Historias eróticas de Manuela y su marido (5)

Siguen los compañeros del marido satisfaciendo sus fantasías con Manuela. En este caso se la llevan, con el beneplácito del marido a una fiesta muy particular...

LA FIESTA

La verdad es que después de la aventura del bar, los compañeros de mi marido se las ingeniaron para tenerlo satisfecho y contento, saciando de paso mi ansia de hombres, porque es que me tenían enviciada. Roberto mi marido me contó que se sortearon el derecho a disponer de mí, en riguroso turno, con el fin de realizar cada uno de ellos una fantasía erótica conmigo como centro.

Al mes, uno de ellos vino a casa y le dijo a mi marido que se me llevaba, consintiéndole en el acto mi esposo, gozoso de nuevas aventuras. Me llevó a una mansión inmensa, y una vez dentro llegó a un acuerdo con el dueño de ella, pagándole una fuerte suma de dinero y enbolsillándoselo. Me dejo a cargo del hombre que había pagado el precio por mis servicios, no sin antes ordenarme que obedeciese en todo lo que me pidiese.

El dueño del caserío me ordeno que me desnudase, mientras él se ausentó durante unos breves instantes, apareciendo con un collar de cuero que me abrocho al cuello. Luego le prendió una cadena metálica, de esas que sirven para pasear a los perros, y llevándome de ella, desnuda por los pasillos, llegamos a una sala donde había extrañas herramientas, una jaula colgada del techo, un potro como los de gimnasios, látigos, pesos, un artefacto que consistía en una "X" de madera con brazaletes metálicos en las extremidades, máscaras, etc.

Me explicó que había organizado una fiesta sólo para hombres y que yo sería el premio de la velada, el juguete de todos ellos, añadiendo a continuación que no se me ocurriese protestar ya que había pagado una fuerte suma por mí, y que hasta que me despidiese era el dueño absoluto de mi persona.

Me ordenó que me subiese a un columpio que consistía en una barra metálica flanqueada por dos cadenas gruesas. Una vez encaramada en ella, me dijo que situara mi trasero hacia la puerta de entrada de la estancia, sacándolo lo más que pudiese, y que fuera remándome hasta que sus invitados estuviesen al completo. En la posición que adopté, tenía todo el culo en pompa fuera de la barra. Desde abajo se me tenía que ver todo el "mondongo" con una precisión que no dejaba lugar a secreto alguno ya que lo llevaba depilado para facilitar su visión, a petición de mi marido.

A los pocos ratos, tocaron el timbre de entrada y "mi Dueño" fue a abrir apareciendo al momento, seguidos de varios amigos. Al verme se echaron a reír y se situaron debajo de mí para gozar del espectáculo. Mientras mi señor habría la puerta, el restos de los invitados me ordenaban varias posturas, todas tendiente a gozar con la visión de mi desnudez.

Cuando estuvieron todos presentes, unos treinta individuos, de todas las edades, gordos, esbeltos, jóvenes y viejos, altos y bajos, mi amo me mando bajar empezando el juego que tenía ideado. De una bolsa empezó a sacar bolas de marfil, unas blancas y otras, las menos, negras. Explico que para cada fase del juego, extraería un número determinado de bolas según los concursantes en litigios, los que sacasen las bolas negras eran los que mandaban, siendo el resto meros espectadores. Empezó marcando la "X" para la cual iba hacer falta dos bolas negras. Una vez efectuada la extracción los que ganaron, me ataron de brazos y piernas al armatoste, teniendo de esa forma brazos y piernas abiertas a unos 10 cm del suelo.

Situándose desnudos uno por cada lado, los dos ganadores debían penetrarme al mismo tiempo por el coño y el ano, que previamente me habían lubrificado con vaselina. Así lo hicieron varias veces con ganas, destrozándome y dándome un gustazo increíble. Luego se procedió a otra extracción donde resultaron elegidos cuatro de ellos. Sin desatarme de donde estaba, se les doto de unos látigos cortos para que me azotasen a su gusto. Yo tenía miedo, pero la fuerte personalidad de mi amo me tenía subyugada. Me estaba prohibido gritar o hablar, sólo podía gemir. Cuando empezaron a latigazo limpio, creí que me desmayaba, pero dosificaron sus fuerzas para hacer durar el juego y al final del mismo, escocida pero curiosamente sin marcas ya que los látigos eran especiales, pasaron a la siguiente prueba.

En esta ocasión le toco solamente a uno de ellos, desatándome y llevándome al potro, donde nuevamente me ataron con el culo en pompa, las piernas sobre unos estribos de madera. Una vez hecho esto último, mi dueño le entregó unos collares de cuentas semejantes a los que se utilizan para el Rosario, uno de ello tenía las bolas más pequeña, siendo el otro más grande. El de las bolas pequeñas me lo fue introduciendo en el ano, haciendo lo mismo con el otro por el coño.

Una vez dentro todas las bolas, ató los extremos juntos y los fue sacando despacio, con una parsimonia digna de encomio. El placer que me proporcionaban las dichosas bolas era indescriptible, no parando de gemir todo el rato, mientras los demás al mí alrededor reían y aplaudían. Como le gustó el juego, mi atormentor lo repitió un par de veces más, dejándome al borde de la locura. Luego siguieron con el concurso, hasta que llegó el final, donde participaban tres de ellos. Hicieron entrar un perro pastor alemán que probablemente habían traído para la ocasión, y mientras dos de ellos me separaban las piernas tumbada de espaldas en el suelo, el tercero me untaba con miel el coño y el ano. El perro se abalanzó sobre mí lamiendo la miel y creándome unas corridas sensacionales. Luego me situaron a cuatro patas y dirigieron la verga del animal a mi coño penetrándome éste de un certero empujón. El animal empezó los embates hasta que vacío sus líquidos en mis entrañas.

Ese fue el final de la fiesta. Todos aplaudieron y se fueron retirando no sin ante felicitar al dueño de la mansión por la agradable tarde que habían pasado.

Cuando todos se marcharon, mi amo me ordeno que me vistiese y me fuese, no sin ante decirme que ya se pondría en contacto con quien debiese para que me trajese otras veces, ya que todos habían quedado satisfechos con mis servicios, pero que esta vez exigiría la presencia de mi marido para que me atase él y me mantuviese abierta.

Como pude me vestí y salí a buscar un taxi, llegando a mi casa totalmente rendida. Mi marido me esperaba ansioso por preguntarme, y una vez que empecé a contar lo sucedido, se rió y empalmado me folló tantas veces como su cuerpo aguanto.