Historias lascivas para mujeres hermosas (2)
2. Las zapatillas de las mujeres hermosas no son muy eróticas. (Donde se muestra la servidumbre)
HISTORIAS LASCIVAS PARA MUJERES HERMOSAS
- Las zapatillas de las mujeres hermosas no son muy eróticas
(Donde se muestra la servidumbre)
Nadie dice nada, pero todos saben en la casa que la señora se satisface sexualmente conmigo. Tal vez crean que hacemos el amor. Tal vez el chofer malhumorado y envidioso crea que me la cojo en noches lujuriosas. Tal vez el viejo parquero me desprecie como despreciamos los hombres a los afortunados elegidos por las mujeres para su servicio íntimo. Tal vez las mucamas se rían cuando me ven corriendo tras ella. Tal vez la cocinera me sepa breve y se apiade de mí, si ha visto otros hombres quemarse en esta hoguera. Tal vez sepa, o intuya, que a la señora se la sirve pero no se le hace el amor.
Al amanecer recorro la casa controlando todo mientras bajo a la cocina. Allí desayunan todos: las mucamas, la cocinera, el chofer, el parquero y algún repartidor, invitado ocasional. Luego preparan, sobre una mesita con ruedas, las bandejas del desayuno de la señora. Controlo todo mientras los interrogo y les doy las instrucciones del día. Entonces acompaño a la mucama hasta el piso superior y espero que se retire, acomodando diarios y flores junto al desayuno, antes de abrir las grandes puertas de sus aposentos y penetrar en el recibidor. Me acerco a la puerta de su habitación y escucho. Respiro profundamente y en silencio penetro en su mundo. Si está dormida, abro las cortinas y arrimo la mesa a la cama, casi sin hacer rudo, observando con el pecho oprimido, el cuerpo precioso, desnudo y dormido, tras el dosel. Recojo libros, revistas, ropa tirada y abro el dosel quedamente como quien descubre un nido real.
Cuando sale a correr por el parque, muy temprano en la mañana, yo le sirvo el desayuno y la espero con la mesa tendida en el amplio balcón: café, jugo de frutas, tostadas, dulces, y agua, mucha agua pura y fresca.
Hoy la observo venir por el camino, entre los árboles, con un trote rítmico, medido, atlético. Tiene el cabello sujeto en una larga cola de caballo que se balancea con sus pasos, y lleva puesta un malla negra, muy cavada y escotada, bajo una pollerita blanca, de tablitas prolijamente planchadas, que apenas le cubre el nacimiento de esos muslos dorados, fuertes y musculosos. El jardinero se quita el sombrero a su paso y la saluda con un movimiento de cabeza.
El sol apenas está asomando a lo lejos, tras las colinas, cuando ella llega hasta el balcón y pasa a mi lado, irradiando calor. Toma una botellita de agua fresca y se sienta en el barandal contemplando el amanecer mientras bebe largos sorbos demorados mostrándome su garganta transpirada y perfecta.
Yo la miro a hurtadillas, de reojo, mientras me afano alrededor de la mesita del desayuno, tratando de pasarle cerca para sentir el calor y la fragancia que irradia su cuerpo húmedo. Mientras acomodo unas flores observo sus zapatillas rosadas, orladas de guardas blancas, sencillas, con unos cordones anudados en moñitos y unas suelas gruesas sintéticas.
Entonces me mira divertida, y con el desenfado de una mujer que ha tenido al hombre eyaculando a sus pies cuantas veces lo ha deseado me dice:
-A ti no te gustan mucho las zapatillas, ¿verdad?... creo que prefieres las botas ¿no?
Se me queda mirando sonriente, esperando una respuesta que no puedo darle. Veo que piensa en algo mientras me contempla con picardía. Entonces camina hasta la reposera y, antes de sentarse, se desprende la pequeña falda bajando un sierre a su costado y la deja deslizarse hasta el piso. Luego se sienta muy reclinada y se acomoda apoyando los codos en los brazos del sillón. Bebe sorbitos de agua mientras me mira con cara de traviesa.
- Ven acá- me dice indicándome con la mano que me pare frente a ella vamos a hacer que te gusten-
Rodeo la mesa y me paro frente a ella, turbado. Sé que me hará desnudar.
Adoro esos momentos en que me desnudo ante ella mientras me observa. Los deseo, los anticipo durante días los espero.
Me hace un gesto con el índice indicándome que me desprenda el pantalón y lo deje caer junto con mis calzoncillos. Así me quedo parado frente a ella, con el garrote ya duro asomando entre los faldones de mi camisa, los brazos caídos, esperando sus órdenes, sin atreverme a mirarla a los ojos, con la vista fija en su cuerpo longilíneo tendido frente a mí en el largo sillón.
-La camisa también- me dice
Entonces, mientras me desnudo por completo, abre las piernas separando los muslos con la flexibilidad de una gimnasta y con un movimiento lento, mientras me observa divertida, junta las suelas de sus zapatillas una contra otra flexionando los tobillos hasta que sus largas piernas forman un rombo perfecto que apenas toca el suelo.
