Hombres marcados. Cap. 6 Vainilla y chocolate

En el Oeste siempre es mejor echar un polvo que morderlo. Y en la mezcla de sabores está lo bueno...

Capítulo 6

Vainilla y chocolate

Albert Anderssen se puso al lado de Tommy, y dándole un golpe en el hombro empezó a reír mientras su brazo presionaba suavemente la espalda del chico invitándole con ese gesto a que se encaminaran hacia la zona de baños. El teniente sintió un estremecimiento cuando su mano rozó una de aquellas líneas que sobresalían de la piel oscura del muchacho, uno de las tres cicatrices que aún podían apreciarse en su espalda, las huellas de la crueldad de aquel cabrón sureño que no había tenido piedad con aquel chico, aquel joven que mostraba una feliz sonrisa ante lo que ansiaba encontrar al otro lado de la batiente puerta. Un pensamiento oscuro cruzó como una estrella fugaz la mente de Albert mientras delicadamente sus dedos recorrían aquella línea, había heridas que se veían y esas eran terribles, pero las más crueles eran las que ningún ojo humano podía entrever.

Cruzaron la puerta batiente y un olor a perfume y a jabón penetró en los cuerpos de ambos hombres. Frente a ellos una hilera de cubos y cuatro tipos que afanosamente enjuagaban sus cuerpos. El corazón de Tommy saltó en su pecho como un gato juguetón, respiró hondo y aquella mezcla dulce y fuerte a la vez le hinchó los pulmones. Se quitaron las toallas y buscaron un par de cubos que estuvieran libres. De los cuatro tipos, uno era el que hacía un momento estaba en el vestuario, otro, un hombre negro de gran corpulencia y los otros, dos señores mayores. Cuando Albert echó encima de Tommy el primer cubo de agua, algo fresca para su gusto, este sintió como si todos los poros de su piel se abrieran y como si el agua que abundantemente caía sobre su cuerpo arrastrara no solo el polvo y la suciedad que había acumulado durante aquellos tres días sino también los malos pensamientos, sobre todo, la mala imagen que aquella misma mañana había recibido de Jack. Se sentía feliz y contento, dejando que el agua penetrara por todos sus pliegues, sin otro pensamiento en la cabeza que el disfrutar de aquel momento. Albert a su lado, sin embargo, no se mostraba tan feliz; había notado cómo el tipo aquel del vestuario le había lanzado un par de miradas y la idea de que lo conocía de algo, de que había algo en aquel tipo que se le escapaba, lo tenía un poco preocupado. Intentó olvidarse del tipo y de su mirada insistente y se concentró en Tommy; la visión de su rostro tan satisfecho, los ojos cerrados, las manos apoyadas contra la pared, y el espectacular miembro que como una gárgola colgaba de su entrepierna, le hizo olvidar al tipo aquel. Sí, pensó, algunas chicas iban a tener suerte. Siguieron allí un buen tiempo, enjabonándose y enjuagándose a conciencia, ayudándose el uno al otro en aquella labor de limpieza. Prácticamente se habían quedado solos, el único que aún permanecía en las duchas era el tipo del vestuario quien ahora ya, por fin, había cogido su toalla y había desaparecido por un estrecho pasillo que comunicaba otras estancias, no sin antes lanzarle otra mirada a Albert.

Terminaron su aseo los dos hombres y empezaron a secarse.

– ¡Qué pasada!– le comentó Tommy a Albert.

– Y esto no es todo, muchacho– le contestó este– . Aún no has visto nada.

La piel del joven brillaba como una pirita, y su piel desprendía un olor que a Albert le resultaba bastante turbador.

– Venga, vamos– le dijo una vez que se hubieron secado.

Pasaron el estrecho pasillo y llegaron a una amplia zona, una zona en la que había una barra y varios sillones donde sentarse, en uno de estos estaba el tipo del vestuario, quien al ver a Albert volvió a fijar en él sus profundos ojos oscuros. Se acercaron a la barra que estaba atendida por un chico algo mayor que Tommy, de aspecto oriental y sonrisa pronta.

