Hombres Lobo y Sexo 1 (El comienzo)

Visitar a mi padre en su rancho es realmente aburrido pero después de descubrir su secreto, mi vida cambiará por completo, haciendo de mi una maquina necesitada de sexo y sangre.

Antes de comenzar esta historia, me gustaría agradecer a todos mis lectores de mi relato pasado. Sé que ha pasado mucho tiempo sin escribir pero he estado ocupado por el trabajo. Prometo actualizar y terminar esa historia.

Hace unos días, leía una historia en esta misma página del lector “Koral1”. La verdad me llamo la atención y me produjo un morbo singular. Decidí escribir algo en base a su historia pero a mi manera y espero que no le moleste, realmente los créditos son de él. Es una historia un poco larga al principio, me gustan los detalles. Espero que a ustedes también les agrade. En este primer capítulo, las cosas apenas comienzan y todo parece normal, pero en los siguientes capítulos no los defraudaré… Disfrútenlo.

Hombres Lobo y Sexo (El comienzo).

Es un día típico de verano en el campo, el calor es casi insoportable y yo estoy parado afuera de la estación de autobuses esperando a que mi padre me recoja. De pronto, reconozco la camioneta roja de César, uno de los ayudantes en el rancho de mi padre. Me saluda como si hubiéramos dejado de vernos por siglos, aunque dos años sin visitar el rancho es demasiado tiempo.

-¡Bruno! ¿Qué tal el viaje?- Me dice en tono alegre.

-Cansado. No estoy acostumbrado a viajar tres horas en autobús.

Suelta una risa burlona y me da una palmada pesada en el hombro. –Tú siempre quejándote de todo. Anda, te ayudo con tu equipaje.

Subimos las maletas en la parte trasera de la camioneta y luego nos montamos en la cabina. Cruzamos el pueblo mientras él me platica cosas que la verdad no presto atención. En realidad ni siquiera estoy feliz, y mientras finjo escuchar a César, miro por la ventana los grandes y tupidos árboles, y el camino apenas transitado. Recuerdo mi infancia en este lugar, en aquel tiempo, me gustaba montar a caballo, ayudar a mi padre en el campo y por las noches ver televisión basura hasta quedarme dormido. Pero lo cierto es que desde que me fui a estudiar a la ciudad con el hermano de mi papá y su esposa, venir a este lugar cada verano es realmente insoportable. Me he acostumbrado a las fiestas, al Internet, a los amigos, a mi celular, y en este lugar, mi única conexión con el mundo es la televisión y el pequeño pueblo que he dejado atrás.

-¿Cómo va todo en la ciudad? –Me pregunta César sacándome de mis pensamientos.

-Muy bien –No quiero entrar en detalles con él ahora.

-Tú padre está algo preocupado, sabes, hace dos años que no vienes al rancho porque te has ido a extraordinarios en la escuela y sabemos poco de ti desde entonces, casi no te comunicas. ¿Está todo bien?

-Todo está perfecto. Solo que ya no me siento a gusto viniendo a este lugar, y evito venir. Pero no le digas nada a mi papá, ya ves cómo se pone cuando hablamos de esto.

-Bien, solo intenta no ser grosero y trata de divertirte. Son tus vacaciones.

Le dedico una sonrisa chueca para luego voltear a ver el camino. Mi padre, Diego, es un hombre muy solitario. Cuando mi madre se enteró que estaba embarazada a los 17 años de mi padre de 19 fingió estar feliz, pero después de mi nacimiento la muy puta me dejó con mi padre y se escapó para nunca regresar o saber de ella. Desde entonces, las únicas figuras maternas que he tenido han sido mi abuela que ya falleció y mi tía con la que vivo en la ciudad. Por su parte mi padre nunca se casó, solo ha tenido sus aventuras con las mujeres del pueblo, nada serio. Toda su vida la ha pasado en el rancho, y sus únicas compañías, a parte de los animales, han sido César, un tipo dos años mayor que yo y que ha trabajado para mi padre desde los ocho años, y Fernando, un tipo cinco años mayor que yo que ha trabajado para mi padre desde que me fui del rancho y que apenas conozco.

Sin darme cuenta, ya hemos recorrido los veinte minutos de camino y ahora estamos entrando al rancho. La camioneta frena frente a la casa de madera y cemento de Diego y después de echar un vistazo a la enorme casa donde pasé mi infancia, los árboles y la soledad que rodean el terreno, veo junto a la puerta a mi padre con una sonrisa de oreja a oreja y los brazos extendidos esperando mi llegada efusiva.

