Historias eróticas de Manuela y su marido (11)

Una fantasía en el campo, concretamente en una granja, donde Manuela saboreara los placeres de la zoofilia.

EN LA GRANJA

La siguiente aventura marcó un giro total sobre lo que había acontecido hasta la fecha. Resulta que el nuevo "aventurero" nos llevó a mi marido y a mí al campo, a la granja de unos conocidos que nos habían invitado a pasar un fin de semana con ellos cuando Apolinario les contó nuestras aventuras. A uno de esos amigos de Apolinario le surgió la idea que iban a poner en práctica y con ese fin nos invitaron.

Al llegar al lugar, el compañero de Roberto tocó la bocina y salieron a recibirnos de la casa unas siete personas que al parecer nos esperaban al ver la premura con la que se abalanzaron sobre nosotros. Eran muy simpáticos y pronto comenzamos a beber. Después de entrar en confianza, ya que seguramente no terminaban de creerse todo lo que Apolinario les había contado, este último se levantó del asiento de la estancia donde nos encontrábamos y dijo que ya era hora de empezar con lo que nos había traído al lugar.

Acto seguido, me pidió que me pusiese en pie y recrease a los presentes con un "strip-tease" de esos que me salían tan bien. Alguien puso música y colocándome en medio de ellos que seguían sentados, empecé por desabrocharme el cinturón del pantalón que llevaba puesto, para luego bajármelo lentamente. En la habitación se podía oír el vuelo de una mosca del silencio que reinaba, roto solo por la melodía del toca-discos. Luego me desabroché la blusa, reteniéndome bastante en cada botones de la misma. La impaciencia se podía ver reflejada en los rostros de los hombres. A continuación me desabroché el sujetador, bajándomelo lentamente, para luego hacerlo girar sobre mi cabeza y tirárselo al más próximo a mí. Mis tetas quedaron al aire, siendo devorada con la mirada. Le llegó el turno al bastión de mis tesoros más íntimo. Me giraba mientras descendía las bragas por mi culo, enseñándoselo a todos ellos por igual hasta que me despojé de ellas, quedando ante todos tal como me parió mi madre.

El público estaba emocionado, pidiéndome Apolinario que me masturbases "como sólo tú sabes hacer, Mónica" dijo. Me despatarre en un sillón y empecé a acariciarme los labios, mientras ellos no perdían detalle. Con sus fieros aparatos fuera a su vez, se pajeaban a mi salud. Apolinario mientras tanto me explico que ese fin de semana estaría siempre desnuda, a disposición de todos ellos, que me tomarían como quisiese y donde quisiese. Luego me dijo algo que me tuvo extrañada. Según me contó, el domingo último día, lo dedicarían a otros "menesteres" que no me adelantaba para darme una sorpresa. Roberto tenía cara de frustrado por no saber de que iba la cosa, pero al igual que yo se aguanto las ganas.

Ese sábado no me dieron respiro. Cada vez que me cruzaba en la casa o fuera de ella con alguno o algunos de ellos, me penetraban a dos, tres, cuatro y más, de todas las formas inimaginables. A cuatro patas sobre la moqueta, apoyaba sobre la mesa, con las manos descansando sobre el aparador mientras que me follaban por detrás... Durante la noche se fueron turnando para "dormir" conmigo pues estaba muy mal visto que me quedase sola.

Al amanecer del día siguiente, estaba echa "un trapo". No tuve la ocasión de dormir si no un par de horas, cuando se presentaron en mi habitación trayéndome un copioso desayuno. Se quedaron viendo como me lo tragaba, para luego ayudarme a levantarme e ir a la ducha. Allí se sortearon los que me enjabonarían, como los que me secarían. Una vez terminado el ritual mañanero, sin más dilaciones me llevaron a la cuadra.

En ella se encontraban un burro y un caballo, de porte distinguido. Me obligaron a arrodillarme entre las patas del burro a quien sujetaban, y me pidieron que le chupase la verga al animal. Me puse a la obra. Casi no me cabía en la boca a medida que se empalmaba el animal. Chupando, lamiendo y acariciándole, vi como se estremecían las ancas traseras del animal, signo inequívoco de que se iba a correr. Ellos tampoco perdieron el detalle y me ordenaron rápidamente que me introdujese la verga del animal en la boca hasta que se vaciase en ella, para luego tragarme todo su semen. La emisión del líquido por el burro, me llenó la boca, atragantándome, resbalándome el semen por las comisuras de los labios. Me lo tragué todo entre los aplausos de los presentes.

Luego me solicitaron que hiciese lo mismo con el caballo. Puse mano a la obra, con el sabor del burro todavía en la boca . Cuando el caballo estuvo empalmado, cuatro de ellos me agarraron por las piernas, empalándome en la verga del equino. Creía que me había partido en dos, el dolor fue grande, pero a medida que, agarrada a la polla del animal para que no me la metiese más de lo accesible en mi coño, fueron dándome movimiento de adelante para atrás, acompasados, el placer me invadió. Cuando el animal se corrió en mi coño, me retiraron, empezando a mearse el animal. Con la vega agarrada, me regaron, para lavarme dijeron.

Terminada esta operación todavía me esperaba más. Me sacaron de la cuadra, y me llevaron a un corral donde pacía un soberbio espécimen de macho cabrío. Me rogaron que le chupase la verga mientras lo agarraban, para una vez empalmado, dándome la vuelta y lubricando mi ya acostumbrado ano, introducirme el cipote del animal. Este me embistió con ganas y se puso a bombearme hasta que llenó de líquido mis entrañas. Me obligaron a que se la limpiase para luego llevarme a un recinto donde me esperaba un cerdo. Se ve que el día iba a ser completo. Subieron al animal a una especie de taburete alto, colocándole las dos patas delantera en él. Luego, una vez inmovilizado el animal, me colocaron a cuatro patas debajo de él, y excitándolo, me pidieron que me introdujese su aparato. El taladro del puerco empezó a entrar en mi interior, destrozándome con sus movimientos. Cuando se corrió, me felicitaron y ayudándome a incorporarme, me dieron libre el resto del día, sintiéndose satisfechos con las proezas que me habían visto realizar.