– Buenas noches, Li– saludó Albert.

– Buenas noches, señor Anderssen, me alegro de verle por aquí.

– Yo también me alegro, Li. Él es Tommy, trabaja conmigo. No sé si os conocéis.

– No– dijo Tommy extendiendo su mano hacia el joven.

– Sí– respondió este algo cortado por la respuesta de Tommy.

Ambos se echaron a reír. Albert los miraba confundidos.

– A ver, a ver, cómo puede ser eso ¿os conocéis o no os conocéis?

Fue Li quien habló.

– Realmente no nos conocemos, quiero decir que no nos han presentado, pero yo lo he visto alguna vez por la ciudad– reconoció el joven camarero.

– Vaya, Tommy, creo que te estás haciendo famoso.

Tommy no dijo nada, se limitó a mirar hacia abajo.

– Bueno, pues hechas las presentaciones, qué tal si nos pones dos whiskys.

Tommy no solía beber pero, como dijo Albert, una noche es una noche.

Permanecieron en la barra, apurando sus bebidas y charlando con el joven camarero, quien les contó que estaba pensando en marcharse a Nueva York, quería ser actor y sabía que allí estaban los mejores teatros. Tommy lo miraba y se sorprendía de la soltura y desparpajo con que hablaba el chico; él, desde luego, no era así, no era tan resuelto ni tan ocurrente, sintió un poco de envidia, ¿o era otra cosa?, aunque tampoco le importó mucho pues todo lo que Li contaba le resultaba sumamente interesante y divertido. De vez en cuando el joven los abandonaba pues tenía que atender a otros clientes. Poco a poco aquel espacio se fue llenando de hombres, cada uno de distinto tipo y constitución, aunque todos parecían encontrarse muy felices de estar allí. Algunos se acercaban a saludar a Albert, quien había pedido ya un segundo whisky y se mostraba muy hablador y contento. Tommy que también iba por su segundo vaso, empezaba a sentir sin embargo cierta confusión mental, pero era una confusión agradable, como un suave balanceo en el que no le importaba mecerse. Estaba escuchando cómo Albert le contaba a un tipo los proyectos que tenía para el rancho cuando una voz conocida hizo que aquel suave balanceo desapareciera y que su corazón empezara a latir con fuerza. Sí, aquella era la voz de Jack Diamond, ¿qué coño hacía en aquel local un vaquero de la cuadrilla de Brighton? Tommy no se atrevía a girarse, suponía que Jack sabía que quien estaba a su lado era él, a pesar de darle la espalda, no podía ser otro. Quería decirle algo a su jefe pero este seguía charlando con el tipo aquel, así que no sabía qué hacer.

– Un whisky, por favor– oyó que Jack le pedía a un nuevo muchacho que se acababa de incorporar detrás de la barra.

No resistió más la tentación, y decidió girar el cuerpo, la visión del torso desnudo hizo que su corazón aún se acelerara más. Vestido no le había parecido un tipo que estuviera especialmente fuerte, aunque sí muy atractivo, pero ahora, a escasos veinte centímetros de él, podía observar Tommy aquel torso nervudo en el que no había un solo gramo de grasa, unos hombros rectos, un pecho elevado en medio del cual crecían unos suaves vellos negros que también rodeaban unas tetillas del color de la almendra y bajaban en fina línea por un vientre terso y marcado hasta perderse detrás de la toalla blanca que como todos los allí presentes vestía en torno a su cintura. Si el vaquero se había dado cuenta de que los negros ojos del chico estaban fijos en él, es algo que no pudo descubrir Tommy pues no mostraba ni el más mínimo interés en él, tan fija tenía la mirada en el nuevo camarero, un chico blanco de aspecto saludable que ahora le estaba sirviendo la bebida.

No sabía qué hacer Tommy pues por una parte quería mandarlo a la puta mierda pero por otra, el tenerlo tan cerca, tan deseable, le provocaba el deseo de terminar lo que la noche anterior no pudo acabar. La voz de Li le sacó de su ensimismamiento.

