Historias morbosas de mi matrimonio (4)

CUARTA PARTE.Me llamo Juan y en la actualidad tengo 40 años. Voy a contarles la historia de mi matrimonio con Sara, mi mujer, de cómo me hice gay sin llegar a salir nunca del armario, cornudo y sumiso de mi propia mujer y su amante.

Historias morbosas de mi matrimonio (cuarta parte)

El desengaño con Fidel, al aprovecharnos de él, había traído consigo graves consecuencias. Aunque las cosas entre nosotros habían empeorado por mi cobardía, me pidió ayuda, me rogó que la ayudara a superar aquella mala experiencia. No quería un hijo de aquel ogro. No tuve valor para echarle en cara que los otros dos tampoco eran míos. Nos gastamos un dineral en una clínica privada, pero abortó, no vino al mundo lo que hubiera sido una huella más de mi patetismo. Nadie se enteró de nada, ni siquiera su madre. Las cosas se habían torcido y creo que ella intuía mi condición homosexual desde que Fidel lo profirió bien alto antes de violarla, no obstante no llegó a sacarlo a la luz. Sara era lista y sé que había indagado en mi ordenador en busca de pruebas, que seguramente había encontrado sospechas de mis contactos en Messenger, de mis videos caseros y el rastro de mis visitas a páginas gays. Sé que lo sabía, por eso nuestras relaciones sexuales se redujeron a la nada. Nos hablábamos lo justo y suficiente y al acostarnos cada uno miraba para un lado. Es probable que ella continuara follando alguna que otra vez con Joel, pero no había vuelto a pillarla.

Las cosas iban a cambiar a peor, pronto noté que a Sara le satisfacía verme sufrir, y lo comprobé tras una nueva visita de mi primo Carlos. Tan apuesto como siempre, nos visitó un sábado al anochecer. Sara estaba demasiado amable con él, como si su intención fuera darme celos, hasta el punto de que le incitó tanto que Carlos nos invitó a salir de marcha. Y se arregló exclusivamente para él de la manera más explosiva posible. Se colocó un vestido túnica con un pronunciado escote redondo, muy cortito y muy ligero, por encima de la mitad de los muslos, con corte bajo el pecho y banda anudada a la espalda, de un tono plateado y brillante. Se maquilló, se colocó complementos a juego con el vestido y se perfumó sensualmente, calzando unos zapatos blancos de tacón. Se que se puso un tanga de muselina, color blanco, muy pequeño. Primero cenamos en un restaurante y Sara estuvo todo el tiempo preguntándole, muy tonta, haciéndose la simpática. Yo apenas participé en las conversaciones, sabía que de alguna manera estaba vengándose. Después fuimos a un pub y nos sentamos en unos reservados de sillones muy bajos. Ella cruzó las piernas ante sus ojos y el vestido se le deslizó hacia las ingles, dejando incluso visible la tira de sus bragas, pero continuó tonteando con mi primo, al que se le iban los ojos hacia esos muslos y hacia esa tira visible. No paraba de beber y sugirió la idea de ir a bailar. En una discoteca atiborrada de gente, se puso a bailar con él de una forma sensual, dando el cante, moviendo el esqueleto de una manera muy ardiente. Carlos se aprovechaba y la rozaba y manoseaba por todos lados, bailando muy pegado a ella. Me sentí como un estorbo para la pareja. Continuaba como un colgado en la barra, observando como la muy puta se lo ligaba. Apagaron la música y anunciaron el cierre. Ya eran las cinco de la mañana. Carlos compró una botella de champán, para el camino, según dijo, y hasta el coche le pasó el brazo a mi mujer por la cintura. La sorpresa fue cuando ambos se montaron detrás y me dejaron al volante, solo, mientras se reían y tonteaban. En un momento del trayecto Carlos encendió la luz interior. Por el espejo retrovisor vi que ella llevaba el vestido arrugado en la cintura y que se le veían todas las bragas. Carlos se asomó con descaro. A través de la muselina se apreciaba la figura de su coñito, la oscura forma triangular. Le acarició las piernas con ambas manos, las deslizó por sus muslos con rabia, pellizcándola, como si no pudiera contenerse.

