Historias lascivas para mujeres hermosas (5)
5. ¿Será peligroso volar en la noche con brujas hermosas? (Donde se muestra la honra)
HISTORIAS LASCIVAS PARA MUJERES HERMOSAS
- ¿Será peligroso volar en la noche con brujas hermosas?
(Donde se muestra la honra)
Cuando les cuento estas historias ustedes pueden pensar que esta hermosa mujer que me domina es una niña tierna y caprichosa en el fondo. Yo pienso lo mismo. Por eso la amo.
Por eso me entrego, por eso me arrodillo ante ella, por eso le lamo los pies y la vulva. Por eso me pone la polla como una piedra cuando me castiga y por eso la leche me salta a chorros sobre sus botas cuando me deja.
Ustedes pueden pensar: "ya está este con su rollo masoquista." Y tiene razón. Los hombres bien machos, los hombres viriles, no mojan con semen los pies de sus mujeres; ¿para qué?. Es mejor tomarlas con firmeza de primates y cogérselas bien cogidas; llenarlas de leche para que sepan quién manda. Si les gusta así, bien; si no, también. No es de machos andar en cuatro patas oliéndoles el culo, goteando semen tras sus pasos, masturbándose alrededor de ellas como pajeros obsesivos. A las mujeres no les gustan estos tipos que andan baboseándose por ellas, rogándoles que les saquen la leche con los pies, o con un látigo, o que los dejen masturbarse frente a ellas, por ellas
Esos tipos despreciables, queridas mujeres hermosas, esos que riegan con semen el suelo que pisáis, que mojan vuestras botas, vuestros zapatos, vuestras medias de seda; esos que apoyan el glande sobre vuestros pies desnudos y con una contracción profunda derraman sobre ellos blancos y espesos goterones, tal vez (sólo tal vez) estén cantando para ustedes la canción de amor más vieja del mundo, demostrándoles cuánto semen tienen para ustedes, cuánta vitalidad, cuánta fertilidad, cuánta fuerza, cuánta abundancia. Casi como los pájaros de colores que se consumen bailando y desplegándose alrededor de la pajarilla de sus sueños.
La mujer que yo amo, mi empleadora, mi patrona, mi ama, se para frente a mí y, cuando lo desea, yo le tributo mi semen a chorros. Yo riego sus pies sin vergüenza. Yo le expongo mi miembro endurecido y chorreante para ofrecerle mi fertilidad enfebrecida. Le muestro lo que tengo y le demuestro que puede sacármelo como quiera. Con placer o con dolor, con dulzura o con violencia, donde quiera y cuando quiera. Es su semen, y puede derramarlo, jugar con él, negarlo, pisotearlo. Siempre habrá más cuando lo desee.
Y cuando está enojada yo ando de rodillas goteando tras su vulva, derramándome cuando me castiga, conteniéndome cuando me lo ordena, ofreciéndole mi polla siempre dura para ella. Pero cuando está tierna, cansada, triste o asustada, yo anido mi lengua entre sus piernas, consolándola, cuidando su vientre, prometiéndole la posesión más dulce y gentil, preparándola para el amor y para el orgasmo.
Así que, queridas amigas, no se asombren si les cuento que esta mujer me ha sacado semen de las maneras más asombrosas, a veces a fustazos, otras haciéndome refregar la verga por sus botas, haciéndome masturbar en silencio a su lado mientras lee, arrodillado ante ella mientras fuma, en mis pantalones mientras lamo sus pies, en el aire mientras chupo su coño, en la punta de su fusta, oliendo sus bragas, lamiendo sus sandalias, corriéndose en mi boca, haciéndose lamer la concha después de mear, sentada en mi cara mientras se pinta las uñas, aullando sus orgasmos con mi cabeza apretada entre sus piernas, en sus zapatillas, en su ausencia, evocándola. ¡Oh sí!, esta hechicera sabe bien que es dueña de mi semen.