– He terminado mi turno– le dijo el agradable muchacho de rasgos orientales– , ¿pensáis quedaros más tiempo?

Tommy lanzó una mirada a su derecha, donde Albert seguía departiendo animadamente con el tipo aquel.

– Supongo– contestó al joven camarero–, ¿por qué lo preguntas?

Pero no obtuvo respuesta, tan solo una sonrisa y un nuevo vaso de whisky.

– Cortesía de la casa– dijo el muchacho llenándole el vaso hasta arriba y alejándose con aquella eterna sonrisa en su rostro.

Tommy cogió el vaso y se lo llevó a los labios; el sabor amargo del whisky hizo que su cuerpo se estremeciera. Echó un vistazo a su izquierda, donde hasta hacía un momento había estado Jack, pero ya no estaba allí. Se giró en el taburete y lanzó una mirada por el local: aquello se había llenado de tipos que charlaban, reían o jugaban a las cartas, todos ellos con una toalla blanca liada a la cintura y en un ambiente de gran distensión. Los ojos negros de Tommy recorrieron la estancia en busca del que había provocado aquel sobresalto y le había vuelto a nublar el brillo de su mirada, en una primera barrida no lo vio, pero en un segundo repaso dio con él: estaba en un rincón de la sala, hablando con el tipo aquel que había entrado un poco antes que ellos, el tipo de barba poblada y pelo negro alborotado. Jack permanecía de pie, tan esbelto y firme como era, mientras que el tipo seguía sentado, fijando sus pequeños ojos oscuros en el cuerpo del vaquero. ¿De qué estarían hablando aquellos dos?, se preguntaba el joven Tommy, ¿se conocerían de algo? Dio otro sorbo a su vaso y se dijo para sí: “que le den, que le den al puto Jack”. Aquello le hizo gracia, y una risa tonta se dibujó en su rostro. El suave balanceo que había sentido antes de la aparición del atildado vaquero volvió a apoderarse de su cabeza, pero con más fuerza, aunque igual de delicioso. En estos pensamientos estaba cuando oyó una voz a su espalda.

– Bueno, ahora me toca a mí disfrutar.

Cuando se giró y vio ante sí al joven camarero su sorpresa y alegría fue grande. Allí estaba Li, el camarero de rasgos orientales que hasta hacía poco le había estado sirviendo en la barra, allí, a escasos centímetros de él, con su perenne sonrisa pegada a la cara, una cara ciertamente atractiva, de suaves rasgos, nariz pequeña y ojos oscuros y afilados como una navaja. Su cuerpo era muy lampiño y menudo, aunque se le marcaban bien todos los músculos, como si un paciente pintor se hubiera entretenido en dibujarlos sobre aquella piel suavemente dorada, dos tetillas del color de las natillas invitaban a probar el sabor que todo aquel joven cuerpo seguramente escondía dentro.

– ¡Oh, Li, qué alegría me da verte!– exclamó Tommy, como si el chico que ahora lo observaba fuera un gran amigo de la infancia a quien hacía mucho tiempo que no veía.

Llevado por esta efusión espontánea, Tommy abrió los brazos y estrechó el menudo cuerpo de Li, quien pudo apreciar notoriamente lo que la toalla blanca escondía y lo que él ya había intuido que allí había desde detrás del mostrador. Li se dejó abrazar y envolver por los recios brazos del joven negro aspirando el olor que los rizos oscuros de la cabeza de Tommy dejaban tan cerca de él.

– ¡Albert, Albert!– llamó Tommy a su jefe, que seguía departiendo con el tipo aquel.

Albert se giró de su taburete y miró con aire divertido a Tommy, supuso que el whisky ya se le había subido a la cabeza.

– ¡Es Li, Albert, es Li!– le decía Tommy al exteniente, mientras atraía a Li hacia sí con su recio brazo.

Volvió Albert a sonreír y, después de echar una mirada a Li en la que parecía decir : no se lo tengas en cuenta, se dirigió a Tommy.

