Hostel con dos chicas (Completo)
Comparto habitación con dos chicas, y me follo a la virgen mientras la otra duerme
I
—Tía, ¿en serio vas a salir así? —oigo que le pregunta Laura a Carlota.
Suena como si lo estuviera flipando.
Picado por la curiosidad, me asomo por encima de la barandilla de la litera. Carlota solo lleva una toalla enrollada al cuerpo, una bastante pequeña, además. Alcanza a taparle desde la mitad de los pechos hasta un poco más abajo del muslo. Desde mi posición se aprecia un escote de campeonato.
Se recoloca la toalla, consciente de que por poco no se le ven los pezones.
—Carlota, vístete, anda —le digo, muerto de risa.
—Voy a la ducha.
—Ve con ropa, coño. Allí te la quitas.
—Claro, como una puta persona normal —me apoya Laura.
—Es que a lo mejor se me moja.
—Joder, seguro que tienen un guardarropa o algo —insisto.
—Da igual, voy así.
—¡¿En serio?! —Laura se ríe y alucina al mismo tiempo.
—Carlota, ¿nos estás vacilando? —le pregunto sin dar crédito—. Sabes que el baño de tías está a tomar por culo, ¿no? Tienes que cruzar todo el pasillo y la zona de las escaleras. Te vas a topar con los guiris borrachos.
—No pasa nada si voy con toalla —se defiende.
Pero ya no suena tan convencida.
—Madre mía… —murmura Laura.
—¿Qué hago? ¿Me visto otra vez? —duda.
—Haz lo que quieras —le espeto, principalmente porque quiero ver si de verdad es capaz de salir así al pasillo.
Agarra su neceser y, sin decir nada más, sale de la habitación.
—Puta inútil —mascullo en cuanto se ha ido.
—Está como una cabra —dice Laura, riéndose.
—O es tonta o se lo hace, tío.
—Para mí que le mola que la miren —responde, en un tono de desprecio que me sorprende en ella—. Las mosquitas muertas son las peores.
—Parece que va buscando que la violen.
—A lo mejor se ha cansado de seguir virgen a los veintiocho —asume, ácida.
Sigo sin creérmelo. Porque Carlota está buena aunque actúe como si no lo supiera. Rellenita, que no gorda, con curvas muy bien puestas. Rubia natural, piel clarita, ojos verdes y nariz respingona. Podría follar cuando quisiera.
Aparcamos la conversación hasta que vuelve Carlota, que para nuestra sorpresa está igual que cuando ha salido: con toalla. Si no fuera porque tiene el cabello mojado, pensaría que simplemente es una exhibicionista.
—Podrías haberte vestido allí —la regaña Laura.
—No me he llevado la ropa —se disculpa.
—Ah, claro.
La siguiente en ir a la ducha es Laura.
—¿Qué tal la expedición? —le pregunto a Carlota nada más quedarnos a solas.
—¿Cómo? —Suena confundida.
—¿Sabes qué significa expedición?
—Eh, sí, claro…
—Pues eso. ¿Cómo ha ido?
—Bien, claro, ¿cómo va a ir? —Se le traban las palabras.
—¿Te han acosado mucho o qué?
—Ah, no, qué va.
Aunque no la veo, sé que se ha puesto roja como un tomate.
—Pero te han mirado, ¿a que sí? —le pregunto.
—Sí, algunos sí.
—¿Te ha gustado que te miraran?
Asomo la cabeza para ver su reacción. Carlota está en la litera de abajo. Se ha inclinado para preparar la ropa que se va a poner, y no puedo verle la cara, pero sí la mitad inferior de su cuerpo, cosa que prefiero, porque se le ha subido la toalla y me regala unas maravillas vistas de su culo.
—Te gusta ir provocando, ¿eh? —le digo.
Se ríe, una especie de jadeo sofocado.
—Quién iba a decir que eres tan pervertida…
Acaricio mi polla por encima del pantalón.
Saca el cuerpo de la litera, aparentemente ofendida. Pero tiene las mejillas sonrosadas y se le nota en la mirada que se ha excitado.
—Bonito culo, por cierto.
Tira del extremo de la toalla para bajársela un poco. Sin querer, deja al descubierto parte de la areola de uno de sus pechos.
—¿Me lo has visto? —pregunta medio alterada.
—Sí, así que no pasa nada si me lo quieres enseñar otra vez.
Se muerde el labio y mira al suelo, muerta de vergüenza.
—Guarro… —murmura.
—Tú sí que eres una guarra, que sales de la habitación medio en pelotas.
Veo que va a replicar cuando me adelanto:
—Pero no pasa nada, eh, me molan las tías guarras.
Se le escapa una risita excitada. Poniéndome de rodillas sobre el colchón, le muestro la tienda de campaña que ha levantado mi polla dura.
—Mira cómo me has puesto.
Baja todavía más la cabeza. Tiene la cara tan roja que parece que va a fundirse.
—¿Quieres vérmela? —le pregunto.
—Anda, estás fatal…
Se pone una mano en los ojos, y noto que mira de soslayo.
—Puedes tocarla, no muerde —la animo.
—Oye, para ya…
Habla sin ninguna convicción.
—Tú me la has puesto así.
—¿Yo? —se ríe sin creérselo.
—Joder, es que estás muy buena.
—¿Crees que estoy buena? —me pregunta en un hilo de voz.
—A ver, no es que lo crea, es que lo estás —afirmo.
—Buah… qué va…
—¿Por qué tengo la polla así entonces?
Se le escapa una mirada rápida al bulto de mis pantalones.
—Madre mía —jadea—, la tienes grande, eh.
Agarro mi polla para tensar la tela. Se dibuja hasta la forma de mi glande. Carlota hace esfuerzos sobrehumanos para no mirar de nuevo.
—Venga, que te la enseño si me dejas ver tus tetas.
—¿Para qué me quieres ver las tetas? —duda.
—Curiosidad —respondo.
—Solo son tetas…
—Polla por tetas. Sales ganando.
Por desgracia, se da cuenta de que le sobresale la areola. Se acomoda la toalla. Sigue con el dedo metido en el borde de arriba, se lo está pensando.
—¿Has visto alguna polla en persona? —le pregunto.
—Alguna…
—¿Alguna como esta? —La agarro bien por la base y hago que palpite.
Su risita agitada responde por ella: no.
—Seguro que tienes unas tetas preciosas.
Duda, mira hacia la puerta por encima del hombro.
—Aún no va a volver —la tranquilizo.
—¿Te las enseño, entonces…? —musita.
Abre la toalla poco a poco, llena de inseguridades, hasta dejar al descubierto unos pechos grandes, un poco caídos, pálidos y con pezones de color rosa salmón. Intento tocárselos inclinándome sobre la barandilla.
Da un paso hacia atrás a tiempo.
—¿Q…qué haces? —tartamudea.
—Cómo me pones…
—Te toca —se ríe nerviosa.
—¿Tantas ganas tienes de verme la polla?
—Bueno, ese era el trato…
Parece arrepentida, seguro que se siente como una puta fácil.
—Uf, no sé, ¿polla por tetas? Creo que no es un trato justo.
—Oye… no…
Sonríe hecha un lío. De repente se está tapando el escote, incluso.
—Hacemos esto: si me enseñas algo más, me saco la polla —negocio.
—¿Algo más?
—Sí, lo que tú quieras.
—¿La lengua? —bromea, con la cara encendida.
—Si sacas la lengua es para chupármela —le aseguro.
—Anda ya…
Aparta la mirada, no sabe ni dónde meterse.
—¿Te gustaría chupármela?
—Oye, para ya, ¿vale? —me suplica con una risita sofocada.
—¿Quieres que pare?
—Sí, ¿no? —duda—. A ver, va a volver Laura y…
—Vale, como quieras. Una lástima.
—¿Por qué?
Obviamente sabe por qué lo digo, solo quiere oírmelo decir.
—Porque me encantaría que me la chuparas.
—Qué loco… —suspira.
Se sienta en la litera. Pierdo de vista su cuerpo, solo veo sus piernas.
Hemos parado justo a tiempo. Laura entra en la habitación, vestida con pijama y con una toalla enrollada en la cabeza.
—¿Todavía no te has cambiado? —le reprocha a Carlota.
—Bueno, tampoco pasa nada —se defiende.
—¿Pero qué has estado haciendo?
Su tono, tan cargado de veneno, me hace pensar que no la soporta. Aunque es cierto que Carlota puede resultar un grano en el culo, por ingenua, por torpe y por disfuncional, como hemos visto desde que compartimos habitación en el hostel, no le veo el sentido a que la trate así, sobre todo porque he sido yo quien le ha hecho de canguro desde que llegamos.
—¿Vamos a salir esta noche? —intervengo.
—Paso, estoy hecha mierda —responde Laura.
—¿Tú quieres salir? —me pregunta Carlota.
Intuyo que no le importaría quedarse a solas conmigo. Pero también estoy cansado y ya se me ha bajado la erección, así que le respondo que no.
Pasamos las siguientes horas hablando de todo y de nada. Laura le hace preguntas comprometidas a Carlota. Sabe que no tiene ninguna experiencia sexual y quiere ridiculizarla. Participo echando leña al fuego:
—¿Cómo puede ser que tengas novio y seas virgen?
