Hostal mirador
La celebración de una boda da pie a una serie de encuentros sexuales.
HOSTAL MIRADOR
La boda de Irene Bermúdez, cuarta de los siete hijos del concejal conservador y miembro del Opus, Joaquín Bermúdez de Salvatierra, con Mariano Ríos de Calatrava, primogénito del notario del mismo nombre, era uno de los eventos sociales del año en aquel pequeño pueblo de la Sierra de Madrid.
Después de una fastuosa ceremonia religiosa en la Ermita de San Sebastián, la celebración posterior tendría lugar en el Gran Hotel Barranco, situado en lo alto del Cerro de los Mudos con unas privilegiadas vistas sobre toda la sierra. Allí mismo se hospedaban la gran mayoría de los invitados. Algunos, en cambio, se habían tenido que buscar acomodo en el Hostal Mirador. Un pequeño hospedaje más humilde y que sobrevivía de los que no cabían en el hotel. Se situaba pocos metros separados del primero de manera que la distancia entre ambos establecimientos era perfectamente cubierta a pie.
El Hostal Mirador estaba dentro de un edificio setentero de doble altura. En su interior, y a simple vista, necesitaba una urgente reforma estética aunque el perfil de la clientela tampoco se lo tendría en cuenta. Lo regentaba, desde su apertura, distintas generaciones de una misma familia. En la actualidad, el matrimonio comenzaba a dar el testigo a los dos hijos, Fabián y Diego.
Los herederos eran personajes huraños y poco sociables. Sin llegar a padecer ninguna minusvalía no eran muy avispados. El mayor, Fabián, a sus cuarenta años había generado un problema de obesidad por sedentarismo. De rictus serio, nadie en el pueblo le conocía fuera de la recepción de aquel establecimiento familiar. Diego, el menor, era un personaje de modales exquisitos y estética impecable. Se dedicaba a las gestiones burocráticas por las mañanas, antes de enclaustrarse en la recepción del hostal por las tardes.
Los huéspedes comenzaron a llegar a media tarde. Los primeros en hacerlo fueron Daniel y Fran. Éstos eran los músicos que habían sido contratados para la última parte de la fiesta. Cuando la barra libre estuviera funcionando a pleno rendimiento y los más jóvenes hubieran retirado a los mayores. Metido en la primera mitad de la veintena, uno, y cercano a los treinta, el otro, recorrían toda la comarca haciendo versiones de los temas más conocidos.
Los dos amigos tenían reservadas dos habitaciones individuales, la 101 y la 103. Subieron por la escalera enmoquetada en verde hasta la primera planta y comprobaron que las habitaciones disponían de lo mínimo imprescindible. Una cama en el centro, un armario y una ventana con vistas al barranco. Además de un aseo. Sin más exigencias, el dúo salió hacia el Gran Hotel donde actuarían.
Media hora más tarde se registraban Adolfo y Matilde. Eran invitados de la novia a la que conocían por el hermano mayor de ésta. El matrimonio se encontraba en una cincuentena muy bien llevada. De aspecto juvenil, Adolfo, el marido, tenía una cara risueña de mirada azul. De estatura media, su complexión era normal. Matilde mantenía un buen físico para su edad aunque no destacaba por nada. Su belleza era corriente, melena castaña, ojos marrones, poco pecho y algo de culo. Algo conservadores en su estética, pasaban por ser la típica pareja corriente en todos los sentidos. A Fabián, que fue quien les atendió, no pareció llamarles mucho la atención. Subieron a la habitación 102. Una doble con cama de matrimonio, un poco más amplia que las individuales y con peores vistas ya que la ventana daba a la calle.
Al salir del Hostal se cruzaron en recepción con otro matrimonio conocido, Eduardo y Maricarmen. Amigos comunes del hermano mayor de la novia, habían coincidido en algún que otro evento juntos pero sin más confianza entre ellos. En este caso eran figuras antagonistas. Él, con cuarenta y tres años, aun pretendía agarrarse a la veintena. Tendente al protagonismo era fanfarrón y presuntuoso. Amparado por un buen cuerpo, pretendía acaparar miradas.