Joder, tía, qué buena estás… -. Le pasó la mano por encima de las bragas sin cesar de magrearle los muslos -. Eres muy guapa, jodida. Me tienes a cien -. Le pasó la palma derecha por encima de la cara y la bajó por su cuello abordando sus pechos por encima de la tela. Con la izquierda le acariciaba los muslos y los separaba para obtener una mejor visión de las bragas. Sara se dejaba manosear reclinada en el asiento y sin mover los brazos, como si fuera una muñeca hinchable -. Para el coche, primo

Detuve el coche en un área de descanso. Le metió las manos por dentro del escote y le sobó las tetas por dentro. Podía ver su mano bajo la tela exprimiéndolas Pero los achuchones fueron tan fuertes que llegó a sacarlas por fuera. Luego bajó nervioso a las bragas y le atizó unas palmaditas encima de la tela.

Cabrona, qué buenas estás… - Retiró las manos del cuerpo de mi mujer para desabrocharse el pantalón a toda prisa. Se lo abrió hacia los lados y se bajó la delantera del slip exhibiendo su polla dorada -. Hazme una paja, cabrona, mira cómo me has puesto… No te importa, ¿verdad, primo?

No contesté, me mantuve aferrado al volante y mirando por el retrovisor. Sara, con las tetas por fuera del escote, sentada a su izquierda, se irguió girándose levemente hacia él. Le cogió la polla con la derecha y se la sacudió muy fuerte desde el principio, hasta hacerle bailar los huevos. Acercaron sus bocas y se morrearon mientras ella le masturbaba. Le exprimía las tetas con rabia, como si nunca hubiera tocado unos pechos. Luego bajó a las piernas para pellizcarlas de nuevo, frotándole por la delantera de las bragas.

Qué puta eres, chúpamela, venga, chupa mi polla… Quieres chupármela, ¿verdad, puta?

Sí, quiero chupártela, me la quiero comer… - le soltó la muy golfa.

Sara se echó sobre su regazo para hacerle una mamada. La veía subir y bajar la cabeza, oía los chupetones y los tirones de verga, aunque no la veía mamar por culpa del cabello. Carlos tiró del vestido hasta subírselo hasta las axilas y enseguida le acarició todo el culo y la espalda. La dejó mamar unos instantes, pero luego la agarró de los pelos y le subió la cabeza para besarla. Ella no dejó de machacársela.

¿Por qué no sales a echar un cigarro, primo? Tu mujer y yo necesitamos un poco de concentración. Venga, coño, un momento

Sara no quiso mirarme cuando abandoné el coche. Me alejé sólo unos metros y enseguida me volví hacia el vehículo con el cigarro en la boca. Podía oírles porque había dejado mi puerta abierta. Carlos le pidió que se volviera hacia la ventanilla. Vi que se bajaba los pantalones cuando ella se volvía para tumbarse de costado, de espaldas a él. Apoyó la frente en el cristal empañando la zona de la boca, también con las tetas aplastadas contra la ventanilla. Carlos le apartó la tira del tanga y se pegó a su culo agarrándose la verga para dirigirla a la entrepierna. Sé que le perforó el chocho por la expresión de mi mujer al cerrar los ojos y abrir la boca. Carlos comenzó a follar meneándose sobre el culo de Sara y aplastando todo su cuerpo contra la ventanilla. Pude cruzar una mirada con mi mujer mientras mi primo la penetraba. Las manos de Carlos aparecieron bajo las axilas para achucharle las tetas. Él gemía intensamente y ella sólo respiraba forzadamente por la boca, atrapada entre mi primo y la puerta. Rodeé el coche con la sintonía de los gemidos retumbando en mi cabeza. Ahora les veía de espaldas, ahora veía el culo de Carlos contrayéndose velozmente para bombearle el coño. Le asestó tres clavadas secas, señal de que le encharcaba todo el chocho de nata viscosa. Mantuvieron la postura unos instantes, mientras él la acariciaba y la besuqueaba por la espalda, luego se volvió para reclinarse con la verga dura y empinada y reluciente por el rastro del semen. Vi a mi mujer de culo, sofocada por el polvo que acaban de echarle, con la tira del tanga fuera de la raja. Abrió la puerta y salió por el otro lado. Enseguida el vestido cayó desde las axilas tapándola. Se forró las tetas y se alisó el cabello sudoroso, sin querer volverse hacía a mí. Precisaba de aire fresco y anduvo unos metros para relajarse. Mientras tanto, Carlos se subió el slip y el pantalón y me miró.