-Ven aquí- me dice prueba esto -
No necesito más indicaciones. Me arrodillo frente a ella y me inclino lentamente hasta apoyar mi sexo turgente sobre la hendidura entre sus suelas que se abren para atraparme el pene endurecido y los testículos, cerrándose luego con fuerza como si quisiera marcarme la piel con el dibujo de sus plantas. Y así, como un soldado haciendo flexiones, me estiro a sus pies apoyando mis manos a los costados de sus piernas. Tensionado, con el cuerpo rígido como una tabla, me asomo anhelante sobre su vientre, sin tocarla, mientras aplasto morosamente mi propio vientre contra sus zapatillas y hundo mis caderas para impulsar el palo hinchado entre sus suelas hasta que el prepucio se estira brutalmente dejando expuesto el glande violeta a punto de reventar.
-Quieto- me dice no te muevas-
Me quedo petrificado por la tensión, mirando enfebrecido el bulto delicioso de su vulva a centímetros de mi cara, oculto y atrapado en la tela de su malla, mientras sus ingles abiertas, tensas, revelan los tendones que se pierden en sus muslos con unas curvas suaves, húmedas, perladas de sudor.
Mientras me tiene así, inmóvil, se baja por los brazos los breteles de la malla y se la arrolla hasta la cintura revelándome sus pechos dorados, con los pezones cubiertos de diminutas gotitas de transpiración. Luego se reclina cómodamente y con una mano se corre la malla de la entrepierna liberando una vulva carnosa, larga, mórbida, perfectamente afeitada, con suaves tonos cobrizos que se oscurecen hacia las ingles y una hendidura apenas visible que deja entrever unos pliegues rosados, festoneados, tiernos y húmedos. Una boca para besar, para oler, para abrir con los labios, para chupar, para morder
Sin decir nada bebe unos largos tragos de agua de su botellita manteniéndome suspendido sobre su sexo, con la cara a centímetros de esa vulva deliciosa, y con el sexo atrapado entre sus pies. Me mira complacida, dominándome con esa vulva misteriosa, demorando mi deliciosa agonía, preparándose para el placer. Me mantiene así, tenso, inmóvil, atrapado entre sus pies, respirando apenas y con el sexo palpitando lentamente al compás de mi respiración. Entonces, con un leve movimiento de caderas, me invita hacia su sexo. Yo bajo lentamente la cabeza, sosteniéndome en mis brazos tensionados y permanezco a un centímetro de esa carne dorada, respirando suavemente sobre ella, rozándola apenas, oliendo sus muslos y sus ingles, pasando de una pierna a la otra lentamente, rozando como al descuido, con mis labios, los labios amados de hembra que me ofrece. Beso apenas su monte de Venus presionando su clítoris con el mentón, atento a sus reacciones, haciéndole delicias, complaciéndola.
Su cuerpo exhala un calor húmedo, como un perfume embriagador de hierbas frescas, y así, sin moverme, apoyo mis labios sobre esa vulva perfecta y derramo un chorro de semen espeso sobre el piso reluciente del balcón, entre sus pies apretados. ¡Oh esa deliciosa vulva mágica!... esa hendidura carnosa y fragante, tan íntima, tan femenina, tan suya esa que me hincha el sexo de solo imaginármela, que puede hacerme arrodillar sólo para olerla que puede hacerme explotar, si moverme, sólo con apoyar mis labios sobre ella.
Cuando me siente vaciándome arquea el cuerpo con un gemido casi inaudible elevando sus caderas hacia mi boca y me deja explorarla con los labios, tensando la tirita de malla contra su ingle mientras se derrama agua desde la botellita sobre el cuello y los pechos.
La siento tensionarse, arqueándose, con los ojos cerrados, concentrada en el placer que viene y voy incrementando mis besos sobre su vulva, al principio apenas anunciados, cada vez más apretados, cada vez más húmedos, cada vez más íntimos.
