Homo Unius Libri
Timeo hominem unius libri Temo al hombre de un solo libro. Una mujer es torturada y vejada por las autoridades eclesiásticas durante el medievo.
HOMO UNIUS LIBRI
Timeo hominem unius libri Temo al hombre de un solo libro.
Olga Hersdötter salió del profundo sueño que la envolvía cuando sintió que la puerta de su celda se abría rechinante. ¿Era de noche? ¿De día? No podría decirlo. Parecía que hacía ya una eternidad desde que fuera arrojada allí por los templarios de Dios, los inquisidores. Entreabrió los ojos, todavía adormilada. Un sordo dolor inundó su cabeza. Uno de sus ojos estaba amoratado por la brutal paliza a la que le habían sometido. Todavía tenía sangre seca en su labio partido.
Sus ojos parpadearon, cegados por la brillante luz de las antorchas ante ella, pero pudo reconocer al sacerdote Hans Steiner ante ella, con una sonrisa de satisfacción cruzando su rostro.
Entonces, Olga reparó en la mano del hombre, que sostenía un pequeño libro. Los ojos de la mujer se abrieron como platos cuando lo reconoció. Toda su somnolencia se disipó, siendo sustituida por un miedo atroz que le atenazó las entrañas. La voz de Steiner se tiñó de condescendencia.
-Vaya, vaya, vaya... ¿Qué es lo que hemos hallado en vuestra morada, mi pequeña novicia? Pero si parece ser los " Poemas y Dichos del Sabio Abul-Ala al Maari ".
-¡No teníais derecho a registrar mis aposentos!
-Olga, Olga, Olga... Qué decepción. Pensaba que como iniciada de la Santa Madre Iglesia tendríais un poco más de sesera. ¿No sabíais que este libro está prohibido por el Santo Oficio?
Olga tragó saliva mientras apartaba la vista.
-Veamos... -Steiner abrió una página al azar y comenzó a recitar:
"Vive una buena vida. Si hay dioses y son justos, entonces no les importará cuán devoto has sido, y recompensarán las virtudes de acuerdo a las cuales has vivido. Si los dioses existen, pero son injustos, no querrás rendirles culto. Si no hay dioses, entonces te habrás ido, pero habrás vivido una noble vida que permanecerá en la memoria de aquellos a quienes amas."
Una mueca de profundo asco se dibujó en el rostro de Steiner.
-Blasfemias. Blasfemias y mentiras cuyo único objetivo es desviar la atención de Nuestro Señor Jesucristo y condenarnos a las llamas del infierno. Pero sigamos
Steiner abrió el libro por otro sitio distinto y siguió leyendo.
" Los habitantes de la tierra se dividen en dos,
Los que tienen cerebro pero no religión,
Y los que tienen religión pero no cerebro."
Steiner negó con consternación.
-Qué blasfemo. ¿Para esto han derramado su sangre todos nuestros santos y mártires en las Guerras Santas? ¿Para que un miserable extranjero se burle de Dios y del Imperio?
Olga comenzó a temblar, presa de una mezcla de indignación y temor. Se obligó a respirar dos veces antes de decir algo que pudiera traerla más problemas.
-Ese libro es mío. No tenéis derecho a...
-¿Sabes, Olga? Mi padre decía que los libros son peligrosos, y tenía mucha razón, no hay duda. Sí. Bien es cierto que hay varios libros sagrados donde se detallan las enseñanzas y la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo. Yo mismo he tenido que memorizar dichos libros y os puedo recitar la Sagrada Biblia sin equivocarme ni una sola vez. Para eso están los Sumos Padres de la Iglesia, para separar el grano de la paja, el fruto de las malas hierbas, para decirnos qué obras sublimes debemos leer. Pero el resto de libros son peligrosos, de eso no cabe duda. Te llenan la cabeza de ideas disparatadas. Te hacen soñar con lugares extraños, con personas extrañas. Te hacen preguntarte el porqué de las cosas en lugar de aceptar el Orden Natural. Te hacen cuestionarte las enseñanzas de nuestros mayores y superiores. Mi padre jamás permitió que un libro entrara en su casa. Una vez, siendo niño, compré unos cuantos papeles emborronados a un amanuense para ayudarme a encender la chimenea. Cuando lo vio, mi padre me dio una paliza de muerte, diciendo que los espíritus malignos iban a escapar por todas partes. ¿Os lo imagináis?
Olga pegó un respingo cuando Steiner cerró el libro con fuerza. La mujer se sujetó los hombros, intentando inútilmente dejar de temblar, en parte por el frío de la celda y en parte por la severa mirada del sacerdote.