No puedo evitar admirarlo, es un hombre que se ha mantenido demasiado bien físicamente. No aparenta tener 37 años. Tiene un cuerpo muy marcado por el ejercicio del rancho, es alto, de brazos grandes y velludos, unos pectorales marcadísimos y también velludos hasta casi el cuello, sus piernas muy marcadas y como era de esperarse, velludas de tal forma que pareciera llevar mallas negras de esas que utilizan las mujeres. Siempre me he preguntado porque mi padre tiene un cuerpo tan bien esculpido y velludo, cuando yo soy todo lo contrario. A mis dieciocho años apenas tengo vello en el cuerpo. Lo único más velludo en mí es mi pubis y un poco en mis axilas, fuera de eso, no tengo ni siquiera barba. En comparación, mi padre siempre ha tenido una barba que he envidiado, todos los días se levanta antes de que el sol salga para afeitarse la cara.

Nos abrazamos con fuerza y después de pasar un momento bastante emotivo, me ayuda a bajar mis maletas junto con César y las llevamos dentro de la casa. Todo está como me lo imaginaba, los muebles viejos pero muy bien conservados, el piso de madera, las fotografías colgadas en las paredes y la araña de luz colgada al centro de la sala.

-Cuéntame cómo estuvo el viaje, la ciudad, tus tíos. Cuéntame todo “flaco” –Nadie me dice así desde hace años.

-Ay papá, pues todo muy bien, tengo mucho que contarte.

-Bien. Te tengo una sorpresa. Hoy iremos todos al río que está cerca de aquí. Yo mismo lo organicé para que puedas descansar y disfrutar de tus vacaciones. –Lo dice tan entusiasmado que me contagia.

-Gracias papá, no te hubieras molestado. Entonces iré a mi cuarto y me cambiaré, esta ropa me está quemando. –Me dirijo a mi cuarto cargando mis maletas de una en una, no soy tan fuerte como mi padre o César.

Después de desempacar mis cosas, me decido por cambiarme de ropa. Busco algo más ligero y por fin escojo unos bermudas azules desgastadas de mezclilla y una camiseta sin mangas amarilla. Mientas me cambio, me veo al espejo y me comparo con mi padre. Es absurdo, ni siquiera pareciera que fuera su hijo, salvo porque compartimos el mismo color de ojos café claro, el cabello castaño y nuestra estructura ósea cuadrada. Mi piel es blanca y la de mi padre es más bien canela, por el sol, aunque imagino que si se depilara todo el cuerpo, tendríamos el mismo color de piel. Me observo fijamente mis apenas formados músculos, y mi abdomen plano y mis piernas escuálidas. En la ciudad esto es normal pero aquí todo es diferente, me siento diferente.

Me termino de cambiar y me acuesto en la cama, no tengo ganas de salir y menos al río. Saco la laptop de una de mis maletas y la prendo, busco mi carpeta de porno. Como sabía que iba a estar un buen tiempo sin Internet, antes de venir descargué lo más que pude de porno. Pongo un video de un negro follándose a un chaval delgado. Imagino ser yo y me toco, me saco la verga de mi bóxer negro apretado. Tengo una verga delgada pero larga, con un poco de vello en la base y circuncidada, la cabeza es estrecha y rosa, expulsando líquido pre-seminal. Me llevo los dedos a mi glande y recojo lo más que puedo de ese líquido, me lo llevo a la boca y lo saboreo mientras me masturbo. No pierdo un solo detalle de la película, empiezo a moverme frenéticamente en mi cama, con la camiseta hasta el cuello y mis bermudas y mi bóxer en las rodillas. Siento como mis bolas se encojen y se aprietan, alistando el chorro de semen por expulsar. Estoy tan excitado que cuando escucho la puerta de mi cuarto, no me da suficiente tiempo para arreglarme, ¡Mierda! ¿Por qué no le puse llave a la puerta? Es César que ha entrado al cuarto y ahora me ha visto semidesnudo con una película porno en la computadora y totalmente excitado.

-¡¿Qué te pasa?! ¿No sabes tocar la puerta? –Estoy realmente alterado, más que por mi delito de masturbarme, estoy así por el miedo a descubrir la película. Rápidamente bajo la pantalla de la computadora y me tapo el rabo con las dos manos. Los gemidos de la película aún siguen presentes.

-¡Lo siento Bruno! No creí que… Bueno, espero afuera. No te preocupes por nada. –Sale del cuarto cerrando la puerta pero se queda en el pasillo. Eso me da tiempo para apagar la computadora y acomodarme la ropa.

-Pasa –Lo digo en tono grave, para que se dé cuenta de mi enojo -¿Qué pasa? ¿Qué necesitas?

