido, mis palabrotas – poemas de Omar Khayam. Y tú no te enteras de nada. Te amo, Oleg, mi príncipe de hielo. Dime una receta para derretirte”. El ruso perdió la compostura, se dejó llevar por las emociones, pasó de estrategias y consejos. Ningún golpe dio en el blanco, era lo mismo que pelear con su propia sombra. Randy sonreía para sus adentros analizando los fallos profesionales. No se disponía a humillarle delante de todas esas bestias hambrientas de sangre, iba a ganar por puntos, en detrimento de las esperanzas del público y su alto estatus de “asesino en el cuadrilátero”. Pero un episodio imprevisto cambió sus intenciones.

“El final del combate se considera la parte más impresionante. Y con razón. Iceberg dejó de ser Iceberg. Se convirtió en un bisonte herido que reaccionaba a cada aguijonazo y corría a ciegas tropezando con el árbitro. Se rumorea que Attila le dijo al oído algo provocativo y el ruso contestó en el mismo tono. El duodécimo asalto desencadenó las pasiones. Oleg Svetlov logró deshacerse del clinch y se preparó para el ataque sin hacer caso a su posición vulnerable. En eso el Gran Randy le asestó dos golpes en la cabeza, un jab de izquierda y un directo de derecha. Iceberg se quedó como tonto o un borracho perdido que andaba haciendo eses. Entonces Attila volteó un muslo y puso toda la fuerza de su peso en la última arremetida que culminó en un tremendo hook de izquierda. Su desgraciado rival cayó de bruces en un profundo desmayo.  Fue hospitalizado. Le compadezco, pero lo ocurrido demuestra un hecho obvio: los rusos tienen mucho que aprender en el arte de boxeo y han de pensar mil veces antes de meterse con nuestros campeones. ¡Bravo, Randy! ¡YOU ARE THE ONE!” – escribió un periodista de Las Vegas. Menos mal que su artículo lisonjero no se encontró en las manos de Randy. ¡El más desgraciado era él! No tuvo otro remedio que recibir felicitaciones y dar entrevistas entusiasmadas mientras su corazón dolía por aquel hombre llevado por la ambulancia. Aquel hombre le insultó y se lo pagó muy caro. A lo largo de una sesión de clinch, impregnada de lujuria bestial, Randy susurró: “Me recordarás, querido”. La respuesta hizo hervir su sangre: “Vete a la mierda. ¡Te odio!” No se trataba de una venganza banal, era la única manera de quedarse anclado en el recuerdo de Oleg.

“Perfecto, estás en la cumbre de la gloria. Has presentado un espectáculo fantástico, digno de ti – director, actor y espectador al mismo tiempo. El bárbaro siberiano no era más que un trapo sucio para limpiar tus pies – reflexionaba el entrenador sin percatarse del silencio hostil que provenía de Randy. – Mereces un buen descanso. Sé que tus amiguitos te invitan a una juerga donde habrá chicas guapas y sumisas. Aprovecha. El ganador lo lleva todo” . “Gracias, boss. Necesito estar solo un ratito para calmarme un poco. ¿Me ayudas con la avalancha de periodistas? Vuelvo enseguida”. “Vale, vale, les atiendo yo.”“Chicas guapas y sumisas. ¡Al carajo! – murmuraba Randy cerrando la puerta de un baño privado. – Espero que nadie haya notado mi erección”. Empezó a masturbarse frenéticamente. Sus pensamientos se centraron en el verdadero objeto de deseo que yacía inmóvil en una camilla y se alejaba de él por un camino desconocido.

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-         Doctor, ¿cómo está Oleg Svetlov? ¿Son graves sus lesiones?

-         Una conmoción cerebral de relativa gravedad. Un organismo fuerte se repondrá pronto. Pero… ¿no fue usted quien…?

-         No, no, soy Tony, hermano de Randy Butler. Nos parecemos.

-         Admiro mucho a su hermano. Aquel hook vale un millón. La verdad que los rusos no me caen bien.

-         Randy anda preocupado por la salud de Oleg. No quería hacerle tanto daño.

-         Los dos boxeadores deben darse cuenta del riesgo que asumen. Me pareció un combate maravilloso. ¡Viva Attila!

-         ¿Me permite ver al paciente? Mi hermano insiste en ello. Es una visita confidencial, por supuesto.

-         Soy una tumba, nadie lo sabrá. ¡Vamos! ¡Quién diría que Randy Butler tiene  un corazón de oro aparte de sus puños!

