Hombre de palabra

Silvia quería disfrutar sin perder su virginidad y hay que ver lo que sucedió para conseguirlo.

H O M B R E D E P A L A B R A

Sucedió sin proponérmelo, casi por accidente, como ocurre todo lo que le da sentido a la existencia y al vivirlo hace que esta sea más interesante. A Silvia la conocí en una exposición y venta de equipos de cómputo a la que cada uno representaba a distintos distribuidores. Así lo manifestaba el gafete que portaba al pecho en donde aparecía sonriente en una fotografía y su nombre al pie de ésta; debo confesar que la foto no le favorecía en absoluto pues era más hermosa en persona; pensé que cuando se la tomaron no estaba en su mejor momento. Ella demostraba bondades y características de distintas computadoras, dependiendo las necesidades del interesado, y yo distribuía los consumibles que utilizaban dichos equipos tales como tooner, cartuchos, papel, etc. Los locales donde ofrecíamos nuestros servicios eran vecinos por lo que el acercamiento se dio de modo natural. Desde que la vi me llamó la atención por su belleza, que se acentuaba cuando sonreía, y, algunas mañanas, cuando llegaba en pantalones ajustados era una verdadera delicia contemplar el movimiento sensual de su trasero respingón. En estas circunstancias maravillosas debía hacer esfuerzos sobrehumanos para aplacar el deseo que se me despertaba de tocar sus caderas. En el horario que disminuía el número de visitantes aprovechaba la ocasión para acercarme a ella y ponernos a charlar y de este modo me enteré que tenía diecinueve años, estudiaba la carrera de filosofía y letras, vivía con sus padres y además estaba comprometida para casarse, en cuanto regresara su prometido que cursaba un doctorado en una universidad gringa muy afamada. Este detalle hizo que superara la desilusión que me causó su compromiso matrimonial, ya que con el novio ausente había una esperanza aunque fuera remota.

Para la fecha de clausura de la exposición la invité a un bar, y de este modo celebrar el habernos conocido le manifesté, y para mi fortuna aceptó. Una vez que concluimos nuestros compromisos laborales, a las siete de la noche, tomamos asiento en una mesa del bar que yo frecuentaba. Pídeme algo suave, que no sienta que estoy bebiendo fuego, solicitó mirando el entorno acogedor del lugar. Ordenamos unos bocadillos para acompañar las bebidas y nos pusimos a platicar ya sin la presión de ser interrumpidos por algún cliente o la molesta supervisión de un directivo. Al cabo de dos rondas una melodía incitante se dejó escuchar, haciendo obligatorio que nos levantáramos para ir al espacio que funcionaba de pista de baile. La rodeé con mi brazo por su cintura para estrecharla con firmeza y comenzamos a movernos al compás de la música. Sentirla pegada a mi y aspirar el perfume que despedía su cuerpo fue una verdadera delicia. El movernos abrazados en la penumbra del lugar, aunado a las bebidas que hacían su efecto, contra mi voluntad, hicieron que mi lanza empezara a reaccionar y al cabo del roce continuo estaba erecta y lista para entrar en acción; la acerqué a su entrepierna, temeroso que rechazara el contacto, pero no opuso objeción alguna tan sólo vibró al sentir el endurecimiento y se dejó llevar por la excitación del momento, ciñéndose a mi cuerpo. No podía ser más afortunado y me decía que si hubiera planeado esta maravillosa experiencia, con toda seguridad, no sería tan prometedora como iba hasta el momento.

No hicieron falta palabras ni peticiones o promesas de ninguna especie, solamente nos pusimos de pie, abandonamos el lugar para abordar el automóvil donde habíamos llegado y dirigirnos al motel que estuviera más cercano. Presas de la emoción habitual de todo primer encuentro entramos a la habitación y continuamos el escarceo que habíamos iniciado en el bar. Le desabotoné la blusa, mientras nos besábamos, y tras un leve movimiento le liberé el sostén emergiendo sus espléndidos senos de puntas sonrosadas. Silvia se cimbraba toda cada que mi boca tomaba posesión de cada uno de sus pezones. Ahora mis manos corrían el cierre que aseguraba su falda y tras deslizarse por sus piernas para caer a sus pies tan sólo quedó cubierta con una minúscula prenda transparente color durazno, que permitía apreciar la negrura de su pubis.

Quiero verte caminar por la habitación así como estás, le pedí, recorriendo mis manos por la tersura de su cuerpo descubierto, para disfrutarla con la vista tanto como lo hiciera cada que aparecía luciendo su ceñido pantalón. Me regaló una espléndida sonrisa en señal de aceptación y con cierta inseguridad comenzó a moverse por la estancia, ofreciendo su trasero respingón solo para mí, envolviéndome en una ola inmensa de dicha.

Se me hace increíble que haya aceptado tu invitación así como el encontrarme a solas contigo como estoy ahorita; pero más me extraña actuar en la forma que lo estoy haciendo pues la pesadilla que siempre me persigue es que algún degenerado pudiera observarme desnuda al estar aseándome o en situación similar; sin embargo en este momento me excita estar mostrándome para ti sin ningún pudor y lo disfruto plenamente, expresó Silvia caminando al sofá donde yo estaba sentado contemplándola, tomando mi cabeza en sus manos para apretarla a su cuerpo, estremeciéndose al sentir el mordisqueo de mi boca en su vientre por encima de la delgada tela que lo cubría. Estiré mis brazos para sujetarla de las caderas y acrecentar la intensidad del estímulo. Temeroso que esta locura pudiera esfumarse de un momento a otro, con sumo cuidado le retiré la última prenda que la cubría, quedando divinamente desnuda ante mis ojos. Una incipiente pelusilla oscura adornaba su entrepierna. La tomé en mis brazos y la llevé a la cama, poniéndome junto a ella una vez que me despojé de la ropa. Mi boca buscó de nuevo sus pezones y se prendió frenético, haciéndola estremecer. Me deslicé a lo largo de su cuerpo hasta llegar al arco de sus piernas y me detuve en su hendidura; mi lengua se introdujo entre la humedad de su raja hasta llegar a su inflamado clítoris y, separando con mis manos los labios que lo ocultaban, le prodigué el estímulo suficiente para ponérselo erecto. Silvia se revolvía enloquecida en la cama con las piernas abierta completamente, agitaba su pelvis, oprimía sus senos, sujetaba mi cabeza y jalando aire desesperada manifestaba cuanto estaba disfrutando.