—Porque no somos novios, novios…
—¿Qué sois entonces?
—Amigos, más bien —responde tímida.
—¿Follamigos? Ah, no, porque no folláis —me río.
—Vamos despacio…
—¿Cuánto tiempo hace que estáis saliendo? —entono la última palabra con ironía. Carlota ha debido notar las comillas aunque no las viera.
—Cinco meses.
—¿Cinco meses y no habéis follado? —exclamo.
—Bueno… es que es complicado…
—¿Se la has chupado?
—Ala, tío…
Por cómo responde, sé que no.
—¿Te lo ha comido él? —continuo.
—Tampoco…
—Vas a flipar.
—¿Tan bueno es? —me lo pregunta de una forma que me parece adorable.
—Te lo demostraría yo, pero tienes novio.
—O sea, bueno, te he dicho que no es mi novio…
—Tío, si lleváis cinco meses y todavía no te ha follado es tu novio, y encima mormón —me burlo riendo—. Porque vamos, yo soy él y…
Oigo que se agita en las sábanas. Guarda silencio, expectante.
—Termina la frase —habla, al ver que yo no lo hago.
—Joder, qué morbosa eres.
—Ay, no, ¿pero qué ibas a decir?
—Laura, ¿a ti te parece normal que siga siendo virgen?
Pero no responde. De hecho, hace rato que no participa en la conversación. Puede que se haya quedado dormida, o que no le interese.
—¿Laura?
—¿Se ha quedado dormida? —pregunta Carlota.
—Pues… no sé, qué raro.
—Sí, ¿no? Si estaba despierta hace nada.
—Se está haciendo la dormida, seguro.
—¿Laura? —repite Carlota, un poco más alto.
—Cuenta un chiste, a ver si se ríe.
—Cuenta tú uno.
—Carlota tiene veintiocho años y sigue siendo virgen.
Soy cruel y práctico a partes iguales. Porque Laura se habría reído con eso, y no lo hace. Se hace un silencio absoluto. Carlota también se ha callado.
—Perdón si te he ofendido —me disculpo.
—Ah, no…
—¿Sabes? Me sorprende que seas virgen, estás buena y eres guapa.
Pasa unos segundos sin responder, sopesándolo.
—¿De verdad? —dice al fin.
—Si no confías en mí, confía en mi polla.
Vuelve el silencio. Se escucha cómo respira pesadamente.
—¿Quieres tocármela ahora? Te lo debo.
—Tío, estás loco… ¿Laura?
—Está dormida.
—¿Seguro? —Su voz tiembla.
—Se hubiera reído de que sigas siendo virgen —le recuerdo.
—Bueno, sí… ¿Tan gracioso es? —Suena preocupada.
—A mí me parece más preocupante que gracioso —respondo, en un tono más serio—. Porque vamos, está claro que no eres virgen porque tú quieras.
—Creo que es culpa de mis padres —confiesa.
—Justo te iba a decir lo mismo.
—¿De verdad?
—Sí, porque me da la impresión de que tienes padres sobreprotectores.
—Sí, un poco sí, me tienen entre algodones.
—Pues con veintiocho años ya va siendo hora de que te dejen volar, ¿no?
—Supongo que sí…
—Por culpa de ellos esta es la primera vez que sales del país, por culpa de ellos eres tan torpe socialmente, tan insegura… y tan virgen —añado.
—Bueno…
—¿Vas a negármelo?
—No, no… además, a mí me gusta la clase de chico que mi familia diría que no es bueno para mí… ¿sabes?
—Vaya con Carlota, y parecía una chica decente.
Se le escapa una risita avergonzada. Con la oscuridad debe de sentirse más segura, de lo contrario no la imagino abriéndose así.
—Supongo que tu amigo, novio o lo que sea no es esa clase de tío.
—Pues no —confirma.
—Por eso no has dejado que te folle, y el tío haciéndose ilusiones, pobre…
Suelta aire por la nariz, sintiéndose culpable por estar excitada.
—¿Te excita ser un poco cabrona?
—¿Soy mala persona? —pregunta de una forma que no descifro.
—Tú no controlas qué te excita y qué no.
—¿Por qué soy cabrona entonces?
—Porque tienes a ese tío esperando cinco meses sin nada, y a mí casi me la chupas aunque casi no me conoces —respondo cortante.
—Tío…
Jadea en vez de reírse.
—Como digo, no controlas qué te excita. Ahora, por ejemplo, estás excitada. Y antes, cuando me querías ver la polla, también.
—Tú qué sabrás…
Su voz es apenas un susurro.
—Se te nota. Por cómo hablas y por cómo respiras.
—Sí, claro…
—¿Vas a negármelo?
Guarda silencio, a lo mejor intentando controlar su respiración.
—¿De verdad se me nota? —contesta finalmente.
—Se te nota mucho.
—Vaya…
—Oye, ¿tú crees que soy la clase de tío que tus padres aprobarían?
Casi oigo cómo traga saliva. Debe estar meditando la respuesta.
—Pues no sé, ¿por? —dice con un hilo de voz.
—Porque tengo ganas de metértela.
II
—Oye, no —jadea.
Aún sin verla, sé que su lenguaje corporal grita “sí”.
—¿Quieres reservarte para tu follamigo? —bromeo.
—Tonto…
—¿Bajo y te follo?
—¿Te estás riendo de mí? —susurra nerviosa.
—Hablo en serio.
Me incorporo en la litera. Busco el travesaño superior con los pies.
—No bajes —responde, ahogando el grito.
—¿Vas a seguir con miedo toda tu vida?
Inspira profundamente.
—¿Sigues cachonda? —pregunto.
—No.
Su forma de decirlo, con una exhalación temblorosa, me hace saber que miente. Sigue igual de excitada, quizá incluso más.
—Carlota, te he dicho que se te nota —le recuerdo.
—En serio, ¿cómo lo sabes?
Puedo leerle la sonrisa en la voz.
—¿Sabes cuál es tu problema, Carlota? —le digo, tan serio como puedo—. Que eres una cobarde. Tu cuerpo te está pidiendo esto y tu mente lo contrario, vale, lo entiendo. Has estado bajo el yugo de tus padres, es la primera vez que viajas, no has tenido novio, puede que ni hayas dado tu primer beso, no has vivido una mierda y de repente… esto. Pero si no te dejas llevar, si no te quitas la espinilla de una vez, te arrepentirás. —Hago una pausa para que pueda responder, pero está muy callada, atenta, y eso le da un dramatismo involuntario a mi discurso—. Te pasarás años fantaseando sobre lo que podría haber pasado. Cuando por fin tengas novio, si es que llegas a tenerlo, te lo follarás pensando en cómo habría sido follar conmigo, ahora, con Laura en la litera de al lado, y te correrás pensando en esto, no en él.
Se mueve en las sábanas, no responde. Puede que se esté masturbando.
—Dime la verdad, ¿estás cachonda?
Respira como si no pudiera contestarme.
Apoyo un pie en la escalera. Busco a tientas el travesaño siguiente, y me dejo caer de un salto porque no lo encuentro. Hay tanto silencio que da el efecto de que toda la habitación tiembla por mi peso.
—¿Qué haces...? —jadea sorprendida.
—Calla, ven.
Guío su mano hasta mi polla dura. Se le traban las palabras en cuanto la encuentra. Respira profundamente, casi hipnotizada.
—Es suave…
Su voz está llena de admiración y sorpresa. Acaricio su cabeza con más condescendencia que cariño. Dejo que sopese mi polla. Por cómo me la agarra, sé que no ha tocado ninguna antes.
—¿Te gusta? —pregunto.
—Uf, no sé, supongo.
Pero me la suelta y respira nerviosa, una especie de risita culpable.
—Venga, ya está, termina tú solo —me pide.
—¿Termino en tu cara o en tu boca? —pregunto con malicia.
—Tío, no —me suplica tímida—, venga, ya está. Vuelve a tu cama.
—Hazte a un lado.
—¿Pero qué haces…?
He clavado una rodilla en el colchón e intento ganar terreno. Carlota me empuja para que no me meta bajo las sábanas. Medio riendo, consigo que poco a poco me haga sitio y me tumbo junto a ella. Se ríe incómoda, enfadada con la situación, conmigo o consigo misma, no lo sé.
—Bueno, pues ya está, a dormir —decide, en un tono que no me puedo tomar en serio.
—Claro, para eso he bajado.
Resopla para ahogar su frustración y se acurruca de cara a la pared. Apenas cabemos en la litera y me tengo que pegar a su espalda. Se revuelve al sentir mi erección contra su culo. Pone un brazo entre nosotros. Por un segundo, creo que intenta apartarme. Pero deja la mano ahí y mueve los dedos disimuladamente, acariciando mi polla por encima del pijama.
—¿Quieres volver a tocármela? —murmuro.
Se queda quieta. Huele bien, tiene el cabello rubio revuelto encima de la almohada y su nuca desnuda me tienta a darle un mordisco. Tengo ganas de agarrarla por un hombro, metérsela así, de lado, y follármela duro mientras le doy chupetones en el cuello.
—Venga, sin miedo, tócamela —la animo.
Tiro de la goma del pantalón para que pueda meter la mano dentro.