Su mujer, dos años mayor que él, era todo lo contrario. Siempre mostraba un perfil bajo que le permitiese pasar desapercibida. A pesar de no pretenderlo solía tener mucho más éxito físico que su marido. De formas contundentes, disimulaba perfectamente algo de sobrepeso que la edad le imponía. Tenía un exuberante pecho que explotaba estratégicamente para disimular lo que le sobraba.
En el mejor salón del Gran Hotel Barranco, a las 9 en punto de la noche hacían acto de presencia los recién casados. Después de los protocolarios discursos del concejal y el notario se comenzó a servir el menú, abundantemente regado con el mejor Rioja.
Entre algunos invitados, el alcohol comenzó a deshacer nudos de corbatas al tiempo que los chistes traspasaban los límites de lo políticamente correcto en una boda de aquel nivel social. Después de cortar la tarta y brindar con champán, el baile se abrió con un vals. Sobre las doce de la noche comenzó el cambio de tercio. El alcohol diluía los prejuicios y facilitaba las relaciones sociales. Algunos jóvenes parecían extrañamente locuaces.
Después de pedir, el cuarto gin tónic de la noche, Eduardo dio un codazo a Adolfo para llamar su atención. Delante de ellos pasó Ruth, la hermana de la novia. Una casi adulta de diecisiete años:
-Pero hombre Eduardo. Si es una cría.
-Tiene que saber latín –comentó el más joven sin dejar de mirar el cuerpo de mujer de aquella adolescente.
La criatura en cuestión pasaba por tener más edad. Durante las primeras horas, y ante la presencia de su padre, el concejal, había estado más recatada e inocente. Pero ahora, que no tenía la vigilancia paterna, Ruth quería exhibirse. Iba embutida en un ajustado vestido palabra de honor, de gasa verde agua que había cubierto con una discreta chaqueta a juego hasta el momento en que se marcharon sus padres. La prenda perfilaba una hermosa figura y mostraba un generoso escote de precoz desarrollo. Su melena azabache ondulada bailaba al son de sus caderas al andar.
Sus nalgas prietas y redondas no daban muestras de ir cubiertas por braguitas, algo de lo que informó Eduardo a Adolfo después de escrutarla durante demasiados segundos casi sin darse cuenta. Ella, al sentirse objeto del deseo de un cuarentón, le puso ojitos risueños y le mostró media sonrisa carnosa, a medio camino entre la inocencia y la lascivia.
Matilde y Maricarmen, bailaban animosas delante del escenario donde Dani y Fran versionaban Despacito:
-Vaya cuerpazo tiene el vocalista –se confesó Maricarmen al oído de su amiga después de un sugerente cruce de mirada con el mayor de los músicos.
-La verdad es que no está nada mal.
Fran destacaba por su físico musculado más que por su belleza. Con cierto aspecto de chico malo, vestía ropa ajustada que rellenaba muy bien gracias a las horas de gimnasio. Su cabeza rapada y sus brazos tatuados terminaban de redondear su estética.
Maricarmen rompió el hielo haciéndole una petición musical. Fran no dudó en satisfacerla sin dejar de mirar a aquella pureta que le tiraba los trastos.
Para entonces, Eduardo se estaba metiendo en un terreno pantanoso al asaltar a Ruth en la barra. La chica pese a su posición social y su corta edad, estaba mucho más al día que su pretendiente:
-¿No eres muy joven para beber? –Le preguntó el hombre en un tono que pretendía ser sensual y sonó ridículo.
-¿Eres mi padre?
-¿Tan mayor me ves?
-Hombre, no estás nada mal pero no eres un chaval.
-Podría ser tu tutor –Eduardo se acercó un poco más a su presa.
Adolfo, asistía a la degradación de su amigo a pocos metros sin intervenir:
-¿Para vigilar que me portase bien? –Atacó Ruth mordiéndose el labio inferior y haciendo pasar su dedo corazón por el filo de su vaso sin dejar de mirar al hombre.
-¿Pero qué haces? –Gritó Maricarmen que observaba el ridículo comportamiento de su marido.
-Uy, creo que viene tu tutora… –concluyó la conversación la adolescente antes de volver a la pista de baile.
La mujer tomó a su marido, en un evidente estado de embriaguez y vergüenza, por el brazo. Maricarmen recriminó a Eduardo su comportamiento y le mandó de vuelta al hostal a dormir. Matilde y Adolfo le echaron un cable y se ofrecieron a acompañarle puesto que ellos abandonaban ya la fiesta. Durante el corto trayecto, Eduardo trataba de justificar su comportamiento.