-Diego me mando a preguntarte si estabas listo, es hora de irnos –Me doy cuenta que se ha sonrojado, ¿acaso yo seré quién le provocó esa reacción?

-Sí, ya estoy listo, enseguida bajo –Trato de ocultar mi vergüenza por lo sucedido –Oye César, ¿y Fernando? No lo he visto desde que llegué.

-No está en el rancho, fue a ayudar al dueño de un rancho que está a 3 km de aquí. Pero no te preocupes, nos alcanzará en el río. –Se ríe maliciosamente, como si supiera algo.

En realidad no creo que sea ciego para darse cuenta como me quedo viendo a Fernando cada vez que vengo. A pesar de  no caerme bien, en muchas ocasiones me he pajeado pensando en él. No tiene nada que envidiarle a nadie excepto a mi papá, claro.

Bajamos a la sala y mi padre se encuentra  en la entrada de la casa, con unas cestas de comida o algo así. Al salir de la casa, me doy cuenta que tres caballos esperan amarrados.

-Papá, ¿no esperarás ir a caballo hasta el río, verdad? –Me escucho preocupado, hace mucho tiempo que no monto… Bueno en realidad, monté unos días antes de venir, pero no fue precisamente un caballo.

-Ah, lo olvidaba, ahora eres una nena que olvidó como montar a su propio caballo. –Se escuchan las risas de mis dos acompañantes y eso me enoja. –No te preocupes, César y tú se irán en el mismo caballo.

Mi padre asegura las canastas de comida, se monta en su caballo y sin esperarnos se pierde entre los árboles. ¡Qué hijo de puta! Nunca se ha comportado como un padre cariñoso, al menos conmigo. César me ayuda a subirme al caballo como si fuera una nena, cosa que me desagrada, pero ninguno de los dos comenta algo. César hace unos movimientos más y empezamos a trotar rumbo al río.

Durante el camino, demasiado largo que lo olvidaba, César me platica de las tierras de mi padre y esas cosas. Yo solo me limito a contestar cada que es necesario y observo el paisaje, los árboles frondosos, el camino de piedras y polvo. El calor empieza a hacer efecto en mí y ahora sudo fuertemente. El líquido me recorre la frente, las axilas, las piernas. Recuerdo mi fetiche con el sudor de los hombres y me empiezo a excitar, me doy cuenta que la cabalgata hace que el bulto de César se arrime a mi culo, lo que ayuda a excitarme a un más. Dejo que siga, restregándome más a su paquete. ¡Soy una puta! Me echo a reír esperando que mi acompañante no se dé cuenta.

-¿De qué te ríes? –Suena despreocupado.

-De nada –Me sigo riendo, y el calor y mi excitación hacen que toque un tema vergonzoso. –César, hace rato, en mi cuarto, ¿viste algo en la computadora?

-Claro –Me quedo helado, me ha descubierto, pero contrario a lo que pensé, él está tranquilo, como si nada pasara. –No te preocupes, no le diré nada a Diego… Además eso no es raro comparándolo con lo que hay en este podrido lugar. –Se echa a reír demasiado fuerte, me asusta su risa pero me preocupa más lo que ha dicho. “no es raro comparándolo con lo que hay en este podrido lugar” ¿Qué habrá querido decir? No me atrevo a preguntarle y seguimos cabalgando.

Después de la plática perturbadora de César, noto que se me arrima más a mí. Siento su paquete en mi culo y mi espalda perfectamente, además ha apresurado el paso y ahora el caballo está corriendo. ¿Acaso lo hará a propósito? Ahora ya no siento un paquete normal detrás de mí. Siento algo cada vez más grande. Se está excitando, o al menos eso me dice mi imaginación, y gracias a eso también yo estoy duro como piedra. La sangre se me calienta y me atrevo a moverme más, como si estuviera acomodándome pero en realidad estoy levantando mi culo a merced de su paquete.

Nunca creí que César y yo podríamos tener este tipo de contacto, él es un chaval “machito”. Su padre vivía cerca del rancho hace años, pero cuando decidió irse a vivir a otro lugar, César no quiso irse y en un lugar donde los hijos no son indispensables, dejó que su retoño se quedará trabajando con mi padre a cambio de algunas hectáreas del campo. Básicamente el padre de César vendió a su hijo. ¡Ja! Estúpidos padres de rancho, unos machos coge-viejas que luego no demuestran cariño. César nunca ha extrañado a su padre, al menos eso me decía cuando venía de vacaciones y se lo preguntaba. A pesar de que ve a su padre cada año, las cosas entre los dos son muy frías, como Diego y yo.

