Historias eróticas de Manuela y su marido (8)

Manuela acude con su esposo a un gimnasio, llevada de la mano de otro compañero de Roberto que le prometio respetar la cuarentena impuesta a su mujer. No por eso las aventuras fueron menos cachondas.

EN EL GIMNASIO

El que figuraba como el siguiente en la lista de las aventuras que me dedicaban, le pidió a Roberto si me podía dedicar la suya, a pesar del período de descanso establecido, prometiéndole que no habría penetraciones sino calentamiento, y que me vendría bien para mi recuperación ya que me llevaría a un gimnasio completo, de esos que tienen sauna y todo. Roberto dio su visto bueno gustosamente.

Así que a los pocos días, ya bastante recuperada, vino a buscarme y me llevó al gimnasio de un amigo, al que según me dijo le encantó la idea de tener una mujer ya que el lugar era para hombres solamente, y ver de esta forma la posibilidad de ampliar la oferta a las féminas. Antonio se reía porque según me explicó no le había dicho nada a su amigo sobre como pensaba desarrollar los acontecimientos ni el porqué me llevaba a ese lugar.

Al llegar, me presentó obsequioso a José, el dueño del local. Este se me quedó mirando asombrado de mi belleza según dijo y nos llevó a una sala llena de aparatos para fortalecer los músculos. Me comunicó que estábamos sólo ya que todavía no era la hora de abertura al público y que lo había planeado así para que no me sintiese violenta entre hombres, el pobre. Me presentó al monitor y le pidió que me proporcionase un equipo, añadiendo a continuación que iba a resultar un poco difícil ya que solamente poseían prendas masculinas. El monitor me acompañó a un pequeño cuarto donde guardaban las ropas, y mirándome burlonamente me entregó un pantalón cortísimo, por donde se me escapaban los bordes de las bragas y al menor descuido algo más, así como una camiseta de esas con dos tiritas por los hombros. Me pidió que me vistiese mientras él esperaba afuera y salió de la estancia dejando la puerta abierta. Me desnudé con la seguridad de que me estaba acechando desde la otra estancia, y me puse la camiseta y los pantalones. Al salir, los senos se me escapaban por los laterales de la prenda, quedándose él mirándolos como loco.

Me llevó a unas barras laterales donde me colocó de espaldas a ellas y me indicó que tenía que subir las piernas paralelas mientras me asía de las barras. En esa posición, la camiseta ya de por sí corta, se me arremangaba casi hasta los pechos. Como tenía dificultades en subir las piernas a pulso debido a la poca práctica, el vino muy solícito y agarrándome por el culo me ayudó, cada vez más encendido de pasión, aprovechándose disimuladamente de la ocasión para acariciarlo por encima de la tela. Luego me propuso un aparato de pesa que consistía en sentarse sobre un asiento, las piernas separadas, mientras en las espaldas se agarraba unos tensores con pesos, teniendo que tirarlos hacia uno. Al primer movimiento, casi me levantaron los pesos, pero ya medida la fuerza con la que debía actuar, los fui elevando viendo que al mismo tiempo se me escapaban los globos de su prisión, apareciendo en todo su esplendor.

El monitor no sabía a donde mirar, si a mis senos o a los pantalones diminutos que me había proporcionado, y que con la posición que yo ocupaba se me arremangaban dejando entrever unos trocitos de mi vulva separada por las braguitas. Acercándose a mí y ya sin disimulo, el monitor me subió la camiseta y me agarró los pechos mientras me decía que de esta forma no me molestaría más la tela. Descaradamente empezó a masajearlos mientras me decía que tenía unos bonitos globos.

Ya impaciente, me pidió que me levantase, y llevándome a una bicicleta estática, me despojó de la camiseta para acto seguido bajarme pantalones y bragas de un movimiento nervioso. Al ver que no protestaba, regulo la fuerza de la bicicleta y me pidió que subiese y empezase a darle a los pedales. Entretanto él iba apretando cada vez más la tuerca de presión obligándome a ponerme de pies sobre los pedales para accionarlos.

