Horas Extra
La elegante asistente de ejecutivos es llevada por su curiosidad a ser juguete sexual del conserje y una barrendera.
HORAS EXTRA
Me llamo Lucía. Trabajo en el prestigioso Banco V , que es muy exigente con sus empleados. Tengo 25 años y mi cabello es castaño, lo uso hasta los hombros, mi piel es blanca, mis ojos café, estoy contenta con mi cuerpo, y cuando uso minifalda atraigo las miradas de todos los hombres, una vez, hasta causé un choque automovilístico
Lo que voy a narrarles sucedió un jueves, final de mes, cuando tenemos que hacer los balances. Trabajo de asistente de una de las más importantes ejecutivas, por tanto, ese día terminamos como hasta las diez de la noche así son las cosas en los bancos. La oficina de mi superiora, Eleonor Williams, estaba ubicada en el piso décimo del edificio, que era la central del banco.
-Creo que ya terminamos, Lucía -me dijo-, ya puedes irte.
-Está bien, muchas gracias -le dí las buenas noches y salí apresuradamente, quería llegar a mi casa cuanto antes porque me moría de sueño.
Para colmo de males, el elevador estaba malo, así que tuve que descender por las escaleras, hasta llegar al piso octavo, donde se encuentra el cuarto de limpieza. Al pasar frente al mismo me pareció escuchar voces. El pasillo estaba casi oscuro, y noté que la puerta estaba entreabierta.
Pronto empecé a escuchar el plop plop de cuando se folla, así como la voz de un hombre quejándose e insultando, junto a la de una mujer gimiendo y loando a su amante. Me asomé con cuidado, por la rendija, y nada me había preparado para lo que ví: el conserje, don Esteban, de unos cincuenta y pico de años, follando contra la pared a una de las aseadoras, doña Jimena, de unos cuarenta y tantos.
-Dios, que tienes un buen culo, mujer -dijo Esteban.
-Y es todo tuyo mi amor -respondió doña Jimena, como en trance.
Noté que don Esteban gustaba mucho de sacar todo su enorme miembro y volver a meterlo de un solo golpe, arrancando gemidos a doña Jimena. Su pene era un espectáculo, algo inolvidable, largo y grueso, con una cabezota allí es que se me empezó a hacer agua la boca.
-Vamos, vamos, Lucía -pensé-, te sobran jóvenes guapos de tu edad, no se te ocurra que puedes coger con un conserje -y decidí irme, sin embargo, la puerta crujió y don Esteban me miró.
Quise decir algo, moviendo mis manos, pero don Esteban hizo algo inesperado extendió su brazo hacia mí y me introdujo sus ásperos dedos en mi boca, atrayéndome de la quijada y metiéndome al cuarto, cerrando la puerta con la pierna.
-Así que las putas fofas también quieren comer carne con Esteban -dijo, y me besó.
Quise pelear, pero su beso experto, poco a poco me tranquilizó, su aliento avejentado y nauseabundo terminó calentándome, y su mano debajo de mi falda tocaba mi entrepierna, haciendo que se me pusieran los pelos de punta en especial cuando me di cuenta que se trataba de doña Jimena.
-Lo siento, lo siento, no era mi intención espiarlos ya me voy -empecé a balbucear, sin poder creerme lo maravilloso que estuvo ese beso.
-Esto es lo que quieres, ¿verdad, zorrita? -y sacó su vergota del coño de Jimena, y con su increíble fuerza me obligó a arrodillarme ante él, mientras que aquella señora, desnuda y barrigona, me observaba sonriendo despectivamente.
Y allí estaba yo, atrapada en el cuarto de limpieza, entre escobas y trapeadores, hincada ante el conserje, ni más ni menos, su pene a pocos centímetros de mis labios, su colosal órgano, que me hipnotizaba, jamás había tenido nada semejante, y sin poder creerlo de mí misma, con lentitud, abrí mi boca y mis labios rozaron su glande, que besé varias veces, haciéndolo suspirar, luego usé mi lengua y me embriagué del sabor de aquel pollón junto a los líquidos de la aseadora lamí esa verga de arriba abajo, don Esteban puso su mano en mi cabeza y me sujetó del pelo, quería dirigirme se sujetó su pene y acercó mi boca a sus testículos, los que lamí y chupé
-Métetelos en la boca -me ordenó, y obedecí, usando mis manos para alojar ese escroto peludo dentro de mi boca, y estuve así varios segundos.
-Sube con tu lengua hasta mi hongo, puta -me ordenó, y lentamente, dejé sus guevos bien ensalivados y subí con mi lengua hasta su glande, entonces, sin soltar mi cabeza, me obligó a meterme su pene en la boca, aquí comencé a usar mis manos, y caí en la cuenta que llevaba un buen rato mugiendo mientras le daba sexo oral al conserje, consciente que jamás había engullido una polla de un tamaño inferior a la mitad de ese monstruo.
Entonces, doña Jimena se hincó a mi lado, y le dimos una mamada doble a don Esteban. Ya que ninguna de las dos podía tragársela toda, cuando yo se la chupaba, Jimena lamía la sección libre y los guevos, y a veces metía su lengua en mis oídos en eso, sacó el pene de Esteban de mi boca y me besó, usando su lengua, y después del instante de shock, comencé a responderle, lengueteando juntas, Jimena mordió mi labio inferior, estirándolo y luego soltándolo. Esteban nos empezó a cachetear por turnos con su animal, enfatizando especialmente en mi rostro, restregando su carne contra mis labios.