Desde los ocho años ha convivido con Diego y nunca se han separado, creo que mi padre le tiene más cariño a César que a mí y eso ha provocado que sea celoso de él. A pesar de mi poco agrado por César, nos llevamos bien. Me enseñaba cosas del rancho que no sabía, me ayudaba y hasta me consolaba cuando me peleaba con mi padre (A su manera, pero lo hacía).

Llegamos al sendero para descender al río y nos tuvimos que bajar del caballo, es hora de caminar. Trato de disimular mi erección debajo de mis bermudas y después de batallar logro poner mi verga de lado, para que sea menos visible. Caminamos juntos César, el caballo y yo, platicamos de todo un poco. Creo que me puso de buenas arrimarme a su verga. De vez en cuando veo su paquete, grande y marcado, no sé si por mis movimientos o naturalmente así sea pero me empieza a excitar de nuevo.

Veo más detalladamente a César y la verdad es que nunca había notado lo guapo que es. Tiene un cuerpo delgado pero muy marcado, sus brazos son velludos aunque no tanto como los de mi papá, me llama la atención su pecho, con esa camisa a cuadros con tres botones sin abrochar, se nota que es velludo de esa parte pero me impresiona al darme cuenta que se depila el pecho, eso me prende aún más. Es realmente hermoso, su piel es morena pero clara a pesar de pasar horas en el sol, su barba es apenas tupida pero muy bonita, tiene unas cejas delineadas, su cabello es negro y los ojos son algo rasgados, como si tuviera descendencia oriental, sus iris son negras como el azabache, su frente amplia y tiene una sonrisa grande y blanca. Su caminar es tan despreocupado que hace que me sienta un tonto caminando a su lado. Es unos centímetros más bajo que yo pero la verdad ni se nota, no con ese cuerpo de hombre trabajador.

Por fin llegamos al famoso río, viéndolo bien, no es tan desagradable, tiene una corriente suave, el agua se ve limpia y además tiene una pequeña playa de arena sobre uno de sus lados. Para rematar esta especie de oasis, los árboles impiden la entrada excesiva de luz al lugar, por lo que hay partes del arroyo que se encuentran a oscuras.

Mi padre se encuentra dentro del río con el agua a la altura de la cintura, nadando como si fuera un niño. Cuando se da cuenta que hemos llegado, sale de la corriente.

-¿Por qué mierda tardan tanto? No iba a estar esperándolos todo el día.

Me sorprende verlo únicamente con un calzoncillo tipo slip blanco que casi transparenta la verga la cual fue la culpable de darme la vida. Camina vaporosamente hacia la playa donde se encuentran las canastas de comida y su ropa colgada de una rama de un gran árbol. Siento un cosquilleo entre la pierna y luego me doy cuenta que me estoy calentando con ver a mi padre. Debo estar enfermo.

-Lo siento Diego, nos entretuvimos viendo el paisaje y platicando. –César habla al tiempo que se quita la ropa y se queda únicamente con unos bóxers sueltos de color azul. Corre en dirección al agua y se da un clavado en lo más profundo del río.

Por mi parte me quito los zapatos y me recuesto sobre la arena, un momento de paz después de tanta excitación no me caería mal. El tiempo pasa rápidamente, mi padre y César después de nadar en el río y platicar, salen para comer algo, la verdad es que el hambre me está matando. Mientras caminan en dirección a mí, contemplo sus cuerpos perfectos, diferentes pero iguales al mismo tiempo, dignos de la portada de una revista. ¡Dios! Si estos hombres me los encontrará en la ciudad, ya me hubiera aventado a mamarles el rabo sin preocupación alguna.

Sacamos la comida del cesto y nos disponemos a comer.

-Esto no se compara en nada a la carne cruda, aunque los dos son bue… -César no termina la frase porque mi padre lo fulmina con la mirada y parece que le dice algo pero demasiado despacio que no logro escucharlo.

Me quedé intrigado ¿carne cruda? ¿Ha comido carne cruda? ¿Qué clase de gente vive aquí? Parece que soy el más normal de esta “manada”. Estoy a punto de preguntarles el por qué tanto misterio cuando escucho a otro caballo rugir detrás de mí. Fernando se acerca lentamente con cara de enojo, eso es normal en él. Se dirige hacia mi padre.

-Ya quedó todo listo, no habrá más problemas –Diego y César lo miran fijamente como diciéndole algo ¿por qué tanto enigma?

-Bien, platicamos después, ahora come algo –Mi padre lo obliga tendiéndole un sándwich. -¿No piensas saludar?

-Oh, olvide que estaba aquí el flacucho –Fernando suena burlón y me enfada demasiado. -¿Qué hay flaco?