– Ya lo veo, Tommy, ya lo veo. Y ahora que Li está aquí, ¿por qué no aprovechas y le pides que te enseñe el resto del local? Aún queda mucho por ver, ¿verdad Li?

Tommy recibió la propuesta de Albert como si le hubiera regalado un caballo nuevo.

– ¡Oh, sí, Li, vamos! ¿por qué no me lo enseñas?

Li sonrió nervioso, el calor del cuerpo del chico negro sobre su costado, y el brazo de este sobre sus hombros, le habían provocado una excitación que temía despertara las sospechas de los demás clientes, así que viendo la oportunidad de poder salir de aquella sala, invitó a Tommy a que lo siguiera. Tommy se bajó del taburete y, aún con el brazo por encima de los hombros del joven oriental, se dejó llevar por este hacia el fondo de la sala, donde una puerta batiente daba paso a otras zonas. Iba caminando de esta manera con el joven Li, su mano rozando deliciosamente una de las tetillas del chico, cuando pasó frente a donde Jack fumaba con el tipo aquel del vestuario; intentó no mirar pero la curiosidad fue superior, al pasar justo por delante lanzó una rápida mirada y en esta rápida mirada sus ojos chocaron con los del apuesto vaquero quien rápidamente la apartó. Quizás movido por ese nuevo rechazo, la mano que colgaba de uno de los hombros de Li buscó, como un niño travieso, una de las tetillas de Li, que recibió un dulce pellizco. Aquel gesto excitó al joven oriental, quien volvió a sentir cómo debajo de su toalla, su pequeño pero diestro miembro, empezaba a rebullirse.

Pasaron por fin la puerta batiente, dejando atrás el ruido de la sala; había un pequeño pasillo que se abría a pocos metros, siguieron caminando en aquella postura, como dos buenos camaradas, a la derecha se abrió una puerta de la que salió un tipo y una vaharada de vapor.

– ¿Qué es esto?– preguntó Tommy.

– Le llamamos la sauna turca– contestó Li – . Es muy relajante, ya verás.

Y diciendo esto empujó suavemente al joven negro hacia dentro. Cuando entraron apenas se veía nada, solo una densa nube de vapor blanco.

– Ven– dijo Li agarrando a Tommy de una mano, este empezó a reír.

– ¿Qué pasa?– preguntó Li.

– Nada– dijo entre risas –, me hace gracia, parezco un ciego y tú mi lazarillo.

A Li aquel comentario de Tommy le dio una idea.

– Vale, Tommy, juguemos a eso.

– ¿A qué?– preguntó el chico negro.

– Al ciego y al lazarillo. Cierra los ojos– ordenó el joven oriental. Y Tommy obedeció rápidamente, mientras notaba cómo Li le cogía la mano y se la colocaba en uno de sus hombros.

Anduvieron un par de metros, y llegaron por fin a una de las paredes. No había nadie más que ellos en la sala. Junto a la pared un banco de piedra. Li se detuvo, sujetó a Tommy por sus recios hombros y le dio la vuelta. El chico negro se reía, los ojos bien cerrados.

– Sentémonos un rato– propuso Li.

Así que se sentaron. Ahora Li podía contemplar sin temor a nada el rotundo cuerpo de su nuevo amigo, aquel cuerpo que ya él había intuido las veces que lo había visto por la ciudad, un cuerpo que estaba hecho, pensaba el joven oriental, para dar placer, Debió sentir algo Tommy pues una pregunta interrumpió el embelesamiento de Li.

– ¿Y ahora qué hacemos?

– Ahora vamos a respirar– le dijo Li a Tommy.

Tommy volvió a reír con aquella risa que le llenaba toda la cara.

– ¿Respirar? ¡Yo no he dejado de respirar en ningún momento!– exclamó divertido.

– Ahora vamos a respirar pero profundamente– repuso Li tomando la mano ancha y oscura de su joven acompañante y colocándola suavemente sobre su pecho.

– ¿Lo notas?– preguntó al poco tiempo.

