Historias eróticas de Manuela y su marido
La primera de las historias de Manuela y su marido. Ella toma contacto con los compañeros de trabjao de su querido esposo a los que acoge con mucho cariño.
HISTORIAS ERÓTICAS DE MANUELA Y SU MARIDO
Trabajo en un taller de mecánica de cierta importancia. Una mañana que resultó floja de labor, cosa que últimamente ocurría con cierta frecuencia, estában varios compañeros hablando de nuestro tema preferido: las mujeres. A lo largo de la conversación que poco a poco subía de tono, se me ocurrió poner en práctica una idea que hacía ya algún tiempo rondaba por mi cabeza. Invitar a varios de ellos a mi casa a tomar unas copas con la intención de que se propasaran con mi esposa, ya que a lo largo del relato que leen, verán que mi esposa y yo practicamos unas relaciones especiales.
Mi mujer es una chica joven de 24 años de edad, guapa, esbelta, de muy buen ver, de pelo moreno, anchas caderas, trasero respingón y carnes macizas, largas piernas, senos hermosos de aureolas marrones y erguidos pezones cuando se excita. Su coño es peludo, pero de pelambres suave, aterciopelado, con unos labios gruesos y apetecibles, aunque en la actualidad lo lleva depilado totalmente, dejando ver su hermoso sexo.
Somos un matrimonio joven, sin hijos porque mi mujer por desgracia no puede tenerlos. Al principio nos costo asumirlo pero con el paso del tiempo nos acostumbramos a ello ya que cuando hacemos el amor es para conseguir placer, sin ningún condicionante detrás.
Un viernes, al salir del trabajo sobre las ocho de la noche, me llevé a casa a cuatro de mis compañeros con el pretexto de tomar unas copas y charlar apaciblemente.
Al llegar a casa, mi mujer se sorprendió de verme acompañado por unos compañeros, pero como es muy lista intuyó que le tenía preparado algo especial, y nos sirvió unos güisquis y algo que picar. La conversación se fue desarrollando distendidamente, y resultó muy amena, escaciándose mi mujer varios vasos de alcohol sin apenas darse cuenta. Tengo que decir que mi esposa no está acostumbrada a beber, y por ello, con un poco que pruebe el alcohol, se pone eufórica. Al poco rato y disimuladamente, fui derivando la conversación hacia el tema que más manejaban los chicos, las mujeres. Al principio, se vieron un poco coartado por la presencia de Manuela, que así se llama ella, pero al ver que no se escandalizaba y al contrario les seguía el juego, fueron cada vez más atrevido en su conversación. Yo por mi parte apoyaba el tema derivándolo cada vez más sobre el terreno sexual.
Llego un momento en el que el tema versó sobre las preferencias sexuales de mis compañeros, contando cada uno lo que más le atraía en las mujeres. Uno, que si le gustaban " los pechos robustos, redondos y erguidos", el otro que lo que primero le atraía de una mujer era el culo, "y si tenía ligeramente peludo el ojete mejor" añadía. Así fueron desgranando cada uno sus preferencias y mi mujer riéndoles sus ocurrencias. Hasta que en un momento dado, en el que Manuela se levantó para ir a la cocina a buscar algo que picar, uno de ello con disimulo le rozo el culo al pasar. Al ver que ella no se molestaba, se quedo mirándome, acechando mi reacción. Aproveché la ausencia de ella para decirles que si querrían tocárselo a su gusto, que adelante, que no se privase si mi mujer le dejaba, riéndome y haciéndome pasar por más bebido de lo que estaba.
Al regresar Manuela de la cocina con lo que traía, se agachó para dejarlo en la mesa, momento que aprovechó uno de ellos para sobarle el culo que presentaba ofrecido hacia él. Mi mujer hizo como que no sentía nada, lo que enardeció a su "tocador", que introduciendo una mano por debajo de su falda le acarició el coño por encima de la braga. Ella me miró de reojo, captando mi atención y yo le sonreí, guiñándole el ojo de manera cómplice, ya que la cantidad apreciable de güisqui que se habían bebido les había librado de sus inhibiciones. Mi mujer comenzó a menear el culo mientras seguía agachada llenando los vasos.
Me levanté y les pregunté si les apetecía un poco de música, a lo que me contestaron afirmativamente. Puse un disco de música lenta, y uno de ellos se incorporó preguntando a mi esposa si querría bailar con él. Ella me miró y asentí. Acogiéndola por la cintura se la llevó al centro de la habitación, comenzando un baile muy sensual, pegado a ella como si fuera una lapa. Mientras, nosotros nos divertíamos viéndolos, comentando yo en voz alta los atributos de mi mujer que le gustaba a cada uno. Al preguntarle al que decía que le gustaban los pechos si le parecían apetecibles los de Manuela, me respondió en voz alta para ser oído por ella, que sí, pero que tapados eran difíciles de apreciarlos, preguntando los demás a Manuela que porqué no se aligeraba un poco de ropa para de esa manera poder valorarlos mejor. Ella hizo como que no oyó esa petición, pero el que bailaba con ella le sujetó el borde de la blusa y se la alzó, dejando al descubierto los globos de alabastros de mi esposa aprisionados por el sujetador. Ella se apresuró a bajarse la blusa, aparentemente avergonzada, mientras yo me levantaba y dirigiéndome a ella, colocándome por detrás, le volví a subir la blusa sin que esta vez ella hiciera nada para impedirlo. Empecé a masajearle los senos por encima de la prenda, gozando con la cara de incredulidad de los presentes.