-Todo bien Fer… -No sé qué más decir, no quiero que mi enojo hable por mí.

El resto de la tarde transcurre con normalidad, Fernando come como si no lo hubiera hecho en semanas, después se quita la camisa dejándome ver su hermoso torso semi-velludo y muy bien marcado, su piel bronceada siempre me ha puesto como burro. Se acuesta sobre la arena, cerca de mí y lleva sus brazos detrás de su cabeza, dejándome ver sus axilas sudadas y pobladas de vello oscuro, se pone su sombrero de obrero sobre la cara y se queda inmóvil. Al parecer se durmió.

Ha pasado un buen tiempo desde que llegamos a este lugar, el sol se encuentra en el horizonte y empieza a oscurecerse más de lo normal por los árboles. Como me avergüenzo de mi cuerpo frente a estos adonices, espero al momento en que los dos han salido del agua para meterme yo. Disfruto del agua tibia durante un buen rato, despejando mi mente de todas mis preocupaciones. Veo río arriba y diviso unas rocas grandes a la orilla del río y pareciera formar una especie de trampolín.

-¿Qué hay allá? –Le grito a Diego señalando hacia las grandes rocas.

-Es una fosa, a veces vienen los chicos del pueblo y se avientan, es un juego tonto.

-¿Puedo ir? –Mi voz ahora me recuerda a cuando era niño y pedía permiso para jugar con la tierra.

-No, ya es tarde, tenemos que irnos y no es bueno que vayas solo.

César le dice algo pero como estoy demasiado lejos de ellos, no los escucho platicar. Por un momento parece que pelean pero luego la expresión de Diego se relaja. César se levanta, se limpia la arena y se hecha la camisa en el hombro y se dirige hacia mí.

-Anda, vamos, yo te llevo a conocer el lugar.

-¿Seguro? ¿Y Diego no se enojará?

-No, ya pedí permiso por tu cuenta. –Al tiempo que dice eso, veo a Fernando levantarse, ayuda a mi padre a levantar las cestas de comida y se ponen la ropa.

-No tarden mucho, César, recuerda que no quiero exponer a mi hijo –Mi papá suena autoritario, y César solo se limita a contestar con un movimiento de cabeza afirmativo.

Los dos mega hombres se alejan con sus caballos, dejando solo el caballo de Cesar. Mientras salgo del agua noto que mi ropa no está y solo tengo lo que llevo puesto, mis bóxers negros.

-¡Mi ropa! –Intento detener a mi papá.

-No te preocupes, no la necesitas ahorita. Vamos, date prisa antes de que oscurezca por completo. –La idea de no necesitar mi ropa hace que me dé un escalofrió  en todo el cuerpo, despertando mi palo, hasta ahora dormido.

Caminamos a la orilla del río hasta llegar a las formaciones rocosas. Veo bien el lugar y no es nada feo, me quiero aventar desde lo alto de una de las rocas. Pero antes de decidirme César me entrega su camisa y se quita sus pantalones vaqueros desgastados, corre hacia la orilla de la piedra y salta dando un giro como profesional. No lo dudo dos veces y dejo su ropa sobre una piedra seca y corro hasta aventarme al vacío sintiendo como la adrenalina fluye por mi cuerpo.

Abajo me encuentro con César. Es una fosa grande que ni siquiera alcanzo a tocar el fondo. César me ve seriamente, sus ojos se tornan diferentes como si me comiera con la mirada, como si me penetrara con los ojos y me hiciera suyo. Me pone nervioso la situación y decido salir del agua. Me acuesto sobre una piedra y noto que tengo una erección que lógicamente no puedo evitar esconder.

-Vaya, el agua hace buen efecto en ti. –Su vos ronca y masculina me desarma, es obvio que se dio cuenta de mi erección.

Río nerviosamente. –Pues no me dejaste terminar mi trabajo en mi cuarto, así que esto es natural. -¡Mierda! ¿Lo dije o lo pensé? Me quedo frío de mi comentario lascivo.

-Lo siento, hace rato no era mi intención. –Se acerca demasiado a mí y se acuesta al lado mío, rozando sus tonificadas piernas velludas con mis escuálidas extremidades inferiores. –Sabes, en este lugar las mujeres no son muy frecuentes, y como hombre, tienes necesidades…

¡Oh por Dios! ¿Me está provocando? Soy carne débil, debí anticiparlo. ¿Ahora qué hago? ¿Sigo su juego?

-¿A sí? Que mal, con ese cuerpo, cualquier mujer quisiera estar contigo. –Ya no queda nada del Bruno introvertido, ahora soy una puta tentando al diablo. Mi voz suena más a una prostituta ofreciéndose por lo más barato que puedan pagar.