Qué puta está hecha… Qué polvo, joder… Me ha dejado la polla hecha trizas… Cómo folla la cabrona… ¿Por qué no terminamos la botella en el chalet de tu suegra? ¿No os apetece?

Asentí como un imbécil y aguardé a que ella se sentara detrás, junto a mi primo. Hasta el chalet fueron morreándose y manoseándose por todos lados, calientes como perros en celo. Y yo de chófer. La velada aún no había terminado.

Irrumpimos en el salón y encendimos todas las luces. Ellos permanecían abrazados en mi presencia como dos tortolitos, con Sara expresando una mirada vengativa. Dije que iba a la cocina a comer algo. Antes de entrar miré por encima del hombro y vi que subían juntos las escaleras en dirección a la segunda planta, con la botella de champán en la mano. Abrí el frigorífico, pero estaba desganado, también moralmente, la actitud de Sara me carcomía, no por el hecho de que estuviera con él, sino por sus formas hacia mí, por su sed de venganza. Me asomé a la escalera, pero no percibí ruido alguno. Subí despacio y con temor, doblé hacia el pasillo y descubrí mi cuarto iluminado, el cuarto donde Sara y yo consumábamos nuestro matrimonio en épocas más felices. Sé lo que me iba a encontrar, pero aún así me asomé, esta vez sin importarme que me vieran. Me planté delante de la puerta con mi expresión mustia. Carlos, desnudo completamente, permanecía arrodillado en el borde de la cama y curvado hacia delante, con la cara pegada al colchón y el culo abierto y empinado, un culo de nalgas abombaditas y peludas. Sara se hallaba arrodillada en el suelo ante el culo de mi primo, erguida y desnuda, lamiéndole el ano con la punta de la lengua. Con la derecha le ordeñaba la verga, literalmente, tiraba de ella hacia abajo para que vertiera la leche sobre una copa de champán que sujetaba con la izquierda. Arrastraba la lengua por todo el fondo de la raja hasta saborear sus huevos, dejando el rastro de sus babas, hasta cosquillearle el ano con la punta. Carlos soltaba constantes bufidos de placer ante el hormigueo de la lengua y los estirones de la polla. Se percató de mi presencia y dejó de lamerle el culo para mirarme, aunque no cesó de ordeñarle. Nos miramos intensamente, noté su actitud vengativa, noté su fascinación por verme sufrir.

Sigue chupándome el culo, cabrona… - apremió Carlos.

Sí, me gusta chuparte el culo

Y se volvió de nuevo hacia las nalgas para comerse los huevos antes de volver a rozar la lengua por todo el fondo de la raja. Carlos suspiró con profundidad y ella le atizó fuertes tirones a la verga separando la boca del culo, hasta que empezó a gotear leche dentro de la copa, una leche condensada de un tono amarillento, una leche que se mezcló con un sorbo de champán. La escurrió bien apretujándole el glande, luego se incorporó con la copa en la mano, mirándome, dispuesta a beberse el cocktail. No quise verlo, me retiré, retrocedí hasta las escaleras y me detuve en los primeros escalones con la mente hecha un lío. De no haber sido por la violación de Fidel, las cosas entre nosotros hubiesen sido diferentes. Solo, cobijado en la oscuridad, llegaron hasta mis oídos nuevos gemidos, de Sara y de Carlos, gemidos y gritos de placer que atronaban en mi cabeza. Me senté en el escalón y me apoyé contra la pared. Un rato después a la finalización de los gemidos, me asomé a la habitación. Dormían, cada uno miraba hacia un lado, pero tenían los culos pegados. Vi la copa de champán vacía, las bragas tiradas por el suelo, el slip por encima de la cómoda, era el rastro de un gran polvo. De nuevo me senté en el escalón y envuelto en mis tormentos me quedé adormilado.