Eran las 2 de la madrugada cuando, en recepción, un somnoliento Diego entregaba las llaves de las habitaciones 102 y 104 a los amigos. Se fijó en la mujer. Matilde llevaba un vestido azul cubierto por una chaqueta. A sus cincuenta años tenía un buen cuerpo sin ser espectacular, como bien le había comentado su hermano Fabián. El recepcionista comenzó a fantasear. Se preguntó cómo sería desnuda.
Se volvió a meter en la oficina tras el mostrador de la recepción y encendió uno de los ocho monitores que tenía ante él. En la pantalla apareció un plano cenital de la habitación 102 donde, en ese momento, entraban Matilde y Adolfo. Diego se acomodó en su sillón de oficina y se dispuso a grabar todo lo que sucediera allí dentro. La idea de su hermano Fabián de colocar cámaras en las lámparas de las habitaciones les permitía deleitarse con auténtico porno amateur.
Sin la más mínima sospecha, Adolfo se tiró en la cama mientras su mujer entraba al baño. Minutos después, ante la indiscreta mirada de Diego el recepcionista, Matilde entraba en la habitación totalmente desnuda. Con una sensual cadencia al andar se aproximó a su marido y se arrodilló ante él antes de ir desabrochándole el pantalón y liberar su miembro erecto.
En la oficina, Diego no perdía detalle del plano cenital en el que la huésped movía su cabeza de arriba abajo en el regazo de su marido. Éste tan sólo acertaba a gemir de placer con las manos en la cabeza de ella. Con un gran gemido de satisfacción, el hombre eyaculaba al tiempo que su mujer retiraba su boca y continuaba masturbándolo.
Sin darle tiempo a reponerse, Matilde subió a la cama y se colocó a horcajadas sobre la cara de su marido. Con su sexo cubierto por una gran cantidad de vellos rizados del color de su melena, exigía a su marido placer oral. Desde la cámara en el techo, se podía ver a la mujer tirando la cabeza hacia atrás, mientras la lengua del hombre hurgaba cada pliegue de aquella peluda vagina. La mujer se deleitaba y le alentaba a no parar:
-Sigue, sigue, vamos…. no pares. Cómetelo todo.
Apretó la cara antes de gritar de placer. Aferrada con sus manos a la cabellera de su marido cerró las piernas en torno a la cabeza de éste antes de caer derrotada por el orgasmo. Diego estaba totalmente excitado siendo el voyeur de aquel matrimonio tan normal que se hospedaba en su hostal.
En el salón del Gran Hotel, había acabado la actuación del dúo. Ahora era un hilo musical el que ponía banda sonora a aquel final de fiesta. En una esquina de la barra, mantenían una animosa charla, Fran, el vocalista musculado y Maricarmen, la pureta que le tiraba los trastos desde hacía dos horas. Ella reía con cada comentario del joven, inclinándose hacia delante y agarrando los fuertes brazos de su ligue. De camino ofrecía una magnífica visión de su escote, donde sus tetas luchaban por salir. Otras veces, directamente las rozaba contra los bíceps de él. Fran apuró su copa y susurró algo al oído de Maricarmen, quién le guiñó un ojo y dejó su vaso sobre la barra.
Mientras tanto, su compañero musical, Dani, tanteaba a Ruth. Intentaba llevarla al huerto. Durante más de una hora, el chico estuvo tanteando la osadía de aquella adolescente que no dudó en acompañarlo a los servicios
En el silencio de la oficina del Hostal Mirador, Diego no perdía detalle de lo que sucedía en la habitación 102. No podía creer lo que oía:
-Quiero que me des por culo esta noche.
A aquella tía tan normal de cincuenta años, casi conservadora, le iba el sexo anal. Por un momento desapareció de la pantalla su marido y quedó Matilde tumbada bocabajo, masajeando su ano con la mano izquierda al tiempo que se masturbaba con la derecha.
Su marido apareció de nuevo en escena. En su mano, un tarro con lo que debía ser un gel lubricante. Su mujer se colocó de rodillas con la cabeza en el colchón. El hombre vertió el líquido en la entrada trasera de Matilde y comenzó a dmasajear el esfínter con sus dedos. Las quejas iniciales de la mujer se fueron transformando en placenteros gemidos que él entendió como luz verde.