Detuve momentáneamente la acometida para darnos un respiro, oportunidad que aprovechó Silvia para tomar mi tranca y llevarla a su boca, prendiéndose de ella con desesperación. Sonoros chupetones se escuchaban en la habitación al tiempo que mamaba como poseída. De mi saco tomé un preservativo, Silvia se ofreció a ponérmelo. Que grande y riquísimo está tu miembro, indicó embelezada mientras lo colocaba y agregó, Es la primera vez que lo hago, nunca he estado con un hombre, y adoptando una actitud suplicante solicitó, con la respiración agitada, Sería mucho pedirte que me concedieras la oportunidad de llegar virgen al matrimonio, es una promesa que me hice; te propongo que sigamos haciéndolo con la boca y también por detrás, si es que así te place, de este modo los dos disfrutaremos y mi novio no me hará ningún reclamo cuando compruebe que mi himen está intacto; y, te ruego encarecidamente, que si cambio de parecer y enloquecida de placer te suplique que lo hagamos por delante no aceptes; prométeme que aunque yo flaqueé tú te mantendrás firme evitando que cometa una locura. Comprometido moralmente me aseguré de hacer hasta lo imposible con tal de mantener inquebrantable su promesa.

Hecha su petición Silvia se colocó en cuatro sobre la cama, levantó su excitante trasero, poniendo a mi vista los delicados pliegues de la redondez que palpitaba al centro. Le propiné sendos mordiscos en cada glúteo, haciéndola respingar. ¿Tienes crema suavizante?, le solicité, preocupado que la penetración fuera lo menos dolorosa posible. Puso en mis manos un pequeño tarro de crema que extrajo de su bolso y tomé una generosa cantidad con mis dedos para allanar el camino, lubricando y dilatando convenientemente su estrecho orificio. Al tiempo que preparaba la acometida mi lengua revoloteaba de nuevo sobre su clítoris, llevándola nuevamente a estadios de verdadera locura; gritaba, gemía y suplicaba que aquello que sentía no se detuviera, más, más, más, repetía una y otra vez.

Así continuamos por tiempo indefinido hasta que en determinado momento Silvia se puso bocarriba y separando su piernas imploró, ¡Por favor métemelo, si no lo haces voy a desfallecer! A pesar de lo excitado que estaba y que necesitaba penetrarla urgentemente, me detuvo la confianza que ella había depositado en mí por lo que le señalé, con el poco entendimiento que aun conservaba, No quiero metértelo por allí, date vuelta para hacerlo como acordamos. Ella, resistiéndose a lo señalado, insistió, ¡No me lo metas todo, solo te ruego que introduzcas la puntita! Haciendo un esfuerzo sobrehumano empuñé la verga, de forma tal que ésta no pudiera introducirse, y la penetré escasamente. Silvia se desesperaba por la pobre penetración y repegándose me oprimía la mano con su raja buscando liberar mi lanza. Viendo su estado febril decidí estimularle el clítoris con la cabeza del miembro, dando tan buen resultado que en unas pasadas se revolvía frenética gozando el primer orgasmo.

Aproveché la ocasión para volverla a poner en cuatro y aproximé mi tranca a su orificio y con toda precaución fui introduciéndosela. Silvia emitía algunos quejidos en la medida que la penetraba. Dime si te duele para detenerme, le solicité. Siento dolor pero comparado con lo que estoy gozando, bien vale la pena padecerlo, exclamó delirante y, añadió, ¡No te detengas y sigue dándome toda la dicha que puedas…! Una vez conseguida la penetración total mi lanza entraba y salía con relativa facilidad. Silvia rotaba su pelvis y exigía que mis embestidas fueran más intensas. Esto dio pie para que probáramos las posiciones mas diversas: acostados, de lado, encima de mi, de pie, tumbada en la cama con las piernas sobre mis hombros, de a perrito sobre el peinador para vernos en el espejo. Es la imagen más hermosa que he visto en la vida, señaló Silvia fuera de si al mirarse en el cristal, siendo sodomizada y concluyó, convulsionándose al hundirse en el último orgasmo, ¡Qué delicia estoy sintiendo…! La apreté con fuerza dándole las últimas embestidas a punto de venirme. Extenuados nos dejamos caer en la cama, escuchando nuestra respiración agitada.

Silvia urgió retirarnos ya que debía estar en su casa a las diez de la noche, ya que su padre era inflexible en lo tocante al horario de llegada. Camino a su casa comentó emocionada, Todavía siento que tus manos y tu boca recorren mi cuerpo y mi trasero, a pesar de lo adolorido que está, arde de ganas de volver a tener tu pene adentro. Y gracias por entender mi concepto de virginidad así como por haber impedido que mi obstinación tuviera consecuencias irreparables, eres un hombre de palabra.