—Vamos a dormir —se queja.
Pega el brazo a su espalda y esta vez sí que parece que lo hace para que no le clave el bulto contra el culo. Se lo acerco de todos modos, a ver si se anima a seguir acariciándomelo por encima de la tela. Separa un poco los dedos, mi tronco encaja en la palma de su mano, y me lo rodea.
Intuyo que quiere pajearme pero no se atreve.
Dejo que se acostumbre a esa sensación con la esperanza de que pierda el miedo. Sigue palpándomela tímidamente mientras le acaricio el costado, y lo hago de modo que le subo la camiseta hasta las costillas. Se está relajando, lo sé por cómo respira. Parece sedada. Deslizo la mano con suavidad, casi sin tocarla, por su vientre. Se tensa y me suelta la polla.
—¿Tienes inseguridad con tu barriga? —pregunto divertido.
—Bueno, sí, un poco.
Carlota no está gorda, solo le sobran unos pocos kilos. Pero al tumbarse de lado se le hace algo de tripita, nada fuera de lo normal. Se la pellizco y me acerco más a ella.
—Tranquila, a mí me pones así —le murmuro.
Jadea más relajada, y aprovecho la ocasión para seguir pellizcando más arriba, acercándome al pecho. Se lo agarro como quien no quiere la cosa, sin darle importancia. Carlota tampoco se la da, al menos no verbalmente. Se queda callada y respira como si se estuviera mordiendo el labio.
—Se te están poniendo duros los pezones.
—Cállate…
—¿O qué?
—O te vas a enterar —me amenaza sin fuerzas.
Se los aprieto para recordarle quién manda. Gime y me da un pequeño codazo, nada que me quite las ganas de seguir torturándola. Tiene unos pechos enormes y carnosos, moldeables. Se los estrujo a manos llenas.
—Tío, no tan fuerte… —me pide.
—¿O qué? —repito.
—O chillaré para despertar a Laura.
Su advertencia, entonada con tanta inseguridad, solo consigue hacerme reír.
—Ya, claro.
—Pues sí —me asegura débilmente.
—¿Prefieres que sea suave?
—Bueno, no sé —duda—. O sea, es tarde. ¿Dormimos?
Suena tan insegura que dudo de qué es lo que realmente quiere.
—Estás de coña, ¿no? —le suelto.
Deja de acariciarme la erección, retira la mano.
—A ver, es que aquí, ahora, no sé, no es un buen sitio, ¿no?
—Como quieras.
Salgo de la cama y me quedo de pie entre su litera y la de Laura. Carlota se gira para mirarme. Aunque no le veo bien la cara, sé que está sorprendida.
—¿Te vas? —pregunta.
—Pues claro.
—¿Pero te has enfadado?
—Sí, pero no por lo que tú te piensas —le respondo—, lo que me cabrea es que ni ahora sabes lo que quieres. Tienes ganas de que te follen, pero estás tan reprimida que no te atreves a una mierda y esperas que sean otros los que tomen la iniciativa. —Carlota sigue mirándome. Distingo su cara pálida por el contraste con la oscuridad—. Antes se lo he dicho a Laura. Vas provocando como si buscaras que te violen, coño.
—¿Que me violen? —repite, aturdida—. Anda ya.
—Joder, no sé si eres tonta o si te lo haces.
—Tampoco hace falta que insultes, eh.
Hasta cuando se ofende lo hace con tan poca sangre que me saca de mis casillas. Parece que está muerta por dentro. De pronto me doy cuenta de que no me atrae, solo quiero desquitarme con ella, es lo justo por haber tenido que soportarla desde que llegamos al hostel .
—¿Sabes qué? A la mierda. Buena suerte con tu novio. —Estoy comenzando a subir a mi litera cuando oigo que Carlota se incorpora—. ¿Qué quieres ahora?
—No, nada…
Pero se ha sentado y me mira como si quisiera disculparse.
—Si tienes que decir algo, dilo —insisto.
—Da igual.
—Dilo de una puta vez —gruño en voz baja.
—Bueno, no sé, da igual, ¿vale?
Resoplo, harto de su indecisión, y subo un travesaño más.
—Vale, sí, es verdad —admite—. O sea…
—¿Sigues con ganas?
—No sé. ¿Tú? —murmura.
—Depende de si tú tienes ganas.
—¿Pero no decías que se me notaba? —me recrimina, irónica.
—Se te nota.
Se ríe por la nariz, sigue mirándome, seguro que a la espera de que sea yo quien dé el primer paso. Odio tener que hacerlo todo y al mismo tiempo me digo que Carlota es la clase de chica que se deja hacer de todo. He dejado la escalera y me acerco a su cama. Carlota acepta la mano que le tiendo.
Se arrastra hasta el filo de la litera.
—¿Se me nota? —repite insegura.
—Como a una perra en celo.
Hundo mis dedos en su cuero cabelludo, los deslizo hasta su nuca y la atraigo hacia mí, invitándola a chuparme la polla. De un tirón hago que Carlota se incorpore sobre los codos. Parece que no se lo esperaba así. Tiene tan poca experiencia, tanto desconocimiento, que mi glande roza sus dientes.
—Abre la boca —le ordeno.
Presiono con las caderas. Sus labios son un muro, no los separa.
—Vamos, no te hagas la digna ahora.
—No, chupártela no —susurra.
—Pues hazme una paja.
Comienza a mover torpemente la mano adelante y atrás. Tiene la respiración acelerada, me echa el aliento en la punta de la polla. Se la aproximo poco a poco, a ver si cede. Pero se niega a cruzar esa frontera.
Acaricio su mejilla, su cuello, su hombro, que se mueve. Se ha tumbado boca arriba, acomodándose, y sigo el recorrido de su brazo. Sé lo que está haciendo. Carlota sabe que lo sé, y aun así no impide que mi mano se deslice por encima de la suya, entre los muslos. La aparta para dejarme hacer. Su coño desprende un calor y una humedad increíble.
Para mi sorpresa, lo tiene depilado. Separa las piernas, levanta las caderas y se baja los pantalones con la mano libre, impaciente. Acerco los dedos con una lentitud calculada. Busco que muestre su faceta de putita hambrienta.
—Sigue pajeándome… —gruño.
Pero no se concentra. Jadea y se contrae nada más sentir el contacto de mis dedos en sus pliegues. Aunque está mojada, todavía es pronto para metérselos. Subo hasta su clítoris y lo presiono. Ahoga un gemido.
Vuelvo a bajar, despacio, hasta la entrada a su coño. Apoyo contra ella la yema de mi dedo. Solo tanteo, quiero ver si me lo suplica.
Agarra mi polla con demasiada fuerza, no mueve la mano.
—Métemelos —me pide.
Con eso me conformo. No es necesario que se humille, de momento.
Introduzco un dedo y lo doblo hacia arriba. Tardo apenas un segundo en encontrar la rugosidad del punto G. Palpo con cuidado, y poco a poco lo hago más fuerte, lo muevo y lo retuerzo explorando sus límites.
Carlota arquea la espalda, levanta las caderas apretando los dientes. Disfruta, no le duele. Acelero metiéndole otro dedo, y otro más. Pienso en cuántas veces se masturbará al día y en qué fantasea.
Ha soltado mi polla, se araña las tetas.
Atrapo su cabeza por el pelo. Sin mediar palabra, abre la boca y se traga mi polla hasta la mitad. Hago todo el trabajo, me follo su cara y la masturbo al mismo tiempo. Carlota solo se deja hacer, como una muñeca. Se ahoga, noto que le falta el aire y no solo no me detengo, sino que intento metérsela hasta la garganta. Babea por las comisuras de los labios.
Se la saco para que pueda responder a mi pregunta:
—¿Tantas ganas tenías de esto, puta?
Respira agitada, como si la hubiera rescatado de alta mar.
—¿Te gusta o no? —insisto, retorciéndole los dedos dentro del coño.
Pero solo gime. Intento seguir torturándola mientras se echa hacia atrás para apoyar la espalda contra almohada. Adelanta las caderas, aplasta su coño contra mi puño y se frota con rabia, al límite del orgasmo.
—¿Crees que voy a dejar que termines así, zorra?
Saco los dedos y ella gruñe, frustrada.
—Oye, no, por favor… —logra decir.
—Te va a gustar más esto.
Subo a la litera, pongo mis rodillas entre sus piernas, la obligo a abrirlas y le restriego la polla contra el coño.
—¿Qué haces? —se exalta.
—Voy a metértela.
Se mueve, no sé si para apartarse o para facilitar la penetración.
Oigo la litera de Laura. Aunque está a oscuras, veo que se ha puesto de lado, de cara a nosotros. Pero su rostro es un borrón en la oscuridad y me resulta imposible saber si tiene los ojos abiertos o cerrados, así que me quedo quieto y afino el oído para analizar la forma en que respira.
—¿Qué pasa? —se preocupa Carlota.
—Calla —le ordeno.
Hay tanto silencio que puedo oír la sangre siseando en mi cabeza. Tengo la polla contra sus pliegues y me costaría horrores detenerme ahora.
—Joder… ¿no está dormida?
—Cállate —repito en un susurro.
—¿Laura?
—Vas a despertarla, coño.
