Homosexualismo en la antigua Grecia
Historia de la homosexualidad en grecia antigua.
La sexualidad griega se centró en la homosexualidad. Los hombres adultos tenían el derecho a prostituirse, y si su cliente era extranjero, se podían alquilar en calidad de mancebos por un buen salario.
La homosexualidad masculina estaba muy extendida en la antigüedad por todos los países del Mediterráneo, pero la razón de que adquiriese tal carta de naturaleza en Grecia es un enigma fisiológico y psicológico. La vida sexual debió de ser la consecuencia de una violencia, escondida bajo el manto de la educación y suavizada por las ventajas de las comodidades materiales. Sus inicios aparecen en los fines del siglo VII a. de C. y con unas características inconstantes se desarrolla en tres períodos conocidos y bien definidos: un período presocrático y poético con Píndaro, Teoñis y Solón incluido; un período filosófico con Sócrates y Platón; y un tercer período postaristotélico, donde la gran filosofía de los siglos v y iv a, de J. C, se mezclan con la poesía decadente y la novela.
Los hijos de Pisístrato se ven complicados en un turbio asunto de homosexualidad: Harmodios y Aristogiton, matadores del tirano y sus amigos, constituían una pareja de amantes. El propio Solón, hombre de valía, se manifestaba partidario del amor entre hombres. Según Plutarco cantó el amor a los muchachos de la siguiente forma:
"Amarás a los muchachos hasta que un pelo escaso les cubra la barba. Hasta entonces gustarás de su dulce aliento y sus musíos"
Solón, que fue amante de Pisístrato y que cantó los rostros imberbes, estableció leyespara proteger a la juventud contra la corrupción que amenazaba por todas partes. Algunos textos condenan la homosexualidad practicada entre hombres libres y esclavos; y otros inducen a los hombres maduros a alejarse de los lugares en que se desnudan los jóvenes atletas. Cien años más tarde, dos hombres de Estado, el virtuoso Arístides y el valiente Temístocles aparecen disputando el amor del joven y bello Stesileo's.
En la homosexualidad griega hay que distinguir dos tipos: el militar y el pedagógico. En el primero se trata de la erotización de una camaradería entre jóvenes de edad parecida; en el segundo, hay una relación de maestro a discípulo, cuya repercusión sobre el pensamiento y las costumbres ha sido más importante.
Desde Alejandro hasta nuestros días, pasando por Julio César y otros famosos nombres de la Historia, la homosexualidad se ha refugiado y ha reinado en la milicia. Esto no quiere decir que grandes jefes hayan dejado de ser buenos esposos y excelentes padres, lo cual lleva a suponer que a menudo sólo es una homosexualidad de compensación, debida a una vida alejada de las mujeres, o a una ambivalencia cuya genitalidad desbordante no repara en la clase de objeto que la satisface.
Los filósofos griegos cantaron e idealizaron el tema de los amores guerreros, y bajo este aspecto han presentado hechos que son difíciles de aceptar en una lógica de actuación, como afirmar que un ejército de amantes y amados, de erastas y erómenos, resulta invencible; o que el amado, caído en el suelo por el golpe enemigo, ruegue a su adversario que le permita volverse antes de recibir la muerte, para que el amante no vea el ultraje de la herida. Estas cosas podrían admitirse si los campos de batalla no fuesen lugar de violencia y la lucha se desarrollase como la conversación de una comedia de Oscar Wilde.
Sucede que los filósofos, como los políticos, y en general esa reducida y distinguida clase que dio pie al florecimiento descarado de la pederastia, la formaban hombres. Estos hombres habían relegado a sus esposas al gineceo y no las dejaban participar en las fiestas públicas ni privadas. La esposa educa a los hijos pequeños, pero luego le son arrebatados para confiarlos a pedagogos. Esto respecto a Atenas; en Esparta, el encuadramiento y formación militar de los muchachos aún aumenta más la separación de madre e hijo, y sólo deja aquélla como una máquina de hacer soldados.
