Historias del abuelo calentón (9)

La señora María me había hecho un hombre y ahora lo único que tenía en mi cabeza era repetir la experiencia.

HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (9)

Amigos lectores, tras mi primer encuentro con la señora María, mi mente se sentía perturbada. Esta mujer me había hecho un hombre y el gusto que había experimentado con ella me había agradado tanto, que lo único que tenía en mi cabeza era repetir la experiencia.

Jamás había tenido una mujer entre mis brazos y no sabía nada del sexo, pero aquel pedazo de hembra, con sus grandes atributos había hecho que probase las mieles de la sexualidad.

Mi primer polvo, mi primera mujer. Pensaba en ella y el mástil se me ponía tieso.

Siguieron unos días de alteración que hubo que tranquilizar con unas sustanciales pajas. No quedaba otra, había que saciar el apetito sexual.

Trascurrieron los días, de vez en cuando veía a la señora María e intercambiábamos miradas de complicidad. Me regocijaba ver su cara de viciosa; ahora la percibía más viciosa todavía.

No imaginaba como su marido, teniendo esa jaca en casa, no estaba todo el día copulando. Sería que mi edad y fogosidad no me dejaban pensar con claridad.

Solo quería volver a tener enfrente de mí esos abundantes pechos y poder manosear ese pomposo culo. Que pensamientos más impuros y a la vez gratificantes, inundaban mi alborotado cerebro.

Unos días después de mi cumpleaños; había cumplido 18 años, por tanto, mayor de edad; mi madre me mencionó que la señora María le había pedido ir a echarle una mano para organizar el vergel de plantas que tenía en su terraza. Las macetas y tiestos que poseía eran un poco grandes y requerían de un mayor esfuerzo para moverlos. Su marido se había marchado al pueblo para atender sus cultivos y sus frutales.

Era fin de semana y teniendo más tiempo de asueto, decidí ir a casa de la señora María. He de reconocer que solo pensar en ello hacía que me subiese una corriente por el cuerpo que me alegraba el ánimo y enderezaba el miembro.

Me abrió la puerta y ante mí aquella jaca; vestía un suéter de pico, esto le aseguraba presentar un buen canalillo, falda por encima de las rodillas y sus zapatos negros de tacón con punta redonda.

Se había maquillado un poco, este arreglo la revestía con aspecto de más vicio. La miré y no pude evitar converger en sus tetas, que furor me entró. Solo pensaba en las ganas que tenía de poseerla, de incrustarla mi estaca y que me diera placer. Mis primeras calenturientas impresiones fueron que estaba vestida para que le diera caña y le premiara con unas buenas embestidas, hacerla gozar como una buena perra. Nos metimos hacia el interior de la casa y en el trayecto pude observar el movimiento de su provocante culo. Que excitado me tenía la muy golfa. Traté de serenarme y actuar con naturalidad, era joven y mi impetuosidad era intensa, pero debía ser respetuoso, servicial y caballeroso; aunque mi mente estaba un poco trastornada por aquella mujer.

Empezamos el trabajo, colaboré y coloqué todo lo que ella me fue mandando. Cada vez que se agachaba me enseñaba aquellos dos buenos melones, guardados en un gran sujetador negro que la tenían que preservar aquellos agitadores atributos. En el desarrollo de nuestro trabajo, el contacto fue cercano y cada vez que su culo rozaba mi bragueta tenía que contenerme para no lanzarme sobre aquellas nalgas perturbadoras.

Que paciencia y quietud tuve que soportar. A esto, se unía que mi verga había ido poco a poco encendiéndose y creciendo de tamaño; ella lo había observado, pero le gustaba jugar, era muy cuca, en el fondo gozaba con esta recreación.

Terminamos y decidió agasajarme con un refresco y un aperitivo. En la cocina, durante la preparación, se acercaba a mí y la muy zorra restregaba bien su culo por mi cipote. Estas acciones eran descaradas y conseguían revolucionarme más aún.

Mi entrepierna se hinchó, me estallaba el pantalón. Ella ante tanta lascivia, tampoco pudo reprimirse y comentó:

-Luisito hijo, se te va a reventar el pantalón.

Yo reaccioné y comenté:

-Señora María me tiene usted desenfrenadito.

-Hijo mío ¿tanto ardor te levanto?

-Me pone usted muy caliente.

-Pero ¿Que hago yo para que tu pajarito es tan fuera de sí?

-Tiene usted unos encantos que me estimulan demasiado.

  • Vamos que te pongo cachondo.

-Si señora María, altera usted mi organismo.

-Que bien te expresas hijo, y que podemos hacer para poner remedio.

-Lo que hicimos la otra vez y que tanto nos gustó.

-Picarón, tú lo que quieres es echar una canita.