—Oye, así no. Vete —me pide.
—Venga ya, si está dormida.
—¿Seguro?
—Que sí, joder.
Deslizo mi polla arriba y abajo, desde su entrada hasta su clítoris. Carlota exhala como si se le escapara el alma por la boca. Aprovecho el momento para metérsela de golpe hasta la mitad. Acomodo las caderas y vuelvo a empujar, y otra vez, hasta que entra por completo. Dejo que descanse unos segundos.
—¿Ves? Ya está, tu primera polla.
—No está mal —admite riendo sin aire.
—Para ser virgen no ha costado tanto.
Comienzo a moverme suavemente.
—¿Te masturbas mucho o qué? —pregunto a medida que acelero.
—Bastante…
—Seguro que te has metido de todo. ¿A que sí, putita?
Tiene el cuerpo tan blanco que puedo ver a la perfección cómo se le mueven las tetas en la oscuridad. Se la estoy metiendo con fuerza, hasta el fondo, mientras la sujeto por las caderas. Respira agitada pero no gime. Se está conteniendo. Contengo las ganas de meterle una bofetada en uno de esos pechos gordos y flácidos, ver cómo rebota, arrancarle un grito.
—Joder, tu primera vez y no veas cómo disfrutas, zorra…
Se tensa con los insultos, es una masoquista. Deslizo una de mis manos por su vientre hasta la base de su cuello. Se contrae a medida que la asfixio.
—¿Te gustan los insultos, puta? —gruño tan bajo como puedo.
Pongo mi mano en su cara y apoyo buena parte de mi peso en ella. Abre la boca, busca mi dedo. Dejo que me lo muerda, y empujo hasta el fondo.
Tiene el coño encharcado.
—Responde, puta. ¿Te gustan los insultos? —Detengo mis embestidas.
Saco el dedo de su boca. Sé que le he cortado el rollo y me da igual. Si follamos, será como yo quiera. Tengo ganas de vengarme.
—¿Vas a parar? —pregunta, entre agitada y preocupada.
—Depende.
—Ay, no sé…
—¿Paro?
—No, no, a ver. ¿Qué quieres? —se arrastra.
—Que digas lo que eres.
—¿Cómo? ¿Una puta? —se ríe nerviosa.
—Dilo. Di que eres una puta.
—Pues sí, lo soy. —Se le escapa el aire. Pretende reírse pero la excitación la delata—. ¿Contento?
—Dilo bien. Di que eres una puta —gruño, iniciando un ligero vaivén con mis caderas—. Dilo y te follo.
—Soy una puta.
—¿Y qué quieres?
—Que me folles —le cambia la voz a medida que acelero.
—¿Quieres que te folle como a una puta?
—Sí… —jadea sin aliento.
Cambio un poco de posición, apoyo mi peso sobre mis talones y empujo cada vez más fuerte y más rápido, hacia arriba. Sé que le estoy dando en el punto G por cómo se contrae, incapaz de contener unos débiles gemidos.
Suelto sus caderas para agarrarla de los pechos. Se los amaso apoyando mi peso en ellos, se los estrujo hasta que se queja. Gime como si le doliera y le gustara al mismo tiempo. Dejo una mano sobre su pecho y llevo la otra a su cuello, aplastándoselo contra la almohada. Aprieto cada vez más fuerte, dejándola sin aire. Incluso en la oscuridad veo cómo boquea.
—Para, para… —me suplica casi sin voz.
Pero noto que se contrae y no la suelto. Carlota me agarra por las muñecas. Se retuerce, siento cómo le late el coño mientras me clava las uñas.
—Para —jadea medio asfixiada.
—¿Dónde quieres que me corra? —gruño, aflojando.
—Afuera…
—¿Dónde, puta?
Solo gime y jadea. Se aprieta las tetas una contra la otra.
—Voy a correrme en tu cara —le informo, dominante.
Saco la polla rápidamente y me bajo de la litera, me sitúo junto a ella y la agarro por el pelo. Carlota se resiste, intenta apartarse, cierra la boca.
—Para —me suplica.
—Joder, a ver cuándo te dejas llevar de una puta vez.
—Te puedes correr en mis tetas…
—Qué remedio.
Acelero la paja apuntando a sus pechos. Carlota se ha sentado en el borde del colchón y se deja mimar con los ojos clavados en mi polla.
—Puedes chuparla, si quieres —la animo, acariciándole la cabeza.
—Pero no te corras en mi boca —me advierte.
—Te lo prometo.
Se la pongo a unos centímetros de su lengua. Carlota me la lame, permite que use su boca, la penetro un poco y sigo masturbándome mientras la deja abierta. Parece una invitación a que lo eche todo dentro.
—¿Acaso quieres que me corra en tu boca? —pregunto.
—Te he dicho que no… —responde.
—¿Para qué la abres entonces?
—Para chupártela —duda, con voz temblorosa por su respiración—. ¿O no quieres?
—Claro que quiero, me encanta —le aseguro, metiéndosela—. ¿Sabías que eres la clase de tía que está más guapa cuando la chupa?
Suelta aire por la nariz y se esmera en hacerlo lo mejor que puede. Acompaño el movimiento de su cabeza con mi mano. Aunque es muy torpe, me da morbo ser el primero a quien le hace una mamada, incluso antes que a su novio.
—¿Qué pensaría tu novio si te viera así? —me rio.
Pero no responde, solo me la chupa con más ganas.
—¿Crees que se enfadaría? —insisto.
—Supongo…
—¿Te pone cachonda la idea?
—Anda ya…
—Te he dicho que se te nota —le recuerdo.
—¿Pero en qué se me nota? —exclama con la voz ahogada.
—¿Ves? Acabas de admitirlo. —Introduzco la polla en su boca de nuevo y la empujo hasta el fondo, sujetándole la cabeza—. ¿Te gusta así, puta?
Por supuesto, es imposible que me responda. Se la mantengo dentro hasta que se ahoga. Después de unos segundos, que seguro que se le hacen eternos, se la saco. Carlota exhala sin aliento, tose. Hay un hilo de baba que conecta su labio con la punta de mi polla. Se la restriego por la mejilla.
—¿Qué haces? —se queja.
—Admite que te ha puesto cachonda.
Pero niega con la cabeza, avergonzada. Se le escapa un suspiro y se limpia la cara mientras espera mi corrida. Sabe dónde estoy apuntando.
—¿Quieres que me corra? —gruño.
—Hazlo de una vez.
—¿Dónde?
—Tú hazlo y ya. —Se ríe y jadea.
—¿Tu novio sabe que eres así de puta? —pregunto, machacándome la polla con un puño y acercándosela a la cara.
Carlota, que había abierto la boca involuntariamente, la cierra.
—¿Te gustaría que lo supiera? —insisto.
—No sé…
—Qué zorra eres. ¿Cómo te puede poner tan cachonda esto?
—Cállate y termina ya, anda…
—Terminaré mientras lo grabo —digo, deteniéndome.
—¿Cómo?
—Pásame tu móvil, lo grabo y se lo mandas a tu novio.
—Anda, no. ¿Qué dices? —murmura.
—Así sabrá cómo eres realmente.
—Ay, no… —su voz sufre, cada vez más débil.
Disfruto viendo cómo cede poco a poco, lo manipulable que es. Carlota tiene tan poca personalidad que en el sexo es como una muñeca capaz de acceder a cualquier cosa. Sé que si la presiono puedo conseguirlo.
Paro de pajearme, le aparto la polla de la boca.
—¿Hablas en serio? —gimotea.
—Pásame tu móvil —le ordeno.
—No, por favor, eso no.
—¿Por qué no? Tendría que darte igual, no te lo vas a follar.
—Aun así…
—O lo grabo o se acabó —me impongo.
Carlota agarra mi polla, tan dura que parece que va a explotar, y me masturba un poco, dubitativa. Acerca la boca y me lame la punta como si fuera un helado. Pobre, casi siento un poco de lástima por ella.
—Vale, córrete en mi boca —accede con un hilo de voz—, pero lo otro… no sé…
—Antes te he dicho que quería correrme en tu cara, no en tu boca.
—¿En mi cara?
—Sí, te la quiero llenar de corrida.
—Bueno…
—Te la lleno de corrida y te hago unas fotos —negocio.
—¿Ahora quieres fotos? —se ríe nerviosa, agitada y también cachonda.
—Solo para mí —le aseguro, azotándole con la polla en la comisura de los labios—. Bueno, te las mando a ti también. Tú verás si se las envías a tu novio.
—Bueno…
Busca mi polla para seguir chupándomela, ciega, frustrada y odiándose a sí misma. Hace rato que oigo cómo se masturba violentamente, lo húmeda que está. Se la empujo más adentro. Tose con mi rabo hinchándole los carrillos.
—Pásame el móvil —le ordeno, dándole un tirón de cabello para apartarla.
Resopla mascullando quejas. Pero acata, y eso es lo que importa.
Palpa debajo de la almohada. Ha dejado de meterse los dedos, pero sigo oyéndola. Contengo la respiración. Sí, la oigo.
Carlota me tiende el teléfono.
—¿Va en serio? —alucino riéndome—. ¿Ibas a dejar que te tomara fotos con la cara llena de corrida? —exclamo, ya sin controlar el tono de mi voz.
