Horas suplementarias

Haciendo horas suplementarias un joven vendedor, tiene un encuentro caliente con el hijo de su patrón y nada será igual desde entonces.

Horas suplementarias

Había cumplido 18 años pocos días antes, y no era ese mi primer empleo. De padre desconocido y madre que vivía en pareja con otro hombre y con quién tenía otros hijos, sabía lo que era necesitar ganar un sueldo para poder vivir y comer. La vida no me había pintado todavía con esa pátina de amargura, y por eso sonreía con facilidad, parecía siempre alegre, simpático y seductor.

¿Cuál es tu nombre?. Era el Señor León Rubin, dueño del negocio de ropa de hombres en el que pretendía ingresar a trabajar. Alejandro Bari, conteste pero me dicen Janito. Sé que sonaba inocente, y eso era una pantalla, pues hacía ya par de años que llevaba una vida abiertamente gay, y había tenido unas pocas parejas. Me gustaban los hombres: cualquier tipo de hombre, los muchachos, los señores, los uniformados, los musculosos, los gorditos, los enfermeros, los tipos casados, y hasta algún maricón no demasiado evidente pero plumífero al fín. Un amigo me decía que a mi me quedaba bien cualquier ómnibus.....

Era enamoradizo, ocurrente, con muy buen sentido del humor y eso me permitía conocer a muchas personas, obtener recomendaciones basadas en la amistad o en la simpatía y aspirar como en este caso, a ser vendedor de "Chaps & Guys" un negocio de ropa masculina de excelente calidad y reputación, en la principal calle comercial del barrio de San Isidro, un suburbio residencial de clase alta al Norte de Buenos Aires.

Se que me tomaron por mi buena presencia y no por mis condiciones (inexistentes) de vendedor. Rubio de ojos celestes muy claros, 1,76 centímetros, 73 kgs, cuerpo de nadador, y uno de esos culos, redonditos, duritos y levantados que los yankies llaman "buble butt", (algo asi como culito de espuma). Un amigo me había prestado su traje y así pude convencer al Señor Rubín, Tu sueldo será de Quinientos pesos, me dijo y yo disimulé mi alegría con una sonrisa suave.

En la casa trabajaban dos de los hijos del dueño, Saúl el mayor, de unos 35 años, casado y algo entrado en kilos, y Marcelo, el menor, de 25 años, rubio tambien, de ojos inmensos color miel, siempre bronceado, atlético, ex jugador de fútbol, en una palabra un papito de esos......

Así como Saúl era ocurrente simpático y gracioso, Marcelito , como le decían sus padres y hermano, era callado, algo antipático, muy pagado de sí mismo e increíblemente sexy. Medía un metro ochenta y cinco, y se mantenía muy a tono con clases de gimnasia que tomaba con un especialista japonés. Me gustaba mirarlo cuando el estaba ocupado, con sus cabellos tan rubios, sus ojos claros, sus piernas gruesas y fuertes, su torso delicado y armonioso , sus vellos asomando por sus brazos siempre tostados por el sol. Solía usar pantalones italianos o unos jeans muy apretados para aquella epoca que le marcaban audazmente, los muslos musculosos, los tobillos largos, el culo pequeño pero redondo y fuerte, y su paquete abultado y como diría un español casi siempre morcillón. Imaginando esa pija hermosa y esos huevos llenos de leche que se escondían en su bragueta , solía pajearme enloquecidamente.

Es suma, si , no se rían, lo amaba apasionadamente, amaba su olor a colonia importada, sus cigarrillos rubios, sus mocasines tostados de una famosa casa de Buenos Aires, sus pantalones de suave gamuza pegados a su cuerpo, su caminar, y ese bulto descomunal que no lograba disimular con sus boxers de seda, como luego descubrí.

Como nada podría yo pretender del hijo de mi patrón, procuraba ser buen empleado y mi ausencia de conocimientos previos, no fue obstáculo para mi tarea de vendedor. Seducía a las mujeres y a los hombres, desde mi papel del otro lindo, el lindo bueno del negocio , a diferencia de Marcelito el lindo antipático y engreído. Don León compensó mi esfuerzo y me dio sucesivos aumentos y hasta me otorgó una pequeña comisión sobre ventas, a partir del sexto mes de ingresado.

