Historias del abuelo calentón (7)

Me encantó ayudar a mi vecina Ana con sus problemas domésticos y sentimentales.

HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (7)

Amigos y amigas lectores, espero y deseo que mis historias os sirvan para pasar un rato entretenido y a la vez placentero, sobre todo en estos tiempos duros que vivimos de pandemia.

Tras mi éxito con Lola, mi mente volvía a dar una vuelta al panorama y a pensar quien podía ser mi siguiente agraciada.

Siendo de sangre ardiente, sólo pensaba en cómo dar rienda suelta a mis sueños eróticos. Los hombres, si algún defecto tenemos es que pensamos demasiado con la bragueta; yo trataba de luchar contra este estereotipo, pero me gustaba mucho disfrutar de la sexualidad.

Cuando la desarrollas de manera natural, pensando en satisfacer de una manera grata a la otra persona y llevando a cabo actuaciones donde ambos (la pareja), se encuentran a gusto y gozan a la vez, es maravilloso y gratificante.

Pero volvamos a nuestra historia. Como os he mencionado en otra historia, habitaba en el tercer piso. Eran rellanos de cuatro puertas y enfrente de mí, vivía un matrimonio que tenía una hija de 10 años. Ella, Ana era una mujer de 35 años, ojos y pelo negro, 1,72 cm. de estatura, delgada, con buen tipo. Tenía buenas curvas, pecho no grande pero llamativo por lo cenceña de su figura; acompañado de un buen trasero y unas bonitas piernas.

Siempre que podía, aprovechaba para espiarla por la mirilla y observar su bello contorno. Alguna vez habíamos coincidido en el ascensor y me llenaba de una buena ración de vista que animaban mi fisiología.

Estaba casada con un guaperas y se veía un matrimonio moderno y actual. Pero mi intuición me decía que la chica no se sentía muy a gusto y que su relación cojeaba un poco.

Él trabajaba en una empresa y viajaba, lo cual hacía que ella pasase tiempo sola. Ella se ocupaba en unas oficinas de un gran complejo, con turnos de mañana y tarde. Vestía de forma moderna, pero discreta; la esbeltez de su figura y los zapatos de tacón que solía ponerse le hacían una mujer alta, bella y deseable.

Un día por la mañana, me encontraba en casa, cuando sonó el timbre, era Ana. Se le había atascado el fregadero y me solicitaba ayuda con su problema. Ella sabía de mi habilidad en el bricolaje y de mi voluntariedad en la comunidad para resolver ciertas nimias cuestiones, como cambiar las bombillas del rellano, etc….

El tener la cocina así, le suponía bastante estrago y me pedía, por favor, si podría resolver su dificultad. Accedí de manera gentil, como debe hacer un caballero y un buen vecino. Fui a su casa con un alambre y un desatascador y la problemática quedó resuelta.

Aproveché esta visita para embriagarme de aquella mujer, que linda era y que femenina se mostraba a mis ojos. Tenía puesto un vestido informal que se ceñía a su cuerpo y que resaltaba sus curvas, pero un poco corto, con lo cual la visión de sus estupendas piernas era un premio a disfrutar. Comprobé que cuando se agachaba, llevaba puesto un minúsculo tanga y parecía que por lo ajustado de su vestimenta no llevaba sujetador.

Cuando nos despedimos, me expresó la alegría que sentía por haber resuelto su disgusto. Me dio un abrazo y se pegó tanto a mí que pude cerciorarme que no llevaba sujetador. En aquel instante mi miembro se puso en pie de guerra, sintió un cosquilleo con aquellos gestos que Ana había tenido hacia mí. Esta mujer, sin saberlo, me estaba calentando y mi cuerpo cuando sucedía esto quería guerra.

De nuevo comencé a dar vueltas a mi cabeza y a cavilar que podía hacer para tener más relación con ella y así, disfrutar de su presencia.

Pero las cosas no son como uno quiere, sino como vienen. Así, una mañana después de un tiempo de aquel primer encuentro, sonó el timbre de mi puerta. Ana, bien arreglada, falda negra ceñida, camisa blanca ajustada y zapatos de tacón negros, tipo ejecutiva, requería de nuevo mis servicios.

-Ay Luis, mira se ha ido la luz y por más que levanto el diferencial, se vuelve a bajar. No puedo estar así.

-Ana no te preocupes, vamos a ver si tiene solución. Le dije.

Esto la tranquilizó un poco.

Por los síntomas de la avería, todo hacía prever que sería una sobretensión porque tendría varios electrodomésticos en funcionamiento (lavadora, vitrocerámica, secador, etc.) y siempre se contrata menos potencia. Procedí a arreglar aquel contratiempo. En aquella oscuridad, estando manipulando en el cuadro eléctrico, Ana se pegó mucho a mí; siempre les gusta estar al tanto de todo y Ana no era diferente. Sin querer, nos chocamos, la agarré no fuera que pudiera caerse; me dio las gracias y yo sentí que mi pájaro empezaba a revolotear. Cuando la luz estuvo arreglada, Ana de nuevo me repitió las gracias. Empezamos a hablar de lo manitas que son algunos hombres y lo poco hábiles que son otros, como era el suyo. Por la conversación pude atisbar que el guaperas era eso y sus destrezas, pocas.

Salió también el tema de las personas cariñosas, también se mostraba quejosa de su marido. Aproveché el tema para acercarme moralmente a ella y le dije que con lo linda y bella que era se merecía experimentar mucho cariño. Ella me comentaba que su marido era más bien despegado y reticente a mostrar afecto.