Esta hembra ha ensayado todas sus artes conmigo
Recuerdo una vez que se disfrazó de dominatriz para ir a una fiesta. Por la tarde la llevé de compras, con dos amigas, a una tienda de lencería y de fetiches muy fina y cara. Allí eligieron entre risas y obscenidades, sus disfraces y sus juguetes. Yo estaba loco de excitación viéndolas probarse conjuntos eróticos, máscaras, guantes, joyas, botas, sandalias, bragas, corsés
Las amigas, muy putas, me provocaban con esa forma cruel que tienen las mujeres de burlarse de los hombres cuando se saben seguras, en grupo, dominantes. El custodio de su amiga es, como tal, inofensivo, pero su verga revienta el pantalón por más carita de serio que ponga, así que, viva la diversión que me mire, que me desee, que me elija. Tal vez esta noche encuentre otro tan lindo y tan caliente que desee meterme ese bulto enorme en el culo, poco a poco, con firmeza, zarandeándome hasta que se me caiga todo el disfraz, sosteniéndome por las caderas y entrecortando mi gemidos con golpes de palo hasta que me quede gritando y absorbiéndome toda la leche caliente que me suelte pero que me lo haga dulce y despacito. ¡Que suerte tiene esta turra!, tener este potro con el palo duro sólo para ella. ¡Cómo la atiende!,¡cómo la cuida!...se lo voy a provocar si dejo el vestidor medio abierto para que me espíe mientras me visto me pongo esta tanguita abro la cortina con las tetas al aire y me acomodo la tanguita delante de él tiro hacia arriba los elásticos para que me vea el bulto del coño "¿cómo me queda?"...el turrito sonríe con aparente indiferencia "muy bien" me dice, pero le veo como una víbora viva por la pierna me suelto el cabello, me doy vuelta y me miro en el espejo el turrito tiene la vista clavada en mi culo Y esta otra, probándose sandalias tachonadas y botas con púas el turrito la mira ¡la muy puta!...estira la pierna frente al espejo para que el turrito se imagine montado en esa bota, acabando como un perro prendido a su pierna
Pero el turrito no mira las tanguitas ni las botas de las amigas hermosas. El turrito está pendiente de las cuatro tiritas de cuero que se prueba su ama esas que corren desde sus hombros por sobre sus pezones, hasta perderse por los dos costados de su vulva carnosa, resaltándola, haciéndola prominente como un capullo de carne partido por un tajo rosado y delicioso. El turrito está atrapado en la visión de esa mujer con muñequeras y gargantilla de cuero tachonadas de acero. El turrito quisiera meterse al vestidor de su ama y acuclillarse a sus pies besando esas botas de malla metálica, abiertas en lo empeines, que dejan libres los dedos para besar y lamer. Esa mujer de espaldas, con una cascada de cabello rubio hasta la cintura, indiferente, perfecta la dueña del turrito.
Mi señora partió a la fiesta con una capa negra larga y acampanada, de cuello alto, prendida con una cadena, sobre su disfraz de ama. Con una larga cola de caballo ondeando desde lo alto de su nuca. Pintada con gruesos trazos de delineador, seria, su boca preciosa roja y cruel.
Larga noche pasé cuidándola, rodeado de tetas, culos y pechos sadomaso, alegres, ridículos, tristes, absurdos, excitados, borrachos. Me mantuve en la sombra, vigilante, sobrio, amable con todos, disfrutando de ser el custodio de la mujer más hermosa, la mujer soñada por todos los masoquistas y las lesbianas, la más deseada.
Sus tristes amigas buscaron sus turritos, consiguieron algunos, los metieron entre sus piernas y los montaron en sus botas, muchachos hermosos atalajados de cuero oficinistas de vacaciones.
Mi señora se aburrió. Dejó la fiesta enojada, hosca e indiferente. Regresamos solos. Subió las escalinatas con su capa al viento como una sombra tenebrosa. El manto se abría, exponiendo retazos de su cuerpo desnudo cruzado por tiras de cuero. Las botas de malla plateada aparecían y desaparecían entre los pliegues negros de la capa, batidos por sus pasos, y los largos tacones sonaban secos sobre las piedras. Me adelanté para abrirle la puerta ansiando que, como otras noches, me tomara del cabello y me plantara su coño en la boca, pero pasó de largo sin mirarme, indiferente y altiva. Estaba contrariada por la vulgaridad de la fiesta. Subió las escaleras del hall, yo me apresuraba tras ella. Entonces dijo, sin mirarme, taconeando por el largo pasillo, con voz fuerte y seca: - Esta noche deseo que me laman el coño -
Cruzó sus aposentos y entró en su habitación. Todo estaba en penumbras.
