Historias eróticas de Manuela y su marido (14)

Se llevan a nuestra protagonista para celebrar escenas de exhibición en diversos lugares.

ESCENAS EN LA CALLE

Unos días después de la última aventura, me vinieron a buscar dos de ellos que se habían puesto de acuerdo sobre una fantasía erótica conjunta. Me pidieron que les enseñase mi vestuario, a lo que accedí. Escogieron una blusa blanca, ligera, transparente, una falda negra con puntitos blancos, una rebeca azul marino y unos zapatos de tacones anchos a juego con el conjunto. Me dijeron que me quedase sin bragas ni sujetador, tal como estaba en ese momento. Mientras me vestía, me quitaron el collar de cuero, y me magrearon a gusto, introduciéndome dedos en el culo y coño cuando me agachaba a ponerme los zapatos. Deje una nota a Roberto que había salido a comprar el periódico y tomarse un café en el bar de la calle.

Salimos y fuimos caminando hasta el parking donde habían dejado el coche. Era temprano y había pocas personas en la calle. Llegamos al coche y subí en él, al lado del conductor tal como me lo ordenaron. El que se situó atrás sacó una cámara de vídeo y la preparó para tomar vistas. Mientras rodábamos, me explicaron que iban a tomar vistas de varias situaciones que tenían prevista para mí. Llegamos al centro de la capital, y aparcando el vehículo cerca de una terraza, me pidieron que me apeara para tomar un desayuno ya que no habían desayunados todavía. Uno de ellos se queda en el vehículo, cámara en ristra, apuntando con disimulo hacía la terraza donde nos sentamos. Mi acompañante me solicito que me sentase frente al coche y me remangase la falda con disimulo hasta lo alto de los muslos.

El camarero llega a tomar nota de la consumición, muy solícito él. Cuando encaro en mí, se quedo medio cortado, atisbando hacia mis muslos descubiertos generosamente. Debía estar viéndome el coño depilado. Tomo nota de lo que querríamos y se fue raudo al interior de la cafetería. Mientras tanto, el de la cámara no perdía detalles. Mi acompañante me indico que el camarero estaba hablando con el dueño y sus compañeros, señalando hacia mí. Probablemente les estaría contando que una tía buena estaba semi desnuda, sentada afuera con su marido.

El dueño se apresuro a preparar las consumiciones y vino a servirnos en persona. Se quedo bizco de tanto mirar de reojo hacia mi falda mientras nos servía. Mi "marido", mientras tanto ojeaba un periódico del día que previamente había comprado. Al marcharse el dueño al interior del establecimiento, comentó con los presentes, clientes y camareros, que me había visto "hasta el fondo de la garganta". Los presentes se pusieron muy nerviosos.

Empezaron los clientes a sentarse a nuestro alrededor, situándose en posiciones estratégicas que les permitiesen ver mi" boca vertical". Los camareros a su vez salieron solicito a tomar notas de las consumiciones. De vez en cuando se les caía el talonario donde apuntaban los pedidos, y agachándose a recogerlo, miraban hacia mi coño sonrosado y excitado por la expectación que despertaba. Mi "marido" me pidió que me despojase de la chaqueta, cosa que hice al momento, colocándola en el espaldar de la silla. Mis senos erguidos se transparentaban a través de la fina tela de la blusa.

Los presentes se pusieron más nerviosos si cabe. Nadie abandonaba sus puestos de observación. Me temo que muchos tendrían problemas de puntualidad en sus trabajos. Al pasar por allí un limpiabotas, mi "esposo" lo llamó y le dijo que me betunara los zapatos. Al agacharse para realizar su trabajo, el muchacho se quedó colorado al verme los bajos fondos. Colocó una de mis piernas sobre su tablilla y empezó a darme betún.

La operación duró hasta que se percató que me tenía los zapatos y los pies "pringado" de pasta. Se excusó y sin quitar la vista del espectáculo que le ofrecía, se empleo en la tarea de sacarles brillo a mis zapatos. Tiraba ligeramente de mis pies para afuera, intentando abrirme el coño para recrearse en su visión. Los demás miraban, envidiosos de la situación privilegiada del muchacho. Casi media hora más tarde, no pudiendo retrasar más la finalización del trabajo sin despertar sospechas, se levanto desganado y le cobro a mi "marido" el precio estipulado. Se retiró un poquito más lejos, sentándose sobre su taburete frente a mí.

