Hola de nuevo
El destino propicia el rencuentro de 2 extraños que se atraen mutuamente y se habían perdido de vista durante meses. Dedicado nuevamente al chico del metro (de la historia 14:10).
Hola de nuevo
Habían pasado los meses de verano, lentos como una procesión. Habían transcurrido entre la rutina y el hastío, haciendo horas de cada minuto.
Madrid había quedado casi desierto las peatonales casi desnudas, los andenes del metro silenciosos, los mercadillos anémicos.
Septiembre hacía regresar a la gente con más fuerzas, aunque algo deprimidos por tener que retomar el trabajo. A mí, me alegraba de que por fin volviera el ritmo habitual a la ciudad, pues estaba aburrida y algo desanimada.
Las mañanas ya eran frescas y se sentía ese olor limpio que anticipaba el otoño.
Mi compañera Gema había vuelto ya, y no tardó en llamarme para quedar y contarme sus andanzas de verano. Quedamos para ese mismo día, noche de jueves, un buen día para salir sin terminar la noche rodeadas de quinceañeros.
Nos encontramos en el pub O´Neils, en Huertas. Había poca gente y la música estaba a un volumen adecuado como para hablar tranquilamente y ponernos al día mientras tomábamos unas copas. Durante esas horas Gema resumió su ruptura prevacacional con su novio Roberto, sus 2 rolletes irrelevantes de verano, su vuelta con Roberto y como llevaba volver a la ciudad luego de unas vacaciones de desconexión total. Yo hablé poco, me limitaba a escuchar a mi amiga y asentía. No era que no tuviera nada para contar, pero creía que lo poco que había ni siquiera tenía un comienzo definido y un final, no tenía ningún sentido. Era una historia que se había desvanecido de la misma forma suave e inexplicable en que empezó, pero que sin embargo no sabía bien por qué aun permanecía dentro de mí. Simplemente una locura que era mejor callar.
¿Cómo explicas a alguien que te considera una persona totalmente coherente y racional que un día cualquiera de invierno comenzaste a encontrarte todos los días, casualmente, con alguien de quién ni siquiera conoces el nombre ni has cruzado nunca palabra y que te ha tenido en vilo durante meses, entre miradas y roces intencionales? ¿Cómo explicas que ese tío te llegó a seguir lentamente en la distancia, o a esperar para verte al menos unos minutos, pero nunca se acercó a hablarte y tú tampoco lo hiciste? Cómo hacerle comprender a mi amiga que ese chico había robado algo de mi sensatez, se había colado en mis sueños y en mi cama aun sin saberlo? Y finalmente ¿cómo explicar que le había dejado pasar tontamente, que a pesar de sus invitaciones silenciosas y mi deseo de ir más allá? Yo había decidido callar y mirar hacia otro lado. A pesar de su insistencia y su cercanía provocadora, yo me había plantado, tal vez por miedo. Hasta que un día de verano, dejé de verle. Sin más.
Ante la posibilidad de exponerle esta historia a Gema y que me llamara gilipollas o no la comprendiera en absoluto, decidí callar y seguir oyendo las historias de sus eternos te quiero-te odios con Roberto.
La noche terminaba con un café en un pequeño bar en Sol. Estábamos aun algo achispadas por alguna copa de vino de más y reíamos tontamente. Ya eran las 5 de la madrugada, y a mi amiga ya le costaba mantener los ojos abiertos. Así que cogimos los abrigos y nos largamos de allí. Subíamos caminando por la peatonal Preciados hacia Callao, habíamos decidido coger un taxi. La calle estaba casi desierta y nosotras seguíamos hablando tonterías y riendo mientras andábamos tranquilamente.
A lo lejos divisamos la silueta de 3 chicos que venían en sentido contrario a nosotras, se sentían sus voces, también reían. Cuando ya estábamos cerca, a punto de cruzarnos, nosotras callamos y ellos también. Gema les miró con picardía como siempre suele hacer, y yo, más tímida, miré hacia abajo. Una vez que les pasamos, sentí que algo se revolucionaba a mis espaldas, escuché un murmullo agitado entre ellos entre lo que solo pude distinguir un "No puede ser". Seguimos caminando sin mirar, pero luego escuchamos que alguien se acercaba nosotras por detrás.
