Hoja de los coños

Divagando...

En la noche, que es un gran coño oscuro, los coños dejan fluir su monólogo interior preso en su ojiva de encrespado vello negro o rubio y puede ser que hasta rojizo/ en lo más fuerte de la noche los coños, nichos ciegos, sueñan vegetaciones aún más húmedas que las que ellos guardan/ palpitan cuando la noche se hace más fuerte/ proliferan en musgos ardientes/ ahondan su irradiada espera, y acaso, pero quién podría saberlo, quieren urgidamente, como deseosos inconformes frutos de negrura, abrirse a la luz/ y qué oscuridad y qué frescor de la palabra coño, palabra como pozo, como hondo, como ogro, como otoño/ ceño fruncido de la tilde de la eñe en la palabra coño/ Otaola te contó, o en alguna página suya lo leíste, que Blasco Ibáñez, redactando en la noche casi automáticamente el episodio diario de su folletín (para el exigente propio periódico de cada día siguiente), escribió como incipit: "Doña Emerenciana (o un nombre así, qué importa, lo que importa es lo que sigue) se levantó aquella mañana con el ceño fruncido", y la frase le salió con errata en la palabra ceño, es decir que, ay, a la tiesa, la altiva, la severa, la pobre doña Emerenciana (o un nombre así), por causa de algún accidente llamado errata, se le frunció el coño como en un atroz retorcimiento suelen fruncirse las bocas coléricas, y el accidente de tipografía (salvo que allí interviniese un linotipista mal pagado y por ende lógicamente rencoroso que, dispuesto a joderle el periódico a Blasco Ibáñez, haya puesto a propósito en la sílaba primera de ceño la otra y fatal O por lo redondo), el tal accidente o incidente de ese ceño monstruizado por la tipografía acaso es sólo cosa de risa y desde luego no tiene el fulgor poético y mucho más cruel de aquello de López Velarde, lo de las vírgenes provincianas de Jerez de la Frontera (me parece) que en las tardes "salís a los balcones a que beban la brisa los sexos cual sañudos escorpiones", pero me pregunto por qué Ramón López de (despliega el otro apellido) la Noche en Vela que Arde, tan poeta él, habrá puesto palabra tan general, tan genéricamente indeterminada como sexos, y no coños, claro que coño no es palabra usual en México, y aun así qué imagen hermosamente violenta: los coños escorpiones, los coños alacranes, los coños dragoncitos ardiendo allí en la entrepierna de las señoritas provincianas, mordiendo, incendiando la carne intensa y desesperadamente señorita, incendiando, enfebreciendo enloqueciendo los castos cuerpos vírgenes, los coños sellados de origen, y los clítoris: esos pequeños badajos de campanitas sin campanilleo que hacen a las señoritas de la falda bajada hasta el huesito aullar hacia dentro en la ardiente, la terrible, la callada vigilia deseosa, ay pobrecitas, tan sufridas, tan demoniángeles.