Como no querría precipitar las cosas y viendo que discurrían por buen camino, les propuse que jugásemos a un juego, que consistía en imaginar como era mi mujer desnuda y a cada acierto ella se quitaría una prenda. Todos asintieron entusiasmados y le pedí a mi mujer que se colocara cerca de una pared blanca, mientras le dirigía el foco de unas luces direccionables que colgaban del techo de la estancia. Apagando las demás luces, colocamos los asientos frente a ella, y nos dispusimos a disfrutar del juego y de la exhibición que iba a ofrecernos Manuela. Empecé diciendo que mi mujer poseía unas aureolas marrones, asintiendo ella con la cabeza ya que era verdad. Todos aplaudieron y le pidieron que se aligerase de una prenda.
Manuela, ya metida en el juego, fue desabrochándose lentamente la cremallera de su falda, hasta que la dejó caer al suelo, desembarazándose de ella de un ligero puntapié. Quedó ante nosotros en braga, finísima, calada, de las que le gustaban usar, por donde se le apreciaba el poderoso vello de su pubis. Mis compañeros no decían palabras, mirándola fijamente como si la vista pudiese atravesar la finísima tela, y ver más allá. Hasta que uno de ellos preguntó maliciosamente si Manuela poseía un vello poderoso y parecido a su cabellera entre las ingles. Ella asintió y todos se emocionaron al ver que se desabrochaba los botones de la blusa, tirándola a continuación hacia ellos.
La visión de Manuela en sostén, transparentándose sus aureolas erguidas, les entusiasmó, y acto seguido preguntó uno de ellos si mi mujer tenía el vello que le seguía coño abajo, hasta el ano. Yo le respondí que sí pero que necesitaba saber el color de su ojete y si lo tenía rodeado de vello, a lo que me contestó que probablemente era negro y que sin duda lo tenía ligeramente velludo. Ella se ríe, me miro esperando que asintiese, cosa que hice, se dio la vuelta y se desabrochó el sostén lentamente. Una vez que se desprendió de él, lo agitó en el aire mientras se daba la vuelta. Quedo ante nosotros, en bragas y con los senos descubiertos. Su visión era digna de verse, todos aplaudimos, riéndose ella, cada vez más excitada. Se originó una pequeña discusión para ver qué pregunta le hacían que fuese acertada, porque de lo contrario ella se pondría prendas a medidas que se equivocasen, ya que así lo habíamos acordado y claro está, nadie deseaba que esto ocurriese. Yo estaba callado mientras ellos me miraban expectantes, pero riéndome les dije que no valía el que yo les diese pistas, que ya les había ayudado al principio del juego. Al no poder decir nada genérico se veían en la obligación de acertar en lo que iban a decir, hasta que por fin se pusieron de acuerdo y tomando la palabra unos de ellos, le preguntó a mi mujer si no era cierto que sus labios vaginales eran de color marrón-negruzco en sus puntas.
Ella rompió a reír mientras asentía con la cabeza y acto seguido se giro frente a la pared ofreciéndonos su espalda mientras se bajaba lentamente las bragas. Primero hasta el principio de la raja, luego las situó a medio camino y se giró ligeramente para ver el efecto. Como no le quitábamos la vista de encima, se las fue bajando ya hasta las corvas y luego se deshizo de ellas, quedando con su precioso culo al aire mientras lo contoneaba. Todos retuvimos la respiración hasta que poco a poco se fue girando hacia nosotros, enseñándonos su poderoso pubis lleno de una fina mata de vellos negros. Nos miraba, sonriendo del efecto que causaba la visión de sus encantos más íntimos en los hombres de la habitación y empezó a estirarse la piel del bajo vientre hacia arriba, dejando al descubierto el principio de su hermosa vulva.
Nuestra erección era notable. Mis compañeros se levantaron y dirigiéndose a ella, la fueron sobando por toda parte, exclamándose al verla húmeda y ofrecida. Se fueron desnudando apresuradamente, ya sin tenerme en cuenta, ni siquiera la voluntad de Manuela. Uno de ellos, el más rápido en desvestirse, la obligó a arrodillarse y le puso su polla en la boca, obligándola a mamársela. Ella accedió gustosa y se puso a la tarea con una dedicación encomiable. Mientras, los demás que ya se había desnudado del todo, pujaban para ver quien ocuparía sus distintos agujeros y las posiciones que ocuparían cada uno de ellos.