Le dije a mi "esposo" que iba a orinar, y levantándome me dirigí al interior de la cafetería. Le pregunte al dueño donde estaban los baños, señalándome el final de la barra. Hacía allí me dirigí, entrando en el aseo de damas. Los camareros y algunos clientes se precipitaron al interior del establecimiento.

El dueño mientras tanto se había dirigido a los baños de caballeros, y subiéndose sobre el retrete más próximo al que yo ocupaba, retiro una plancha del falso techo y se puso a mirar hacía mi lado. El techo lo tenía preparado con espejos para mirar los baños de mujeres cuando había alguna que valiese la pena acechar. Los demás llegaron raudos y se colocaron a su alrededor como pudieron para observarme.

Yo, ajena a todo ese ajetreo, sentada sobre la taza del water, con la falda remangada, vaciaba mi vejiga castigada por tanta abstinencia. Me seque con un trozo de papel higiénico y me subí las faldas para tirar de los bordes de la blusa hacia abajo. fue entonces cuando oí murmullos detrás de la pared y me imaginé lo que ocurría. Me agaché como si fuese a abrocharme las hebillas de los zapatos, virando el culo hacia la pared, con la esperanza de que gozasen con su visión. Parece que acerté en cuantos los murmullos se recrudecieron.

Finalmente salí del aseo y volví a dirigirme a mi asiento. Detrás de mí siguió una avalancha de hombres hacia la terraza. Mi "marido" en cuanto me vio pidió la cuenta, y levantándose me ordenó que lo siguiese al coche. Allí nos esperaba el otro compinche con su cámara escondida. Los demás espectadores se quedaron desilusionados con nuestra partida.

Arrancamos el coche y nos dirigimos al Cortes Ingles. Una vez en el edificio, salimos del aparcamiento, Gerardo llevando consigo la cámara que al ser pequeña, no ocupaba mucho espacio. La falda que llevaba, al ser corta, de las llamadas "mini-falda", dejaba al descubierto una buena visión de mis "bajos" al subir por las escaleras mecánicas. Pude ver como varios jóvenes que bajaban en la escalera de al lado, se quedaban mirando hacia arriba, y una vez llegado a la planta baja, subir tras nosotros inmediatamente. Mientras, nosotros seguíamos nuestra ascensión hacia la planta de ropa de moda. Una vez allí, mi acompañante se puso a elegir ropa que me pidió que me probase. Al entrar en los probadores, escogió el que estaba situado frente al público y me dijo que dejase la puerta abierta mientras él esperaba afuera a que le llamase para ver si me servía lo escogido. Que duda cabe que con la puerta semiabierta, situado frente a todos, el quitarme la ropa para probarme provocó un pequeño alboroto del lado del público, máxime cuando los jóvenes nos habían seguidos hasta allí.

Cuando me asome para llamar a mi "esposo", pude ver como con disimulo, aparentando mirar ropas que curiosamente eran de señoras, había una veintena de hombres alrededor de la entrada de mí probador. Mi esposo no tardo en traerme más ropas para probar, con lo que me obligaba a un vestir y desvestir continuo, alegrando de esta manera los ojos de los curiosos. Mientras tanto, el otro, con su cámara escondida, no perdía detalles del improvisado "strip-tease". Gerardo empezó a traerme ropas íntimas con lo que me obligó a asomarme en ropas menores para que diese su aprobación. Esto debió excitar más a los presentes, porque se notó el nerviosismo de los mirones. Finalmente, cansado ya del juego, Gerardo me compró un par de vestidos y nos fuimos del lugar.