Los matrimonios griegos eran tibios. Los maridos se aburrían en sus casas y no les importaba que sus mujeres lo supiesen. Ellas, que iban al matrimonio como cándidas e infelices palomas -muchas se casaban antes de los 15 años-, se volvían ariscas, desagradables y venenosas. La antigua literatura está llena de quejas sobre las esposas insoportables.
Hesiodo la considera un castigo impuesto al hombre por robar el fuego sagrado, y la relega a la categoría de animal de trabajo. Demóstenes, que no desdeñaba el amor a los muchachos, decía: «Tenemos cortesanas para el placer, concubinas para que nos cuiden y esposas para que nos den hijos legítimos». Aristóteles también proclamó la inferioridad de la mujer desde el punto de vista biológico. Y Sócrates, que tenía una esposa como Itantipa, escapaba de casa y pasaba las noches con sus alumnos.
Así, pues, los hombres forman sus clanes, y todas las actividades de los atenienses se llevan a cabo en círculos educativos, en gimnasios, en círculos políticos, en reuniones filosóficas y literarias, y en banquetes. Cierto que en ellos había mujeres, pero no eran sus esposas: sólo cortesanas, bailarinas, tocadoras de flauta y de crótalos.
Sócrates no escribió ningún libro. Sin embargo, uno de sus alumnos aventajados, Platón, lo inmortalizó al copiar o transcribir el nuevo estilo de sus discursos filosóficos. Platón, un artista de insuperable talento, fue un homosexual reconocido; recomendaba la abstención camal, pero se sabe que Aster, Dionisio, Fedro y Alepsis fueron amados suyos. Sin embargo, de Sócrates, de quien se dice que fue amado de Arquelao, ninguno de sus contemporáneos le acusa de practicar la pederastria carnal. Es más, Platón, en Cármides, cuenta que para hacer sitio al joven en el banco del gimnasio, Sócrates empuja a todos y consigue que Carnlides se ponga a su lado, luego le aparta el himatior y lo que descubre le excita muchísimo: «Estaba ardiendo; no sabía lo que me hacía».
Y Sócrates, tan ocupado en las cosas del alma, se siente dominado por el cuerpo de Carmides, pero, con esos cambios tan bruscos en la ironía socrática, el incidente sólo le sirve para lanzarse a considerar el tema de la sabiduría. Lo cual acude a apoyar la imagen que de él ofrece Jenofonte en El banquete:
Sócrates acepta en su lecho a Alcibíades, le gusta notar su emoción, pero no le da nada, y Alcibíades expresa su decepción diciendo: "Sabedlo todos ¡Por los dioses y por las diosas! Después de haber pasado toda la noche a su lado, me levanté como si hubiera dormido con mi padre o con mi hermano mayor.
Los hechos revelan que el amor por los adolescentes era el más extendido de la homosexualidad. Los hombres sostenían verdaderas relaciones con jovencitos de 13 a 17 años; con el pretexto de educar a la juventud, muchos consiguieron que los adolescentes cayesen en sus redes. La esperanza de satisfacer la libido sensual predominaba sobre el desinterés de la amistad, aun cuando tal comportamiento resultase casi lícito y nada censurable al considerarlo como una atracción desinteresada y espiritual del hombre hacia el joven, y viceversa.
Cuando un hombre honrado, enamorado del alma de un joven, aspira a hacer de él un amigo sin mácula y a vivir con él, lo elogia y ve en esa amistad la más hermosa manera de educar a un joven. Pero si alguno parecía estar enamorado solamente del cuerpo, lo declaraba infame y por ello no tenían los amantes menor retención en su trato con los muchachos que los padres con sus hijos y los hermanos con sus hermanos.
En Atenas y en otras ciudades y puertos, existían burdeles con jovencitos. El hermoso adolescente Fedon de Elis fue vendido a un burdel después de ser hecho prisionero, y Sócrates pagó la suma requerida para libertarlo.
Una de las mayores singularidades de la historia de la filosofía radica en que el interlocutor del sabio, en su incomparable diálogo sobre la inmortalidad del alma, es un joven prostituido.