Historias del abuelo calentón (8)

Os contaré un secreto, como perdí mi virginidad con mi vecina madura la señora María.

HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (8)

Amigos lectores y amigas lectoras, de nuevo con vosotros para contaros alguna historia curiosa de mi vida. Hoy os voy a hacer una confesión, tipo chisme, de esas que tanto nos gusta a los seres humanos. Voy a volver a mis orígenes y os contaré como perdí mi virginidad.

En mis tiempos de joven no había tanta libertad y tanta acción como existe hoy, por este motivo nos teníamos que buscar nuestras artimañas para satisfacer nuestros instintos sexuales. La mayoría de nosotros se las apañaba para saciarse con alguna revista de aquellas excitantes, que aquí era tan difícil conseguir, para así poder estimularte y calzarte una buena paja.

Las relaciones sexuales eran esporádicas; todo aquello que pudieras conseguir era recibido como un manjar venido del cielo. Había que aprovechar cualquier escarceo para disfrutarlo al máximo.

Volvamos a mi virginidad, aquel acto tan memorable para mí ocurrió cuando yo tenía 18 años.

Era un mozalbete, sin ninguna experiencia y que escasamente había tonteado con chicas de mi edad. Besos, algún morreo y ligeros magreos que me alteraban la sangre, pero que no llegaban a nada interesante.

En aquel entonces la palabra vecindad tenía un significado grandilocuente, todo el mundo se ayudaba y se echaba una mano; la relación entre vecinos era altruista y frecuente.

El hábitat de mi edificio era muy diverso, podía vivir desde gente joven, pasando por matrimonios con pocos años a cuestas, como gente mayor cuya vida matrimonial era ya apática y aburrida, por los años pasados juntos sin aportar nueva chispa que pudiera reavivar el fuego.

Esto es lo que pasaba con la señora María, tenía cincuenta y cuatro años, de cabello y ojos negros, 1,65 cm. de estatura. Contorno grueso, tenía donde agarrar. Grandes pechos y un extenso pandero. Ama de casa, servicial y cariñosa. Sus hijos ya estaban emancipados, pues los había tenido muy joven. Su cara era llamativa, cuando la mirabas te trasmitía aspecto de astuta y viciosilla. A mi siempre me ponía y alguna pajilla me había cascado a su salud.

Nosotros vivíamos en el segundo, la señora María en el tercero. Era muy amiga de mi madre y mi queridísima la ayudaba en cualquier cuestión por simple que fuera.

Un día, mi madre me comentó que había hecho compra y tenía unos productos que debía llevar a la señora María. Yo, había regresado antes del instituto y como todavía faltaban unas horas para la comida, en un momento tomé los artículos y decidí realizar el encargo; mi madre se marchaba a ver a su cuñada, que la había requerido para algún asunto.

Me presenté en la puerta de la señora María con su compra, ésta me abrió la puerta, vestía un suéter con falda ceñida por arriba y zapatos de tacón de punta redonda. Me mencionó que acababa de llegar y que la había cogido por casualidad. Estaba seca y me dijo: ¿Quieres un refresco?, estoy sedienta. Bueno, la contesté.

Me hizo sentarme en un sofá y mientras preparaba un ágape, la observaba para deleitarme con la panorámica de sus grandes pechos, su inmenso culo y sus andares con los zapatos de tacón, que tanto me ponían. Que polvazo salvaje tenía la señora, como me alteraba; me venía a la mente las pajas que me hacía pensando en aquel cuerpo. Se sentó cerca de mí, cuando la miraba y veía esa cara de viciosa que tenía y sus hermosas tetas, se me calentaba la bragueta.

Hablamos de mis estudios y de como había crecido y me había hecho un hombre (no lo sabía ella, me tenía la polla calentita). Me preguntó: ¿Tienes novia?, le dije: No. Me hablaba de aprovechar la vida que después todo sería monotonía y aburrimiento; se la notaba hastiada de su existencia, sin aliciente.

