Hombres marcados. Cap. 7 Un favor, un deber

En el Oeste siempre es mejor echar un polvo que morderlo. Y un favor es un deber entre vaqueros...

Capítulo 7

Entre colegas un favor es un deber

Rápidamente los dos muchachos se incorporaron, y con gestos veloces recogieron las toallas que habían sido testigos desde el suelo de su pasión amorosa. Miró Tommy a Li y descubrió, para su sorpresa, que en el rostro del chico no había ningún atisbo de miedo sino aquella sonrisa que siempre parecía acompañarle. Eso y un suave apretón en su mano hizo que Tommy se tranquilizara; habían sido muchos años viviendo bajo el terror a un amo sádico, y cualquier situación que él no controlara le producía esa desazón y ese nerviosismo.

El tipo que se había asomado a la puerta avanzó unos pasos; posiblemente le pasaba lo mismo que les pasó a los dos chicos cuando, no hacía tanto, habían entrado en la sauna: el denso vapor acumulado no dejaba ver claramente la disposición del espacio. Cuando tuvieron al tipo más cerca, Tommy reconoció las hechuras de Jack. Su corazón volvió a agitarse dentro de su pecho.

– Vámonos– susurró a Li mientras le golpeaba suavemente el muslo.

Los dos chicos se levantaron y pasaron muy cerca del tipo que acababa de entrar, quien al ver las sombras de ambos dirigió allí su mirada. Sí, Jack reconoció a Tommy, igual que lo había reconocido en la barra, para su sorpresa, pues no esperaba encontrarlo allí, nunca lo había visto por aquel local. Al sentir que pasaba junto a él tuvo el impulso de llamarlo, pero como no iba solo, desistió, limitándose a seguirlo con la mirada, viendo cómo se alejaba y traspasaba la puerta, uno de sus brazos rodeando los hombros del otro chico, el camarero que le había servido una copa, el mismo con quien, en la misma postura, lo había visto pasar delante de él no hacía ni diez minutos. Una punzada de dolor le traspasó el pecho, pero sabía que no podía arriesgarse, no podía arriesgarse a que lo vieran con el chico de confianza de Albert Anderssen; si uno de los hombres de Brighton o cualquiera de sus chivatos se enteraba, posiblemente todo se iría a la mierda, y él no podía permitirse aquel lujo, aunque para ello tuviera que renunciar a otro lujo, el inmenso lujo de saborear la carne oscura y prieta del joven Tommy.

Después de estas reflexiones y ya con la vista más acomodada al lugar, decidió que ya que estaba allí no le vendría mal un momento de tranquilidad y sosiego. Anduvo un par de pasos y se encaminó hacia el lugar de donde habían salido los dos jóvenes, buscando quizás un resto de la presencia de Tommy. Se sentó sobre la dura piedra que bordeaba la pared y notó cómo, quizás por la visión del muchacho negro, su polla mostraba una ligera inquietud. Sonrió para sí, mientras dejaba caer una de sus manos en la zona de la toalla bajo la que su nabo había empezado a moverse. El recuerdo de las duras nalgas del muchacho colaboró en animar aún más aquel trozo de carne que parecía echar tanto de menos el prieto culo del chico negro. No había nadie en la sauna, así que nada le impedía darse un poco de consuelo, se desató la toalla y como un mapache feliz saltó su fina y despuntada polla. A pesar de la humedad y del calor de la sala, escupió un poco de saliva, saliva que fue a dar de lleno en el tirante capullo sonrosado que le miraba como un ojo travieso e inquieto. Se recostó hacia atrás, cerró los ojos, aspiró profundamente aquella mezcla de olores entre los que distinguía el de menta y el del jabón, pero había otro que se le perdía, más acre y fuerte, como a tierra y pasto húmedos. Aquel olor le excitó bastante así que empezó a deslizar suavemente su mano por su tieso miembro, tranquilamente, sin prisas, recreándose en las imágenes de la noche anterior, en los muslos recios de Tommy, en sus huevos tan prietos y tersos como ciruelas, en su polla desproporcionada y salvaje, mientras que la otra mano recorría su torso delgado, deteniéndose y pellizcando aquellas tetillas color almendra, rodeadas de unos finos vellos negros, tetillas que lentamente iban adquiriendo cierta dureza, al ritmo lento y sabio que el vaquero marcaba, poco a poco, pausadamente, sin prisas, disfrutando de cada momento, de cada recuerdo.

