Hostel con dos chicas (I)

Comparto habitación con dos chicas, y me follo a la virgen mientras la otra duerme

—Tía, ¿en serio vas a salir así? —oigo que le pregunta Laura a Carlota.

Suena como si lo estuviera flipando.

Picado por la curiosidad, me asomo por encima de la barandilla de la litera. Carlota solo lleva una toalla enrollada al cuerpo, una bastante pequeña, además. Alcanza a taparle desde la mitad de los pechos hasta un poco más abajo del muslo. Desde mi posición se aprecia un escote de campeonato.

Se recoloca la toalla, consciente de que por poco no se le ven los pezones.

—Carlota, vístete, anda —le digo, muerto de risa.

—Voy a la ducha.

—Ve con ropa, coño. Allí te la quitas.

—Claro, como una puta persona normal —me apoya Laura.

—Es que a lo mejor se me moja.

—Joder, seguro que tienen un guardarropa o algo —insisto.

—Da igual, voy así.

—¡¿En serio?! —Laura se ríe y alucina al mismo tiempo.

—Carlota, ¿nos estás vacilando? —le pregunto sin dar crédito—. Sabes que el baño de tías está a tomar por culo, ¿no? Tienes que cruzar todo el pasillo y la zona de las escaleras. Te vas a topar con los guiris borrachos.

—No pasa nada si voy con toalla —se defiende.

Pero ya no suena tan convencida.

—Madre mía… —murmura Laura.

—¿Qué hago? ¿Me visto otra vez? —duda.

—Haz lo que quieras —le espeto, principalmente porque quiero ver si de verdad es capaz de salir así al pasillo.

Agarra su neceser y, sin decir nada más, sale de la habitación.

—Puta inútil —mascullo en cuanto se ha ido.

—Está como una cabra —dice Laura, riéndose.

—O es tonta o se lo hace, tío.

—Para mí que le mola que la miren —responde, en un tono de desprecio que me sorprende en ella—. Las mosquitas muertas son las peores.

—Parece que va buscando que la violen.

—A lo mejor se ha cansado de seguir virgen a los veintiocho —asume, ácida.

Sigo sin creérmelo. Porque Carlota está buena aunque actúe como si no lo supiera. Rellenita, que no gorda, con curvas muy bien puestas. Rubia natural, piel clarita, ojos verdes y nariz respingona. Podría follar cuando quisiera.

Aparcamos la conversación hasta que vuelve Carlota, que para nuestra sorpresa está igual que cuando ha salido: con toalla. Si no fuera porque tiene el cabello mojado, pensaría que simplemente es una exhibicionista.

—Podrías haberte vestido allí —la regaña Laura.

—No me he llevado la ropa —se disculpa.

—Ah, claro.

La siguiente en ir a la ducha es Laura.

—¿Qué tal la expedición? —le pregunto a Carlota nada más quedarnos a solas.

—¿Cómo? —Suena confundida.

—¿Sabes qué significa expedición?

—Eh, sí, claro…

—Pues eso. ¿Cómo ha ido?

—Bien, claro, ¿cómo va a ir? —Se le traban las palabras.

—¿Te han acosado mucho o qué?

—Ah, no, qué va.

Aunque no la veo, sé que se ha puesto roja como un tomate.

—Pero te han mirado, ¿a que sí? —le pregunto.

—Sí, algunos sí.

—¿Te ha gustado que te miraran?

Asomo la cabeza para ver su reacción. Carlota está en la litera de abajo. Se ha inclinado para preparar la ropa que se va a poner, y no puedo verle la cara, pero sí la mitad inferior de su cuerpo, cosa que prefiero, porque se le ha subido la toalla y me regala unas maravillas vistas de su culo.

—Te gusta ir provocando, ¿eh? —le digo.

Se ríe, una especie de jadeo sofocado.

—Quién iba a decir que eres tan pervertida…

Acaricio mi polla por encima del pantalón.

Saca el cuerpo de la litera, aparentemente ofendida. Pero tiene las mejillas sonrosadas y se le nota en la mirada que se ha excitado.

—Bonito culo, por cierto.

Tira del extremo de la toalla para bajársela un poco. Sin querer, deja al descubierto parte de la areola de uno de sus pechos.

—¿Me lo has visto? —pregunta medio alterada.

—Sí, así que no pasa nada si me lo quieres enseñar otra vez.

Se muerde el labio y mira al suelo, muerta de vergüenza.

—Guarro… —murmura.

—Tú sí que eres una guarra, que sales de la habitación medio en pelotas.

Veo que va a replicar cuando me adelanto:

—Pero no pasa nada, eh, me molan las tías guarras.

Se le escapa una risita excitada. Poniéndome de rodillas sobre el colchón, le muestro la tienda de campaña que ha levantado mi polla dura.

—Mira cómo me has puesto.