—Bueno, sí, no sé. Pero si solo es para ti, ¿no? —duda, miedosa.
—¿Y tú te fías? Coño, no sé si eres ingenua o gilipollas a secas.
Se encoge, diminuta, y me mira como si yo fuera un monstruo.
—Tía, pecas de inocente —le digo.
—Oye, ya no quiero seguir.
—Por mí perfecto —le digo, riéndome—. Eres una puta inútil, no tienes ni idea de cómo chuparla. Solo sirves para que te follen, y ni eso, porque te quedas quieta como una puta estrella de mar.
—Bueno, perdón…
—¿Te insulto y te disculpas?
—Bueno, no sé… ¿Qué quieres que te diga si no sé chuparla? —se queja a punto de llorar.
—Joder, si es que la culpa es mía, tendría que haber imaginado que serías un muermo. Seguro que Laura la chupa mucho mejor que tú. —Vuelvo a agarrarla del pelo, zarandeándola, y Carlota abre la boca automáticamente, como si tuviera la intención de chupármela—. ¿Qué haces, puta? ¿Quieres seguir?
Carlota gatea acortando la distancia que la separa de su objetivo, y se la introduce de nuevo en la boca, lamiéndola con ansia, desesperadamente. Parece que quiere compensar su falta de experiencia poniéndole ganas. Pero sigue sin saber hacerlo.
—Te he dicho que no —la regaño.
Toda la situación recuerda a un amo castigando a su perra.
—Pareces una perra en celo —le digo.
—Perdón…
—Tranquila, me encantan las perras que no se respetan. —Acaricio su cabeza, cariñoso—. Pero me apetece una buena mamada y tú no puedes dármela.
Carlota solloza a cuatro patas, con la cara aún muy cerca. Le pongo un mechón detrás de la oreja y le doy un beso en la frente.
—Seguro que Laura la chupa mejor —le digo, a modo de despedida.
Doy media vuelta. Laura está tumbada de lado, de cara hacia nosotros, y respira acompasada. Da la sensación de que duerme muy profundamente.
Subo una rodilla a su litera.
—¿Qué haces? —me advierte Carlota a mis espaldas.
—¿Tienes celos? —le digo, riéndome.
Acerco la polla a los labios entreabiertos de Laura. Presiono con el glande en su labio inferior y lo doblo hacia abajo. Después hago lo propio con el superior. Poco a poco me abro espacio entre ambos.
Siento el calor y la humedad de su boca. Ha estado salivando. Pero continúa durmiendo, por lo menos lo parece. Los ojos se me han acostumbrado a la oscuridad y veo que ella los tiene cerrados.
—Incluso dormida la chupa mejor que tú —le digo a Carlota.
—Pues vale…
—Se nota que tiene práctica, la muy zorra abre la boca inconscientemente.
La tiene lo bastante abierta como para que pueda penetrársela. A medida que me voy moviendo, con ritmo pero con cuidado para no despertarla, ella comienza a respirar diferente. Inspira y expira como si de algún modo supiera lo que está pasando.
—Laura, o estás despierta o has chupado demasiadas pollas.
Ignora lo que le digo, por supuesto.
—Carlota, pásame el móvil —le ordeno.
—¿Qué vas a hacer?
—Un vídeo.
Aunque se muestra disconforme, me lo tiende en seguida y al cabo de unos segundos, antes siquiera de que empiece a grabar, se acerca para verlo.
—Conmigo eras más duro —se queja con una sonrisa traviesa.
Intuyo que quiere venganza, necesita que otra sufra lo mismo que ella, y mejor si es Laura, que la ha ninguneado desde que llegamos al hostel.
—Dame tiempo, no quiero que se despierte aún —le explico.
Pongo el móvil en posición horizontal, a suficiente altura para captar bien la cara de Laura y mi polla entera, que desaparece hasta la mitad a medida que se la meto en la boca. Como sospechaba, antes de que empiece a grabar Laura se tapa con una mano. De repente se aparta, sobresaltada y cabreadísima.
Demasiado cabreada para haber estado haciéndose la dormida.
—¿Qué haces? —me grita histérica.
—Lo que tú querías que hiciera.
—¡¿Tú estás loco, puto enfermo?!
Intenta salir de la cama. Pero consigo atraparla por un brazo y la lanzo de nuevo sobre el colchón. La agarro por el pelo para que me mire.
—¿Te haces la dormida y ahora vas de víctima?
—Tú flipas, tío —se ríe, ansiosa—. ¿Y tú qué? —le grita a Carlota.
—A ella la dejas en paz —le advierto, tensando mis nudillos contra su cráneo a medida que le retuerzo el cabello—. Tú tampoco la has ayudado, solo te has hecho la dormida. Sé que nos espiabas tocándote.
—¿Pero qué coño dices?
Sin mediar palabra, le meto la mano en los pantalones de pijama y me encuentro con que está tan mojada que hasta se le nota en el vello, lo que me confirma que a quien había oído masturbándose era a ella.
—¿Tienes algo que decir a esto? —me rio, hurgando entre sus muslos.
—Suéltame. —Se retuerce en vano.
—¿Vas de digna después de que te follara la boca?
—Que me sueltes —repite.
—Oye, déjala ya… —tercia Carlota, pellizcándome la manga.
—Te pasas de buena —le digo—. ¿Vas a defenderla después de que siempre te trate como una mierda? Tendrías que ser más cabrona, como ella, que ha visto lo mal que te lo he hecho pasar y no ha hecho nada por ayudarte.
Carlota se aparta un poco, soltándome el brazo.
—Laura, eres una hija de puta, ¿lo sabías? —Zarandeo su cabeza afirmativamente—. ¿Te has metido los dedos viendo cómo me follaba a Carlota? Te ponía ver cómo la maltrataba, ¿eh? —Vuelvo a sacudirla—. Ahora te toca a ti.
—Voy a chillar —me amenaza.
—¿Cómo vas a chillar con mi polla en la boca?
III
—Abre la boca —le ordeno.
Se la empujo contra los labios. Cede a los pocos intentos, tan pronto que cuesta creer que sigue molesta. Tiene la mandíbula casi desencajada y traga lentamente, aceptando cada centímetro que le empujo garganta abajo. Se le nota la práctica, estoy seguro que se ha comido pollas más grandes que la mía.
Quiero que lo pase mal y ver su cara al atragantarse.
—Carlota, enciende la luz.
Laura aprieta los párpados, tiene el ceño fruncido y me pide que me detenga haciendo ruido, como si estuviera amordazada. Pone las manos en mis muslos, empujándome. Pero no puede conmigo. Al cabo de unos segundos comienzan las arcadas. Resopla con la cara encendida. Nunca antes he visto a una chica tan morena ponerse así de roja.
—¿Qué pasa? —me río—. ¿Ya no puedes más?
Termino el recorrido metiéndosela hasta la base, con mis huevos contra su barbilla. Gruñe, patalea y me da palmadas. Sufre, suplica, se rinde. Se la saco rodeada de babas densas. Pega una bocanada de aire, tose. Antes de que pueda recriminarme lo que he hecho, vuelvo a metérsela.
Ahora la muevo, me follo su cráneo.
Carlota disfruta de la escena, se ha sentado en su litera y observa embobada. Se ha tapado con la sábana para que no veamos cómo se masturba. Pero es obvio que lo está haciendo por la forma en que mueve el brazo. Se detiene en cuanto descubre que me he dado cuenta.
—Ven —le digo, deshaciéndome de la boca de Laura.
Acude como una perra adiestrada. Pero es tan insegura y tiene tan poca iniciativa que se queda ahí, esperando que le diga lo que tiene que hacer.
—¿A qué esperas? —le digo—. Chúpamela tú también.
—¿Te la tenemos que chupar las dos? —se ríe nerviosa.
—Creo que prefiero tu boca. Ven, quiero comprobarlo.
Agarro a Carlota del codo y tiro de ella. Se apoya en la litera, doblándose hacia adelante por encima de Laura, quien, por la forma en que la he inmovilizado, con mis rodillas a ambos lados de su cuerpo, no puede evitar que los enormes pechos de Carlota le cuelguen sobre la cara. Carlota comienza a mamármela y le levanto la camiseta, enrollándosela detrás del cuello.
—Cómele las tetas —le digo a Laura.
Pongo una mano en la espalda de Carlota para que la arquee, corrigiendo su posición de modo que pueda seguir chupándomela mientras la otra le lame los pezones. Porque sí, lo hace, y sin rechistar, probablemente porque sabe que la otra opción es que vuelva a metérsela hasta la tráquea.
Carlota jadea, entregada a los mordiscos y chupetones de Laura, que estira el cuello, afanosa. Verlas una sobre la otra es un espectáculo curioso. Son como la noche y el día. Ante la palidez blanda de Carlota, Laura destaca por morena y delgada. Tiene los pechos pequeños, puntiagudos, de pezones marrones. Parecen más oscuros porque los de Carlota son rosados. También me fijo en cómo contrasta el color de su cabello, rubio y liso el de una, negro y ensortijado el de la otra. Carlota tiene una cara redondita de niña mientras que Laura, que es menor que ella, la tiene afilada, de rasgos más maduros.