Me despertó la luz del amanecer y el ruido del calentador. Aún seguía sentado en la escalera, con un terrible dolor en el lumbago por la postura. Consulté el reloj. Eran las ocho y media de la mañana. Ese día suponía la marcha de Carlos. Llegó hasta mis oídos el sonido de la ducha. Me incorporé y caminé hacia el cuarto. La cama estaba vacía y los susurros procedían del baño, cuya puerta estaba entreabierta. Debía asistir a un nuevo acto sexual de mi esposa con otro hombre. Di un paso lateral y les descubrí metidos bajo la ducha. El fuerte chorro empapaba sus cuerpos. Mi primo se había aficionado a que mi mujer le chupara el culo. Sara se encontraba arrodillada tras él con las manos plantadas en las nalgas de Carlos y la cara incrustada en el fondo de la raja, olisqueando como una perra para bañarle el ano de saliva. Carlos se masturbaba ante el placentero hormigueo de la lengua. Ella movía la cabeza con la nariz y los labios dentro del culo. El agua de la ducha chorreaba sobre sus cuerpos. Le lamió el culo durante un par de minutos, luego retiró la cabeza y se levantó. Carlos se giró hacia ella abrazándola y morreándola.

¿Te la han metido alguna vez por el culo? – le preguntó a mi señora.

Sí – respondió Sara.

¿Y te gusta?

Me encanta.

Qué puta y guarra eres. ¿Quieres que te dé por culo?

Sí, fóllame por el culo, cabrón, quiero que me la metas

La sujetó por los brazos y la obligó a mirar hacia el otro lado. La misma Sara se inclinó ligeramente hacia delante para facilitarle la penetración y se ocupó ella misma de echar los brazos hacia atrás para abrirse la raja y exponer su delicado agujerito, deseosa por probar la dorada verga de mi primo. Carlos se la sacudió primero, luego la acercó al ano y le resultó fácil hundirla hasta el fondo. Ella le miraba abriéndose el culo y frunciendo el entrecejo ante el avance dilatador de la verga. Una vez enculada, la empezó a follar retirando la mitad y hundiéndola secamente. A Carlos se le desorbitaban los ojos al gemir, como si jamás hubiese sentido nada parecido. Sara aguantaba las embestidas mediante resoplidos. Lograba distinguir desde mi posición la amplia dilatación del ano y el jugoso avance de la verga al zambullirse. Carlos se movió con más soltura hasta que aceleró las contracciones de su cuerpo y terminó rellenándole el ano de leche, pude ver cómo fluía en abundancia cuando retiró su polla, se formaron hasta gorgoritas que resbalaron hacia el chocho, mezclándose con el agua de la ducha. Menuda corrida. Carlos quedó tan destrozado que tuvo que sentarse en el borde de la bañera. Sara se incorporó muy entera, colocándose bajo el chorro de la ducha para enjabonarse. Yo bajé a la planta de abajo, cogí las llaves del coche y me fui a casa. De nuevo debía plantearme seriamente el tema de la separación. Las cosas no podían seguir así. No podía convivir con una mujer que me odiaba, que disfrutaba viéndome sufrir, que disfrutaba dándome celos, que sabía de mis perversiones homosexuales. Ya no me resultaba divertido. Fidel, con su violación, había destrozado nuestras vidas. Llegaba la hora de emprender un nuevo rumbo.

Sara llegó antes del mediodía y me encontró sentado ante la mesa de la cocina tomando una cerveza. Carlos ya se había marchado. Tenía una mirada rancia y reservada, tal vez de satisfacción por mi sufrimiento. Inesperadamente, tomó asiento frente a mí y se encendió un cigarrillo. Qué inferior me sentía ante ella.

¿Ya se ha ido Carlos? – le pregunté.

Sí, hace un rato. Me pasé a ver a los niños.

¿Por qué no los has traído ya?

¿No crees que deberíamos hablar, Juan? – contraatacó -. Es hora de que hablemos seriamente de nuestras vidas.

Asentí desfallecido.

Lo sé, creo que lo mejor es que nos separemos, Sara.

Eres gay, ¿verdad? – se atrevió con entereza.

Me armé de valor para construir una respuesta convincente.

No soy gay, Sara, yo te quiero y siempre te he querido, por eso me casé contigo. Pero, es verdad, he tenido relaciones con hombres. Lo siento, es algo que no pude evitar. Me superaba.

Sé que has chateado con ellos, que me has utilizado para mantener relaciones con ellos.

Sí, lo reconozco. Y lo siento. Me superaba, no pude evitarlo. Ojalá y no hubiera sucedido, siempre he estado enamorado de ti.

Sé que un hombre te llamaba de vez en cuando – me dijo.