-¿Tú crees? La verdad es que no creo tener el mejor cuerpo, estoy flácido. Toca. –Me toma del brazo y lo lleva hasta su pectoral y su abdomen, haciendo que lo toque y que yo me ponga duro como un mástil.

-No sigas, porque no podré contenerme. –Sé lo que vine y mi ano se está preparando.

-De eso se trata niño. –Se me avienta dejándome bajo su cuerpo caliente y perfecto.

Su respiración es normal pero cálida, la mía es irregular y acelerada. Me ve durante unos segundos y luego me planta un beso que más bien parece una inspección bucal. Su lengua juega con la mía, me introduce su áspera lengua hasta la garganta, me deja sin aliento y parece disfrutarlo, juega con mi lengua para luego morderme el labio. ¡Diablos! Este hombre parece que necesita desahogarse y yo soy la solución.

Me besa durante un largo rato hasta que se separa de mí dejando un rastro de saliva entre los dos que yo trago rápidamente. -¿Dónde están mis cosas? –Su voz me excita más de lo que imagine. ¡Estoy a punto de tener sexo con un trabajador de mi padre, un auténtico macho! Ni en mis más excitados sueños había previsto esto.

-Están allá arriba –Digo suavemente, el trabajo que ha hecho con su lengua dentro de mi boca me ha dejado sin respiración.

Se levanta abruptamente y corre en busca de sus cosas, no parece tardar mucho cuando lo veo bajando ágilmente por el camino de piedras, ¿acaso no siente dolor en los pies?

-¡Listo! Necesitaba esto –Saca de uno de los bolsillos de su pantalón un condón y me lo extiende.

-Creí que a ustedes los vaqueros no les gustaban estas cosas –Me rio leventemente.

-No nos gustan, pero no es para protección mía, es por protección tuya. -¿Qué diablos? ¿Tendrá alguna enfermedad transmisible? Creo que mi cara refleja mis pensamientos porque rápidamente me dice -¡Oh no! No es lo que tú piensas, te lo aseguro, solo es un ritual que tu padre nos ha enseñado a Fernando y a mi… Siempre protección. –Alza el paquetito jugándolo. Su comentario no tiene sentido pero por alaguna extraña razón me siento seguro con él. Ahora el problema es que mi excitación ha disminuido.

-Confío en ti, ¿en qué estábamos? –Soy una puta en celo y ahora quiero todo de mi macho.

Se ríe pícaramente y me abraza, levantándome hasta quedar parado enfrente suyo, su fuerza es superior a la mía y eso me gusta, me excita. Me besa apasionadamente mordiéndome el labio inferior, embriagándome con su olor a macho.

-Quiero que me la chupes niño. –Suena autoritario, no me está preguntando, me lo está pidiendo.

No lo pienso dos veces y me arrodillo frente a él. Acaricio su paquete por encima del bóxer mojado, lo chupo por encima de la tela y escucho a mi macho gemir, es casi como el ronroneo de un gato, no hay duda que le está gustando y eso que aún no empiezo.

Lentamente le bajo el bóxer dejando su palo frente a mí. Está hinchada, es larga y gruesa, con dos venas prominentes que recorren su palo. Está circuncidada y con la cabeza roja, sus vellos púbicos son espesos y se unen a los vellos de sus piernas, sus bolas cuelgan como costales de papas, son grandes y velludas, a pesar del agua de río huele a hombre, a sudor, a eso que me gusta. Me prende demasiado y lo tomo con una mano, le beso la base delicadamente y me dirijo a la cabeza. Chupo su líquido pre-seminal y me interrumpe su voz.

-No lo tragues. –Me desconcierta su voz, es tan dictador.

-¿Por qué?

-No preguntes, solo no lo hagas. No me gusta que lo hagan, ¿OK? Hagas lo que hagas, no te tragues nada que salga de mi verga. –Debo estar loco para continuar esto, pero me gusta, me excita ser dominado, humillado y esas cosas fetichistas.

Chupo delicadamente su enorme cabeza y escupo sus líquidos cuando me llenan la boca, parece gustarle porque se retuerce, además cada que escupo sus fluidos se alegra y me premia acariciándome las mejillas. Decido que es hora de trabajar completa su herramienta y me lo intento meter todo a la boca. No puedo, es demasiado larga para mi boca. Chupo con fuerza, subo y bajo por su verga como si fuera una paleta y yo un niño con hambre. Escucho la respiración acelerada de mi amante y me toma por la cabeza, sujeta mi cabello y empuja hacía mi garganta. Ahora me está haciendo tener arcadas por sus embestidas. Cada que puedo escupo sus fluidos pero de vez en cuando decido no hacerlo y me lo trago, espero que no se dé cuenta o de lo contrario creo que esto terminará aquí. Su líquido es salado pero delicioso, su pene me llena la boca y me impide respirar por lo que decido chuparle las bolas.

