Horas Extras
Decido tomar una siesta en un momento de mi larga jornada de trabajo, sólo para despertar semidesnuda con los dedos de mi jefe metidos en mi entrepierna.
Odio hacer horas extras. Mejor dicho: odio trabajar en esta oficina y tener que quedarme más allá de mi horario diario es de las peores situaciones. No es que trabaje demasiado, hago soporte técnico de los sistemas de una clínica, pero me aburro la mayor parte del tiempo sin poder charlar con nadie cuando no hay nada que hacer.
Mi jefe me lleva unos diez años y es perfecto ejemplo de la frase "El que sabe, sabe y el que no, es jefe". Trabajo con él hace dos años pero al mes que empecé, ya estaba preguntándome qué hacer en cada situación. Hoy en día, ya descansa en que yo esté para cualquier cosa, y es por eso que cuando mi compañero cayó enfermo, me pidió que lo reemplace haciendo horas extras.
Es lunes y son las siete de la tarde. Estoy desde las 9 de la mañana y todavía me quedan tres horas más. El teléfono no suena hace más de una hora y no paro de bostezar. Mi jefe salió a una reunión hace media hora y no hay nadie más en la oficina, así que me arriesgo a una pequeña siesta. Entrecierro la puerta de la oficina, que da un pasillo que comunica todas las oficinas, y acomodo dos sillas para recostarme.
Tengo puesto el uniforme de la clínica: una pollera negra, tipo tubo y larga por las rodillas, y una camisa blanca. Hace calor así que no llevo medias, sólo unas sandalias de taco bajo para estar cómoda tantas horas.
Me acomodo sobre las sillas, acostada sobre mi lado derecho, y no tardo demasiado en dormirme.
Pronto me invade un sueño erótico de lo más realista. Un hombre a quien no le veo el rostro me acaricia suavemente, mi labio inferior siente el contacto con la piel de sus dedos y uno de ellos hace presión en la abertura para entrar en mi boca. Entreabro los labios y el dedo se moja en mi saliva. Baja por mi mejilla, mi mandíbula, mi cuello y se recrea unos segundos en el escote de la camisa, que siempre queda un poco tirante porque es chica para mi talle 95 de busto. Esos dedos de Morfeo acarician la parte expuesta de mis pechos, y me muevo un poco para darle más acceso. Siento real el aire sobre la piel cuando me abre uno a uno los botones y delicadamente corre mi sostén hasta liberar mis pezones. Su lengua hace contacto con el derecho y un gemido se escapa de mi boca. El protagonista de mi sueño lame mi pezón y luego lo muerde suavemente, sopla en la piel sensible y vuelve a lamer.
Siento cómo me estoy mojando y, muy a mi pesar, me despierto. Abro los ojos desilusionada de que el sueño se acabe, pero encuentro a mi jefe de rodillas frente a mí, con su mano derecha sosteniendo una de mis tetas, sus labios húmedos y su mano izquierda acariciando su pene, que está liberado de su pantalón.
-Se-... ¡Señor! -Exclamo, todavía atontada por el sueño.
-Shhh Laurita, la estabas pasando bien... -Me dice sin dejar de subir y bajar su mano por su miembro.
Me asquea, pero su otra mano tampoco deja de acariciar mi pezón y sé que está duro como una piedra.
-¿Qué se cree que hace? -le digo y trato de cubrirme. En el apuro, las sillas se separan y caigo en el suelo, quedando mis piernas sobre una silla y mi espalda sobre el suelo frío.
-Laura, tranquila, la podemos pasar bien si te quedas calladita
-¡No quiero pasarla bien con usted!
-Apuesto a que estás bien mojada.
Su voz es tan calma que me asusta, y descubro que no me puedo mover del miedo. Pero entonces siento sus dedos abriendo paso entre mis piernas y aunque trato de cerrarlas, el impulso de levantarme las separa y él aprovecha la situación para llegar a mi entrepierna, donde por supuesto me encuentra inundada a través de mi ropa interior.
-Por favor... -Logro gemir, pero sus dedos están rozando la tela húmeda, acariciando mi clítoris tan sutilmente que todas mis terminales nerviosas se ponen a cien para detectar el mínimo estímulo.
Mi jefe corre la silla y me mira, ahí, con su pene al aire y apuntando al techo.
-No hay nadie en el edifico, amor, voy a cojerte hasta que quedes renga y te va a gustar. Si te relajas y confías en mí, te va a gustar.
-P-... por favor, no...