Andrés. He tenido un par de experiencias con él. Le prometí que con el tiempo te convencería para que te acostaras con él. Por eso me acosaba.

Llámale – me ordenó.

¿Qué?

Quiero que le llames. Quiero que cumplas tu promesa con él.

Sara, déjalo – bajé la cabeza -. Tiene ochenta y tres años. No merece la pena, te lo digo en serio. No tienes que pasar por eso. Me cogió en un momento muy malo, por entonces tú y Joel

Llámale – me interrumpió.

Está bien, le llamaré.

Fue una sorpresa para Andrés mi llamada. Le dije que me apetecía presentarle a Sara, personalmente, que ella iba a estar encantada de conocerle. Me dio las gracias y nos citamos para la noche siguiente en el chalet de mi suegra. Estuvimos una hora esperándole hasta que oímos el rugido del motor. Sara no se acicaló especialmente y vestía unas mayas ajustadas de color negro y una camiseta negra de tirantes, como si quisiera pasar aquel mal trago de la forma más natural posible. Yo vestía ropa deportiva. Andrés apareció tan inmaculado como de costumbre, con un traje azul marino, algo más viejo, y un pequeño ramo de flores que le regaló a Sara en el momento de presentarles. También traía consigo una botella de vino. Ella estaba seria, pero dócil, se dejó acariciar bajo la barbilla por las manos huesudas de mi amante.

Eres una mujer muy guapa. Ya me lo había dicho tu marido. Y se ha quedado corto.

Gracias.

Elevó la botella de vino.

¿Por qué no probamos este delicioso vino arriba, en vuestra habitación?

Sara se giró sin más dirigiéndose hacia las escaleras, como una prostituta obediente al que el cliente da órdenes. Andrés marchó tras ella, fijándose en su estilo al contonear el culo, y yo en último lugar tras coger tres copas. Nos adentramos en el cuarto y Andrés se encargó de descorchar la botella y servir las copas. Brindamos en el centro de la habitación, luego el viejo se sentó en el borde de la cama.

¿Por qué no te pones cómoda? Me gusta ese camisón blanco – dijo señalando hacia la percha -. Ponte guapa para mí.

Sara descolgó el picardías y se encerró en el cuarto de baño. Andrés se desnudó hasta quedarse sólo con un bóxer ajustado que dejaba entrever la figura delgada de su pollita. Su barriga fofa y blanca se movía y le había crecido más vello canoso por el pecho. A mi señora le deparaba una experiencia dura. Nada que ver con el cuerpo atlético de Carlos o Joel.

Desnúdate, marica, quiero que tu mujer vea lo maricón que eres.

Cuando Sara abría la puerta del lavabo, yo ya estaba desnudo y de pie a unos metros de la cama, como una estatua, dispuesto a observar. Sara salió con el picardías puesto y con unos tacones blancos para acentuar la lujuria del viejo. Bajo la gasa se distinguían sus tetas en reposo y unas bragas blancas de tul.

Quítate las bragas -. Le ordenó el viejo. Con suma obediencia, metió sus manos bajo la falda del camisón y deslizó sus braguitas hasta quitárselas. Toda su desnudez se transparentaba -. Acércate, quiero olerte el chocho.

Dio unos pasos hacia él. Andrés acercó la nariz hasta rozar la gasa y olfateó la zona de la vagina. Cuando volvió a incorporarse lo hizo para bajarse el bóxer y exhibir su pollita erecta y sus huevos rosados de vello canoso. Se levantó y la abrazó de repente agarrándola por el culo y apretándola contra él. Vi sus tetas comprimidas contra los fofos pectorales. La baboseó por el cuello y le metió su lengua gorda dentro de la boca. Sara mantenía los brazos pegados a los costados, permitiendo aquellos manoseos. Le sobaba el culo por encima de la gasa y deslizaba su lenguaza alrededor del cuello.

Qué rica estás, zorra -. Llegó a levantarle el camisón hasta la cintura y a tocarle el coño con la mano, a modo de pasada -. Me gustan las putas como tú, casadas con maricones -. Volvió a zambullir la lengua en la boca de mi mujer sin cesar de magrearla por todos lados, dándole bocados a las tetas por encima de la gasa -. ¿Quieres comerte mi polla? -. Sara le miró seria y él le atizó una bofetada -. Contesta, zorra.