Masturbo su palo con una mano mientras que con la otra sostengo sus enormes costales y me los llevo a la boca, saboreando sus vellos, su piel. Mi amante ahora está rugiendo como un perro, casi gritando me pide más, me ruega que no me detenga. Siento como su cuerpo se contrae, sus bolas se hinchan y de pronto se detiene apartándome.

-No bebé. No quiero acabar ahora, quiero disfrutarte completo. –Me dijo bebé, ahora sí puede hacer conmigo lo que quiera, aunque solo con ver el tamaño de su herramienta creo que tendremos problemas y por supuesto dolor. Aun así me entrego a él como una puta cualquiera.

Me toma por la cadera y me obliga a ponerme en cuatro, me quita el bóxer con facilidad y me quedo sobre la piedra dura. Me lastima las rodillas y las palmas de las manos pero no me importa, además me duele la boca por abrirla demasiado intentando tragarme su verga. Rompe el empaque del condón y se lo coloca.

-Vas a sentir lo que es coger Brunito. -¿Por qué tarda tanto? Lo quiero dentro mío, ¡YA!

Me abre las nalgas depiladas y escupe mucha saliva para lubricarme, toma aire y vuelve a escupir pero ahora sobre palo. Me toma por las caderas y empuja lentamente, pero no logra introducir nada. Batalla un par de veces más hasta que decido ayudarlo, tomo su verga y me lo llevo hasta la entrada de mi ano.

-Despacio César, esto no es muy pequeño que digamos.

Me tranquiliza con sus caricias y suavemente empuja hacia mí. Logra meter la cabeza con dificultad y hace que yo dé un respingo del dolor. Me duele mucho y eso que solo ha entrado su glande. Le pido que no se mueva, y así lo hace. Pasan los minutos hasta que por fin siento que mi esfínter se ha acostumbrado. Empieza a meterme suavemente su miembro y  siento como cada milímetro entra en mí. Cuando creo que todo ha entrado, volteo a ver y veo que solo lleva 3/4 de su herramienta ¡Mierda! Siento que estoy lleno completamente y aún no la ha metido toda.

De pronto, sin decirme nada, César me sostiene fuertemente y me embiste como un animal. Pego un grito que fácilmente podría escucharse en metros a la redonda, pero estamos solos, ahora en medio de la oscuridad de los árboles y con el sol muy tenue en el horizonte. Me duele mucho y siento como si me estuviera partiendo en dos. César no tiene piedad sobre mí y arremete salvajemente, grito de dolor y le suplico que la saque pero él no me hace caso. Llevo mis manos hacía atrás en un intento por separarlo pero César me las toma y las lleva hasta mi espalda, amarrándome con una sola mano mientras que con la otra me sujeta el cabello jalándome con fuerza.

-¡¡Ya cabrón, sácala!!- Estoy a punto de perder la conciencia por todo el esfuerzo, estoy sudando como loco y mi violador parece que también porque siento unas gotas calientes cayendo sobre mi espalda.

-Esto querías putito, ahora te aguantas y te la tragas toda. –Me habla entrecortadamente, sus pujidos son como una orquesta sinfónica.

Ya no disfruto esto. “A ver si así aprendes imbécil, no vuelvas a jugar con fuego” me digo a mí mismo. Trato de calmarme. Llevo demasiado tiempo en esta posición y las rodillas me arden.

-¿Podemos cambiar de posición? –Le suplico casi al borde del desmayo.

Me suelta de las manos y el cabello y con su enorme fuerza, me toma por las caderas y me da vuelta, me acuesta sobre la piedra fría sin sacarme el palo de mi culo. Trato de componerme y esperar su embestida. Por raro que fuera ahora ya no me duele tanto, no sé si es la posición o mi culo ya se acostumbró a su enorme trozo, pero lo cierto es que ahora empiezo a disfrutarlo. Me bombea como si fuera una máquina, no tiene fin. Ahora todo está oscuro y solo puedo ver su silueta y su sonrisa blanca y brillante. El muy cabrón lo está disfrutando. Jadeamos como perros en celo, me sostiene los tobillos y me abre las piernas con furor. Siento como mi esfínter se contrae y empiezo a bañar mi abdomen con semen, los latigazos de lefa son tan fuertes que llegan hasta mi cuello y cara. Mi orgasmo es impresionante, tanto que no tuve que tocarme para venirme, pocas veces me sucede eso.

