Historias eróticas de Manuela y su marido (10)

Nuestra pareja desiden ir a la playa de asueto. Allí viviran otra de sus apasionantes aventuras.

UN DÍA DE ASUETO EN LA PLAYA.

Gozo lo indescriptible cuando veo a Manuela abierta, ofrecida, su raja a la vista de todo el que quiera verla, con esos trocitos de carnes colgando, enrojecido por el deseo, semejantes a dos pequeños bistec. Entre su pubis depilado, asoma el clítoris, anhelante, tímido. Su agujero esta pegajoso y mojado, con ese olor inconfundible de hembra hambrienta, dispuesta a que se la monte cualquiera.

Está frente a mí, en bragas y sujetador, separada las braguitas porque con disimulo se las bajó hasta mitad de las nalgas y se sentó en una piedra plana, arrastrando la tela de manera de ofrecerme el espectáculo que describo. Estamos en una pequeña cala, en un día soleado.

Decidimos que como era festivo y ya el verano asomaba, con sus días calurosos, irnos a la costa y sentarnos en la arena de una pequeña cala conocida solamente por los ligues y los mirones que pululan por esos lugares, así como por unos pocos pescadores. Cuando llegamos no había nadie, lo que me dio pie para pedirle que no se pusiese el bikini, que se quedase como estaba, con las ropas menores, como si se hubiese olvidado traerse las dos piezas y por eso estar en la guisa en que la he descrito. Obedeció complacida por la idea, y situándose en la posición que ya sabemos, empezó a acariciarse con disimulo.

De repente vi asomarse por entre las piedras que nos rodeaban, la cabeza de un hombre, que con disimulo acechaba a mi mujer. Se lo indique a Manuela quien puso fin a su toqueteo, para ponerse a leer como si nada ocurriese. Yo me tumbe en la arena, sobre el vientre e hice como que echaba una cabezada, para con el rabillo del ojo acechar los acontecimientos. El "solitario" que asomó por las rocas deja de serlo a los pocos minutos, cuando aparecieron un par de cabezas más. Se acercaron sigilosamente, casi arrastrándose por entre las rocas para situarse frente a Manuela y su anhelada raja. Está seguía leyendo, aparentemente ajena a todo lo que ocurría. Al cabo de un rato, se desperezó, dejó caer el libro al suelo, miró al su alrededor como para cerciorarse de que no había nadie, y aparentemente satisfecha (los individuos se agacharon cuando vieron levantarse a Manuela, para desde el suelo y a través de una rendija seguir ojeando el panorama), se desabrochó el sujetador y se dirigió al agua.

Se introdujo en el mar, nadando sosegadamente en circulo. Cuando ya estimó que era suficiente, se dirigió a la arena, saliendo majestuosamente del agua, las bragas transparentándose. Se le apreciaba el hermoso culo, con su raja bien dibujada, así como la raja delantera y su depilado perfecto. Se agachó, agarrándose el pelo para adelante con el fin de estirárselo luego a las espaldas. Ojeó de nuevo a su alrededor y se fue bajando las bragas, dejándolas secar sobre una piedra. Los hombres que se escondían, frente a aquella hermosa mujer desnuda, casi se incorporaron para no perder detalles. Manuela se agachó, dirigiendo el culo hacia donde estaban, y estirando una toalla en el suelo, se tumbó en ella, las piernas semi separadas.

Mi erección era notable bajo mí. Idéntica situación tenía que estar pasándoles a los mirones. Mi esposa estuvo tumbada cosa de media hora, dándose la vuelta de vez en cuando para exponer a las caricias del sol toda su anatomía. De repente se incorporó. A nuestro alrededor ya había contado unas decenas de hombres, algunos con la caña al hombro, olvidándose de pescar. Se dirigió hacia un grupo de rocas cercas de donde la estaban acechando, con la intención de aliviarse.