"Oye, espera" fue lo siguiente que pude oír. De una manera inexplicable, esa voz me paralizó, fue como un disparo de adrenalina que me dejó casi sin aire. Me detuve. Gema y yo nos dimos vuelta, lentamente.
Vimos a uno de los chicos, más adelante, y los otros 2 un poco atrás, expectantes, con cara de no comprender demasiado. Hice foco en el rostro del chico que quedaba en primer plano, olvidando a los demás. Mis piernas se clavaron inmóviles en el suelo de la calle como 2 estacas, al constatar que quién hablaba era mi querido desconocido, ese chico que había perdido y aun me quitaba horas de sueño. De nuevo, estaba frente a mí. Nos mirábamos pasmados, estáticos, mudos.
Los demás nos observaban, nadie entendía nada de esto.
"Mónica ¿qué pasa?" Preguntó mi amiga algo preocupada. No pude responderle hasta que me sacudió del brazo y me quitó momentáneamente del trance.
Mientras tanto, mi desconocido le decía a sus amigos "Seguid sin mí, nos vemos mañana"
"¿Pero qué dices tío? ¿Pasa algo?"
"Que sigáis sin mí, mañana hablamos"
Los chicos se encogieron de hombros y obedecieron. Gema nos miró a ambos y volvió a sacudir mi brazo. La miré a los ojos, y ella comprendió inmediatamente. Se sonrió y me dijo "No pasa nada, mañana nos hablamos". La seguí con la vista hasta que la vi coger un taxi en la plaza.
Volví mi mirada a él. Seguíamos clavados cada uno en el mismo lugar donde nos habíamos detenido hacía minutos ya. La distancia entre los dos palpitaba, la atracción era intensa y comenzaba a arrastrarnos más cerca.
"Hola" me dijo
"Hola" respondí mirándolo expectante y nerviosa. Tragué saliva.
Él avanzó despacio hacia mí. Yo me quedé allí, simplemente siguiéndolo con mis ojos hasta que estuvimos separados solo por centímetros. Ya podía sentir su respiración en mi cara.
La calle estaba oscura y silenciosa, no había nadie alrededor. Era un momento irreal, perfecto.
Advertí luego su mano entre mi mejilla y mi cuello, suavemente me tocaba con la punta de los dedos, como haciéndome real muy de poco. Mirándome fijamente con sus ojos negros, volvió a decirme "Hola ", muy despacio. Yo le respondí cerrando mis ojos. Inmediatamente sentí sus labios, grandes y blandos en mi boca aun tensa. Con habilidad, supo ir relajando mi rostro y mis piernas y mis brazos. Sus labios y lengua fueron mojando, recorriendo, excavando en mi boca sin pausa y sin prisas, deteniéndose en cada parte, en cada comisura, recorriendo sus contornos y su interior. A medida que nos íbamos conociendo de esa particular manera, mi cuerpo se iba rindiendo en sus brazos y mi respiración se iba agitando, acompasada con la suya. Separó un poco su rostro del mío para observarme me vio entregada, vulnerable, sedada por él. Sin separar su cuerpo del mío, empezó a caminar, empujándome de a poco contra la pared de un comercio, en la misma peatonal. Sus manos se colaron por debajo de mi abrigo largo de cuero y empezaron a recorrerme a partir de las piernas, vestidas por unas botas y una falda apenas por encima de las rodillas. Buscó arqueando un poco la espalda el límite de la falda, y suavemente hizo subir una de sus manos por los costados de mis piernas, haciendo primero círculos en ellas y luego subiendo da a poco hacia mis muslos, elevando cada vez más la ropa. Su otra mano simplemente recorría mi cintura, mi cadera, mis pechos, mi cuello y mis labios. Sus dedos invadían mi boca mientras él me miraba fascinado. Yo los lamía y los mordisqueaba suavemente, sentía su textura y sabor, y eso me hacía querer degustarle por completo, necesitar más. Su temperatura estaba aumentando, y en consecuencia la mía también. El alternaba en mi boca, sus labios y sus dedos, y a veces ambos a la vez. Sus piernas se flexionaban para apretarme más contra la fría pared, y su mano bajo mi falda ya intentaba hacer deslizar muslos abajo mi escueta ropa interior, pero yo trataba de demorar el momento con mis movimientos.