Tengo que ver si también son distintos sus coños.
Me quito de encima de Laura para situarme entre sus piernas. Carlota me mira de una forma extraña, como si supiera lo que voy a hacer y eso la excitara y la pusiera celosa al mismo tiempo. Deslizo mi mano por su muslo, cada vez más cerca de su coño. Siento lo caliente que está incluso a través de la tela. Presiono hacia arriba, a lo que responde frotándose contra mis dedos.
—Quítate eso —le digo, bajándole un poco los pantalones.
Acaba de hacerlo ella sola, con prisas, impaciente. Hago que se sitúe de modo que pueda masturbarla mientras procedo a penetrar a Laura, quien también colabora quitándose el pijama y las bragas.
Sabía que no lo tenía depilado. Pero no imaginaba encontrarlo así, bajo una mata densa de vello rizado y áspero. Tiro del vello hacia arriba con una mano para verle la entrada, de labios oscuros y arrugados.
—A ver si te arreglas el coño, sucia puta —le digo, hundiendo el glande sin ningún esfuerzo, por lo mojada que está—. Tenías ganas de polla, ¿eh?
—Más ganas tienes tú de metérmela —replica, a pesar de todo.
—Solo para ver la cara de mierda que pones cuando te corras. —Paso una mano por su bajo vientre, donde se intuye una línea finísima de vello que nace en su pubis y desaparece a medida que se acerca a su ombligo—. Debería darte vergüenza que una virgen lo tenga más arreglado que tú.
Hundo el pulgar en la mata de rizos y busco su clítoris, oculto también por los labios carnosos. Vuelvo a tensarlo tirando hacia arriba, despejándolo, y asoma hinchado, brillante, entre los pliegues del capuchón. Acaricio suavemente, más concentrado en estimularla por fuera que por dentro.
Laura dibuja círculos contrarios al movimiento de mi dedo, forzándose el orgasmo. Siento todas las paredes de su coño latiéndome en la polla.
—¿Intentas correrte? —pregunto con malicia.
Comienzo a moverme, lo que la desconcentra. Jadea, irritada. Pero no se queja. Acepta mis embestidas conteniendo los gemidos.
—Vamos, quiero oírte, puta.
Se la meto hasta el fondo, rápido y duro, tan duro como puedo. Ahora, por fin, consigo que gima y se revuelva. Dobla el cuello, se sacude el cabello de la cara, evita las tetas de Carlota, que aún cuelgan frente a ella. Carlota ya no recibe atenciones de nadie, ni Laura le chupa los pechos ni yo la masturbo, así que lo hace ella sola. Se introduce dos dedos, a horcajadas.
—¿Tú también piensas que tu coño es más bonito? —le pregunto.
—¿Cómo…? —Carlota deja de mover los dedos, me mira y después baja la vista al arbusto negro de Laura—. Ah, no sé. Pero te da igual, ¿no? Te la estás follando igual…
—A mí me gusta más tu coño —le digo.
—Gracias —murmura, orgullosa y tímida, como si nunca hubiera recibido un halago antes.
—¿Crees que su coño da asco?
Siento que Laura se contrae como respuesta. Pero guarda silencio.
—¿Asco? —duda Carlota, riéndose, meditándolo—. Bueno, no sé, ¿tú?
—A mí me da asco. Pero a Laura le pone cachonda eso, ¿verdad?
Obviamente no responde. Intenta mostrarse ofendida, no le sale.
—Tu coñito virgen es mucho mejor —le digo a Carlota, sin dejar de moverme dentro de Laura—. Tú me aprietas más y estás calentita. Pero tengo que castigar a esta zorra. Después te follo a ti, ¿vale? —Acaricio su mejilla poniéndole el dedo cerca de la boca. Carlota me mira fijamente mientras se masturba con rabia, tan rápido que se palmea en la entrepierna—. Cómo me pones, puta…
Ahora es Laura quien pasa a segundo plano, reducida a objeto sexual.
Oigo cómo jadea bajo nosotros, excitadísima. Atraigo a Carlota hacia mí y me agarro a ella mientras me follo a Laura. Gano recorrido con cada embestida. Saco la polla casi por completo y se la meto hasta la base, una y otra vez, martilleándole las entrañas.
—Vaya puta de mierda… —gruño, sin voz por el esfuerzo.
Carlota está al borde del orgasmo, mueve los dedos violentamente, frotándose a unos centímetros de la cara de Laura.
—Puta zorra… —exhalo, a punto de correrme.
Agarro a Carlota por el pelo, rabioso, imprimiendo el odio que le tengo a ella en el cuerpo de la otra, que para mí no es más que un coño.
Saco la polla cuando aún estoy a tiempo.
—¡¡Joder!! —grita Laura, frustradísima.
Le doy una bofetada a Carlota porque no se la puedo dar a Laura.
—¿Quieres que te folle? —le pregunto.
Carlota se acaricia la mejilla y afirma con la cabeza, tiene la cara encendida y el cabello revuelto.
—Buena puta —susurro, acercando mi dedo a sus labios.
Boquea como si no pudiera pensar claramente.
—Primero termina lo que has empezado —me exige Laura, frotándose el clítoris con tanta fuerza que el vello le crepita bajo la mano.
—¿Cómo se pide? —me burlo.
—Fóllame de una puta vez.
—¿Cómo se pide? —repito, dirigiéndome ahora a Carlota.
—Por favor…
—Podrías aprender de ella —le digo a Laura.
—Tío, no seas tan capullo.
—Pídemelo en condiciones.
Se le aguan los ojos y suelta un suspiro que pretende sonar a cabreo.
—Por favor, fóllame —suplica con la voz temblorosa.
—¿Tú qué opinas? —le pregunto a Carlota.
—Vale, pero después a mí.
—¿No prefieres que te folle antes?
Agacha la mirada a mi polla, dura y venosa, muy hinchada.
—Bueno, sí, pero…
—Pues te follo a ti —resuelvo.
—Qué hijo de puta…, te lo he pedido por favor —gimotea Laura, buscando mi polla a tientas para apuntarla hacia su entrada.
—Tía, ¿dónde queda tu orgullo? —digo, tan humillante como puedo.
Permito que me guíe y empujo, metiéndole la punta.
—Voy a follarte. —Laura jadea complacida al oírlo—. Pero tienes que comerle el coño a Carlota.
Solo se ríe, como si creyera que bromeo.
—Carlota, pónselo en la boca, y si no te lo come te frotas.
—Al igual se lo como yo a esta —exclama Laura, ofensiva.
—Carlota, hazlo —le ordeno.
—Pero si no quiere…
—Tampoco quería mi polla y mírala ahora —le replico.
—Ya, pero…
—Tú tampoco querías —continúo.
—Bueno, perdón, es que…
—Carlota, que te sientes en su puta boca.
Se le hinchan las fosas nasales y acata, sumisa.
—Como lo hagas te lo muerdo —la amenaza Laura.
—Como le muerdas te meto una hostia que… —le advierto, agresivo.
Carlota se ha colocado a horcajadas sobre la cara de Laura, a una distancia prudente. Pongo las manos en sus hombros, obligándola a bajar. Se sienta y se empieza a mover adelante y atrás sobre la boca desesperada de Laura, que parece que se ahoga. Saca la lengua, da bocanadas en cuanto puede. A juzgar por cómo me aprieta, sé que le pone tanto como le enfada.
—Vamos, córrete —le digo a Carlota, que se sube los pechos para ofrecérmelos.
Dejo caer mi mano sobre ellos, primero uno y después el otro. Vuelvo a azotarlos. Carlota los suelta y les doy otra bofetada, ahora desde los lados. Son como bolsas de gelatina, bailan con cada golpe. Carlota gime de gusto y se frota con rabia, tan fuerte que no se da cuenta de que la está asfixiando.
—Córrete —repito, azotándolos tan fuerte que aprieta los párpados.
Su suspiro masoquista es música para mí.
—Haz que Laura se ahogue con tu coño —la animo, pellizcándole los pezones, tirando de ellos y retorciéndolos.
Carlota se sujeta el cabello con ambas manos en lo alto de la cabeza, acalorada. Tiene las mejillas ruborizadas, los ojos encendidos y el cuello delgado. Se lo agarro, apretándoselo a medida que se acerca al orgasmo.
—Vamos, zorra… —gruño, estrangulándola.
Boquea con sonidos a medio camino entre el gemido y el jadeo, se pasa la lengua por los dientes, hace fuerza, frotándose contra lo que tiene debajo, sin cuidado ni respeto.
Para mi sorpresa, a Laura le encanta. Hace rato que se toca el clítoris y de repente su vientre fibroso ondea como si estuviera corriéndose. Veo cómo se contrae entera, como se le tensan las piernas. Su coño me late en la polla, me la estruja como si quisiera exprimirla.
—Vaya pedazo de puta eres… —le digo.
Deja de respirar y parece que se hincha por dentro, atrapándome.
Los tres jadeamos sin aliento. Acaricio cariñosamente las tetas erguidas de Laura y después las bolsas de Carlota, quien se incorpora sobre las rodillas, descubriendo la cara de la otra, húmeda de sudor, jugos y quizá lágrimas. Respira por la boca, tiene los ojos cerrados. Se le pegan los mechones a la frente.