-Llámelo usted como quiera, me gustaría darle placer y que gocemos como fieras en celo, que sienta mi polla en su interior y no pueda aguantarse del disfrute.

No pude más y ataqué verbalmente. Ella se quedó inmersa y pensativa, pero su astucia la hizo reaccionar.

-Bueno como sé que ha sido hace poco tu cumpleaños y además, la ayuda que me has prestado ha sido de mucha utilidad, vamos a celebrarlo.

Me dio un beso en la boca, me cogió de la mano y me llevó a su habitación.

Al llegar empezamos un morreo apasionado que subió la temperatura. Los dos parecíamos animales en celo, el desenfreno se apoderó de nosotros. Ella porque estaba a deseo de disfrutar de un sexo complaciente, que la llenase y la sumiera en los efluvios de las fantasías sexuales; yo porque estas experiencias eran nuevas para mí y representaban el modo de llegar al summum sintiendo toda clase de satisfacciones.

Tras un vigoroso magreo, donde la sobé el culo, la metí las manos entre sus tetas y donde ella se apoderó de mi capullo para pajearlo y darle un tratamiento de frenesí, pasamos a consumir nuestro ardiente fuego.

Lentamente se quitó el sujetador y cayeron aquellas apetitosas tetas, empecé a chuparlas y a devorarlas; que imagen, que inmensas carnes, que redondeces tan sabrosas.

La señora María era una mujerona a la que había que satisfacer porque tenía unos atributos que te causaban desenfreno.

Se quitó sus bragas y se quedó desnuda, con el monte de venus al aire, irradiaba sexo y lujuria. Yo me aligeré de ropa y le mostré la protuberancia de mi falo. Me preguntó “si se dejaba los zapatos, porque sabía que algunos hombres adoran estos símbolos fetichistas” y la dije que “si, ya que me producía más estímulos poderla ver desnuda con los zapatos puestos.

Se tumbó en la cama y susurró:

-Vaya pedazo de polla que se te ha puesto.

-Si señora María, me saca usted de mis casillas.

-Pues súbete encima de mí y hazme gozar como una tigresa.

-Le voy a meter todo mi rabo y va a querer que no se lo saque en un siglo.

Muy despacio la introduje la minga y fue estremeciéndose. Le gustaba ser poseída y que un jovenzuelo la desease. Empecé un movimiento de mete y saca que la volvía loca.

-Luisito que herramienta tienes, ummm……..ummm…….. que gustazo.

-Dale a tu vecina lo que tanto le gusta.

-Señora Maria es usted una guarrilla, me encanta follarla.

-Tu dame tralla, que esto me pone.

-Es usted una zorra muy golfa, pero sus encantos me pueden.

-Dame duro, quiero sentir esa lanza que tienes.

-Ummm……………. qué maravilla, que pasión, como me haces disfrutar cabrón.

-Es usted la tigresa más rica que existe.

-Embaucador, sígueme follando duro, asíiiiii…….. que sienta tu polla dentro de mí.

-Que melones tiene, me encanta estrujarlos.

-Chúpalos granuja, dame placer, aaaaah………aaaaah………que delicia.

Aquel dialogo provocaba en mí una reacción de vehemencia, que me hacía sentir caliente y lleno de pasión. Como disfrutaba aquella fornida hembra, que manera de abrazarme el pene con su vagina. Las percepciones que me hacía experimentar eran tan gratificantes que me abandonaba a la lujuria. Ella no se quedaba atrás, se mostraba como si no hubiese probado estos manjares en su vida. Habría que pensar que su esposo no se lo haría tan ameno.

Mientras continuábamos con nuestra lascivia, regocijándonos de nuestros cuerpos, ella me espetaba:

-Aaah……..aaah……, zagal así, asíiiiii………umm…… introdúceme todo tu aparato hasta el fondo.

-Quiero sentir el golpe de tus huevos en mi hendidura.

-Sigue, sigue, aaaaah……….aaaaah…….., que gusto.

-Me tienes muy caliente.

-Acelera, quiero correrme, no aguanto más.

-Dale, aaah……..,oooh…….., me viene, me viene, que ricooooooooooooo………

-Cabrón que rico, aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah………………….llegué.

Sus movimientos fueron tan compulsivos y enérgicos y su dialéctica tan estimulante que me corrí con ella.

-Oh……..señora María que polvazo, que corrida, me voy, me voy, ooooooh……..

-Dame toda tu leche, dámelaaaaa……

Que experiencia tan desorbitada, todo había sido tan desmedido y exagerado, pero así de vigorosa era ella.

El ceremonial con esta mujer era tan apasionante y a la vez obsceno, pero yo había disfrutado como nunca. Había aprendido lo que es fornicar con una buena hembra.

Hasta la siguiente amigos.