Sí, cabrón, me la quiero comer.

Cómetela, vamos… Es toda tuya

Sara se postró ante él sumisamente. Rodeó con su manita aquella verga vieja y primero la sacudió unos instantes antes de empezar a mamarla. Andrés ronroneó de gusto, revolviéndole el cabello con ambas manos mientras le chupaba. Sara movía la cabeza con soltura al comérsela, devorándola con ansia, dejando que sus babas gotearan desde la barbilla. Andrés me miró.

¿Te gusta ver cómo me la chupa, marica?

Sigue, guarra, lo haces muy bien

Sara bajó un poco la cabeza y le lamió los huevos duros, levantándolos con la lengua, escupiendo sobre ellos y esparciendo la saliva.

¿Te gusta, zorra?

Mi mujer apartó la cabeza con un hilo de baba vibrando desde sus labios hasta los huevos.

Me gusta mucho, están muy ricos

Sigue, mamona.

Reanudó la mamada, esta vez centrándose en rechupetearle el glande. A la vez le sobaba los huevos achuchándolos como si fueran una pelota de goma. Andrés encogía la barriga muerto de placer. Y yo observaba a mi esposa sometida ante aquel anciano.

Chúpame el culo

El viejo se volvió hacia la cama, ahora dándose él, exponiendo su culo blanco y encogido. Sara le abrió la raja con ambas manos, la vi hacer una mueca por el mal olor, pero enseguida hundió la boca para lamerle el ano con toda la lengua por fuera. Duró poco. Volvió a girarse y la sujetó del brazo para levantarla.

Me voy a correr, joder

Sara se tumbó bocabajo encima de la cama, subiéndose ella misma el camisón hasta la cintura para ofrecerle el culo al viejo. Andrés se echó encima de ella con su boca en el cabello de mi mujer, su fofa barriga comprimida contra la espalda y la pollita encajada en la raja del culo. Se removió sobre ella desesperado, masturbándose con el culo y rugiendo de placer. Sara mantenía el rostro pegado al colchón mientras el viejo se masturbaba con su culito. Andrés se refregó nervioso, deteniéndose con las nalgas contraídas. Sara elevó la cabeza a la vez que él vertía su aliento sobre el cabello. Cuando se echó a un lado bocarriba, me fijé que se había meado en el culo de mi mujer, lo había dejado bañado de pis, con toda la raja inundada vertiendo sobre el chocho y con pequeñas porciones de semen repartidas resbalando por sus nalgas junto con las hileras de orín. La había puesto perdida. Sara irguió el tórax para mirarse el culo manchado. El viejo respiraba muy fatigado, de una manera muy preocupante. Demasiada dosis de placer para su edad. La polla se le había desvanecido enseguida. Ni siquiera llegó a follarla aquella noche y tuvimos que llevarlo a un centro de salud con un amago de infarto. Le ingresaron y les facilité a los médicos el número de su hija, aunque ni Sara y ni yo revelamos nuestra identidad y abandonamos el centro sin ser vistos. Sé que al final no salió de aquella y falleció unos días más tarde. El rato con mi mujer le costó la vida. Por el bochorno ante su hija, Andrés no llegó a contar la verdad de su infarto y se fue con el secreto a la tumba. Un episodio trágico para mi viejo amante, pero de alguna manera sirvió para que Sara diera por saldada mi deuda con ella, al menos eso fue lo que creí al notarla tan expectante y alegre. Pero me equivoqué de nuevo, como lo había hecho durante toda mi vida. Quedaba por venir la verdadera humillación, el sometimiento más vejatorio. Sara quería verme arrastrándome ante ella. Pretendía que mi sufrimiento fuera ilimitado. Y organizó una cita cargada de inmoralidad, una cita que me convertiría en lo que soy hoy en día, un sumiso de mi mujer.