Baja todavía más la cabeza. Tiene la cara tan roja que parece que va a fundirse.

—¿Quieres vérmela? —le pregunto.

—Anda, estás fatal…

Se pone una mano en los ojos, y noto que mira de soslayo.

—Puedes tocarla, no muerde —la animo.

—Oye, para ya…

Habla sin ninguna convicción.

—Tú me la has puesto así.

—¿Yo? —se ríe sin creérselo.

—Joder, es que estás muy buena.

—¿Crees que estoy buena? —me pregunta en un hilo de voz.

—A ver, no es que lo crea, es que lo estás —afirmo.

—Buah… qué va…

—¿Por qué tengo la polla así entonces?

Se le escapa una mirada rápida al bulto de mis pantalones.

—Madre mía —jadea—, la tienes grande, eh.

Agarro mi polla para tensar la tela. Se dibuja hasta la forma de mi glande. Carlota hace esfuerzos sobrehumanos para no mirar de nuevo.

—Venga, que te la enseño si me dejas ver tus tetas.

—¿Para qué me quieres ver las tetas? —duda.

—Curiosidad —respondo.

—Solo son tetas…

—Polla por tetas. Sales ganando.

Por desgracia, se da cuenta de que le sobresale la areola. Se acomoda la toalla. Sigue con el dedo metido en el borde de arriba, se lo está pensando.

—¿Has visto alguna polla en persona? —le pregunto.

—Alguna…

—¿Alguna como esta? —La agarro bien por la base y hago que palpite.

Su risita agitada responde por ella: no.

—Seguro que tienes unas tetas preciosas.

Duda, mira hacia la puerta por encima del hombro.

—Aún no va a volver —la tranquilizo.

—¿Te las enseño, entonces…? —musita.

Abre la toalla poco a poco, llena de inseguridades, hasta dejar al descubierto unos pechos grandes, un poco caídos, pálidos y con pezones de color rosa salmón. Intento tocárselos inclinándome sobre la barandilla.

Da un paso hacia atrás a tiempo.

—¿Q…qué haces? —tartamudea.

—Cómo me pones…

—Te toca —se ríe nerviosa.

—¿Tantas ganas tienes de verme la polla?

—Bueno, ese era el trato…

Parece arrepentida, seguro que se siente como una puta fácil.

—Uf, no sé, ¿polla por tetas? Creo que no es un trato justo.

—Oye… no…

Sonríe hecha un lío. De repente se está tapando el escote, incluso.

—Hacemos esto: si me enseñas algo más, me saco la polla —negocio.

—¿Algo más?

—Sí, lo que tú quieras.

—¿La lengua? —bromea, con la cara encendida.

—Si sacas la lengua es para chupármela —le aseguro.

—Anda ya…

Aparta la mirada, no sabe ni dónde meterse.

—¿Te gustaría chupármela?

—Oye, para ya, ¿vale? —me suplica con una risita sofocada.

—¿Quieres que pare?

—Sí, ¿no? —duda—. A ver, va a volver Laura y…

—Vale, como quieras. Una lástima.

—¿Por qué?

Obviamente sabe por qué lo digo, solo quiere oírmelo decir.

—Porque me encantaría que me la chuparas.

—Qué loco… —suspira.

Se sienta en la litera. Pierdo de vista su cuerpo, solo veo sus piernas.

Hemos parado justo a tiempo. Laura entra en la habitación, vestida con pijama y con una toalla enrollada en la cabeza.

—¿Todavía no te has cambiado? —le reprocha a Carlota.

—Bueno, tampoco pasa nada —se defiende.

—¿Pero qué has estado haciendo?

Su tono, tan cargado de veneno, me hace pensar que no la soporta. Aunque es cierto que Carlota puede resultar un grano en el culo, por ingenua, por torpe y por disfuncional, como hemos visto desde que compartimos habitación en el hostel, no le veo el sentido a que la trate así, sobre todo porque he sido yo quien le ha hecho de canguro desde que llegamos.

—¿Vamos a salir esta noche? —intervengo.

—Paso, estoy hecha mierda —responde Laura.

—¿Tú quieres salir? —me pregunta Carlota.

Intuyo que no le importaría quedarse a solas conmigo. Pero también estoy cansado y ya se me ha bajado la erección, así que le respondo que no.

Pasamos las siguientes horas hablando de todo y de nada. Laura le hace preguntas comprometidas a Carlota. Sabe que no tiene ninguna experiencia sexual y quiere ridiculizarla. Participo echando leña al fuego:

—¿Cómo puede ser que tengas novio y seas virgen?

—Porque no somos novios, novios…

—¿Qué sois entonces?

—Amigos, más bien —responde tímida.

—¿Follamigos? Ah, no, porque no folláis —me río.

—Vamos despacio…

—¿Cuánto tiempo hace que estáis saliendo? —entono la última palabra con ironía. Carlota ha debido notar las comillas aunque no las viera.

