Historias eróticas de Manuela y su marido (7)

Esta vez Manuela es acompañada por su marido Roberto en una de sus aventuras.

AVENTURA JUNTO A ROBERTO.

Al día siguiente, mi marido le contó a sus compañeros todo lo sucedido y les dijo que si necesitaban dinero podían contar conmigo para conseguirlo, que no pedía nada para él. Los compañeros tomaron buena nota de ello, aprovechándose de su generosa oferta. En lo sucesivo, aparte de las fiestas a las que me llevaban siempre, todos ellos redondeaban sus sueldos dedicándose a traerme clientes que mediante pago, disfrutaban de mi cuerpo sometiéndome a sus caprichos. Luego le daban una pequeña parte de las ganancias a Roberto, a pesar de que él no lo querría, pero lo aceptaba porque en el fondo, para la mente pervertida de mi esposo, aceptar dinero de la prostitución de su mujer le servía de calentamiento.

Un día, el compañero al que le tocaba el turno de disponer de mí para su aventura, llamó a Roberto y le dio una dirección para que estuviésemos, él y yo juntos, a una hora concreta. Le explicó a mi marido que él tenía que venir ya que formaba parte de la diversión. Roberto estuvo desinquieto todo el rato hasta que llegó la hora de partir hacía la dirección indicada por el amigo. Mi marido, siguiendo instrucciones, me había obligado previamente a depilarme a fondo, sin tocar la zona de mi orificio anal que permanecía con los pelillos rodeando mi ojete, bañarme empleando jabones perfumados, pintarme las uñas de las manos y de los pies, darme sombra en los ojos así como un poco de colorete en las mejillas, pintarme los labios de rojo y vestirme con unas medias y ligueros, sin bragas y con un sostén de esos donde las puntas permanecen fuera de él, tacones altos y encima un abrigo de imitación de piel. Resultaba muy elegantona y distinguida.

Nos dirigimos a la puerta de una casita afuera de la capital, donde se oía música y se veía las habitaciones encendidas. Era de noche. Cuando nos abrieron, resulto ser el amigo de Roberto que nos esperaba, haciéndonos entrar en un salón espacioso y lleno de gentes donde, sorpresa, había unas pocas mujeres. León, el compañero de mi esposo, llamó la atención de los presentes, una treintena de personas, batiendo las palmas de las manos. Cuando la música cesó y todo el mundo estaba pendiente de nosotros, ordenó a mi marido que me quitase el abrigo dejándome desnuda ante todos.

Le pidió que me llevase al centro de la estancia para que nos pudieran ver mejor. Enseguida nos rodearon, dirigiendo las miradas los unos a los pechos, otros a mi coño y los demás que estaban detrás, a mi culo. León les explicó que yo era la sorpresa que esperaba y que el hombre que la acompañaba era su marido, cuya misión esa noche era de situarme en las posiciones que ellos decidieran, así como mantenerme separados los labios del coño para dejar expedito mi agujero a sus pollas, también separarme las nalgas para dejar libre el ojete por si les apetecían tomarme por ahí.

Enseguida se formó una algarabía. Algunos de ellos querrían ya, sin prolegómenos, follarme, mientras otros más refinados querrían alargar el placer, gozando de nuestra sumisión. Al final León como anfitrión decidió por lo segundo, alegando que para lo otro había tiempo de sobra, así que se formó una hilera de hombres mientras las mujeres gozaban del espectáculo. Frente a esa hilera me situaron, ordenándole a mi marido que me desabrochase el sostén, petición que atendió al momento, dejándome los senos al descubiertos y pellizcándome los pezones para erguirlos. Luego le pidieron que me acercara una silla, y sentándome en ella, me separase las piernas así como los labios de abajo para contemplar mi agujero enrojecido de pasión. Le hicieron a Roberto separarme de varias formas los labios del coño, subiéndome a la silla y apoyándome en el espaldar, vuelta el culo hacia ellos, separándome las nalgas cuanto pudiese, enseñándoles a todo el mundo el ojete de su mujer, aprisionarme los pechos como si me fuera a ordeñar, tirando de los pezones hacia ellos, etc.

León se ausentó unos breves instantes, regresando de la cocina con dos velas que entregó a mi marido. Enseguida le pidieron que me colocase a cuatro patas en el suelo y que me introdujese las dos velas por mis orificios . Luego le pidieron que me metiese su polla en la boca, mientras ellos se dedicaban a sacar y meter los dos cilindros de cera, recreándose con sus acciones. Yo le chupaba desesperadamente la polla a Roberto al que nunca vi alcanzar una erección como la de esa noche. Las mujeres aplaudían riendo y comentando entre ellas lo que veían. Una de ellas me saco la vela del culo y empujando a Roberto, me la introdujo en la boca obligándome a chuparla y lamerla. El enviciamiento era total.

La noche transcurrió en una monumental orgía, donde todos me hicieron alguna guarrería a su gusto, donde las mujeres destaparon sus instintos, demostrando ser más viciosa que los hombres cuando dominan a otra de su especie, obligándome a realizar actos que ellas negaban a sus maridos, como chuparles el ano a los hombres e introducirle la lengua mientras que Roberto les acariciaba los huevos, pedirme que les lamieses sus coños, o mearse en mí boca.

Roberto gozaba como nunca, obedeciendo las peticiones y órdenes de los presentes, situándome en las posiciones requeridas, separándome los labios vaginales o las nalgas, ayudándoles, en un concurso que imaginaron, a introducirme una colección de objetos diversos como bolígrafos, la pipa de uno de ellos, el mango de un escobón de baño, un plátano, un pepino y por fin una botella pequeña de refresco.

Cuando cansados y agotada ya la imaginación me follaron, me dejaron, escocida, tumefactos mis agujeros, pegajosa, goteándome por entre las piernas río de lefas viscosas, destilando leche por mi ojete, a Roberto se le antojó que se la mamase a todo ellos. "Para limpiárselas" dijo. A uno de ellos se le ocurio que me atasen a una columna, abrazada a ella y que me azotasen el culo por lo puta que era. Enseguida me asieron, me ataron tal como lo había sugerido aquél y empezaron a fustiguarme las nalgas y la espalda con los cintos de sus pantalones. Me dejaron al rojo vivo mis nalgas mientras Roberto se empalmaba otra vez de la excitación que le producía el espectáculo de ver a su mujer tratada de esa manera. Por fin terminó la fiesta, regresando a casa a descansar.

Al día siguiente, y viendo el estado en que me había quedado, que casi no podía orinar de lo escocida que estaba, Roberto estableció con sus compañeros un tiempo de recuperación de tres meses que acataron, pidiéndole sin embargo si podían de cuando en cuando pasar a que yo les dedicase una buena mamada. Roberto aceptó ya que eso no me dañaría y así no perdería la costumbre según añadió.