-         ¡Cabrón! ¡Racista! Un médico sin una pizca de piedad. “Los rusos no me caen bien”. Y a mí no me cae bien la gente atiborrada de prejuicios. ¡Que te parta un rayo! – siseó Randy en cuanto el hombre hubiera vuelto la espalda. – Bueno, te perdono. Por lo menos me has organizado una cita con la única persona que me importa en el mundo.

Se sentía capaz de disimular normalidad. Anoche alquiló a una puta rusa para descargar los instintos acumulados durante el combate. Una rubia de ojos grises, cuerpo delgado, tetas incipientes, culo de un adolescente. Justo lo que buscaba. Ella le reconoció. “¡Attila! – exclamó extasiada. - ¡Para ti es gratis!”“No, nena, no me convienen deudas pendientes. Haz tu trabajo y cállate”. La puso a cuatro patas y se precipitó sobre su frágil ano. La chica no soltó ni un gemido mientras le taladraba las entrañas con su enorme aparato. “Oleg, Oleg, Oleg” – un solo nombre martilleaba la mente de Randy. La memoria reproducía sus abrazos durante el clinch, sus jadeos, centellas en sus miradas y aquel momento escalofriante de knock-out. “Impacto directo” – comentó el entrenador. Sí, impacto directo de Cupido en mi corazón. Al adivinar la aproximación del orgasmo abandonó el trasero feminino y bañó de leche su pelo largo y sedoso. “¿Te apetece aplastar una colilla ardiendo contra mis pezones o mis caderas?”“Gracias, hoy estoy de buen humor. ¿Te suena un chiste sobre un sádico y un masoquista? “Pégame” – pide el masoquista. Y el sádico: “No, de eso nada” ¿Entiendes la moraleja?”“¿Una mamada quizá? Lo disfrutarás”. “Tengo sueño. Mañana será un día muy importante”. “Llámame a cualquier hora y vendré”. “Una noche es lo máximo que ofrezco a las mujeres. Por cierto, ¿por qué no me odias? ¡He pegado a un hombre de tu tierra!” “Me gustás más. Iceberg es imbécil”. “¡Vete o te mato! ¡Fuera!” Lo pasó bastante bien con ella aunque faltaba lo esencial. Amor.  Necesidad abrasadora de unirse con su elegido.

Randy Butler no creía en Dios ni mucho menos, pero al llamar a la puerta rebosaba devoción religiosa.

-         ¿Eto ti, Valentina? ¿A ne poshla bi ti? ¡Dostala!

Randy no entendió nada de esta algarabía, sólo captó un nombre y lo relacionó con la esposa del ruso (maldita zorra).

-         No soy Valentina, soy Randy. ¿Recuerdas? ¿O volverás a repetir que me odias?

Por fin se plantó delante de Oleg que estaba apuntando algo en una libreta de notas – un gigante impasible, abúlico y un poco malévolo.

-         ¿Qué has olvidado aquí, negro? ¿Remordimientos?

Randy le entregó un paquete.

-         ¿Qué es? ¿Explosivo? ¿Para qué? Has ganado y punto.

-         Tu madre ha dicho que se te hace la boca agua por la mermelada de fresa. Pues

-         ¡¿Has llamado a mi madre?!

-         Mi administrador.

-         Ah

-         Oleg, he venido a decirte que me arrepiento de haberte lastimado. Preferiría ganar por puntos, en serio.

-         Qué va, eres un profesional de primera categoría, super puncher. Y yo todavía no he alcanzado tu nivel.

-         ¡Te equivocas! Dispones de un potencial maravilloso. Te recomendaría otros entrenadores, eso sí. Además, debes dominarte, analizar el contexto general del combate, no sólo tu caso particular. ¡Y muévete! El cuadrilátero no es sitio para dormir. No tengas miedo de combinaciones complejas. Trata de encauzar la fuerza del enemigo en su contra. Entonces podrías vencerme muy pronto, en menos de un año. Ya estoy vencido.

-         ¿Vencido? ¿Tú?

-         Por el cansancio de ser campeón.

-         Me gustaría ser campeón por mi Patria, no por mi vanidad personal. – Oleg sacó la mermelada y se puso a masticar mecánicamente. – M-m-m. ¡Qué rico!

Randy se paseaba por todas partes temblando de ansiedad. ¡Tan lejos y tan cerca! – una dicotomía clásica de enamorados. Recogió la libreta de Oleg, la hojeó nerviosamente y de repente… vio su rostro, dibujado de una manera clara y nítida. El corazón le dio un vuelco.