-Pero veo que a mi padre no le faltaba razón. La lectura de los libros es como una mancha, como un sucio estigma que se expande, conduciendo a la herejía, a la rebelión, a la anarquía... al caos. El Malleus así lo indica.
A pesar de que una vocecilla en su interior le instaba a permanecer en silencio, Olga no pudo evitar abrir la boca.
-¿Queréis saber sobre qué me advirtió mi padre? Sobre los hombres de un solo libro. Sobre su ignorancia, su estupidez y, por desgracia, su poder. Os compadezco, Steiner. Compadezco vuestra cerrazón y vuestra estrechez de miras, que os impide contemplar el mundo a vuestro alrededor. Me dais lástima.
Los ojos de Steiner se entornaron amenazadores pero sonrió siniestramente mientras acariciaba la mejilla de Olga, que no pudo evitar estremecerse. En la mirada del inquisidor se percibía furia, sí, pero también un atisbo de ¿lujuria?
-Sois como una oveja descarriada, Olga. El libro debe ser pasto del fuego purificador, y el hereje debe ser educado en la Verdad. Me temo que es mi deber, y mi placer, castigaros.
Olga gimió, atemorizada.
-Por favor... No debe haber más de tres copias de ese libro en todo el mundo. Por favor, no lo hagáis... Haced conmigo lo que queráis, pero no dañéis el libro...
Steiner sonrió, casi con ternura. Su voz se tiñó de un paternalismo que a Olga le resultó odioso.
-Sois una mujer extraña, Olga. Cualquier otro estaría temblando por el castigo que le aguarda. Vos, en cambio, estáis más preocupada por el destino del libro que por el vuestro propio.
Olga tembló con espasmos mientras sus ojos se inundaban de lágrimas.
-Llegará Llegará un día en el que la gente no será quemada por sus pensamientos Un día en el que cualquiera podrá poseer libros y hablar en voz alta sin ningún temor a gente como vos
-No entendéis nada, Olga. Por efecto de la herejía se debilita la fe en Jesucristo y se apaga de nuestros corazones, perecen las instituciones, nacen los tumultos y las sediciones, y se destruyen la paz y el orden público. Si permitiéramos el brote de la herejía en el seno del Imperio, nos avocaríamos a la destrucción, a ser consumidos por la nefanda obra de Lucifer.
Olga apartó la vista. No quería que Steiner la viera llorar.
-Pero en fin, dejemos estas desagradables cuestiones y preparémonos para el castigo, Olga. Mi generosidad es muy grande. Quizás, si quedo complacido, pueda ser indulgente con vos. ¿Aceptáis someteros a mi voluntad para intentar obtener mi clemencia?
El rostro de Olga se descompuso por el terror mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Aunque valiente, sabía que negarse supondría un destino de tormentos, torturas y muerte en la hoguera. Quiso levantarse con dignidad, escupir a ese hombre horrible, mandarle al infierno. Pero sabía que no existía opción.
-A acepto.
-No os he oído.
-¡Acepto!
-Muy bien, veo que finalmente, sí tenéis algo de sesera. Desnudaos.
Con los dientes rechinando por la furia, Olga se deshizo de su fina camisola. El frío a su alrededor puso sus vellos de gallina y provocó que sus pezones se irguieran.
-Debo decir que, a pesar de ser una hereje, no estáis nada mal. Vuestros pechos son muy apetitosos.
Olga se sintió enrojecer. Tener que permanecer bajo el lascivo escrutinio de aquel repugnante hombre era la mayor humillación padecida en su vida.
Hans, sin dejar de devorarla con la mirada, se subió los hábitos, revelando una grande y enhiesta verga. Olga no pudo evitar mirarla durante un segundo antes de volver a sostener la mirada del hombre.
-Arrodillaos.
Con deliberada lentitud, Olga obedeció. La sonrisa de Steiner se ensanchó, como si la fútil rebeldía de la mujer no hiciera sino aumentar su excitación. Con parsimonia, restregó su erecta verga por el rostro de Olga, quien cerró los ojos y labios con ira, reprimiendo una arcada. Pronto, la cara de la mujer quedó húmeda y brillante, embadurnada del líquido preseminal de Steiner.
-Y ahora, daos la vuelta y elevad vuestro culito.
Olga obedeció, sonrojándose hasta lo insoportable por la espantosa humillación. Sus nalgas quedaron en pompa, mientras posaba su rostro sobre el frío suelo. Steiner golpeó con una violenta cachetada las pálidas medias lunas de su culito respingón, a la que siguió otra y otra. Olga intentó permanecer en silencio, mordiendo sus labios para no gritar, pero no pudo evitar emitir un chillido ante la azotaina.