Después de lubricar su erecto pene, Adolfo se colocó de pie junto a la cama. Apoyado en la grupa de ella fue acercando su glande al dilatado ano de su mujer. Con cuidado fue presionando la entrada. Matilde resoplaba al notar la presión. Diego, en recepción, liberaba su polla para masturbarse. Nunca imaginó que aquel matrimonio cincuentón le proporcionarse tanto morbo. Adolfo fue penetrando, sin prisa pero sin pausa, el culo de su mujer mientras ella comenzaba a dar gritos de dolor:
-¿Quieres que salga?
-Ni se te ocurra…
Con la respiración entrecortada pidió que la atravesara.
Diego comenzó un frenético movimiento sobre su miembro ante el monitor cuando Adolfo incrustó toda su polla en el ano de Matilde. Éste, sin atender a las súplicas de su mujer comenzó una tremenda cabalgada. Ella se masturbó hasta el orgasmo que alcanzó segundos antes que su marido se corriera en el interior de sus intestinos. El recepcionista hacía un minuto que había salpicado la pantalla del monitor.
Aún relajado, el hombre oyó la campanilla de la puerta seguida de unas risas indisimuladas. Se apresuró a silenciar las imágenes y recomponerse. Cuando salió al mostrador de recepción se encontró a Fran, el músico, abrazando desde atrás a Maricarmen, mientras ésta se veía encantada:
-La habitación 104. –Pidió la mujer.
-El señor se la llevó.
-Verás –insitió Maricarmen –estará dormido y no quisiera despertarlo. ¿No tienes otra llave?
-Como si te fuera a hacer falta –rió Fran acercándose a ella.
-Creo que sí tenemos otra llave. –Diego se giró y se metió en la oficina.
-Imbécil –recriminó Maricarmen el comentario de Fran.
El hombre le agarró el culo y ella se giró para comerle la boca. El recepcionista volvió y les pilló en pleno beso. Después ella tomó su llave y se dirigió a la escalera. El músico hizo lo mismo tras recoger la suya. Diego corrió a la oficina para encender el monitor de la habitación 101, la de Fran el músico. Estaba convencido de que acabarían allí.
Nada más sentarse ante la pantalla, la puerta de la habitación se abrió y la pareja entró comiéndose la boca. Maricarmen recorría con sus manos el cuerpo de Fran que, a su vez, amasaba los grandes pechos sobre el escotado vestido negro. La mujer comenzó a quitar la camiseta del hombre y se deleitó con el torso musculado. Por su parte, él la ayudó a desprenderse del vestido dejándola tan solo con los elegantes zapatos de tacón a juego y con un conjunto de lencería de encajes, también negro, que realzaba las curvas de aquella imperfecta anatomía femenina.
Fran descendió por el cuello de Maricarmen hasta su pecho donde se perdió mordiendo y succionando cada una de aquellas maravillosas tetas. Ella suspiraba con los ojos cerrados antes de desabrochar su sujetador. Ante él, y la escondida mirada del recepcionista, quedaron expuestos dos grandes pechos de gran areola marrón oscura y un erecto pezón gordo. La edad (45), la maternidad (era madre de dos niños) y el tamaño habían sucumbido a la fuerza de la gravedad. Aún así seguían siendo muy atractivos.
El hombre los abarcó con sus manos y comenzó a mamarlos. Corría de pezón a pezón dejando un hilo de saliva caliente entre ellos. La mujer excitada por momentos, agarraba la cabeza de su devorador, casi 20 años menor que ella, contra su pecho.
Diego no perdía detalle en la oficina. Aumentó el volumen del monitor una vez en la otra habitación, Adolfo y Matilde descansaban abrazados tras la sesión de sexo anal. Maricarmen tomó las riendas en la habitación 101. Obligó a Fran a apoyarse en la pared mientras ella descendía por su abdomen hasta colocarse de rodillas. El recepcionista pensó en Eduardo. Vio en el monitor correspondiente a la habitación 104 que, ajeno a la actividad de su mujer, el marido dormía profundamente bajo los efectos del alcohol.