Abre el cajón de mi escritorio y saca una cinta de embalar. Levanta una ceja mostrándomela y no puedo dejar de temblar. Pero la verdad es que no sé si tiemblo de miedo o de excitación, porque me imagino lo que se viene.
Toma una tijera y la apoya en mi pierna, con el filo sobre mi piel.
-¿Vas a hacer lo que yo te pida, como la putita que eres?
El sonido que me sale no puede ser traducido como respuesta de nada.
Se acerca aún más a mí y, luego de cortar un buen trozo de cinta, toma mi muñeca izquierda y la ata junto a mi tobillo izquierdo. Petrificada lo dejo hacer lo mismo con mi mano y pierna derechos. La pollera se me sube a la cintura por la posición, y deja al descubierto mi vedetina negra. Mi jefe se pone de pie y sin esfuerzo me toma en brazos -él mide casi dos metros y pesa unos 120 kilos, mientras que yo apenas paso el metro y medio y no llego a los 50.
Me sienta en el escritorio y sonriendo se acerca a mí hasta quedar parado entre mis piernas.
-Te calienta esto, ¿verdad? -Me dice pero no me deja contestar. Me besa y su lengua entra en mi boca sin permiso, chocando la mía y haciéndome respirar con dificultad. Siento su pene chocando con mi estómago y sé que mi sangre está acumulándose en mi clítoris a la velocidad de la luz.
Mi jefe me está por violar y yo estoy más excitada que nunca.
Entonces me olvido de lo incongruente de la situación porque sus dedos vuelven a mi entrepierna, y esta vez, corren la tela que la cubre y entran en contacto directo conmigo. Mi jefe chupa mi lengua mientras sus dedos marcan círculos lánguidos alrededor de mi clítoris, haciendo que yo gima a un volumen vergonzoso. El sonríe sobre mis labios y me dice que bien puta resulté ser, que él ya lo sabía. Cada palabra me excita más y sus dedos, que ya están acariciando ese pequeño cúmulo de nervios, no me ayudan a mantener la modestia. Mis caderas empiezan a moverse sin permiso, buscando más contacto y no dejo de hacer ruidos cargados de pasión.
Es entonces cuando empieza a deslizarse hacia abajo, chupando primero mi cuello, mi garganta. Se detiene en cada una de mis tetas, chupando un pezón y pellizcando al otro, mientras yo adventuro algunos “no más, por favor”, aunque ya sólo para condimentar la situación. Abre del todo mi camisa y sigue bajando, hasta encontrarse frente a mi vagina.
-Estás chorreando, ¡si serás puta! -Me dice, y pasa la palma de su mano sobre mi vagina abierta, haciendo que me meza hacia atrás para sentirlo mejor. No tengo que esperar demasiado porque al instante siento su boca besándomela. Su lengua recorre mis labios y sus labios se cierran sobre mi clítoris, chupándolo con tanta fuerza que hasta me hace doler. Me penetra con un dedo y sigue lamiéndome, marcando un ritmo que de a poco me está llevando al límite.
Y de pronto pienso que no, no quiero acabar. No quiero darle el gusto a este bastardo asqueroso que se abusó de mí, pero su dedo encuentra mi punto y su lengua lo refleja desde afuera y ya no puedo pensar, y grito su nombre a la vez que descargo todas mis tensiones en un orgasmo increíble.
Ahora con dos dedos, mi jefe sigue el rimo hasta que vuelvo en mí y lo miro a los ojos y encuentro que está más serio que nunca.
-Te toca, zorra asquerosa. - me dice y me baja al suelo. Me agarra del pelo, guiando mi cabeza hasta que queda frente a su pene. -Chúpala, chúpala y trágate todo, ¿me oyes?
Asustada otra vez, y ya sobria gracias a mi descarga, siento que mis ojos se llenan de lágrimas y niego con la cabeza, demasiado asustada como para hablar.
Él no dice nada pero me tapa la nariz con su otra mano. Cuando abro la boca para respirar, me mete la pija en la boca y me amenaza con despedirme si llego a morderlo. Trato de chuparlo entre mis sollozos pero pronto me doy cuenta de que es inútil lo que yo haga, porque él sólo quiere cojerme la boca, así que me limito a cubrir mis dientes con mis labios y abrir todo lo que pueda la garganta.
Mi jefe bombea en mi boca hasta darme arcadas, siento la cabeza de su pene golpeando mi garganta y quiero toser, pero él está más allá de eso. Me tiene agarrada la cabeza con sus dos manos y cada vez más fuerte me penetra la boca. Repite “así, así, así” todo el tiempo.