Sí, Tommy había notado cómo, bajo su ancha mano, el pecho de Li parecía dilatarse y luego recogerse, como una marea suave. Aunque no era lo único que empezaba a sentir; el tacto de la suave piel de aquel muchacho y el recuerdo de aquellas pálidas y jugosas tetillas habían hecho que algo se empezara a despertar debajo de la toalla.

– Ahora te toca a ti– dijo Li a quien el contacto y la presión que la poderosa mano del joven ejercía sobre su pecho le había puesto el corazón a mil, corazón que empezó a galopar como un potro salvaje cuando su mano se posó, pequeña y delicada, sobre el amplio pecho del muchacho

Tomó aire el joven negro y Li vio cómo aquel torso se expandía, marcándose las venas, como si estuviera a punto de rasgarse aquella piel tan negra y brillante. Estaban ahora sentados de lado, rozándose las rodillas, los cuerpos algo escorados, una mano de cada uno sobre el pecho del otro, manos que subían y bajaban al ritmo sereno de las inhalaciones. Li empezó a morderse los labios, pues tanto era el deseo que había empezado a sentir por catar aquel cuerpo que latía debajo de su delicada mano que temía que de no hacerlo acabaría posando sus labios en aquello que tanto deseaba, deseo que se acrecentó cuando comenzó a notar cómo la yema de dos de los dedos de la mano que Tommy descansaba sobre su pecho empezaban a juguetear con una de sus tetillas. No dijo nada, evidentemente, pues el placer que comenzaba a sentir no solo se lo impedía sino que le invitaba a permanecer callado, como si pronunciar cualquier palabra pudiera romper aquel momento mágico. Tommy, por su parte, notaba en sus yemas no solo la textura sedosa de la tetilla de su nuevo amigo sino el bombeo cada vez más acelerado, como el de un pajarillo sobresaltado, del corazón del chico oriental, bombeo que también él sentía ya que empezaba a notar cómo toda su sangre hinchaba aquello que ya cabeceaba debajo de su toalla. Li, que era el único de los dos que tenía los ojos abiertos, se dio cuenta de los cambios que se iban produciendo allí donde el tejido comenzaba a combarse, por eso seguía mordiéndose los labios y por eso mismo temía hacerse daño, pues tantas eran las ganas de mordisquear la tela blanca, que ya tampoco atendía a mantener la respiración acompasada, respiración que se había acelerado cuando empezó a notar cómo los dedos recios del muchacho negro empezaban a pellizcarle uno de sus pezones. Estaba a punto de gritar de placer, ya él también había notado cómo su pequeño pájaro había tomado la decisión de levantar el vuelo, cuando, empujado por ese mismo placer , echó el cuerpo hacia delante y abriendo mucho la boca agarró por fin aquel manjar que tan delicioso imaginaba.

Tommy, que hasta entonces había mantenido los ojos cerrados, al percibir aquel suave mordisco en su entrepierna, los abrió. El vapor cubría toda la sala. Ante Tommy la espalda del joven oriental, una espalda delgada aunque bien definida; bajó el chico la vista allí donde la cabeza de Li se hundía y echando la suya hacia atrás se dejó hacer. Estaba claro que su polla tenía una especie de imán para las bocas sedientas.