En esas estaba cuando sintió la presencia de alguien en la sala, abrió los ojos mientras cubría con la toalla lo que apenas podía ser tapado, y vio en medio de la sala, a escasos dos metros, la figura fornida de un tipo, el mismo tipo con el que había estado hablando antes, el mismo que le había preguntado por Sean Brighton; había oído que buscaba vaqueros y él estaba buscando trabajo, eso le había dicho. Jack le había corroborado su información y también había intentado sonsacarle algo pero el tipo había dado respuestas evasivas a todas sus preguntas, ni siquiera había conseguido saber su nombre. A Jack no se le escapaba que aquel vaquero ocultaba algo, algo que él estaba dispuesto a averiguar. Y allí lo tenía de nuevo, a escasos dos metros, posiblemente aturdido entre la nube de vapor, intentando hacerse con el lugar. Entonces observó cómo el tipo se acercaba adonde él estaba, probablemente había vislumbrado una figura, y probablemente sabía que esa figura era él mismo. Se sentó a un metro de Jack, quien, para disimular la erección que aún mantenía había levantado la pierna más cercana adonde se había sentado el tipo, que ahora clavaba sus ojos en el rostro fino del apuesto vaquero.

– Hola de nuevo– saludó.

– Hola– le respondió Jack, observando aquel torso velludo y ancho, aquel pecho en el que como dos medallas se dilataban unos pezones sonrosados que contrastaban con la negrura de los vellos.

El tipo se recostó un poco contra la pared, llevando los brazos hacia detrás de su cabeza y abriendo las recias piernas, lo que provocó una tirantez en la toalla, una tirantez en la que sobresalía un bulto no muy pronunciado aún.

Permanecieron un rato en silencio, respirando pausadamente, intentando Jack que se le bajara la erección, pero con poco éxito, pues cuanto más pensaba en ello más se le aparecía la imagen del poderoso trasero de Tommy. Se maldijo, pues no era normal en él esa pérdida de control, había sido entrenado para dominarlo, y siempre había destacado por saber mantener a raya sus más secretos impulsos, pero aquel chico, aquel chico lo había trastornado mucho.

El otro tipo permanecía con los ojos semicerrados aunque había tenido tiempo, antes de sentarse, y antes de que Jack levantara la pierna, de intuir que aquel vaquero que tan amablemente le había dado la información que estaba buscando, posiblemente estaba teniendo una necesidad que él, en agradecimiento por la información, estaba dispuesto a cubrir. Además había algo más que quería confirmar, pero esto no relacionado con Brighton sino con otro tipo de la ciudad, el tipo con el que había coincidido en el vestuario. Algo tendría que hacer para salir de dudas, y ese algo quizás lo tenía a menos de un metro de distancia, así que, como quien no quiere la cosa, decidió que la toalla le molestaba, sus manos anchas la desataron de su cintura y la colocaron a su derecha, cerca de donde estaba Jack, tan cerca que este sintió cómo le rozaba el costado.

– Perdona– dijo el tipo fijando su vista en el rostro agraciado de Jack, quien al sentir el contacto de la tela había vuelto su rostro hacia la izquierda, la visión del cuerpo fornido del forastero y sobre todo de la polla que descansaba, gruesa aunque algo corta, sobre unos peludos huevos le turbó tanto como el recuerdo del culo de Tommy, aunque también había algo que le había llamado la atención, una cicatriz como un mordisco en la cara interior del muslo, muy cerca de la ingle. ¿Un mordisco? ¿en aquel lugar?