A los pocos días del fallecimiento de Andrés, Sara me dijo que deseaba una cita con Joel y quería que yo participase. Lo dijo muy claro, se lo debía. Y acepté. La vi telefonearle y tirarse un rato hablando con él, seguramente preparando la cita. Joel quedó con ella el viernes a las cinco de la tarde en su casa. Se acicaló para su amante. Quería que la viera muy guapa. Se puso un vestido corto con tirantes azul turquesa, de punto liso y con el escote redondeado, calzó tacones del mismo color, así como unas bragas de tul también del mismo tono azulado. Nos presentamos en casa de Joel a la hora prevista y nos abrió la puerta simplemente ataviado con un batín de rizo esponjoso, color anaranjado, con el largo hasta por encima de las rodillas. Saludó a Sara con dos besos en las mejillas y me estrechó la mano invitándonos a pasar. La sorpresa fue mayúscula cuando vi al coreano acomodado en un confortable sofá, también ataviado con un batín semejante al que llevaba Joel. Sólo di las buenas tardes, acomplejado y cohibido por la situación. Sara se inclinó para darle dos besos al gran jefe y recibió una palmadita en el trasero al incorporarse, como para probar mi docilidad.

  • ¿Queréis tomar algo? – nos ofreció Joel.

Pedí un refresco, pero ellos tres se sirvieron un whisky. Era un gran salón abuhardillado, decorado con un estilo modernista. Joel se sentó en el centro de otro sofá, frente al coreano, y Sara lo hizo a su izquierda. Yo me mantuve de pie, deambulando, viendo los cuadros y objetos que decoraban aquella sala. Charlaron de algunos chismorreos del trabajo mientras Joel preparaba un porro. Le ofreció unas caladas a Sara y ella fumó para colocarse.

Ven acá, hombre, no te cortes – dijo ante mi extrema timidez. Ya había apurado casi todo el vaso cuando me senté a la derecha de Joel -. Relájate, hombre.

Sí – sonreí -, estoy bien.

Eres muy guapo. A tu mujer se lo he dicho alguna vez.

Gracias.

Joel se desabrochó el cinturón y se abrió el batín hacia los lados. Exhibió su gran polla de piel blanca, con escaso vello alrededor, con unos huevos pequeños y duros muy depilados, también de un tono blancuzco, como toda la piel de su pecho y vientre. El coreano se limitaba a observar.

No sabía que eras maricón – me soltó con cierta malicia -. ¿Sabías que me follaba a tu mujer? -. Asentí -. Y te gustaba, ¿verdad? -. Esta vez no contesté, me limité a mantenerle la mirada -. Jodido marica – sonrió -. Hazme una paja, marica.

No quise mirar a Sara cuando acerqué mi mano derecha y le agarré la polla. Se la empecé a sacudir muy despacio, de manera acariciante, deslizando mi mano desde la base hasta arriba. Era la verga más grande que había tocado. La tenía muy dura y era de un tacto suave, sin protuberancias.

¿Te gusta?... Contesta, marica

Agarró a Sara de los pelos y le tiró de la cabeza hacia atrás bruscamente. Sara se quejó. Le colocó la mano en el cuello y la deslizó hacia el escote metiéndola por dentro. Le acarició las tetas, yo me fijé en los contornos de su mano estrujándolas con rabia. Yo mantuve el ritmo de la paja. Sus huevos duros se movían al compás. Le acercó la cabeza para besarla y comenzaron a morrearse sin que yo cesara los movimientos de mi brazo. El coreano se había despojado de su batín y nos observaba toqueteándose los genitales. Joel sacó la mano del escote dejándole una teta por fuera y la resbaló por encima del vestido hasta meterla por debajo. Se la metió dentro de las bragas acariciándole el coño, sin dejar de morrearla. Y yo observando. Aceleré un poco los meneos de la verga. Sara emitía algún gemido cuando Joel le introducía los dedos. La mano actuaba dentro de la braga con soltura. Dejaron de morrearse y Joel me miró.

Lo haces muy bien, mariquita. Quítate la ropa.

Me levanté con obediencia y me desnudé despacio. Sara permanecía echada sobre él y Joel le había pasado un brazo por los hombros, con la teta que tenía por fuera aplastada contra el costado de su amante, con la delantera de las bragas ladeadas dejando medio chocho a la vista, y encargándose ahora de machacarle la verga con suavidad, atentos al modo en el que me desnudaba. Exhibí mi cuerpo y mi pene ridículo en comparación con el de ellos. Joel se burló besando a Sara.