-         ¿Estabas haciendo eso? ¿Mi retrato? Ha salido mucho mejor que yo.

-         Deja en paz mis cosas privadas, ¿ok? Sí, estoy obsesionado contigo. Por primera vez en mi vida me sentí lleno de alguien hasta los bordes. ¿Sabes que significa mi frase “te odio”? ¡Te odio por haberme subyugado! Me desprecias porque soy ruso y pobre, pero

-         ¿Te desprecio? ¿Yo? ¿Y por qué deseaba que me recordaras?

-         Te encantan las burlas. ¿Acaso no dijiste en una entrevista: “haré pedazos de este salvaje engreído”? ¿Sí o no?

-         ¡Sí! Muchos boxeadores lo dicen para calentar al público y despertar los instintos destructivos. Tu también afirmabas que me darías una lección para toda la vida.

-         Puede ser. Mi entrenador me preparó las respuestas, yo no tuve nada que ver.

-         ¿A qué viene rumiar preguntas y respuestas prefabricadas? Cuando te conocí no quedó más que una verdad: amor omnipresente.

El ruso dejó caer una cucharada y se ruborizó como un cangrejo en el agua hirviendo.

-         ¿Entonces no estaba delirando? Aquel knock-out encerraba una confesión secreta, un mensaje entre dos.

-         Te mereces un tratado, - Randy se arrodilló y empezó a acariciar el rostro de su amado, muy lentamente, como si lo investigara con microscopio. – Menos mal que no llevo guantes. Las yemas de mis dedos pueden saborear tu piel, tan excitante al tacto, suave y áspera a la vez, la corteza de abedul que huele a vainilla. Tu frente parece un desfiladero abrupto, tus cejas – musgo de taiga, tu pelo hace recordar campos de trigo donde la mirada entra en pleno contacto con la inmensidad de Rusia, oro líquido de espigas que reciben los besos del viento.

-         Mi pelo es seco como la estopa y carece de color. En cambio, el tuyo se describe como “ala de cuervo” en las novelas. Es más fácil contar las estrellas que los rizos que tienes

-         ¡Chist! No entiendes nada. Si vieras tus ojos… acero imposible de fundir, mar envuelto en la niebla, apenas se vislumbran guiños de faros, siluetas de gaviotas, barcos naufragados, arrecifes-asesinos

-         ¡Menuda fantasía! Dos hoyos de basura – así son mis ojos. Los tuyos, rasgados, aterciopelados y enigmáticos, sí que atraen más que un imán.

-         ¿He pedido que te calles o no? Aún no he llegado hasta tus labios – finos, severos, deliciosamente tallados – labios de un ídolo cuya aparente frialdad regala fuego sagrado.

-         Oh, Randy, eres tú quien produce más llamas que un dragón. Tus labios sensuales son sanguijuelas, capaces de arrancar mi alma del cuerpo y beberla de un trago.

-         Eso ya veremos.

El beso ayudó a encontrar la llave y soltar al genio de la botella. Los dos recibieron una transfusión de lava volcánica. Sus lenguas entrelazadas desprendían haces de chispas y bailaban tangos. El alma de Randy cantaba un himno de alegría: “Si me sacan los ojos seguiré viendo tu cara; si me cortan la lengua seguiré repitiendo tu nombre; si me cortan los brazos seguiré extendiendo los muñones hacia el cielo para glorificarte; si me crucifican seguiré siendo tuyo hasta la médula”. Y el alma de Oleg se quedó sordomuda de asombro, no le importaba en lo mínimo traicionar a su Patria y a sus falsos ideales

-         Valía la pena haber nacido para vivir un instante así, - murmuró Randy con una sinceridad desconcertante, bajando por el torso musculoso, dejando racimos de besos y mordiscos. - ¡Qué hermoso! Tienes pecas. Letras de Dios que estampó su firma para dejar constancia de tu perfección.

-         Soy de una familia muy humilde, todos mis antepasados pertenecían a la capa de mujiks analfabetos.

-         ¿Y qué? La suma de sus imperfecciones dio la perfección más absoluta. No discutas conmigo, corazón.

-         Para, por favor. Es mediodía, la hora de revisión médica. Si nos pillan in fraganti habrá un escándalo.

Randy suspiró y dejó de desabotonarle el pantalón. A su gran satisfacción, el bulto, ocultado en la tela, iba adquiriendo tamaño. Por lo visto Oleg se contagió de su locura, no era indiferente a sus caricias. Para nada.