De pronto la tirita de su malla en la entrepierna se rompe y ella la suelta con un gemido al tiempo que se lleva la mano a la cara y comienza a lamerse los dedos, lujuriosa, moviendo las caderas con una invitación urgente. Abre las piernas más y más, liberándome el falo chorreante y las eleva en el aire mientras yo paso mis brazos por debajo de su cuerpo y tomándola suavemente por las caderas la sostengo ayudándola a rodearme la cabeza con las piernas y a cruzarlas fuertemente sobre mi hombros. Me raspa la espalda con la suela de sus zapatillas empapadas de semen, aferrándose a mi cuerpo mientras se eleva hasta estar casi vertical sobre el sillón, gimiendo y moviendo la cabeza de un lado a otro con un ritmo obsesivo, mientras voy cubriendo de besos toda esa intimidad que me ofrece: sus nalgas, la hendidura profunda y tibia entre ellas, su ano circular, tierno y suave, que palpita bajo mis labios, su periné húmedo hasta el nacimiento de los labios turgentes de la vulva, el monte delicioso que se eleva bajo el vientre plano, las ingles de seda, los muslos calientes, fuertes, carnosos. Espera mi boca con expectación, abriéndose con una flexibilidad asombrosa, con las zapatillitas rosadas apuntando hacia el cielo y, cuando la beso, sus piernas se cierran como una trampa, apretándome la cabeza con los muslos, reteniéndome, llevándome hacia el centro. Sus tetitas hermosas penden casi invertidas hacia su cara, mostrándome la parte más tierna surcada por finos pliegues blanquecinos entre la piel dorada. La sostengo por los flancos ayudándola a aferrarme y luego paso una mano por el nacimiento de su espalda y la otra por su vientre plano, sujetándola para mi boca. La observo contornearse, gimiendo, atento a sus señales para satisfacerla. Sus ojos entrecerrados se humedecen y reflejan el cielo bajo sus pestañas arqueadas. Comienzo a lamerla largamente desde el coxis hasta el monte de Venus, pasando la lengua muy despacio a lo largo de la profunda hendidura entre sus glúteos, por su ano rosado, su tibio periné y su vulva hinchada. Unas lamidas profundas, demoradas, impúdicas. Su vientre se tensa con contracciones sostenidas a la espera de cada pasada de lengua y su entrepierna se empapa de sudor y flujo mientras mi boca, pendiente de sus reacciones la explora cada vez más profundamente.
Comienza a gritar cuando le lamo el culo lentamente y se lo penetro con una lanza carnosa, suave, profunda, caliente y entonces suelta la botella y trata de aferrarme por la nuca para hundirme entre su vientre, colgada de mi cuello como una muñequita rota, y cabalga invertida sobre mí moviendo la cadera espasmódicamente arriba y abajo, refregándose mi boca por toda su profunda intimidad.
Y grita cuando siente la amenaza de mis dientes y el bálsamo de mi lengua sobre su clítoris, y grita y lloriquea cuando le sello la vulva con los labios y se la chupo con fuerza, como si quisiera sorber todo su cuerpo desde sus entrañas. Se empapa en un flujo fragante donde hundo mi cara aplastando y refregando su carne con mi mentón, mi boca, mi nariz y mi frente, aferrándola con mis manos en sus caderas, en sus flancos, en su espalda
La aprieto contra mí y la penetro con la lengua, oyéndola gritar mientras busco en lo profundo de su vagina amada esa protuberancia suave que se inflama y se empapa cuando me siente profundamente adentro.
Y así nos sorprende el sol matutino que se eleva tras el balcón iluminando con oro el perfil de mi hembra, colgada de mi cuello con sus fuertes piernas, delirando en su mundo, mientras yo permanezco arrodillado, con la verga chorreando, dándole placer con mi boca, como a ella le gusta.
Entonces se derrama en un flujo cristalino, abundante, con un olor marino profundo, y su cuerpo se relaja en espasmos entrecortados y en gemidos expectantes, mimosos, de niña. Luego me toma por el cuello y me mantiene apretado contra su vulva un largo rato, exprimiendo el último placer de mi boca, hasta que me suelta y deja que la deposite tiernamente sobre el sillón.
Se queda así un largo rato, aflojando lentamente la presión de sus piernas y dejándome besarle la vulva cansada, con los brazos extendidos tras la cabeza, los ojos cerrados, respirando profundamente y gozando del aire fresco de la mañana, mientras yo me masturbo como un perro agradecido entre sus piernas, besando y lamiendo su sexo empapado y derramándome en silencio, otra vez, sobre el piso.
Al fin entreabre los ojos y me mira, cansada y satisfecha, con una mirada profunda. Se incorpora sobre los codos y me contempla besándole la vulva, ojerosa y distante, mientras toma el jugo de la mesa y bebe pausadamente, con grandes tragos, directamente de la jarra. Luego me aparta suavemente con un pie y me coloca frente a los ojos su zapatillita manchada de semen.
- Creo que sí te han gustado después de todo - me dice pícaramente mientras mueve el pie frente a mi cara para indicarme que se la quite.
La descalzo cuidadosamente llevándome sus pie caliente y húmedo a la boca, con las dos manos, para lamerlo lentamente mientras me observa sonriente. Luego tomo el otro y hago lo mismo besándolos y lamiéndolos juntos, pasando la lengua entre sus dedos largos y finos, deslizando los labios por sus plantas arqueadas y sobre sus empeines dorados; besando el dije y la cadenita de oro de su pie izquierdo, masajeando sus tobillos.
Finalmente se para frente a mí, se saca los restos de la malla por sobre la cabeza y se despereza, esplendorosamente desnuda, extendiendo los brazos mientras espera que me suba los pantalones y le acomode la reposera de frente al parque y al tibio sol que se eleva. La dejo así, desayunando plácidamente frente al paisaje, con Mozart, mientras llevo sus zapatillas al lavadero.