El resto me lo tuvo que contar ella, cuando apareció de nuevo, después de cerca de media hora de ausencia. Me contó en voz baja, que se había agachado para mear detrás de las rocas cuando se vio rodeada por los mirones que aprovecharon la ocasión que ella les brindaba. Mientras orinaba, uno de ellos le conminó al silencio, amenazándola de que lo pasaría muy mal ella y su acompañante si gritaba. Ella simuló estar asustada, mientras los hombres enardecido por la visión que les ofrecía, acuclillada, las rodillas separadas, ofrecida su raja, le ordenaron que siguiese meando, que lo querrían ver. Ella Obedeció, emitiendo un chorro de liquido elemento frente a los "voyeurs" que colocados en semi círculo, agachados, no se perdían detalles. Cuando acabó, la hicieron ponerse en pie, y girándola, se recrearon en sus encantos. Multitud de dedos acudieron al festín como moscas en un rico panal de miel. La sobaron por todo lado, inclinándola hacia delante para tener una mejor visión sobre su trasero ofrecido, le separaron los labios de abajo para recrearse con su coño abierto y su agujero enrojecido. Uno de ellos, con su hermoso cacharro fuera de los pantalones, pretendió introducírselo, impidiéndoselo el que llevaba la voz cantante.

Le conminaron a que volviese con su marido, y al cabo de un rato, se dirigiese con cualquier pretexto al mismo lugar donde estaban, so pena de sufrir ella y su esposo las consecuencias de no hacerlo así. Por eso Manuela había vuelto a su toalla, y le contaba a Roberto todo lo acontecido, en voz baja, para no ser escuchada por sus "amigos". Al cabo de un rato, tal como le habían ordenado, se levantó y le dijo algo a su marido que asintió con la cabeza, siguiendo con su siesta. Se dirigió de nuevo a las rocas donde la esperaban ansiosos todos los hombres.

Cuando llegó, el que había querido estrenarla la tumbó de espaldas sobre la arena, y cogiéndoles las piernas se las situó sobre los hombros, para a continuación penetrarla de un certero golpe. Empezó a follarla toda seguida mientras los demás se repartían lo que podían de su cuerpo, magreándola sin cesar. Cuando estaba en los dinteles del orgasmo, su "follador" se vació con un grito retenido y se la volteó con destreza a otro compañero que empezó la faena donde el otro la había dejado. Manuela no aguanto mucho más y se corrió como una posesa mientras el hombre redoblaba sus embates. Luego, una vez satisfecho, se levantó dejando el sitio a los demás. El siguiente la hizo ponerse a cuatro patas y desde atrás siguió con la faena de muleta. Cuando se vacío dentro de ella, el siguiente le escupió en el agujerito de terciopelo del ano y la ensartó como estaba, despacio, dándole golpecitos en las nalgas para aliviar la tensión de su ojete. Pronto la tuvo penetrada, mientras otro se tumbaba debajo de ella y a su vez se la introducía por el coño. Ella sentía las dos pollas dilatándola por dentro, rozándose a través de la fina pared que parecía que pronto se rompería. Estaba enloquecida de gozo. Mientras, los demás le ponían sus pollas al alcance de sus labios de mamona, o le sobaban las tetas.

Pasada una hora, hice como que me despertaba, y mirando para el reloj, me levanté y la busqué con la mirada. Al oír los murmullos y suspiros detrás de las rocas, me encaminé hacia allí. Estaban todos tan ocupados con el espectáculo de Manuela siendo follada, que se habían olvidado por completo de acechar al marido. Me acerqué, y con disimulo me mezcle con ellos, gozando de la visión de mi mujer, sentada sobre la hermosa polla de un individuo que se hallaba tumbado sobre la arena, chupando otras que le ponían a su alcance, y pajeando a dos otros cipotes que en nada tenían que envidiar al que la penetraba. Me puse a pajearme como los demás mientras miraba, hasta que uno de ellos, girándose hacia mí, se exclamó al darse cuenta de que era el marido. Los demás se giraron hacia donde me encontraba, y viendo que yo participaba de la fiesta como uno más, sin escándalo ni aspaviento, pronto se desatendieron de mí para prestar toda su atención a Manuela. De esta manera, siguió la fiesta hasta que se hartaron. Les pedí permiso para encular a mi mujer, que tenía ya el chocho tumefacto de tanto trajín. Ellos aceptaron y se quedaron viendo como la poseía, riendo de los gemidos de Manuela. Cuando acabé, se despidieron amablemente de nosotros, dándonos las gracias por tan agradable tarde.

Recogimos nuestras cosas, nos vestimos y nos fuimos a casa a descansar el resto del día.