-         ¿Estás bien? ¿No te doy asco?

-         ¿Asco? Ni por asomo. Me duele un poco la cabeza, pero ya me he acostumbrado a los efectos post-traumáticos. Oye, Randy, ¿y si me hubiera muerto?

-         Esta posibilidad me torturaba en pesadillas. Recordaba la historia del dramaturgo Cristopher Marlow y su admirador. El chico le mató a Marlow durante una pelea por una puta, amante de los dos. No quería pelear, sólo se defendía del dramaturgo loco. Una estocada ocasional rasgó el ojo y provocó la muerte. El asesino malhadado se dedicó a cuidar la tumba de Cristopher, la visitaba todos los días y esperaba tranquilamente su propia muerte. Se consoló con el hecho de que sus nombres aparecerían ligados en los archivos históricos y no pedía nada de la vida.

-         ¿Harías lo mismo?

-         No. Me pegaría un tiro frente a tu tumba, pero antes escribiría el testamento y ordenaría enterrarme cerca de ti. Tu familia heredaría todos mis bienes.

-         ¡Vaya romanticismo!

-         No es broma. Y ahora dime: ¿cómo se traducen tus palabras rusas? ¿Qué has dicho?

-         He dicho: ¿Eres tú, Valentina? ¿Te importaría irte a la mierda? ¡Me tienes harto!

-         ¿Sueles mandar a la mierda a la gente que amas?

-         No la amo y nunca he amado, ni a ella, ni a nadie. Ya sabes la razón por qué te insulté. No se puede comparar

-         ¿Y tus hijas?

-         Sus copias, desgraciadamente. Intento sentir cariño por ellas y fracaso, mis instintos paternales guardan silencio.

-         ¿Te obligaron a casarte? No me extrañaría.

-         La madre de Valya era gran amiga de mi madre. Sí, al final nos casaron.

-         Resulta que no has tenido experiencias homosexuales.

-         ¿Por qué no? El servicio militar ofrece aventuras. Un oficial se aprovechó de mí, me violó y lo repitió en varias ocasiones. No me gustó… ni tampoco disgustó

-         De joven yo era bisexual. Después tuve que renunciar a los líos con mis amiguitos. En el mundo deportivo los conceptos “boxeador” y “gay” se excluyen. ¿Pero sabes una cosa? Me gusta infinitamente más practicar el sexo anal. He llegado a la conclusión de que el cuerpo feminino contradice a las leyes estéticas. Es tan inútil, como la cuchara (por eso se utiliza para sorber sopa y otros líquidos indigeribles). Las mujeres no representan más que pasta o arcilla. Gordas o esbeltas, se asocian con algo fofo, desintegrado, sucio, una cloaca sin fondo que apesta a carroña. Por lo contrario, los hombres se asocian con un núcleo duro, elástico y limpio. El olor que exhalan… no hay nada más encantador que el aroma de un potro que ha recorrido el bosque persiguiendo a una liebre o un jabalí. Empiezo a entender a los que creen en la perversidad del acto amoroso con una mujer. Es mejor ahogarse en un lago de cera caliente que machacar aquellas peras podridas. Los periódicos abundan de preguntas retóricas: “¿Por qué Randy Butler no encuentra a la mujer de su vida?” “ ¿Por qué el campeón de boxeo sigue soltero e insensible a las flechas del amor?”“¿Por qué Attila elige el estilo de lobo solitario?” La respuesta flota en la superficie. No he encontrado a la mujer de mi vida porque estoy buscando al hombre de mi vida. A ti, Oleg.

-         Qué valiente, no te engañas. ¿De veras quieres que sea tu tenedor ?

-         Tu lengua es afiladita, cariño. Y al mismo tiempo parece más suave que una plumilla de avestruz. ¡Sí! Quiero aislarme del mundo y tenerte a mi lado, desnudo, totalmente abierto, sin máscaras ni restricciones. ¿Vendrás a mi casa en cuanto salgas de aquí?

-         Vendré.

-         ¿Cien por cien?

-         Te lo juro por mi Patria y por mi Madre.

-         Acepto el juramento. No te dejes llevar por los tópicos de censura. ¿Has leído “El Público” de García Lorca?

-         No.