Mi amante empuja cada vez más fuerte y aprieta su cuerpo contra el mío, suelta un grito que es casi un aullido y siento como su pene se hincha y suelta todo su amor dentro del condón. Se queda un rato tirado encima de mí sin decirme nada. Después de lo que parecen minutos saca su trozo sin ningún cariño generándome dolor, se quita el condón y lo tira al lado mío.

-Me voy a meter al río, deberías venir también, ya es demasiado tarde. –Su voz es fría.

-Espera… Necesito descansar un poco, me duele. –Se ríe como si le contara un chiste, sale corriendo y se avienta al agua.

Me duele el cuerpo, me siento sin energías. Me levanto como puedo de la piedra y me toco el ano, está caliente y dilatado aún, siento mucho líquido espeso y caliente que sale de mí. ¡Mierda! Me hizo sangrar el desgraciado. Veo mi mano con dificultad por la oscuridad y veo una mezcla de semen y sangre. Busco el condón y veo que efectivamente estaba roto. ¡Malditos condones baratos! Creo que no debería decirle nada, no quiero pelear con César. No ahora.

Camino difícilmente hasta el río con el condón en la mano. Lo tiro hacía la corriente lejos de donde estoy, me lavo un poco el cuerpo. Me arden las entrañas, su semen es algo así como corrosivo dentro de mí. Veo como lentamente una silueta se acerca, se para frente a mí y me abraza.

-¿Cómo estás? –Ahora la voz de César suena dulce como si tratara de disculparse después de haberme violado.

-Bien, me duele un poco el cuerpo –Trato de no darle detalles.

-¿Seguro? ¿Estás bien? Si quieres te puedo revisar.

-No, estoy perfectamente, no te preocupes. Me tendrás que ayudar pero a llegar donde está el caballo, ya no veo nada en está oscuridad.

Se ríe pícaramente y me abraza nuevamente, me carga y me lleva en brazos hasta donde está la poca ropa que dejamos. Nos vestimos y de nuevo me carga, camina como si no tuviera peso encima, su cuerpo es cálido y acogedor. Marcha rápidamente sobre el suelo de piedras y arena, es como si su visión fuera superior a la mía porque yo no logro ver por dónde vamos. Llegamos donde está el caballo y al ver mi gesto de dolor me ayuda a subir. Esta vez no me desagrada su acción, al contrario, que bueno que está aquí para ayudarme.

Se acomoda rápidamente detrás de mí y tras unos movimientos hace que el caballo empiece a correr. ¡Mierda! Esto duele, cabalgar con las piernas abiertas y el ano destrozado es lo peor que puedo sentir ahora.

-Lo siento Brunito, tenemos que llegar rápido a la casa o tu papá nos va a regañar –Ahora es el César que conocí: amable.

Llegamos a la casa y con dificultad me bajo del caballo, César me dice que tiene que ir a dejar el caballo al establo y se pierde entre la negrura de la noche. Camino despacio y adolorido, debo hace un esfuerzo por caminar bien para que mi padre no se dé cuenta. Entro a la casa y huele a comida, noto que tengo hambre, me acerco a la cocina y veo a Diego cocinando.

-¿Qué tal estuvieron los clavados? –Pregunta entusiasmado.

Me echo a reír por la paradoja que eso representa, en realidad me clavaron, pero una enorme verga en el ano. –Muy bien, me divertí mucho. –Pongo la mejor cara que tengo pero Diego no es tonto, y me queda viendo extrañado.

-¿Sucede algo? Te noto raro. –Sostiene un sartén en la mano.

-Estoy perfectamente papá, solo que me golpeé con una piedra al caer sentado pero no pasó a mayores, no te preocupes, estaré bien. Subiré a mi cuarto a cambiarme y bajaré a cenar, muero de hambre.

Después de evadir a mi padre por todas las formas que pude, subo corriendo hasta mi habitación, pero el dolor provoca que mis piernas se acalambren de vez en cuando. Al llegar a mi cuarto, cierro la puerta con llave (ya aprendí la lección), prendo la luz y me quito lo único que llevo puesto, los bóxers negros. Noto que mis muslos internos están manchados de sangre y semen. Busco una toalla y me limpio, no tengo ganas de bañarme, además el único baño se encuentra fuera de la casa y es demasiado rudimentario. Me pongo algo de ropa ligera, un bóxer limpio, un short pequeño de algodón y una playera de cuello V, me acuesto sobre la cama esperando descansar un poco y sin querer, pierdo el conocimiento, quedándome completamente dormido.

Continuará...