—Cinco meses.

—¿Cinco meses y no habéis follado? —exclamo.

—Bueno… es que es complicado…

—¿Se la has chupado?

—Ala, tío…

Por cómo responde, sé que no.

—¿Te lo ha comido él? —continuo.

—Tampoco…

—Vas a flipar.

—¿Tan bueno es? —me lo pregunta de una forma que me parece adorable.

—Te lo demostraría yo, pero tienes novio.

—O sea, bueno, te he dicho que no es mi novio…

—Tío, si lleváis cinco meses y todavía no te ha follado es tu novio, y encima mormón —me burlo riendo—. Porque vamos, yo soy él y…

Oigo que se agita en las sábanas. Guarda silencio, expectante.

—Termina la frase —habla, al ver que yo no lo hago.

—Joder, qué morbosa eres.

—Ay, no, ¿pero qué ibas a decir?

—Laura, ¿a ti te parece normal que siga siendo virgen?

Pero no responde. De hecho, hace rato que no participa en la conversación. Puede que se haya quedado dormida, o que no le interese.

—¿Laura?

—¿Se ha quedado dormida? —pregunta Carlota.

—Pues… no sé, qué raro.

—Sí, ¿no? Si estaba despierta hace nada.

—Se está haciendo la dormida, seguro.

—¿Laura? —repite Carlota, un poco más alto.

—Cuenta un chiste, a ver si se ríe.

—Cuenta tú uno.

—Carlota tiene veintiocho años y sigue siendo virgen.

Soy cruel y práctico a partes iguales. Porque Laura se habría reído con eso, y no lo hace. Se hace un silencio absoluto. Carlota también se ha callado.

—Perdón si te he ofendido —me disculpo.

—Ah, no…

—¿Sabes? Me sorprende que seas virgen, estás buena y eres guapa.

Pasa unos segundos sin responder, sopesándolo.

—¿De verdad? —dice al fin.

—Si no confías en mí, confía en mi polla.

Vuelve el silencio. Se escucha cómo respira pesadamente.

—¿Quieres tocármela ahora? Te lo debo.

—Tío, estás loco… ¿Laura?

—Está dormida.

—¿Seguro? —Su voz tiembla.

—Se hubiera reído de que sigas siendo virgen —le recuerdo.

—Bueno, sí… ¿Tan gracioso es? —Suena preocupada.

—A mí me parece más preocupante que gracioso —respondo, en un tono más serio—. Porque vamos, está claro que no eres virgen porque tú quieras.

—Creo que es culpa de mis padres —confiesa.

—Justo te iba a decir lo mismo.

—¿De verdad?

—Sí, porque me da la impresión de que tienes padres sobreprotectores.

—Sí, un poco sí, me tienen entre algodones.

—Pues con veintiocho años ya va siendo hora de que te dejen volar, ¿no?

—Supongo que sí…

—Por culpa de ellos esta es la primera vez que sales del país, por culpa de ellos eres tan torpe socialmente, tan insegura… y tan virgen —añado.

—Bueno…

—¿Vas a negármelo?

—No, no… además, a mí me gusta la clase de chico que mi familia diría que no es bueno para mí… ¿sabes?

—Vaya con Carlota, y parecía una chica decente.

Se le escapa una risita avergonzada. Con la oscuridad debe de sentirse más segura, de lo contrario no la imagino abriéndose así.

—Supongo que tu amigo, novio o lo que sea no es esa clase de tío.

—Pues no —confirma.

—Por eso no has dejado que te folle, y el tío haciéndose ilusiones, pobre…

Suelta aire por la nariz, sintiéndose culpable por estar excitada.

—¿Te excita ser un poco cabrona?

—¿Soy mala persona? —pregunta de una forma que no descifro.

—Tú no controlas qué te excita y qué no.

—¿Por qué soy cabrona entonces?

—Porque tienes a ese tío esperando cinco meses sin nada, y a mí casi me la chupas aunque casi no me conoces —respondo cortante.

—Tío…

Jadea en vez de reírse.

—Como digo, no controlas qué te excita. Ahora, por ejemplo, estás excitada. Y antes, cuando me querías ver la polla, también.

—Tú qué sabrás…

Su voz es apenas un susurro.

—Se te nota. Por cómo hablas y por cómo respiras.

—Sí, claro…

—¿Vas a negármelo?

Guarda silencio, a lo mejor intentando controlar su respiración.

—¿De verdad se me nota? —contesta finalmente.

—Se te nota mucho.

—Vaya…

—Oye, ¿tú crees que soy la clase de tío que tus padres aprobarían?

Casi oigo cómo traga saliva. Debe estar meditando la respuesta.

—Pues no sé, ¿por? —dice con un hilo de voz.

—Porque tengo ganas de metértela.