A mi amigo le gusta tu culo, por qué no se lo ofreces

Retrocedí hacia el coreano deteniéndome cuando estuve a su altura. Sara continuaba masturbándole, abrazada a él, pendiente de mi humillación. Noté que el coreano me olía el culo y luego me lo besaba por las nalgas. Después me lo acarició, me abrió la raja, volvió a olérmelo, sentí su lengua por la rabadilla. Tras babosearme el culo, se levantó y se pegó a mí abrazándome y besuqueándome por el cuello. Noté su pollón incrustado en la raja de mi culo. Me acarició el pecho y el vientre. Sara se había echado sobre el regazo de Joel y se la estaba mamando. Joel me observaba ayudando a mi esposa a mover la cabeza.

Inclínate, marica – me ordenó el coreano.

Me incliné ligeramente apoyando las manos en las rodillas. Sara quería verlo y se incorporó para volver a masturbarle. Noté la punta de la verga hurgando en la raja hasta que taponó mi ano. Poco a poco me la fue metiendo, con lentitud, dilatándome, provocando que tuviera que fruncir el entrecejo y apretar los dientes, avergonzado de levantar la vista hacia la pareja de amantes, haciendo fuerza con las piernas para mantenerme en la posición, clavándome las uñas en las rodillas. La hundió entera y se mantuvo bastantes segundos sin moverse. Me sujetó fuerte por los hombros y empezó a follarme por el culo extrayendo media verga y empujándola hasta el fondo. Una gota de sangre discurrió por la cara interior de la pierna derecha. Procedía del ano. Me daba con brusquedad, provocándome un fuerte dolor. Sara pajeaba a su amante, ambos fascinado con mi sometimiento. El coreano, bien sujeto a mis hombros, aceleró las penetraciones y se puso a jadear. Yo tuve que soltar un bufido y unos segundos más tarde percibí la corrida dentro de mi culo, el frescor de la leche viscosa. Entonces se separó de mí volviéndose a sentar, fatigado, dejándome con el culo abierto, de donde enseguida comenzó a manar leche mezclada con sangre. Me erguí emitiendo un suspiro.

Acércate y arrodíllate – me ordenó Joel -. ¿Te ha dolido?

Hice lo que me pidió y me arrodillé ante él como su sumiso.

Un poco.

Quítale las bragas a tu mujer -. Conduje las manos bajo el vestido y le deslicé las bragas por las piernas hasta quitárselas, dejándola con el vestido arrugado en la cintura y el chocho al aire -. Cómete las bragas.

La humillación sería inolvidable. Me metí las bragas en la boca en el momento en que Sara se levantaba y desaparecía de mi vista. Mi obligación era mirar a su amante. Joel primero me acarició las mejillas y después me soltó una hostia que me volvió la cara. Luego tiró de las bragas retirándolas de mi boca, me sujetó bruscamente por la nuca y acercó mi boca a su polla para que se la chupara. Y eso hice, empezar a lamerla. Me encontraba a cuatro patas, deslizando mis labios por aquella verga de piel nevada, desde el glande hasta la base. Entonces noté de nuevo un cosquilleo en la raja de mi culo, noté el grosor de un glande, un grosor increíble, un tacto distinto al que había percibido con el coreano. Noté que me perforaba el ano con severidad y noté unas manitas delicadas encima de la cintura. Me follaban. Me asestaban clavadas secas y duras. Tenía la polla de Joel dentro de la boca y necesitaba mirar. Volví la cabeza para mirar por encima del hombro. Era mi mujer quien me follaba, con un dildo de color negro adosado a su cintura. Nos miramos a los ojos. Aquí quiero terminar con estas historias morbosas de mi matrimonio que me convirtieron en gay, en cornudo y sumiso de mi propia mujer y su amante. Jamás lo hubiera imaginado cuando la conocí. En realidad había sido yo quien había propiciado semejante dramatismo. Hoy en día sigo sometiéndome a sus caprichos, como si fuera la puta de mi mujer y su amante. FIN.

¡¡ GRACIAS A TODOS POR VUESTROS COMENTARIOS Y EMAILS!! Mención especial a los comentarios de SKURADOR, la verdad es que son gratificantes para animar a escribir.

HA SIDO UN GRAN PLACER ESCRIBIR PARA VOSOTROS Y HABER CONSEGUIDO QUE OS ENTRETENGÁIS CON ESTAS HISTORIAS.

MUCHAS SUERTE Y HASTA PRONTO.

Joul Negro.