El muy pillo se colocó detrás de mí para gozar de la visión de mi trasero levantado, así como del resto, tambaleándose de un pedal al otro. Al mirarlo de reojo vi que se había sacado un aparato de buena dimensión y se masturbaba con cara de demente. Luego se le ocurrió llevarme a un aparato que simulaba una piragua, donde sentándome me puso en las manos dos remos que tenía que atraer hacia mí, mientras que con las piernas dobladas y separadas hacia fuerzas. Se acuclillo delante de mí, acechándome la entrepierna donde se me separaban los labios con el estiramiento al que estaba sometida. En esta posición nos encontraron Antonio y José cuando regresaron de tomarse el café en la tasca de enfrente. Antonio se sonríe al ver el espectáculo mientras que Pepe casi se cae de bruces. Mirándome y viendo que no pasaba nada, se acercó al monitor y le susurró algo al oído. Este sonrió y levantándose me agarró de las muñecas haciéndome levantar para luego llevarme precediéndoles a un habitáculo que resultó ser una sauna. Una vez allí, me dijeron que me tumbase sobre un banco de madera mientras que encendían el hornillo del centro de la sauna para empezar a vaporizar el agua. El calor era infernal.

Al momento de salir, me dijeron que me estuviese quieta hasta que viniese a por mí. Asentí con la cabeza mientras se marchaban, cerrando la puerta tras de sí. No entendía lo que se proponían. Pacientemente esperé, resbalándome el sudor por el cuerpo que tenía ya empapado, perlándose las gotas en la comisura de los labios, los pezones, en toda la piel. Al cabo de tres cuartos de horas aparecieron pidiéndome que les siguiese, mejor dicho que les precediese, recreándose en mi cuerpo sudoroso, brillante. Me llevaron de esta guisa a otra sala donde me encontré a unos 10 hombres cachas, musculosos, que me miraron con ojos lujuriosos.

Según me contó luego Antonio, fueron a avisar por teléfono a todos los presentes, avisándole que había una sorpresa esperándoles. Al comentarle Antonio a José y al monitor, que menos penetrarme podían hacer lo que se les antojasen conmigo, se desilusionaron un poco por no poder follarme, pero comentaron que no era sino un pequeño contratiempo, que ya habría más días donde sí se pudieran aprovechar de mi cuerpo. De toda manera, pusieron en antecedentes a los gimnastas, advirtiéndoles que idearán juegos conmigo como protagonista. Y a eso fueron.

Uno de ellos me agarró por la cintura mientras me elevaba en el aire como si fuese una muñeca, comenzando a subirme por encima de su cabeza para a continuación bajarme, y vuelta a empezar, usándome como una pesa. Los demás gozaban del espectáculo riéndose. Cuando se canso del juego, me puso de pie en el suelo, agarrándome otro de ellos para, cogiendo una cuerda y a modo de comba, hacerme saltar como si fuese una niña. Cada brinco de mis pechos lo celebraban silbando y aplaudiendo. Luego me dijeron que caminase a paso gimnástico alrededor de la sala, colocándose ellos en el centro para ver mis ademanes. Se rieron mucho aunque no me quitaban los ojos del culo que se contoneaba con la marcha atlética a la que era sometida.

Luego me subieron a los aros donde ordenaron que colocase cada pierna en uno de ellos abriéndome de piernas como si fuese una bailarina de ballet, sólo que en este caso en el aire. Se colocaron entre mis piernas ojeando mi "breva" y separándome de paso los labios para ver mi agujero. Una vez realizada esta hazaña, le llegó el turno a las barras paralelas, haciéndome caminar a cuatro patas sobre ellas y recreándose en mi trasero abierto.

De esta manera estuvieron inventando todo lo imaginable para deleitarse conmigo, hasta que al final se le ocurrió a uno de ellos atarme las manos tras la espalda y pasándome una cuerda por debajo de los sobacos izarme a unos treinta centímetros del suelo. Hecho esto, se armaron con periódicos enrollados y empezaron a castigarme, mientras otros me pellizcaban los pezones. De esta guisa estuve hasta que se cansaron, y Antonio viendo lo avanzado de la hora les pidió que se fueran despidiendo de su juguete.

Me bajaron y colocándose ordenadamente en fila india, me fueron introduciendo sus hermosas pollas en la boca hasta eyacular en ella, para resarcirse de la calentura que les hice coger. Después de tragármelo todo, me besaron, se despidieron de nosotros haciéndole prometer a Antonio que me traería otro día.

Al llegar a casa, me esperaba impaciente Roberto, a quien tuve que contar con pelos y señales todo que me había acontecido en la tarde. Se cogió tal calentamiento que me tuvo enculada mientras me hacía repetir una y mil veces todo lo relatado.