Con delicados dientes Li había despojado a Tommy de la toalla que lo cubría y ahora, ante sus ojos, se exhibía poderoso aquel tótem salvaje, aquel prodigio de la naturaleza y de la juventud, cubierto de gruesas venas y coronado por una cúpula violácea y brillante, una hermoso capullo al que el joven oriental se propuso sacarle más brillo y esplendor con su traviesa lengua, recorriendo aquella verga morena hasta la cúspide, hasta cubrirla con sus propios labios, hasta sentir muy dentro de su boca aquel calor que despedía aquel faro negro como oscura noche. Tommy se sentía morir, los ojos cerrados, sus manos desordenando los lacios cabellos negros del chico que tanto placer le estaba procurando; temió correrse, pues ya pensaba que no iba a aguantar más, cuando la presión que sobre sus huevos ejercieron los delicados pero firmes dedos del muchacho hizo que sintiera una especie de escalofrío, como si fuera a correrse, pero no, no se corrió, apenas había derramado alguna suave gota de esa leche que seguía retenida en aquellas dos brevas que apretaba con delicia y con firmeza el joven Li. Abrió los ojos Tommy, sorprendido de aquel placer tan desconocido, aquellos espasmos que le habían atravesado la columna vertebral, y lo que encontró fueron los ojos del chico oriental, dos cuchillas apenas, y la perenne sonrisa en el rostro. Se incorporó un poco mientras Li aflojaba la presión y acercó sus gruesos labios a los finos labios del chico, fundiéndose ambos en un apasionado beso, batalla de lenguas, intercambio de salivas. Al soltar Li los huevos de su amigo, había sentido Tommy cómo su polla le golpeaba de nuevo el vientre, y cómo de nuevo empezaba a cabecear, como si tuviera vida propia. ¿Dónde había aprendido aquel joven oriental aquellos placeres tan sabrosos?, se preguntaba el chico negro mientras seguía profundizando con su boca la cálida boca del amigo al tiempo que exploraba con sus manos aquel delicado cuerpo, perdiéndose en los pliegues que aún la toalla ocultaba. La superior fuerza del chico negro y el deseo que capitaneaba su rotundo miembro, enervado por el delicioso juego al que le había sometido la pericia de Li, hicieron que acabara obligando a este a echarse hacia atrás, la espalda ahora contra la dura piedra del banco, el cuerpo de Tommy sobre el suyo en un combate desigual pero muy placentero. En los ojos del chico negro pudo adivinar Li su propósito; sí, aquel chico estaba ya a punto, y él también, no en vano había comprobado que tenía más experiencia, por eso se desató por fin la toalla que aún llevaba a la cintura, Tommy se había separado un poco al ver aquel movimiento, un vistazo hacia abajo le había descubierto el delicado pájaro que entre los muslos del muchacho también aleteaba. Li sabía que no era aquello lo que deseaba su joven amigo; con un gesto rápido alzó las piernas hasta colocar los tobillos encima de los hombros de Tommy quien había seguido aquella maniobra entre la sorpresa y la expectación. Los ojos como cuchillas de Li se clavaron en los ojos oscuros de Tommy, al tiempo que una de las manos delicadas del muchacho agarraba el nabo cabeceante del joven negro y lo dirigía a su refugio natural, mientras los otros dedos de la mano, se esforzaban en allanar el camino. Se sostenía Tommy sobre sus dos brazos, en una tensión que aumentaba la tirantez de sus músculos, mientras se dejaba llevar no solo por la pericia ya demostrada del chico sino por el impulso de sus caderas que comenzaban a agitarse suavemente, y con este movimiento fue sintiendo poco a poco cómo aquella carne suavemente dorada se iba abriendo y cómo poco a poco se iba plegando y rindiendo a la rotundidad de su nabo, que cada vez adquiría no solo mayor poder sino también mayor velocidad, ya las manos de Li habían cumplido su misión de guía y se perdían ahora por la poderosa espalda del joven negro o bajaban hacia aquel culo que empujaba y empujaba en un ritmo ya desenfrenado, en un ritmo que a él también le producía un descontrol entre delicioso y vertiginoso, un calor húmedo y sangrante en las entrañas que acabó convirtiéndose en una explosión de abrasador líquido, un desgarro tan penetrante como furioso, casi un desmayo, mientras recibía los mordiscos de aquel joven jinete que probaba por primera vez las delicias completas de la carne.

Quedó exhausto Tommy, sus negros rizos sobre el pecho del joven amigo, mientras sus dedos acariciaban aquel terso y dorado vientre esparciendo por aquella piel encendida la crema blanca que otro silencioso pájaro había depositado allí. Permanecieron un instante en aquella postura de vencida lucha, recobrándose del esfuerzo cuando la sombra de una figura hizo su aparición en el vano de la puerta.

(continuará)