Mis manos recorrían su cabello, su nuca, su espalda, sus brazos delgados pero firmes que se movían a un ritmo errático, inestable, atropellando todo lo que hallaban a su paso. Bajé una de mis manos hacia su sexo, por encima del pantalón vaquero y pude sentirle hirviendo, abultado, vibrante. Al sentir el contacto él gimió profundamente y casi logró arrancar mis bragas de un tirón, mientras su otra mano me apretaba más contra la pared cogiéndome por la quijada. Yo exhalé fuertemente mientras una ola de calor me recorría de pies a cabeza. Un ruido nos detuvo empezaba a aclarar, y un grupo de chicos pasaban y nos observaban. Les dejamos pasar, agitados y en silencio. Nos miramos, nos acomodamos un poco la ropa retorcida, y empezamos a andar. Salimos de preciados para internarnos en las callejuelas pequeñas, esas por las que de madrugada no pasan ni siquiera los vagabundos. Contra un portal de madera, viejo y corroído, volvimos a la carga, esta vez más calientes por haber prolongado el momento previo. Se afirmó contra mí con saña, y con el golpe de nuestros cuerpos, la puerta en la que nos apoyábamos se abrió chillando. No tuvimos que decir nada, simplemente nos adentramos en el zaguán en semipenumbra y cerró la puerta tras de si. El sitio era amplio y un poco tétrico. Una gran escalera de madera erosionada por los años se elevaba perdiéndose en la oscuridad total. Bajo la escalera, un hueco oscuro y lo suficientemente alto como para sentirnos resguardados.
Su cuerpo empezó a empujarme hacia allí las manos sujetaban las mías detrás de mi espalda, a la altura de la cintura, y su boca devoraba la mía nuevamente. Yo caminaba hacia atrás, trastabillando, casi perdiendo el equilibrio. La excitación de ambos ya estaba en un punto en el que sabíamos que no había vuelta atrás. Era por fin nuestro momento, ese tan postergado.
Empezó nuevamente a trepar con sus manos por mi cuerpo, ahora de manera ansiosa y hasta un poco violenta. Yo me estaba derritiendo, mi piel ardía, las caricias eran recibidas con sed y nunca era suficiente. Me sentí húmeda, muy húmeda.
Me cogió por el cabello, firmemente pero con cuidado, y mirándome dijo "Es increíble que suceda esto por fin. Es increíble volver a verte así" Yo no pude decir nada, solo seguir besándolo. Primero recorrí con mi lengua los labios, luego los párpados, y el cuello, que desprendía un olor dulce, como a vainilla.
Él cerraba los ojos, disfrutaba, respiraba fuertemente. Me escapé de la prisión de su cuerpo, y me miró algo desconcertado. Le sonreí y él sonrió. Le empujé contra la pared y me acerqué. Recorrí su boca con la punta de mi lengua. Él, inmóvil, me miraba y dejaba que yo hiciera. Mis besos empezaron a bajar a partir su cuello, muy lentamente. Le miré. Su cabello algo largo estaba revuelto, dándole un aspecto más deseable aun.
Sus manos recorrían ahora mi cara, haciendo siempre una pausa en mi boca.
Levanté su camiseta casi arañando su piel, y mis labios siguieron el paseo por su pecho, en línea recta hacia abajo hasta llegar al ombligo, donde mi lengua jugó un rato, amagando a bajar por el suave camino de vello negro y volviendo a subir. Su respiración se aceleró aun más y acariciaba mi cabeza, enredaba sus manos en mi cabello dorado. Yo jugaba con su deseo, sabía que él no quería que parara ni un segundo...pero yo me detenía y le miraba desde abajo unos instantes, observando fascinada como reaccionaba a cada aproximación, cada lamida, cada caricia. Él gemía, y yo disfrutaba. Abrí los botones de su pantalón vaquero holgado y él echó la cabeza hacia atrás, golpeándola levemente contra la pared. Desnudarle poco a poco me hacía sentir euforia contenida y una expectativa voraz. Seguí pasando mi lengua por el borde de su ropa interior, el arqueaba sus piernas y me acariciaba ahora más fuerte. El aroma a vainilla era mucho más intenso ahora, sentía ganas de devorarlo. Por fin descubrí su sexo, liberándolo dócilmente de la prisión de la ropa. Le lamí suavemente, y luego con mayor intensidad mientras él se retorcía, revolvía la cabeza y gemía contra la pared. No podía dejar de saborear su piel, tenía el mejor sabor del mundo. Sus rodillas se iban venciendo por el placer, de a poco resbalaba pared abajo.