-Suficiente, ahora tendrás lo bueno, perra caliente -me dijo, y me alzó como si fuera una muñeca, atrayéndome a él y besándome de nuevo, en tanto que sus manos no dejaban de moverse. Me dio vuelta y me hizo girar mi cabeza de modo que podía besarme y al mismo tiempo acariciar mis senos, que ya estaban como piedras en ese punto. Doña Jimena le ayudó a quitarme el traje y desabotonar mi blusa y yo, presa de una lujuria jamás experimentada por mí, me dejé hacer. Rodeé con mi brazo la cabeza entrecana de mi inesperado amante, sintiendo cómo Jimena me quitaba el sostén y enterraba su cabeza de bruja lesbiana en mis tetas, mordiéndomelas y chupándome los pezones dándome un placer que ninguno de mis novios ricachones me proporcionó jamás. Pronto sentí sus dedos entecos y brujeriles introduciéndose dentro de mi calzón, travesando mi coño ya inundado, estremeciéndome de pies a cabeza.
Doña Jimena se agachó, bajándome el calzón, para darme una lamida de coño que marcará un antes y un después en mi vida, mientras mi boquita y mis tetotas le pertenecían a mi amado conserje. Entre los dos me arrancaron rugidos bestiales que horas antes habría considerado imposibles surgiendo de mi garganta. Los dedos de Jimena recorrían mis muslos níveos, así como mis nalgas, y al rato empezaba a hundirlos, untándolos con mis propios jugos mis gemidos fueron en aumento, y si no fuera por los fuertes y robustos brazos de don Esteban sujetándome de mis pechos, habría caído presa de convulsiones por el fortísimo orgasmo que la vieja bruja me causó con su lengua asquerosa
-Sabes lo que sigue, ¿verdad? -me dijo, apoyándome en la misma alacena donde minutos antes se estaba clavando a la mujer cuya saliva chorreaba de mi coño.
Cuando Esteban rozó su glande contra mis labios vaginales, sentí como una corriente eléctrica, "Dios santo, estoy apunto de ser follada por una pija gigantesca", pensé. Creo que grité cuando Esteben empezó a penetrarme, y mis lloriqueos no se hicieron esperar, abriendo mi boca de puro asombro al sentir que esa polla parecía nunca acabarse, hasta desvirgarme profundidades de mi panocha a las que ninguno de mis previos amantes llegó.
-Nunca me había cogido una cosita tan rica como vós, putilla -me susurró al oído. Yo estaba como en trance, quejándome, en tanto que el conserje me follaba despacio, dejando que mi coño tembloroso se acostumbrara a ese gusanote, sacándola poco y recordando cómo se la sacaba entera y se la clavaba de golpe a doña Jimena, "yo voy a sufrir eso", pensé.
El sudor bañaba mi cuerpo, totalmente desnudo y a merced de esos dos, excepto por mis zapatos y mis aretes. Ni yo misma podía creer la forma en que me quejaba, cual actriz porno, y don Esteban, a medida que aceleraba sus metidas, iba sacando más su pollón, golpeándome con fuerza mis nalgas, aferrándome de los hombros, entonces empezó lo bueno, y don Esteban me la sacaba entera y me la ensartaba de un solo golpe, causando que yo gritara como si de puñaladas se trataran.
-¡Ay, me estás matando, mi amor! -exclamé, mientras él rugía y pifiaba gustoso. Como buen hombre, se encargó de ver que yo me corriera primero, provocándome movimientos espasmódicos- ¡Jooohh! ¡Esteban!
De inmediato, salió de mí y me hizo hincarme otra vez, adiviné lo que se proponía y abrí mi boca, chupándole ese pija magnífica, y él me sujetó de la cabeza, sacándomela y corriéndose en toda mi cara, para luego metérmela en la boca. Doña Jimena no perdió tiempo y lamió el semen del conserje desparramado en mi cara, terminando las dos besándonos y succionando por turnos el pene fláccido de don Esteban. Este se agachó junto a nosotras y nuestras tres lenguas se fundieron en un increíblemente lascivo beso triple. Luego, cada uno de ellos se estuvo un rato lamiéndome una oreja respectivamente, y cada uno de ellos se apoderó de un pecho mío y de una nalga mía ya había tenido sexo con dos hombres hacía un año, pero aquella ocasión no se comparó en lo más mínimo a esta locura.
Temblorosa, me puse de pie, y en silencio, nos vestimos; yo un poco ruborizada, aunque no exactamente avergonzada. Don Esteban me abrazó y me dio un beso de minutos, luego me dijo:
-Muñeca deliciosa, hoy te salvaste, que me tenía un poco cansado la bruja ésta, pero la próxima vez que te pesque te voy a reventar ese culito tan bello que tienes -y me lo palmeó, metió su mano debajo de mi arrugada falda y me arrancó el calzón, olisqueándolo y me dijo: Yo me quedo con esto, preciosa -y ese acto me calentó como si estuviera hecha de magma.
Doña Jimena se despidió de mí con un beso obsceno. Yo salí disparada a mi casa, donde me metí a la bañera y me masturbé por horas, sin dejar de pensar en don Esteban y su enorme estilete, pero un poco preocupada sobre la siguiente vez, cuando Esteban me "pesque" con intención de reventarme el culo.
-Valió la pena trabajar horas extra este día -pensé, antes de acostarme, durmiendo con una ancha sonrisa.