-         Entonces escucha: - ¿Habéis presenciado la lucha? – Debieron morir los dos. No he presenciado nunca un festín tan sangriento. – Dos leones. Dos semidioses. – Dos semidioses si no tuvieran ano. – Pero el ano es el castigo del hombre, en su vergüenza y su muerte. Los dos tenían ano y ninguno de los dos podía luchar con la belleza pura de los mármoles que brillaban conservando deseos defendidos por una superficie intachable. – Debieron morir los dos. – Debieron vencer. (…) Han sido vencidos y ahora todo será para burla y escarnio de la gente.

-         ¡Qué fuerte!

-         Tú y yo somos dos leones, dos semidioses. Hemos superado la tentación de morir en nuestro festín sangriento. Los dos tenemos ano, pero no es nuestro castigo, sino una fuente inagotable de placer. Debemos vencer. La gente será objeto de nuestra burla y nuestro escarnio. Debemos vencer.

Oleg y Randy lloraban como niños, abrazados, fundidos, derretidos. Volvieron a perderse en un beso salvaje, lleno de rugidos oceánicos y temblores subterráneos. El sonido de unos pasos interrumpió el idilio.

-         Ya viene el cabrón de tu médico.

-         Ha tardado bastante.

-         Voy a apuntar mi dirección en tu libreta. ¿Puedo llevar el retrato?

-         Llévatelo. Es de mala calidad, lo siento

-         Es precioso. Testimonio de tu amor. Me dará paz en mis noches de insomnio. Recuerda: te espero.

-         ¡Buenas, Tony! ¿Tanto tiempo con nuestro enfermo? ¿Me hace el favor de

-         ¿El favor de largarme?

-         ¡No! Pedir un autógrafo exclusivo a su hermano Randy.

-         De acuerdo, boss. Bueno, ya me voy. ¡Hasta pronto!

Randy salió corriendo para esconder su emoción de los ojos ajenos. La última mirada de Oleg prometía tanto… La receta de los cuentos maravillosos obró un milagro. Un beso disipó el sueño del príncipe helado. Iceberg se desmoronó dejando la música de latidos y un chorro de sangre caliente.


Dos semanas de espera insoportable fueron recompensadas en un segundo. Oleg entró sin pronunciar ni una sola palabra. Optaron por tocar, lamer, chupar, deleitar la vista ante cada descubrimiento carnal. Se hicieron amantes tal y como lo habían soñado. Tejieron una red de besos, caricias, secretos compartidos, tabúes rotos. Experimentaron con lubricantes, cremas, mieles. Se penetraron alternativamente cambiando los papeles y las posiciones a su antojo. Se libraron de sus demonios. En fin, pusieron todo su empeño para confluir en un punto luminoso del deseo realizado. Y lo consiguieron. “¿Hemos vencido, Randy?” “Tenemos por delante una lucha final”.

Pasados 10 meses, la sala enorme de Manadalay Bay volvió a estallar en rugidos ensordecedores. Un combate-revancha entre Attila e Iceberg llegó a ser el acontecimiento más esperado. Randy Butler absorbía la admiración de su rival, como una esponja insaciable, todo le parecía poco, necesitaba más y más señales de pasión correspondida. Recuerda: cuando te doy un golpe estoy golpeando a mí mismo, tus lesiones son mis lesiones, tu dolor es mi dolor, mi título de campeón es tuyo. Por primera vez en la historia del boxeo un ruso subió a la cumbre. Una victoria muy discutida y ambigua. Un árbitro dio un solo punto más a Iceberg teniendo en cuenta un gran knock-down de Attila en el décimo asalto (fingido, pero ¿quien lo sabía?) Estaban tan cansados que apenas arrastraban los pies. Hematomas, moretones y rasguños se repartieron en dosis iguales. Randy sonreía entregando su cinturón de campeón. Aprovechó la ocasión para declarar que cumplió 40 años y los espectadores acababan de presenciar su última lucha, un verdadero festín sangriento.

– Qué me dirás, campeón? No en vano generaciones de cazadores africanos me moldearon para ti y generaciones de mujiks siberianos te moldearon para mí. – Por fin puedo reposar sobre tu pecho, tan grande y reconfortante, como un tambor calentado por el sol. Sabes, parecías muy sexy en esos shorts, rojos y ajustados, que realzaban el bronceado de tu cuerpo. – Y a ti te cae muy bien el color azul. Te da un aire lírico. Sobre todo en conjunto con la bandera de Rusia. – Dios mío, me invaden las mismas sensaciones que tenía de niño durmiendo en el regazo de mi madre. Pero te quiero aún más. – Igualmente, señor. Será un honor recorrer la ruta que el sudor ha trazado sobre su piel. – Qué risa, todo el mundo cree que somos enemigos – Si supieran que hemos juntado nuestros honorarios cobrados por el combate de hoy y nos dirigimos a un lugarparadisíaco para montar una fiesta de amor libre… se morirían de envidia. – Una mano tuya abre una botella de vino y la otra baja el cierre de mi pantalón hurgando en la bragueta – ¡Conductor, más rápido! ¡Acelera el ritmo! – Y la limusina con dos enamorados se hunde en la complicidad de la noche. Telón.**


-         Has pasado de la raya. Nadie querrá ver una guarrada así.