Pero mi atracción por Marcelo me tenía inquieto, se me paraba la pija a cada rato, siempre estaba mojado, miraba su bulto y me moría de ganas, su culito pequeño y redondo moviéndose me volvía loco. Y enamorado como estaba no me permitía ser infiel, por lo que vivía de paja en paja.

Trabajábamos de lunes a sábados al mediodía , y a veces yo me quedaba con cualquier pretexto y el beneplácito de don León, para no volver a esa pensión sórdida donde vivia , con tantos ruídos y olores que me asqueaban. Clasificaba y marcaba la nueva mercadería, o preparaba las prendas que irían a las vidrieras el lunes siguiente.

Un sábado del principio del verano, ya llevaba varias horas de suplemento, cuando escuché un quejido de dolor. Subí a la terraza del local y vi a Marcelo , en un slip diminuto que apenas contenía su pija y sus huevos, quejarse de dolor. Por su piel grasosa advertí que se había quedado a tomar sol, adorador como era de Febo, sin saber que yo estaba en el local.

Me acerqué y noté que sangraba de un pie. Se había cortado con un vidrio o algo filoso y me propuse curarlo de inmediato. Traje del negocio el botiquín de primeros auxilios y luego de acostarlo sobre una toalla de baño, y de lavar cuidadosamente la herida, le apliqué desinfectante y una crema especial para contusiones, y luego vendé todo con mucho cuidado.

El se estuvo quejando durante todo el tiempo, pero yo no pude dejar de observar su pija las venas de su preciosa poronga, sus huevos redondos y húmedos que casi se escapaban del slip, sus pelitos rubios humedecidos por el sudor y el bronceador, sus piernas fuertes , sus pies grandes, su pecho casi lampiño, sus tetillas rosadas y suaves. Mi pija crecía enloquecida y yo trataba de disimularlo en mi trabajo de enfermero ad-hoc.

El se levantó luego de terminada la curación y me agradeció muy educadamente. Cuando quise irme, el me llamó. Me di vuelta y vi su pija erecta, sus huevos rebosando en el slip, sus pelitos rubios, su pie vendado, su mirada de chico bueno casi implorante y quise retener esa imagen para la paja que me haría luego, pero el no me dejó. Se acercó a mi y me preguntó que hacía a esas horas, dónde vivía , si tenía amigos, mi edad, si tenía novia etc.

Era la primera conversación personal que teníamos. En un momento mientras le contestaba, yo pensaba que lindo sería que Marcelo fuera gay, que nos hiciéramos amigos, que alguna vez hiciéramos el amor. Y mi pija pendenciera y limosnera crecía en volumen. El lo notó, lo mismo que mi sudoración, ese temblor, ese deseo loco de estar en sus brazos, y por fin chupar esa pija enorme y circuncisa que seguramente tendría por su condición de judío.

Intenté irme hacia abajo una vez mas y el me retuvo. Sentí su cuerpo alto y hermoso cerca del mío y el dulzor de su boca en mi boca, y el calor de su sexo hirviente contra el mío, y sus manos grandes recorriendo mi pecho, mi culo, mis brazos. Y sobre la misma toalla, en la que yo lo había curado, me desnudo y se desnudo, vi su enorme pija circuncisa y gruesa llena de leche y de amor, un segundo antes de ponerla en mi boca con desesperación y locura. Mi amor , le decía , mi amor.....

Acabó un torrente de leche caliente y espesa en mi boca, mis labios, mi cara, mi pelo , cuello y orejas, y apenas repuesto, tomó mi pija con una delicadeza que no le conocía y la empezó a chupar deliciosamente mientras ponía uno de sus largos dedos en mi culo que iba dilatándose cada vez mas.

Cuando luego de besarnos muchas veces y de decirnos lo mucho que nos necesitamos, puso mis piernas en sus hombros grasosos aún por el bronceador, me abrí a a la penetración que sabía sería muy dolorosa pero que recibiría con placer. Marcelo fue muy dulce y suave y mientras bombeaba en forma deliciosa en mi interior, escuché su llanto, un llanto masculino y desesperado, parecido al mio de tantas noches solitarias, y me sentí muy confortado cuando escuché de sus labios, lo mismo que yo habia dicho antes, aquellas palabras apresuradas pero necesarias. , aquel mantra de todos los enamorados de la tierra, aunque aún no sepan si se aman, mi amor, mi amor, mi amor...... .

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