Pronto, las rudas manos del hombre sobaron y estrujaron la dolorida piel sonrosada de las nalgas de la mujer y, finalmente, sus dedos se deslizaron más abajo y comenzaron a hurgar en los orificios, entrando y saliendo como inquietas culebras y arrancándola quejidos mientras iniciaban el frenético ritmo que más le convenía para estimular su sucio placer.
Steiner acarició su venoso y grueso instrumento y, con gran esfuerzo y poco a poco, lo incrustó por su orificio más diminuto y estrecho. Olga gritó desgarradoramente mientras su ano era empalado, meneando inútilmente sus caderas y sólo logrando que la verga se empotrara más y más.
Hans la cabalgó con violencia, restregando su verga por las entrañas de la mujer, mientras sus manos no dejaban de pellizcar y retorcer los pezones de los temblorosos senos de Olga. La mujer pronto dejó de luchar, quedando tendida en el suelo como una inerme muñeca a la que han cortado las cuerdas mientras el hombre no dejaba de sodomizarla con fuerza, empujando sus caderas contra las nalgas de la mujer mientras su verga se insertaba en sus entrañas, en tórrida comunión. De la desfallecida garganta de Olga sólo acertaban a escapar pequeños gemidos cada vez que el cruel falo se incrustaba en su esponjoso interior.
Tras mucho tiempo en el que en la mazmorra sólo se escuchaba el húmedo golpeteo de la carne contra la carne, Hans finalmente alcanzó el orgasmo, rugiendo sordamente su placer e inundando las entrañas de Olga con su espeso semen.
Steiner se incorporó y contempló con suficiencia a la desmadejada mujer, de cuyo ano escapaba por sus nalgas y muslos un hilillo de semen. En la estancia sólo podía oírse unos débiles sonidos, como los débiles maullidos de un gato o los gemidos de un moribundo.
El inquisidor sonrió. Su falo todavía seguía erecto. Steiner se acercó a Olga, presto a poseerla de nuevo, a violarla, a degradarla aún más. Con su mano agarró rudamente el cabello de la mujer y levantó su cabeza, obligándola a mirarle.
La mirada de Olga era fría e intensa. Su rostro estaba cubierto de sudor y de los efluvios del hombre, pero conservaba una dignidad que se le antojaba doloroso de contemplar. Una certeza se abrió paso en la cabeza del inquisidor. Podría violarla pero nunca podrá poseerla.
Steiner frunció el ceño. Su pene fue perdiendo paulatinamente la erección hasta quedar flácido y sin vida. Un velo rojizo nubló su visión, mientras la ira comenzó a consumirle. Furioso, empujó brutalmente a la mujer al suelo mientras se incorporaba violentamente.
-¡Maldita! ¡Deja ! ¡ de ! Steiner pateó a Olga en las costillas. Una, dos, tres veces. -¡ mirarme ! ¡ así!
El castigo prosiguió unas cuantas patadas más. Steiner jadeó mientras se limpiaba la saliva de la comisura de sus labios. La desnuda mujer sollozaba lastimeramente en el suelo, en posición fetal.
Steiner se adecentó la sotana como pudo, preparándose para abandonar la estancia sin mirar atrás. La sollozante voz de Olga apenas fue audible.
-No entendéis nada, Steiner. Creéis haberme degradado cuando, a los ojos de Nuestro Señor Jesucristo, vos os habéis revelado como la bestia que realmente sois. Yo todavía soy una mujer. Vos, no sois sino un monstruo.
El inquisidor fingió no haberla escuchado mientras cerraba la pesada puerta tras él. Durante un momento, el miedo pareció convertirse en una gélida mano que apresó su garganta. La imagen de un súcubo enviado desde el infierno para forzarle a pecar y condenarle al tormento eterno se dibujó en su mente.
Pero no tenía por qué preocuparse. Esa noche, en su celda, rezaría a Dios mientras el látigo mortificaría su carne pecadora y el cilicio le purificaría. Deux vult . Hans Steiner comenzó a rezar mientras su figura se perdía por los tenebrosos pasillos.
Tu autem, Domine, clipeus meus es,
gloria mea, qui erigis caput meum.
Voce mea ad Dominum clamavi,
et exaudivit me de monte sancto suo.
Exsúrge, Dómine!
Salvum me fac, Deus meus!
Nam masillam percussíti
omnium adeversántium mihi
dentes peccatórum confregísti.
Mas tú, Señor, eres mi fuerza.
Gloria mía, que levantas mi cabeza.
Con mi voz clamé al Señor,
y me escuchó sobre su Monte Santo.
Levántate, Señor!
Sálvame, Dios mío!
Porque Tú golpeaste en la quijada
a todos mis contrarios
Rompiste los dientes de los pecadores.