De pronto se aferra a mi nuca y con un grito se descarga en mi boca. Siento su semen saliendo de a chorros y trato de tragar rápido para que no me haga vomitar. No me suelta hasta que escupe la última gota y, cuando lo hace, me quedo tosiendo unos minutos hasta que recupero el aire.
Siento la cara surcada en lágrimas y me atrevo a mirarlo. Se recostó de espaldas en el suelo, con la pija descansándole sobre una pierna.
-¿Qué, me miras con odio? Cada uno tuvo lo suyo, -me dice y me muestra el charco de flujo que dejé en el escritorio.
Siento vergüenza, pero ahora sólo quiero irme y olvidarme de todo.
-Desátame por favor. -Le digo tratando de mantener la calma.
-Tsk tsk, todavía no terminamos, putita.
Se pone de pie con un poco de esfuerzo y acerca una de las sillas. Me acomoda de forma que queda mi torso y cuello sobre el asiento y mis rodillas en el suelo, culo para arriba.
-Basta, por favor... -Digo, pero no tiene sentido.
Él está arrodillado detrás mío y siento cómo corta mi vedetina con la tijera, hasta quitármela del todo.
-Qué culo, por favor... -Dice y separa con sus manos los cachetes. Pronto siento su lengua en mi ano y trato de moverme para cortar el contacto pero un golpe seco en mi espalda me detiene.
-¡Quieta! -Me grita.
Me sigue chupando, empujando con su lengua el esfínter que yo trato de mantener cerrado a toda costa. Una de sus manos se aventura a mi vagina y empieza a masajearme para lograr excitarme otra vez. La combinación de su mano acariciando mi clítoris y su lengua en mi ano empieza a ganarme. Ya no me muevo para liberarme sino para seguirle el ritmo y un gemido me traiciona, lo cual lo hace reír.
-Te la das de puritana y la estas pasando de fábula...
Entonces, junta mis jugos con su mano y los embadurna en la abertura de mi culo. Se pone de rodillas, erguido, y de una embestida me penetra la vagina, haciendo que la silla se corra varios centímetros y que yo grite.
-Toma, toma, toma -dice a cada embestida y yo no puedo evitar responderme con gemidos cada entrada.
Uno de sus dedos empieza a rondar mi culo, y si bien tengo miedo, otra parte de mi quiere que me penetre con lo que sea.
No se hace rogar, lo siento haciendo presión y trato de relajarme. Mi culo empieza a comerse ese dedo y él ríe. Lo mueve haciendo pequeños círculos mientras sigue cogiéndome por la vagina y empiezo a temer que es el mejor sexo que tuve en mi vida.
Trato de erguirme, para poder arquear mi cintura y sentir más su doble penetración, pero él reacciona liberando mi culo y tomándome del pelo.
-No te vas a escapar, chiquita, -me dice y me tira fuerte, lo cual, descubro, me excita aún más.
-¡Dame más! -Le pido, fuera de mí.
Se sorprende un instante pero me suelta y me toma la cadera con las dos manos, para bombearme más fuerte, golpeando sus bolas en mi culo cada vez y gimiendo los dos en cada encuentro. Pero entonces, justo cuando creo que estoy a poco más de acabar por segunda vez, su pija abandona mi vagina y me embiste el culo con tanta fuerza, que el dolor me ciega.
-¡Ahh! ¡No! ¡Me duele! -Le suplico y empiezo a llorar, pero no sirve de nada.
-Cállate nena, ya te va a gustar... -Me dice sin dejar de embestirme, pero usa sus manos para estimular mi clítoris y pronto dejo de sentir tanto dolor. El ano me quema, lo siento caliente y casi puedo asegurar que está sangrando, pero la combinación de su pija haciéndome el culo y sus manos en mi raja me llevan al orgasmo en menos de cinco minutos.
-¿Otra vez, puta? Si serás barata, acabas cuando te están violando, zorra...
Sus palabras sólo hacen que acabe más fuerte.
Él sigue bombeando un par de veces más, hasta que siento que se tensa y en un movimiento me la saca y me hace girar, para acabarme en las tetas.
Estoy hecha un desastre, con la ropa rota, el maquillaje corrido por las lágrimas, la piel marcada por el maltrato y el semen de mi jefe chorreándome... pero estoy más satisfecha que nunca.
-Límpiala. -Me dice y ni me quejo. Se la chupo hasta sorberle hasta la última gota de mis jugos y mi semen.
Me pega unas cachetadas suaves, como diciéndome “buen trabajo” y suavemente me despega las cintas de las manos y los tobillos. Me acomodo la ropa, apago la computadora y me voy, dejándolo a él metiéndose la camisa adentro del pantalón.
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