- Tráeme un whisky - me ordenó mientras abría de un tirón las cortinas y las puertas del balcón. Les juro que yo podía ver, a contraluz del cielo estrellado, su cuerpo esplendoroso tras la capa mientras salía a la terraza; su cabello, sujeto en una larga cola de caballo, se balanceaba hasta la cintura; era una mancha casi blanca en la noche sobre su manto oscuro.
Cuando regresé con la bebida estaba parada frente a el barandal del balcón, derecha, apoyada con las dos manos, contemplando la noche. Miró con mal humor el vaso que le alcanzaba.
- Tráeme el doble y quítate la ropa -
Le llené el vaso y me arranqué la ropa, trémulo de ansiedad, antes de regresar al balcón. Tomó el vaso y bebió un trago mirando el perfil de las colinas a lo lejos. Yo permanecí algo retirado, escrutándola, sin saber qué hacer. No estaba seguro de haber oído bien su deseo. La noche helada me envolvió.
-¿Qué esperas?-dijo secamente, y abriendo las piernas chasqueó los dedos señalándome un pequeño espacio entre ella y las tablas.
Allí me acuclillé, frente a ella, con la espalda y la cabeza apoyadas en la baranda y comencé a lamerla mientras ella bebía mirando las estrellas.
En la oscuridad, a medias cubierto por su capa, apenas podía ver la tira de cuero entre sus piernas que se abría en dos finas ramas por los costados de la vulva. Le pasé una vez la lengua, lentamente, desde el cuero hasta el clítoris, respirando su olor y observando, clavado en su ombligo, el diamante que brillaba a la luz de la luna, y más arriba, sus tetas, su garganta y su mentón, firme y agresivo. La tomé apenas por las caderas y volví a lamerla, muy lentamente, corriendo mi lengua como una pincelada por su entrepierna. Y de nuevo, lentamente, una y otra vez.
No la lamía con jueguitos de lengua ni con besos. No intentaba complacerla ni darle placer. Simplemente la lamía como un perro. La lamía.
Sacaba la lengua, larga y forzada, metiéndome profundamente entre sus piernas, sin molestarla, y comenzando sobre el cuero de su traje, la deslizaba a lo largo de su concha, abriéndosela como un tajo con un movimiento servil de la cabeza, hasta llegar a su clítoris y a su monte de Venus. Y otra vez, lenta, profundamente, la lamía con esmero, mientras mi palo crecía lentamente, palpitando. Primero se puso turgente, como una gruesa manguera curvada hacia abajo, y poco a poco fue cobrando vida hasta convertirse en un mástil curvado hacia arriba, oscilando con contracciones involuntarias, balanceando en la punta un glande rojo y lustroso como una ciruela. No me tocaba ni me masturbaba, sólo mantenía las manos sujetando sus caderas y los ojos fijos en su cuerpo escorzado que trepaba hacia la noche desde mi boca.
Sus piernas, como columnas, se abrían a los lados, plantándose en el piso sobre sus botas metálicas, y la capa ondulaba con la brisa ya abrigándome o ya dejándome desnudo.
Ella bebía en silencio, sin moverse, sin placer, haciéndose servir, adusta, insondable.
Me tenía allí para lamerla. Podría haber sido un perro, o un robot, o un consolador o solamente un lengua en la oscuridad. Me mostraba su poder y su dominio. No se apoyaba en la baranda, se sostenía de ella para plantar la cadera frente a mi boca, sin excitarse, humillándome deliberadamente, a sabiendas de que me tenía tan ardiente que su maltrato me ponía el falo como una piedra.