Luego de un rato, me cogió por el mentón y me subió, poniendo mis ojos frente a los suyos, casi desorbitados.
"¿Qué me haces?" preguntó.
Su lengua recorrió mis labios, mientras me seguía calando con sus ojos. Volvió a colocarme contra la pared, bruscamente, hambriento. Empezó a morder mi cuello sin soltarlo, mientras me intentaba arrancar la ropa con sus manos. Abrió mi camisa, y mientras besaba mi pecho, me despojó de mis bragas húmedas por debajo de la falda. Acariciaba con delicadeza la parte interna de mis muslos, y me surcaba con sus ojos, buscaba mi boca hinchada por la excitación con sus labios entreabiertos y la cubría por completo. Así estuvo acariciando, apretando, lamiendo, apoderándose de mi piel por varios minutos mientras yo temblaba y gemía contra la pared. Sentía la caricia de su rostro y de su barba incipiente en mis piernas, en mi vientre, en mi sexo, en mis caderas.
De pronto se detuvo, y con sus manos apoyadas a cada uno de mis costados, me contempló, con la respiración entrecortada, alterada. Estaba totalmente fuera de sí, y yo estaba completamente entregada a él.
"Fóllame" le supliqué
"¿Quieres que te folle?" susurró roncamente en mi oído
"Si, necesito sentirte dentro ahora" dije desde la fiebre
Respondió con un gemido grave y oscuro, penetrante, a la vez que con sus rodillas separaba mis piernas de manera encolerizada, y con una de sus manos cogía su sexo y se inclinaba sobre mi cuerpo caliente. Hizo fuerza de abajo hacia arriba, le sentí invadirme, hirviendo en mi humedad. Empujó con fuerza, entrando por completo a la primera. Mis ojos se cerraron involuntariamente, mezcla de dolor y placer. Aguanté unos segundos la respiración, hasta que con la siguiente embestida exhalé un gemido. Ya casi no sentía las piernas. Él flexionaba las rodillas para bajar y volver a arremeter. Al principio eran embestidas espaciadas y circulares. Tras cada una de ellas me interrogaba con los ojos y esperaba los gestos de mi cara, las reacciones a sus movimientos. Me hacía pedir más. De a poco, las embestidas eran más violentas y más rápidas. Me sujetaba por los muslos contra la pared mientras me preguntaba perversamente
"¿Te gusta?"
"Síiii" dije casi sin voz
"¿Era lo que deseabas?"
"Sí sí sí ahhh"
Me embistió un par de veces con furia, haciéndome gritar.
Mi grito solo lo enardeció más, y empezó a empujar más fuerte, más rápido, de manera incontrolable incluso para él, perdiendo casi el ritmo y la compostura. Ya no importaba dónde estábamos, ambos suspirábamos y nos quejábamos como locos, nos golpeábamos contra la sucia pared, nuestros movimientos retumbaban desde el hueco de la escalera por todo el zaguán, y subían al resto del edificio. Sus piernas estaban tensas y tenían una fuerza descomunal, sus envites ya me elevaban del suelo. Por fin cogió mis caderas y le sentí atravesarme 2 veces con una profundidad tal, que una corriente de dolor me invadió seguida por un intenso orgasmo, penetrante, fulminante. Él cayó de rodillas en el suelo abatido, mientras mis contracciones y gritos le hacían por fin correrse dentro de mí salvajemente, al borde del desmayo, con su suave cabello negro empapado en la nuca por el sudor. Nos quedamos un minuto o dos así, semidesnudos sobre el suelo de tablones de madera. Él olía mejor que nunca. Nuestra respiración se fue calmando suavemente, entre suaves besos en los labios y miradas.
Miramos a través de la pequeña ventana de la parte superior de la puerta de entrada al edificio y notamos que ya era pleno día. Dentro del edificio, inmediatamente empezaron a sentirse las puertas de varios apartamentos que se abrían lentamente, como signos de interrogación en la mañana.
Nos levantamos muy despacio y nos arreglamos la ropa lentamente, sin dejar de mirarnos. Me ofreció su mano, y juntos y en silencio, abandonamos el viejo edificio.