– No tiene importancia– logró decir Jack, manteniendo aún la pierna levantada sobre el banco de piedra, la única barrera que impedía que el forastero pudiera volver a contemplar su erección.

– Parece una tontería– continuó el forastero–, pero así, completamente desnudo se disfruta más de este calor y de esta humedad.

Y mientras decía eso, había bajado los brazos, que los tenía antes detrás de su cabeza, y había empezado a recorrer con sus manos aquel torso velludo, aquellos muslos poderosos, para acabar deteniéndolas en lo que en medio de sus piernas parecía un cachorro dormido.

Jack tragó saliva, su polla seguía cabeceando y a él ya empezaba a dormírsele la pierna, tendría que cambiar de postura si no quería que el hormigueo se le extendiera o lo que era peor, que le impidiera andar cuando decidiera, por una parte lo estaba deseando, marcharse de allí. Así que en vista de que aquello no remitía y de que la situación le estaba resultando demasiado tensa, con un movimiento rápido bajó la pierna, lo que hizo evidente su erección pues la toalla que cubría aquella parte de su cuerpo asemejaba ahora un tipi indio. Intentó levantarse antes de que el tipo se girara y descubriera su empalme, cuando, como había sospechado, la pierna le falló, provocándole que volviera a sentarse. El forastero había seguido aquellos movimientos con una ligera sonrisa en la boca, aunque lo que más placer le estaba causando eran las caricias que sus propias manos daban a aquel cachorro que parecía empezar a despertarse. Respiró hondo Jack y echó la cabeza atrás, confiando en que el tipo que tenía a su lado siguiera con los ojos cerrados, pero el contacto de una mano ruda que se cernía ahora sobre su polla, vino a desmentirle sus esperanzas. Sí, aquel tipo se había inclinado hasta alcanzar con su mano el erecto miembro de Jack quien ahora lo miraba con ojos sorprendidos.

– Entre colegas un favor es un deber– oyó que le decía el tipo clavando sus pequeños ojos negros en los sorprendidos ojos castaños de Jack con una seguridad en su voz que impedía contrariarle, al mismo tiempo que aquella mano ruda pero experta, se deslizaba con ágiles movimientos por su, al fin, liberada polla.

El vaivén se fue acelerando, vaivén que el tipo acompasaba al que él mismo, con su otra mano, le procuraba a su propia polla, una polla, Jack podía verlo perfectamente, que había adquirido un tamaño que contradecía el tamaño original y que obedecía tan sabiamente como la del propio Jack a las oscilaciones frenéticas que el tipo le iba ofreciendo. Jack permanecía con las manos sobre la dura y caliente piedra del asiento, reprimiendo las ganas de sobarle el pecho peludo a aquel tipo que tan diligentemente desarrollaba aquella doble y frenética tarea, pero prefirió quedarse así, quieto, concentrado en lo que ya empezaba a sentir allí abajo, concentrado en la dureza que sus huevos iban adquiriendo, concentrado en el color rojizo que iba tiñendo su miembro tan hinchado ya, tan a punto de explotar, cuando oyó un leve gemido proveniente del forastero y vio unas gotas que le salpicaban la pierna que más cercana tenía al tipo. Fue este contacto o la visión del semen que escupía la polla gruesa del forastero, lo que hizo que él también se corriera, alzando las caderas, y viendo cómo una lluvia de líquido blanco acababa confundiéndose en la espesa niebla de la sauna.

– Listo– le oyó Jack decir al tipo como quien termina de herrar un caballo.

El forastero aún sostenía la polla de Jack entre su mano, por la cual un pequeño hilo blanco descendía cuando, sabedor de lo que Jack estaba pensando, se limitó a añadir con su voz grave y profunda:

– Es la ventaja que tenemos los ambidextros.

Sonrió Jack ante el comentario del forastero mientras su mirada iba de su miembro aún agitado al miembro ya más reposado de aquel tipo que consideraba que entre colegas un favor era un deber. Todo un profesional, pensó Jack, y a los profesionales hay que ponerlos a prueba...

(continuará)