-Tu Luis, eres muy adulador y servicial.

Todo eran bonitas palabras, pero mi cuestión era que aquella mujer me encantaba y tenía que poseerla. Ahí quedó la cosa.

Pasaron los días, y como no hay dos sin tres, otra mañana, de otro día, Ana llamó a mi puerta con otro sobresalto que le había sucedido.

Sin querer, había roto una figura que su marido estimaba mucho y como no quería que éste se enfadase, me rogaba si podría recomponerla.

-Con buen pegamento y paciencia este problema lo finiquitamos, le asentí.

-Oh Luis, que amable y gentil eres. No sé cómo agradecértelo.

Yo en mi mente sucia me contestaba: “Ya lo creo que me lo podrías agradecer”, pero debía ser un gentleman. Me dio un fuerte abrazo y se pegó tanto a mí que pude sentir sus pechos y el calor de su cuerpo. Yo le correspondí rodeándola con mis brazos. El juguetón de mi miembro comenzó a actuar. Se estaba alborotando y yo no quería dar síntomas de calentura, que diría Ana, vaya viejo verde, pero la sangre fluía por mis venas a alta temperatura. Con el abrazo Ana pareció sentirse aliviada y reconfortada.

-Luis eres un ángel, siempre estás ahí cuando te necesito.

Se volvió a apretar contra mí. Ya no podía más disimular mi hinchazón, mi riego era muy intenso y mi erección incontrolada. Se fundía contra mí y yo se lo agradecía con mi abultado miembro, cuestión típica varonil.

Ella en su unión conmigo pudo darse cuenta de mi fogosidad y pregunto:

-Luis ¿estas erecto?

Yo contesté:

-Ana perdóname, pero tengo ciertos impulsos que soy incapaz de retraer.

-No Luis, no te preocupes, me enorgullece ver que levanto pasiones de esa manera.

-Ana eres una mujer muy guapa y apetecible.

-Gracias por tus cumplidos.

Acerqué mis labios a los suyos y la obsequié con un buen morreo que ella no rechazo. Empecé a sobar su culo y a rozar mi miembro contra el suyo; al fin y al cabo, me había dado el pistoletazo de salida con su pasividad.

Se dejaba hacer y yo continuaba tocando todos sus encantos. Comencé a desabrochar su blusa para tener mejor acceso al sujetador y poder quitárselo, al momento bajé mis manos hacia su trasero para subir su falda y meterlas entre las bragas para manosear su pandero. Me faltaban tiempo y manos. Ella me bajó la bragueta y tomó mi pene para dar un buen frotamiento a mis testículos y a mi prepucio.

Que estado de bienestar más estupendo. Las sensaciones eran inmensas. Nuestras sensibilidades estaban a flor de piel y disfrutábamos de nuestro ajetreo como animales. La extensión de nuestro placer era tal que no sabíamos ni donde nos encontrábamos. Nuestra posición tan ardiente hizo que pensásemos en pasar a otra fase más vehemente.

Ana me dijo:

-Luis como se le ha puesto el capullito.

-¿Quieres disfrutarle?

-Si, pero con cuidado.

Fuimos a su habitación, se tumbo en la cama y aproveché para quitarle la ropa.

Pausadamente la fui penetrando, haciéndola sentir la dureza de mi miembro.

Se quejaba, pero susurraba:

-Umm….., umm…, ah….,ah…. como me gusta.

A la vez que se lo introducía, gozaba sobando sus esplendidas tetas. El ritmo se fue acelerando y ella seguía hablando:

-Oh.....Luis que gustazo, que juguete tan maravilloso tienes, que placer me da.

-Todo para tu disfrute cachondita, oh….. que dura me la pones guarrilla. Y seguía estrujando sus tetas.

-Luis ¿Quieres que cambiemos de posición?

Aquello me revolucionó, me enervó. Esta exuberante mujer se daba al juego.

La dije:

-Ponte como una perrita, que vas a sentir los envites de mi polla, pero no te preocupes, lo haré suavemente.

Se colocó en la postura y al ver aquel panorama. Su trasero, sus turgentes tetas colgando. Oh que sensaciones me hacia experimentar. La agarré por las caderas y la fui penetrando lentamente y su comunicación era:

-Oh….,Luis que polla más tiesa tienes, que gusto me da, que caliente me pone.

-Ah…,ah… umm…,que sensibilidad me trasmite.

-Quiero gozarla, oh… no te pares ahora, continua, umm……umm…. un poquito más deprisa.

-Ah….,ah…, que rico, que rico.

-Aaaaaaaaaaaaaaaaah…….., me viene, me viene, no aguanto más. Me corro, ah… ah… llegué.

Yo seguía con el mete y saca y cuando se quedó plenamente satisfecha, la dije:

-Ana, ahora te la voy a sacar y me vas a hacer una mamada hasta sacarme todo el juguito.

Ella asintió con la cabeza. La tomó entre sus manos y se la introdujo en la boca; su mamada era excepcional, se notaba su práctica. Salía y entraba de su boca con un ritmo acompasado y dulce.

Esta secuencia hacia que mi aparato pudiera estallar en cualquier momento. Cuando ya no pude más, se la saqué y me corrí en sus tetas. Se la volvió a meter en la boca y haciéndome una limpieza me proporcionó un último goce que me dejó extasiadito.

Que bueno y exquisito había sido mi polvo con Ana.

Amigos hasta la siguiente. Disfrutad y sed buenos.