A pesar de todo, parece satisfecha.
—¿Os ha gustado? —les pregunto.
Carlota asiente, vergonzosa y con la cara como un tomate. Laura trata de contener una sonrisa que dice más de lo que nunca admitirá.
—Aún quedo yo —les recuerdo.
—Espera… —me suplica la morena.
Pero está demasiado exhausta para resistirse, y pronto se doblega a la sensación de ser penetrada de nuevo. Comienzo suave, necesito recuperar energías, y sé que Laura debe estar escocida después de tremenda follada. Carlota, mientras tanto, se dedica a estimularle los pezones.
—Tiene las tetas pequeñas —dice para sí misma, traviesa.
—Pellízcaselos.
Lo hace sin pensárselo mucho. También se los estira y se los retuerce, como yo he hecho con ella unos minutos antes. Atrapo los pechos de Laura para que resalten. Pasan de ser pequeños montículos a cordilleras deformadas por mis manos. Se los amaso y los maltrato un poco.
Laura inspira entre dientes, excitada.
—Pégale —me pide Carlota.
—¿Dónde? —le pregunto.
Carlota estudia el cuerpo bronceado que se extiende entre su coño y mi polla, pensándoselo. Pero finalmente me dice que en los pechos.
—Puedo pegarle en otros sitios —sugiero.
—Vale, donde tú quieras.
—Dime.
—Ay, no sé… —Agarra a Laura por las tetas, como yo.
—¿Quieres que le pegue en la cara?
—Vale —responde en seguida, emocionada.
—¿Pero fuerte o flojo?
—Como tú quieras —duda.
—¿Quieres que le dé fuerte?
—Bueno, vale —dice, con una sonrisa traviesa y llena de adrenalina.
Se sienta sobre los talones, quitándose de encima de Laura. Sobra decir que ambos hemos ignorado sus protestas.
—Laura, por favor, no hagas esto más difícil —le digo, dándole unas palmadas en la mejilla, el preámbulo a la gran bofetada.
Carlota le ha inmovilizado los brazos por encima de la cabeza y se ríe por los nervios, expectante. Acerco mi mano a la cara de Laura, midiendo el arco. Se tensa y aprieta los párpados justo antes de recibir la hostia, que suena más de lo que duele.
Puesto que sigo con la polla dentro de ella, he notado cómo se contrae.
—Joder, le pone que le peguen —le digo a Carlota.
—¿Sí? —se sorprende.
Vuelvo a meterle una hostia, ahora pillándola por sorpresa. Tampoco me pasa desapercibido esta vez. Se contrae, sin duda.
—¿Será que Laura es más sumisa que tú? —pregunto retóricamente.
—Puede…
—Ahora quién se burla de quién, ¿eh? —Acaricio con los nudillos la mejilla caliente de Laura—. ¿Te pone ser la puta de Carlota?
Intenta soltarse, un acto de rebeldía que dura poco. Deja de resistirse en cuanto siente mi polla entrando y saliendo de su coño húmedo.
—Vamos, admite que eres una puta.
—Por favor... —Da la sensación de que lloriquea por su voz temblorosa.
—¿Por favor qué?
—Por favor… —repite, incapaz de pensar con claridad.
—¿Ahora suplicas? —Presiono su clítoris a través de los pliegues.
—¿Por qué me haces esto…? —suspira.
—¿Por qué TE hago esto? —repito, sarcástico—. ¿Ves, Carlota? No le importas una mierda. Haz que te vuelva a comer el coño.
Carlota me mira con una sonrisa de diablilla traviesa. Se apoya sobre el cuerpo de Laura para mantener el equilibrio y baja las caderas, sin miedo.
—Tendrías que estar agradecida —le digo a Laura, penetrándola más duro, a lo que responde gimiendo—. Gracias a mí has visto que no eres mejor que ella. Acéptalo, sois igual de putas.
—Vale, soy una puta…
—Discúlpate con Carlota —gruño, castigándole el fondo.
—Perdón, perdón…
—Ponle el ano en la boca —le ordeno a la rubia.
—¿El ano? —se sorprende, con esa cara de niña buena.
—¿Sabes lo que es un beso negro?
Parece confundida.
—Carlota, siéntate sobre su puta boca, coño.
—Pero le haré daño…
Agarro a Carlota por los tobillos y tiro un poco, asustándola. Se agarra a mis hombros por miedo a caer de culo sobre la cara de Laura, que solloza.
—Y tú, deja de llorar de una puta vez —le digo, hinchando mi polla contra su cérvix—. O se lo comes a ella o me lo tendrás que comer a mí, y te aseguro que prefieres el de ella.
Carlota baja el culo sobre la boca de Laura, que comienza a chupar rápidamente, con ganas. Sorbe haciendo ruido, abre mucho la boca y veo la punta de su lengua lamiéndole el perineo, como si tratara de alcanzar su coño. Carlota se ha puesto de cuclillas con las piernas abiertas, en una posición en la que parece que va a mearle en los pechos.
Introduzco dos dedos en ella y los doblo haciendo gancho. Palpo, aprieto, se los retuerzo, tamborileo, presiono y la estimulo, todo en su punto G, provocándole unos temblores que me vuelven loco. Abre la boca y solo jadea, incapaz de pronunciar palabra.
—¿Tienes ganas de mear cuando te corres? —le pregunto.
—A veces… —admite Carlota, sin aliento.
—Pues no te contengas.
—Ay, no, eso no —se disculpa con una risita eufórica.
Como he dejado de follarme a Laura para masturbar a Carlota, se le baja el calentón e intenta quitarse de encima a la rubia, que se aparta.
—¿Pero tú de qué vas? —me espeta, incorporándose.
—¿A qué sabe el culo de Carlota? ¿Lo tiene limpio?
—¿Ibas a hacer que me meara encima?
—¿Algún problema?
—Joder, tú eres tonto —se ríe nerviosa, sin dar crédito—. ¿Cómo ibas a limpiar las sábanas después, gilipollas?
—Venga, relájate, que no iba en serio.
—¿Perdona?
—Túmbate, anda. —Pongo una mano en su pecho, haciendo que se tienda sobre el colchón.
Vuelve a resistirse, pero está exhausta y tiene mi polla dentro, así que en seguida se da por vencida, aceptando que no puede imponerse.
—Basta con que me mueva un poco para que te rindas.
—Hijo de puta… —masculla, tan molesta como excitada.
—¿Te apetece seguir comiéndole el culo a Carlota?
Se ha tapado la cara con el antebrazo y no responde. Sabe que será lo que yo decida.
—Date la vuelta. —Apenas puede moverse, tengo que girarla, colocándola a perrito—. Carlota, túmbate bocarriba y ábrete el culo.
Aunque parece preocupada por Laura, hace exactamente lo que le digo. Pone las piernas en alto y se lo abre tirando de los lados.
Obligo a Laura a que baje la cabeza. Tengo su cabello en mi puño y meto su cara bronceada entre las nalgas pálidas de Carlota.
—Tendría que haberte follado así desde el principio —gruño.
Aunque es más fea, está más buena que Carlota, con un culo duro y bien definido y una cintura mucho más estrecha, ambos atributos resultado de la gimnasia rítmica. Poniéndola a cuatro patas, como la perra que es, puedo deleitarme con su cuerpo sin tener que verle la cara.
Por desgracia, parte de su vello púbico va hasta su ano.
—Das puto asco —le digo, metiéndole el pulgar dentro.
Después de un rato comienza a faltarle el aire e intenta soltarse, pero en ese momento me aprieta más que nunca, gruñe entre jadeos mientras le palpita el coño, y sé que puede aguantar unos segundos más, así que la sujeto bien, inmovilizándole la cabeza. Se revuelve y consigue ponerla de lado, con el pómulo contra el ano babeado de una tía que no soporta.
Tiene la cara hecha un cristo, brillante y deformada por el placer y la rabia.
—Te jode, ¿eh? —mascullo, follándomela con una brutalidad inhumana—. Puta de mierda... cómo te jode estar disfrutándolo, ¿eh?
Afloja la mandíbula y me mira de reojo con una mueca de súplica.
—Admítelo, puta. —Aplasto mis huevos contra sus pliegues—. Admítelo.
—Joder, sí… soy una puta, fóllame, soy una puta…
Doy unas últimas embestidas resoplando como un toro, a punto de correrme.
—Ven aquí. —Tiro de ella agarrándola por el cabello—. Ponte de rodillas.
Obedece torpemente. Logro arrastrarla fuera de la litera y se deja dirigir como una marioneta de hilos. Abre la boca, sumisa y postrada como una puta barata en el duro y frío suelo de un hostel de mierda.
—¿Dónde quieres que me corra, zorra? —gruño, masturbándome violentamente frente a ella.
Como respuesta abre aún más la boca, solícita.
—Pásame el móvil —le ordeno a Carlota, quien me lo tiende más rápido de lo que esperaba—. Vaya, esto sí quieres que lo grabe, ¿no?
Carlota se ríe quedándose detrás de mí.
—¿Hace falta que lo grabes…? —se queja Laura, en un tono lastimero y resignado que recuerda a la versión más dócil de Carlota.
—Tienes que ver la cara de puta que se te pone —le explico.