Mientras tanto, Maricarmen, había desabrochado el pantalón vaquero de Fran y mordía lascivamente el bóxer negro que cubría una exagerada erección. Sin miramientos bajó de un tirón la prenda interior haciendo que un enorme pene saltase ante sus ojos:
-¡Joder, vaya pollón! –Acertó a decir la mujer con risa nerviosa.
-¿Qué nunca habías visto una polla en condiciones?
-Hacía mucho… –contestó Maricarmen antes de lamer el glande.
En la oficina de recepción, Diego volvía a prepararse para otra paja. Aquella pureta era un zorrón. Le estaba comiendo la polla a un tipo veinte años más joven mientras su marido dormía, borracho, en la habitación de al lado. De repente volvió a oír la campana de la puerta de entrada. De nuevo se apresuró a bajar el volumen y recomponerse antes de salir al mostrador a atender. Frente a él estaba Dani, el otro músico, acompañado por una adolescente que enseguida identificó como Ruth, la hija menor del concejal y hermana de la novia:
-La llave de la 103. –Pidió mientras la chica le besaba el cuello con pasión.
Al recoger la llave, Ruth mordió el cuello de su acompañante y miró de reojo a Diego sabiendo el efecto que esto provocaba en el recepcionista. Dani le dio una fuerte palmada y pellizcó una de sus nalgas antes de salir en dirección a la escalera hacia la habitación.
En la oficina de recepción había dos frentes abiertos. En el monitor de la habitación 101 la pureta y Fran, en el de la 103, Dani y la hija adolescente del concejal del Opus. Ante este magnífico panorama, Diego se dispuso a disfrutar de su afición voyeur.
Fran tenía a Maricarmen cogida en vilo y la penetraba violentamente contra la pared. La mujer se agarraba al cuello del músico y ahogaba sus gritos de placer mordiendo el hombro tatuado de su amante. Con sus piernas rodeaba la cintura y con los tacones golpeaba sus nalgas alentándole a que la penetrara más fuerte. En la habitación solamente se oían gemidos ahogados, respiración entrecortada y los golpes de la mujer contra la pared en cada embestida.
En la otra habitación, la 103, Dani y Ruth retozaban en la cama. El hombre, semidesnudo, comenzó a quitar a Ruth su ajustado vestido. Se sorprendió al comprobar que la chica no llevaba bragas. Ante él quedó una adolescente, tan sólo cubierta por un sujetador, que mostraba un sexo cubierto por una gran cantidad de rizos negros. El músico quitó también el sujetador para deleitarse con unos virginales pechos de considerable tamaño terminados en un conjunto de areola y pezón rosáceos de forma puntiaguda y dureza pétrea.
El recepcionista, en su oficina, no perdía detalles de aquel desnudo adolescente. Ruth había sido una de sus fantasías en su reprimida sexualidad, y ahora la tenía totalmente indefensa en el monitor. No pudo aguantar más y eyaculó de manera abundante.
En el otro monitor, Fran y Maricarmen, se disponían a ofrecerle otra ración de sexo duro. El vocalista del dúo musical había llevado a Maricarmen hasta la cama, La mujer abría las piernas ofreciéndole un ardiente manjar cubierto por una estrecha franja de vello púbico perfectamente recortado. Nacía en el monte de Venus y recubría los carnosos labios mayores. Sus enormes pechos se derramaban a cada lado mientras ella se pellizcaba los pezones. Fran no se entretuvo y, arrodillado en el suelo, hundió la cabeza en la entrepierna mientras Maricarmen agarraba sus pechos y suspiraba para disfrutar de la lengua del vocalista.
Diego, oculto en la oficina de recepción disfrutaba de la escena cuando sintió un escalofrío recorrer su columna, una sensación de extraño calor subió hasta su cara y comenzó a temblar. Aquella mujer había fijado sus ojos en la pantalla. Le observaba. Lo había descubierto. No sabía como pero Maricarmen se había dado cuenta de la cámara oculta.
Trató de tranquilizarse. Aquello no tenía sentido. No podía ser. De haberlo descubierto, la mujer se habría asustado. Pero ¿por qué no quitaba la mirada de la cámara? El recepcionista se sentía observado ahora. Respiró hondo y desvió su mirada hacia el otro monitor donde Ruth practicaba una felación a Dani. Éste acariciaba su sexo casi virginal. Antes de alcanzar el orgasmo, el músico la detuvo y se levantó de la cama en busca de un preservativo. La chica esperaba tumbada, masturbándose.