Yo escuchaba en el silencio el quedo tintineo de los hielos en su vaso y la apretaba contra mi cuidadosamente recorriéndole la vulva con lengüetazos pausados y profundos mientras salía de mi glande palpitante un hilo de fluido filamentoso y largo que flotaba en el aire de la noche como la baba de un toro.
Entonces asomó la luna sobre las colinas y una luz helada iluminó su rostro.
Empinado el vaso se lo bebió en tres tragos profundos, se soltó el pelo, sacudió la cabeza, y me miró. Yo contemplé su rostro en penumbras orlado por hebras finas de cabello que casi flotaban en la brisa. Dejó el vaso sobre la baranda y tomándose con fuerza me apretó la cara con el pubis, dejándome casi inmóvil.
- Ahora eyacula - me ordenó roncamente, casi en un susurro. Yo sentí la presión de su vulva sobre mi boca y traté de aferrarme el garrote inflamado para cumplir su orden, pero unos gruesos goterones de semen comenzaron a saltar de la punta de mi glande sin darme tiempo a soltar sus caderas. Se me escapó la leche en el aire saltando a dos metros de distancia mientras mis ojos se ponían en blanco y mi boca se abría como tratando de comerme entero aquel pubis perfumado de hembra maligna.
Ella observó mi orgasmo, y por primera vez sus ojos se ablandaron.
- Sigue - me urgió sigue masturbándote no te detengas. ¿No es eso lo que querías?.
Yo tomé la verga pulsante y comencé a sacudírmela sollozando y lamiéndole la vulva, agradecido. Ahora sí, besándola, chupándola, hundiéndole la lengua entre las piernas mientras zarandeaba locamente mi palo de esclavo.
- Sigue- ¿podrían creer que sólo su voz bastaba para que me corriera una y otra vez sin parar?
- Sigue - la señora me vaciaba imperiosamente a sus pies.
- Sigue - mi espalda acalambrada se arqueaba y mi cadera se contraía espasmódicamente hasta que comencé a golpearme la verga contra el piso, a propósito, salpicándome en mi propia leche para honrarla. Bramando. Ahogado por su coño. Sintiendo las lágrimas que me corrían por las mejillas.
Al fin me aflojé convulso, abrazando sus muslos y cubriéndole de besos las ingles, el monte de Venus y el coño mientras le agradecía entre sollozos la liberación de mi fiebre.
Cuando alcé la vista sus ojos me escrutaban casi con ternura. Mareado, la atraje dulcemente por los glúteos y le apreté los labios sobre el clítoris cerrando los ojos y quedándome inmóvil.
Con un movimiento de hombros, por debajo de la capa, se desprendió de los breteles, y la correita de cuero cayó sobre mis brazos dejándola totalmente desnuda.
Me contemplaba en silencio, por entre sus pechos hermosos, totalmente rendido.
Entonces, en la oscuridad, su vulva se abrió.
Como una flor delicada, como una boca virginal esperando el beso, ese tajo profundo se abrió en un rombo rosado ante mis ojos. Yo me quedé maravillado, contemplando ese prodigio y entonces, la cerró y la volvió a abrir ante mi rostro asombrado. Levanté la vista y estaba sonriendo. Cerré los ojos y la besé ¡hay amigas!, ¡cómo la besé!, ¡esa boquita dulce que me abría y me cerraba a voluntad, besándome!
Yo cerraba los ojos y entreabría la boca esperando esa carne pulsante que me acercaba a la cara y a los labios. Moviendo apenas la cadera me besaba con la vulva me besaba la boca, las mejillas, los ojos y otra vez la boca.
El aire helado de la noche me erizaba la espalda mientras me refugiaba entre sus muslos cálidos, y la suave brisa hondeaba su capa hacia el cielo como las alas de un pájaro nocturno.
Cuando bajaba la vista la luna brillaba en sus ojos, y yo la miraba embelesado besando y lamiendo, una y otra vez, la boca viva que me daba.
Aferrado a sus caderas volé esa noche por cielos helados e infinitos. Prendido con mi boca a esa boca ancestral, abrazado a su cuerpo, delirando de placer y de temor.