Coge y suelta aire por la nariz, manteniendo la boca bien abierta.
—Te gustará —le prometo.
Ofrece su lengua y se le escapa una risita. Pongo el móvil a grabar en posición horizontal, a una buena altura, capturando mi vientre, mi polla venosa y esa sonrisilla que se le advierte en la comisura de los labios, una sonrisa que queda perfecta con sus ojos llorosos, felices después del tormento.
Carlota se acerca para ver lo que estoy grabando.
Paro de grabar y la atrapo por un codo. Se sorprende tanto que no reacciona. De un tirón, la siento junto a Laura.
—¿Pero qué… qué haces? —me recrimina, sofocada y colocándose el cabello detrás de las orejas.
—Tengo corrida para las dos.
Se le van los ojos a la punta húmeda de mi rabo y le dedica una sonrisa involuntaria. Después vuelve en sí e intenta levantarse. Hago que cambie de opinión con un buen par de hostias, una en la cara y otra en el pecho.
—Dios, me encanta que se te marque la piel —gruño.
Carlota se acaricia el pecho, adolorida. Parece que va a llorar.
—Más vale que te quedes quieta, no me des excusas.
—¿Vas a grabarme? —pregunta, con la mirada gacha.
—Antes no te importaba.
—Bueno, ya, pero…
—Tampoco te importaba que la grabara a ella —la interrumpo.
Ambas se miran con una sonrisa, la de la rubia es tímida, de disculpa, y la de la morena es maliciosa, como si saboreara la venganza.
—Dale un bocado en la teta —le pido.
Se le echa encima y lo hace. Carlota jadea de dolor, abrumada.
—¿Así o más fuerte? —me pregunta Laura nada más separarse.
Carlota se restriega el pecho marcado, calmándose el escozor y limpiándose la saliva. No ha debido de hacerle mucho daño porque todavía sonríe.
—Hazle moratón —la animo.
Carlota, por supuesto, no se deja. Ahora la detiene y forcejean agarrándose por los pelos. Intentan morderse mutuamente, ruedan.
Tomo constancia de todo.
—Parecéis dos perras —digo, lo bastante alto como para captar su atención. Se sueltan al descubrir que las estoy grabando—. Venid aquí.
Se muestran más reticentes que antes. Dejo de grabar y las miro, autoritario. Me devuelven la mirada, paralizadas. Soy mucho más grande y corpulento que ellas y debo parecerlo todavía más cuando estoy de pie y ellas en el suelo.
—He dicho que vengáis aquí.
Carlota es la primera en obedecer, se arrastra hasta mis pies.
—Abre la boca —le ordeno.
Pero ve que tengo el móvil preparado y no lo hace.
—Abre la puta boca —le repito, tirándole del pelo con la mano libre.
Se encoge creyendo que voy a pegarle.
—O comienzas a chupármela o la hostia que le he metido antes a Laura te parecerá una caricia —le advierto—. Vamos, y más te vale hacerlo bien.
Comienzo a grabar en cuanto se la mete en la boca.
—Vamos, así, puta, enséñale a tu novio cómo la chupas.
Carlota hace ruido, se ahoga tratando de tragársela entera.
—Eh, tío, no sé cómo te llamas pero tu novia la come de puta madre, eh, mírala qué viciosa la muy zorra —me río—. ¿Sabías que era tan puta? Vamos, Carlota, dile lo puta que eres. Dile que eres una puta sumisa a la que le encanta comer pollas. —Se esmera en la mamada para no tener que hablar—. Buah, tío, en el fondo me sabe mal, debe de ser una putada que tu novia sea tan zorra y no puedas disfrutarla, eh.
Agarro bien su cabello para que se le vea mejor la cara.
—¿Sabes qué es lo peor, tío? —continúo—. Que le pone cachonda saber que verás este vídeo. La puta de tu novia está enferma, tío.
Con su cabello retorcido en mi puño, hago que me mire, un plano buenísimo en el que se nota lo mal que lo pasa y lo mucho que eso le pone.
—Venga, dile a tu novio lo cachonda que estás.
—No… —Se calla en cuanto le pongo los huevos contra los labios.
—Acércate, perra —le ordeno a Laura.
Parece aturdida, tarda en darse cuenta de que le hablo a ella. Gatea hasta nosotros con la mirada clavada en el suelo, procurando que no se le vea la cara.
—Comprueba si está mojada —le pido.
Mete tres dedos entre los muslos de Carlota y los saca con hilos de jugos colgando entre ellos. Los enfoco. Hago zoom. Laura los junta y los separa, los gira para que se note cómo le brillan.
—Vaya zorra… —murmura Laura.
—Joder, y eso que solo me la está chupando, imagina si me la follara.
Carlota sigue mamándomela mientras Laura hurga en su coño. Gime con la boca llena, se le enciende la cara. Sus mejillas ruborizadas están ya de un color rojo intenso, producto de la excitación y la asfixia.
—¿Te gustaría que te follara? —le pregunto, clavándosela hasta la garganta.
Hace un ruido gutural, ahogándose. Se la saco para que me responda. Da una bocanada recuperando el aliento.
—Dile a tu novio lo mucho que te gustan las pollas.
Carlota respira profundamente contra mis huevos.
—Díselo. Dile lo cachonda que estás, sé sincera por una vez —insisto, restregándoselos desde la barbilla hasta la nariz.
Por cómo me los come no hace falta que lo diga. Me chupa ambos testículos, los sorbe lo mejor que puede, y le sonríe directamente a la cámara. Parece mentira que una chica como ella, con su carita de ángel, sea capaz de comerme los huevos de esa forma, sobre todo después de cómo la he tratado.
—¿Te pone, eh, puta? Te pone que sepa lo zorra que eres…
Aplasto mi polla contra su cara, se la embadurno de babas.
—Joder, sí…
—Habla claro. —Uso mi polla para darle en la lengua—. Dile que te pone cachonda que te traten como una zorra, dile lo puta que eres.
—¿Vas a mandarle el vídeo?
—¿Tú qué crees? —me río.
Sonríe, más relajada, y me chupa la punta como si fuera una piruleta.
—Sí… me pone… mucho… —admite, entre lametón y lametón.
Por la mirada que le echo, Laura sabe que le toca unirse. Se ponen a ambos lados de mi polla y me la chupan torpemente, peor de lo que lo hacen por separado, porque están evitando a toda costa que sus labios se toquen.
—¿Después de comerle el culo te da asco su boca? —le espeto a Laura, agarrándola por el pelo—. Vamos, daos un beso. Con lengua.
Me dirige una mirada asesina, y es perfecto porque así queda grabado su odio justo antes acceder a lo que le he pedido. Se dan un beso horrible, nada erótico, en parte porque no quieren hacerlo y en parte porque Carlota no tiene ni idea de cómo besar con lengua. Deslizo mi polla entre sus dos bocas.
—Preferís mi polla, ¿verdad?
—Sí… —susurra Laura, mordisqueándomela.
Solo me queda por grabar una cosa. Hago que se sienten de rodillas una junto a la otra, de cara hacia mí, con la boca abierta y la lengua fuera.
—Como cerréis la boca os meto una hostia, ¿estamos?
Aprietan los párpados y la abren aún más con un amago de sonrisa.
Con la polla a una buena distancia de ellas, comienzo con la paja más bestia que me he hecho en la vida, machacándomela con rabia.
Sujeto bien el móvil para que el vídeo no salga muy movido.
Carlota se estruja las tetas y Laura se masturba. Ambas respiran por la boca, como las perras que son. Pensar que lo que las tiene así de cachondas es la idea de recibir mi corrida es lo que me la provoca.
Gruño por el esfuerzo, duchándolas con semen espeso, que les cae en la cara, en la boca y en el pelo. Carlota tiene un chorro que le cruza la cara en diagonal, pasando sobre un ojo. Ha cerrado los dos como si temiera quedarse ciega. A Laura le ha caído sobre todo en el pelo y en la boca. Se le acumula contra los dientes de abajo.
Hago que Carlota me la limpie y me la exprimo sobre su lengua, vaciando las últimas gotas.
—Laura, comparte un poco con Carlota, no seas egoísta —la animo, de buen humor pero con la respiración aún agitada.
Vuelve a besarla, esta vez pasándole buena parte de mi corrida. Después, les pido a las dos que se lo traguen.
Laura lo hace con una sonrisa. Carlota pone cara de angustia.
—Buenas putas —las felicito.
Con eso puedo dar el último vídeo por terminado. Son más de quince, porque he ido parando y reanudando la grabación. Sé que algunos de ellos serán una mierda, estarán movidos o mal enfocados, así que me los paso todos a mi WhatsApp.
—¿Tú también los quieres? —le pregunto a Laura.
—Sí —contesta, limpiándose la cara con una camiseta.
—Vale, pues te los envío, y también al novio de Carlota.
Se levanta como un resorte para intentar quitarme el móvil de las manos.
—Eh, no, no, por favor…
—Tranquila, no lo voy a hacer, estaba de broma. —Soy demasiado alto y no lo alcanza ni poniéndose de puntillas—. Pero prométeme que no los borrarás.
—Bueno, ya veremos, no sé.
—Guárdalos, así recordarás lo puta que eres realmente.