-         Estás hablando con un guionista y un director profesional. Es una película hecha. Sé lo que digo.

-         Hot punchers, boxeadores calientes. ¡Qué barbaridad!

-         ¿Por qué? Este tipo de deporte simboliza la lucha de dos falos por una vagina universal. Muchos boxeadores salen con la cabeza rapada para acentuar el parecido con el miembro viril. La chica en bikini que anuncia el comienzo de cada asalto alude al objeto de pelea. Sin embargo, la capa más profunda del boxeo está saturada de erotismo homosexual ya que se remonta a las antiguas tradiciones griegas.

-         Fíjate en lo absurdo de tus diálogos, en la patética de tus metáforas

-         Soy esteta, qué le vamos a hacer. Tranquilo, te he leído un borrador en forma de relato que constituye la base del guión. Lo adaptaré para el público común. Hay que garantizar el éxito taquillero.

-         ¡Imposible! Ni siquiera podrás comprarte un par de calcetines.

-         ¿No te das cuenta de que “Hot punchers” reúne los logros de tres películas – “Brokeback mountain” de Lee, “Million dollars baby” de Eastwood y “Mala educación” de Almodóvar?

-         Bueno, entiendo lo de “Brokeback mountain” (pasión prohibida de homosexuales enmascarados) y “Mala educación” (amor perdido de infancia, el único motivo común). Pero me parece un sacrilegio establecer paralelos con “Million dollars baby” – una obra maestra, una tragedia desgarradora

-         Los paralelos existen. El entrenador coge cariño paternal por su alumna según la misma lógica que los boxeadores que se enamoran. Mostraré el mundo de boxeo desde dentro al igual que lo hace Eastwood. Además, no tengo muy claro el final. A lo mejor lo cambiaré por algo fatal que hará desembocar en una tragedia no menos desgarradora. A lo mejor me quedaré con un happy end empalagoso. No sé. En todo caso los espectadores llorarán a moco tendido. Seguro que mi película llevará un Oscar. A diferencia de “Brokeback mountain” (donde los protagonistas sí que son fríos, inertes, pesados y poco convincentes) habrá calor, dinamismo, lucha, tensión. El primer combate, la escena amorosa en el hospital, el sexo en el apartamento de Randy, el segundo combate-revancha, la huida… ¡perfecto!

-         Y si no te llevas un Oscar te llevarás otro premio, inventado especialmente para ti – Oscar Wilde.

-         De acuerdo.

-         Por cierto, ¿quién va a interpretar a tus boxeadores calientes?

-         Randy Butler – Lennox Lewis. He inspirado mucho en él. Tiene el mismo tipo sensual que Attila. Ha abandonado el deporte y no dejará pasar la oportunidad para ganar un montón de pasta y lucir en la pantalla.

-         ¿Y Oleg?

-         Oleg Maskayev, un campeón reciente. Acaba a derrotar a Rahman, ¿te suena? Ha cumplido 37 años, se irá pronto del Olimpo y tampoco se negará a participar en mi proyecto. Por lo menos eso espero. He pensado en él y sólo en él creando a mi Oleg Svetlov. Sólo en él

-         ¡Qué sonrisa tan pícara! ¿Estás urdiendo alguna intriga?

-         La verdad que no me importan los premios ni la reacción del público. Es secundario. Mi objetivo principal – acercarme a Maskayev, mi delirio, mi sueño de siempre. Le ofreceré millones de dólares para que acepte el papel de Iceberg. Si no consigo seducirle… moriré.

-         ¿Te has vuelto loco? ¡Besar la foto de este ruso antipático! Qué manicomio

-         Cállate. Ahora mismo voy a llamarle. ¡Buenos días! ¿Puedo hablar con señor Maskayev? Todavía no me conoce, pero es un asunto fácil de arreglar. Tengo una propuesta muy interesante...