Tras el susto, Diego, volvió a mirar el monitor de la 101. Fran aparecía incorporado, sujetando las piernas de Maricarmen en alto mientras acercaba su polla al coño de su amante. Ella trataba de ver como aquel ariete se abría paso en hasta el interior de su vagina. Dio un gemido de satisfacción al sentirla totalmente ocupada. El hombre acomodó las piernas de la mujer sobre sus hombros y dio un golpe de cadera para calzársela entera:
-¡Cabrón! Que me rompes…
Ese fue el detonante. Fran comenzó un frenético movimiento de cadera que hacía estragos en el interior de la mujer. Ella trataba de agarrarse al cuerpo de su amante mientras le insultaba de manera lasciva ante la atenta mirada de Diego que volvía a deleitarse con la tremenda follada:
-Me corro –anunció el músico tras varios minutos de violenta penetración.
-En las tetas, en las tetas… –acertó a pedir Maricarmen con un hilo de voz.
Sin dudarlo, Fran atendió las súplicas de la mujer y terminó masturbándose sobre aquel gran busto. Maricarmen recibía cada chorro de semen caliente con gemidos de placer y cara de satisfacción mientras tenía la mirada clavada en la lámpara del techo.
A Diego le embargó de nuevo esa extraña sensación de angustia al tiempo que se masturbaba viendo la cara de su huésped cruzada por la corrida del músico. Con un sonido gutural el recepcionista eyaculó contra la pantalla del monitor manchado simbólicamente la cara de Maricarmen.
Después de unos minutos de relajación, Diego volvió a mirar lo que sucedía en las habitaciones del Hostal. Maricarmen había entrado al baño mientras Fran reposaba desnudo sobre la cama. En el otro monitor, Ruth se encontraba colocada sobre un lado con Dani a su espalda. El chico la abrazaba y agarraba una de aquellas duras tetas adolescentes. Ella trataba de colocar el miembro de su amante en la entrada de su joven vagina, con su mano.
Sin previo aviso, el músico la penetró de un golpe. Ella respondió con un sonoro grito de satisfacción. Un segundo empujón acompañado de otro grito de la chica fue el preludio de una vertiginosa follada que ella acompañada con sonoros e indiscretos gemido e insultos:
-¡AH!. Así joder. Sigue cabrón…
Dani se empleaba a fondo contra aquel joven e inexperto coño de Ruth. Él propuso un cambio de postura que ella aceptó entregada al éxtasis. A cuatro patas, la visión desde arriba era deliciosa para Diego. El precioso cuerpo de Ruth, de piel blanca se ensanchaba a la altura de las caderas terminado en una forma maravillosa forma de corazón compuesta por sus blancas nalgas, coronadas éstas por un lunar. Justo detrás, Dani se agarraba fuerte a las caderas para clavársela de un solo golpe. El grito de ella lo acompañó él con un fuerte cachetazo en el culo dejándole la marca de su mano. Antes de que pudiera quejarse, la agarró de la melena y tiró hacia atrás obligándola a incorporarse.
Ruth se amasaba uno de sus pechos al tiempo que se acariciaba el clítoris con los dedos de la otra mano. Dani la penetraba sin compasión hasta el orgasmo. Éste les alcanzó a la vez haciendo que ambos cayesen rendidos en la cama.
A las 7 de la mañana, una Ruth con el pelo alborotado y mal desmaquillada abandonaba el Hostal Mirador camino de su habitación en el Grann Hotel Barranco. Para entonces, Fabián, acompañaba en recepción a su hermano menor, Diego. El cruce de miradas cómplice no fue apreciado por la chica que se marchó sin saludar. Diez minutos después, era Maricarmen quien entraba en su habitación, la 104, donde Eduardo, su marido, aún dormía.
Durante las siguientes dos horas, Diego fue comentando con su hermano Fabián todo lo sucedido durante la noche:
-Está todo grabado…
El mayor quedó solo en recepción para despedir a los huéspedes. Los primeros en marcharse fueron Adolfo y Matilde. Aquel matrimonio cincuentón y conservador al que le iba el sexo anal. Luego se marcharon Eduardo y Maricarmen. Cuando ya habían salido, la mujer volvió a recepción y dejó una nota para Diego:
ESPERO QUE DISFRUTARAS..