Con el coche, nos dirigimos a la estación de ferrocarril. Una vez allí, Gerardo me quito la ropa dejándome en cuero vivo, para a continuación, pedirme que me situase en la parte trasera del coche, con las piernas descansando sobre los asientos delanteros. De esta forma me encontraba totalmente despatarrada, con el coño abierto, y mis tetas al aire. Me pidió que me acariciase los pechos con fruición. El compañero estuvo filmando una serie de tomas antes de bajarse del vehículo con la cámara en ristra y se fue a situar fuera del alcance de la vista. Una vez en posición, hizo señas a Gerardo que se bajo del coche y se dirigió a la estación. Mientras tanto, yo seguía acariciándome los pechos mientras que el otro comparsa me filmaba.

Al poco tiempo apareció mi "esposo" con un par de individuos a los que había contado que en el parking, dentro de un coche aparcado, había una mujer muy caliente que se exhibía como su madre la trajo al mundo. Los tres hombres se acercaron, mirando asombrados hacia el interior y viendo el espectáculo que ofrecía. Uno de ellos abrió la puerta y colocándose cerca de mí empezó a meterme mano en el chocho que tenía totalmente humedecido. Viendo que no había protesta, el otro abrió la otra portezuela y situándose a mi derecha empezó también a manosearme.

Gerardo no perdía detalles así como el cameraman. Enardecidos, se dedicaron a introducirme dedos así como sobarme las tetas. Yo por mi parte, participe sacando dos buenos troncos de su escondite, y acto seguido ponerme a masturbarles. Uno de ellos se enderezo y arrastrándome sobre el asiento, me colocó a cuatro patas frente a la puerta que había abierto para salir. Una vez en esa posición me sitúo su polla sobre los labios invitándome a que se la chupase. Me puse a lamerle el capullo enrojecido y pasarle la lengua por los cojones, mientras que el otro me penetraba por el coño. Este empezó a embestirme con mucha fogosidad, como queriéndome desfondar, produciéndome oleada de placer. Ya perdí por completo la noción del tiempo y del lugar en el que nos encontrábamos, cerrando los ojos para deleitarme del maravilloso cipote que degustaba. De repente me dio la impresión de que al sacármelo de la boca para volver a introducírmelo tardaba demasiado hasta que volvía a sentirlo desplazándose por mis labios y mi paladar. Abrí los ojos y me encontré con tres señores más, desconocidos, frente a mi boca, con sus sexos fuera de los pantalones y apuntándome, turnándose para introducírmelos en la boca. Uno de ellos era gordo, con aspecto de obrero manual, mientras que los otros eran como ejecutivos. Se ve que en cuestión de sexo no existen las clases. Mira por donde he dado con la solución a los problemas de clases!.

Tras de mi note también que al terminar su faena, mi follador era prontamente reemplazado por otro )u otros?. No podía girar la cabeza para comprobarlo pero daba la sensación de que allí detrás había una multitud disputándose el honor de introducirme sus espadas de faenas. Gerardo viendo que la cosa se le escapaba de la mano, y temiendo que apareciese un guardia urbano en escena, se subió al coche y poniendo este en marcha, fue arrancando despacio hasta que logró desasirse de ellos.

El cameraman, viendo lo que ocurría, le hizo señas de que se verían en el otro lado del aparcamiento. Allí se dirigió Gerardo dando antes un gran paseo para despistar y darle tiempo al compañero para llegar al lugar convenido. Al llegar de nuevo al aparcamiento, recogió a nuestro cómplice y nos fuimos a casa.

Una vez allí, Roberto, mi marido, Gerardo y el cameraman se pusieron a ver la cinta grabada mientras yo permanecía como de costumbre de pie cerca de mi amor, desnuda, con el collar al cuello y atada la cadena a la pata del sillón. Me estaba prohibido cruzar las manos por delante, teniendo que situarlas siempre a los costados para no tapar nada y dejar libre a la visión de los presentes mi maravilloso cuerpo. Le contaron pormenorizado todos los detalles a Roberto, que excitado me agarró de la nuca y obligándome a inclinarme, me introdujo su polla en la boca, mientras no perdía detalles de lo que veía en pantalla. Los demás animándose le pidieron que no fuese egoísta y que me desatara para permitirme darle también un repaso a sus instrumentos.