Hombres marcados. Cap. 15. No tan temprano para...
En el Oeste es mejor echar un polvo que morderlo...
Capítulo 15
No tan temprano para ciertas cosas
Li pasaba un húmedo paño por su terso vientre en un intento de borrar las huellas que la pasión tan reciente había dejado sobre su piel. Tommy lo miraba absorto, sorprendido de la belleza de aquel cuerpo menudo, de aquellas nalgas que tanto placer sabían dar, aunque otra cosa también ocupaba su mente.
– ¿Y qué quería ese tipo?– preguntó
– No lo tengo claro, Tommy. Fue un poco extraño, la verdad. Simplemente me preguntó si éramos muy amigos.
– ¿Muy amigos?
– Sí, eso me preguntó.
– ¿Y tú que le dijiste?
– Pues que sí, que éramos muy amigos– rió el joven mientras se subía los pantalones, se acercaba adonde estaba Tommy y, poniéndose de puntillas, le daba un suave beso.
Respondió Tommy al beso de Li, apretándolo contra sí.
– Venga, vámonos. El señor Anderssen y Heinz se estarán preguntando que por qué tardamos tanto.
Salieron de la casa, montaron en la carreta, y al cabo de unos minutos llegaron adonde estaban Albert y Heinz. Se despidió Li de los tres hombres, no sin antes preguntarles si aquella noche irían a Goodland.
– Quizás nos acerquemos– contestó Albert–. Siempre viene bien darse una vuelta para despejarse un poco.
– Pues a ver si nos vemos– se despidió el joven Li, arreando a su caballo.
Una nube de polvo se fue alejando por el horizonte.
En Dodge City el día también había amanecido radiante. Como era costumbre, el primero en abrir los ojos fue Red, quien se sorprendió de ser el único que dormía en aquella amplia cama. ¿Dónde habría pasado la noche Paul? se preguntó, aunque tampoco le importó mucho, la verdad, es más, se alegró de haber dormido solo, ¡había descansado tan bien! Echó un vistazo a la habitación, en la otra cama dormía Johnyboy, su cuerpo flexible se extendía relajado sobre las blancas sábanas, un brazo colgando fuera de la cama, en el suelo el libro que leía antes de que Red cayera dormido. Algo se agitó en la entrepierna del vaquero de la cara marcada, quien llevándose la mano a aquel lugar pudo comprobar cómo su bicha también se había despertado.
Salió de la cama; su figura compacta, su piel tan oscura, su torso velludo y fibroso, y sobre todo la tela blanca y sedosa que se arqueaba entre sus muslos, le daban un aspecto deseable y temible a la vez. Con pasos ligeros salió de la habitación, el recuerdo de lo que la mañana del día anterior había vivido, le hizo caminar aún más deprisa. Abrió la puerta que había al fondo del pasillo, pero su decepción fue grande cuando notó que los ojos que ahora se clavaban en los suyos no eran los ojos que él esperaba encontrar.
– ¿No sabes llamar a la puerta?– le preguntó el tipo que estaba dentro de la bañera. Era el mismo vaquero a quien él había ganado una importante cantidad de dinero, la noche anterior. No llevaba ahora el pañuelo rojo, y Red pudo ver lo que aquel pañuelo hasta entonces ocultaba: una cicatriz que le rodeaba todo el cuello.
Se disponía ya a darse la vuelta para salir, sin decir nada, cuando la voz del tipo lo detuvo.
– Yo ya he terminado, así que si quieres...
Se giró Red. El tipo se había levantado. Gotas de agua le chorreaban un cuerpo muy bien formado, con un pecho amplio al que se adherían unos suaves y mojados vellos dorados, un vientre liso, unos muslos también moteados de vellos rubios, y una polla que se mecía contra ellos y en la que aún quedaban restos de espuma.
Salió el tipo de la bañera y cogiendo una toalla empezó a secarse, sus ojos, en los que parecía brillar un suave color rojizo, fijos en el cuerpo moreno de Red, la mandíbula cuadrada mostraba una ligera tensión, que unos labios carnosos y algo agrietados contradecía.
– Bonitos calzones– dijo el tipo.
Pero Red no dijo nada, se limitó a llevarse las manos a la cinturilla y dejarlos caer. La serpiente oscura que tenía entre las piernas osciló con cierto descaro. Pasó Red junto al tipo que seguía secándose el cuerpo, sin dejar de mirar al vaquero de la cara marcada.
– No eres muy hablador ¿no?– preguntó este mientras Red se metía en la bañera.
– Es muy temprano para tener ganas de cháchara– se limitó a contestar; su moreno y recio cuerpo cubierto ya del agua jabonosa que el otro había dejado.
Una sonrisa se dibujó en el rostro del vaquero de la cicatriz en el cuello, quien continuaba de pie, a menos de medio metro de la bañera, secándose el cuerpo, frotando ahora allí donde sabía que sus meneos conseguirían una rápida respuesta.
No era ajeno a esto Red, quien en la bañera, quizás también por el calorcillo del agua o quizás también por el recuerdo de lo que la mañana anterior había allí vivido. había empezado a notar cómo su polla empezaba a bucear. En esas estaba, intentando controlar que su culebra no se desmadrara, cuando la voz del tipo que seguía secándose junto a él, vino a interrumpir sus pensamientos.
– Será muy temprano para tener ganas de cháchara– repitió el tipo–, pero parece que no para otras cosas...
Levantó la vista Red, sus pequeños ojos negros fijos en los ojos rojizos del tipo, ojos que seguían atentos la evolución submarina de la culebra oscura del vaquero de la cara marcada. Alzó un poco las caderas Red, en vista de lo que tan descaradamente el tipo estaba buscando, y emergió del agua un capullo reluciente como luna llena en noche cerrada.
Viendo el tipo que aquella era una ocasión propicia, alargó la mano y la sumergió en el agua, hasta dar con la base de aquel bicho que en sus manos ahora palpitaba. La recorrió de arriba a abajo varias veces, viendo cómo el cuerpo oscuro de Red se estiraba en la bañera, gotas de agua recorriendo sus tensos músculos, los ojos fijos en la bicha que la mano derecha del otro ayudaba a emerger. El tipo siguió con aquella tarea, mientras con la izquierda recorría aquel torso que junto a él empezaba a respirar agitadamente, un torso en el que unas oscuras tetillas del color de las pasas, también se dilataban. La mano sumergida jugaba con unos huevos peludos, de gran tamaño, y luego volvían a subir por aquella serpiente que no paraba de aumentar su grosor. Y empezó un vaivén rápido, una subida y bajada frenética, un recorrer veloz aquella piel que unas venas cárdenas no paraban de hinchar, mientras que dos dedos de la otra mano pellizcaban el duro pezón. Se asombraba Red de la rapidez con que aquel tío actuaba, pero apenas si podía reaccionar, tal era la decisión que los actos del tipo mostraban, cuando una especie de rayo vino a sacudirlo desde sus huevos ya hinchados y duros, unos espasmos furiosos, un grito, y un chorreón de blanco líquido que vino a estrellarse en el rostro cuadrado de aquel tipo, cuya lengua intentaba sin mucho éxito recoger.
Quedó exhausto Red, y el agua de la bañera se fue calmando, cuando notó que el tipo se ponía en pie, y señalando la importante erección que lucía entre sus piernas, le preguntaba.
– Algo tendrás que hacer con esto, ¿no?
Iba a responder Red, pero el sonido de la puerta abriéndose, lo detuvo. Los ojos del tipo se volvieron, también los de Red, pero solo los de Red no soportaron la mirada de los ojos que ahora se clavaban en los suyos.
(continuará)