Entre conversación y conversación se me fue arrimando, y en la gesticulación, sin querer, me daba ciertos toquecillos que me ponían más febril mi mástil. Era astuta y se dio cuenta de mi estado, aprovechó y me preguntó, de forma íntima: ¿Eres virgen? Con un poco de vergüenza, la contesté: Sí. Creo que esto la puso cachonda y se pegó más a mí, para así excitarme y comprobar los efectos que su aproximación hacía en mí. Mi verga se puso más dura todavía y mi erección era patente. Ella lo percibía y eso le gustaba. Era un juego erótico que a todos nos pone.

Sin cortarse, ni sentir ningún pudor, la señora María me dijo:

-Luisito ¿Qué te pasa en la entrepierna que lo tienes tan abultado?

Qué vergüenza sentí.

-Señora María usted perdone, pero es que me altera usted muchísimo.

-Pero hijo, una mujer como yo, que podría ser tu madre. ¿Qué es lo que te produce esa perturbación?

Le arrojé valor y le dije:

-Señora María, sus tetas, su culo, su cara, toda usted.

-Me siento halagada, que un joven experimente tus sensaciones contemplándome, me adula.

Yo pensaba, lo que te pone es cachondísima, zorra.

Llevó su mano a mi paquete y agregó:

-Verdaderamente está dura. Tienes una buena erección.

-Bueno hijo, pues habrá que tratarlo.

Metió su mano en mi pantalón, agarró mi palote y me obsequió con una subida y bajada de piel.

Que paja más rica me estaba haciendo.

Yo empecé a sobar sus pechos, que tetazas tenía. Metí mis manos dentro de su suéter para llegar al sujetador que estaba deseando arrancar para embriagarme con aquellos buenos melones.

Inicié un sobo de aquellas apetitosas carnes, y seguí para introducirme por debajo de su falda, apartando sus bragas y manipulando con suavidad su clítoris.

El clímax estaba subiendo, la masturbación era mutua, los dos gozábamos como seres irracionales. El placer nos absorbía. Que experiencia estaba viviendo, mi primera relación estaba resultando excitante, quizá, porque no tenía con que comparar, aun así era maravillosa.

Cuando ella comprendió que la situación era favorable para llegar al summum, paso a la siguiente secuencia.

Se levantó, se quitó la falda y las bragas, y se quedó desnuda, con los zapatos de tacón.

-Luisito, me voy a subir encima de ti para que disfrutes y sepas lo que es hacer el amor.

Yo pensaba, tú lo que quieres es meterte una buena polla y disfrutar como una posesa.

Acomodado en el sofá, vi y experimenté como delicadamente se sentaba y se introducía mi miembro, comenzando un movimiento de sube y baja que nos deleitaba a los dos.

-Oh, oh… Luisito que verga tienes, que gusto me da.

-Ah.., um….umm…. hacia tiempo que no probaba esto tan rico, que sensaciones.

La tenía enfrente de mí, con su cara de viciosa, sus grandes tetas, atracándome y chupando aquellos suculentos pezones.

De ven en cuando la apretaba el culo con mis manos hacia mi miembro y daba un respingo, añadiendo:

-Ah..,ah…, que rico, que intenso.

Aquello era el séptimo cielo. Que follada más rica la estaba metiendo a la señora María.

Es cierto que me estaba desvirgando, pero mi polla estaba gozando como nunca.

Como se movía la muy puta, como jadeaba, como aprovechaba la rigidez de mi rabo para obtener percepciones tan placenteras que ya hacia tiempo que no vivía.

La situación se fue acelerando y el final fue apoteósico.

-Luisito que placer me estás dando granuja.

-Ah…, ah…. me encanta sentir tu lanza dentro.

-Que dureza, umm….,umm…. que consistencia, me estas poniendo muy caliente.

-Ah….,ah…., dame más.

El ritmo ya era desenfrenado.

-No pares mi semental, sigue, sigue, ah…..ah… hasta el final.

-Oh…, oh…, me corro, me corro, dame toda tu leche. Ah…., ah……

Me vació todo el depósito. Que manera de poseer a ese pedazo de hembra. Me había hecho un hombre y había gozado como un machote; claro que ella se había desquitado de su monotonía conyugal y había experimentado el placer de ser cabalgada por un potrillo.

Ya os seguiré contando mis siguientes encuentros con la señora María.