Historias del abuelo calentón (6)

Después de mis buenas experiencias, observé el panorama de mi alrededor y planeé que mi vecina Lola podía ser una buena candidata para satisfacer mis sueños eróticos.

HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (6)

Amigos lectores, de vuelta a casa, acabado mi periplo por la residencia de mi hijo y mi descanso en la playa, volvía a mi rutina. Mi vida tranquila, mi tiempo libre y mis aficiones.

Con las obligaciones diarias que uno tiene para seguir subsistiendo e ir pasando la vida de la manera más complaciente posible.

Y en lo complaciente centraré mi relato. Vivía en una barriada de clase media. Mis vecinos eran agradables, pero la convivencia con ellos era escueta; saludos de buenas y adiós, una relación educada. Cada uno en su casa y discreción en la vida interna de cada uno.

Lo anterior no quitaba que me fijase en una mujer de buen ver. Su nombre era Lola, vivía en el 5º, mientras yo residía en el 3º. Era un bloque de siete plantas.

Lola era una mujer de 48 años, rubia y de ojos claros, 1,72 cm. de estatura y complexión fuerte. Buen pecho, buen culo, una mujerona. Cuando la mirabas pensabas “las cosas que yo te haría si te dejases”. Se había quedado viuda hacia un par de años y era una mujer muy discreta, pero su corpulencia la hacían bella y apetecible.

Después de mis buenas experiencias, observé el panorama de mi alrededor y planeé que Lola podía ser una buena candidata para satisfacer mis sueños eróticos.

Buena hembra, quizá falta de hábito al sexo dada su viudedad; sus condiciones femeninas eran de mi agrado. Mujer apetitosa, de buenos pechos y estupendo trasero, con un cuerpo donde emergerse y disfrutar.

Un día que venía de hacer unas compras me encontré con Lola que iba un poco cargada, de manera natural me ofrecí para ayudarla y así, intentar que su camino fuera más llevadero.

Me dijo que no hacía falta, pero yo insistí como buen caballero.

-Bueno, pues vamos, échame una manita. Contestó.

Esta expresión me levantó el ánimo y pensé: “a ti si que te echaba yo una mano, pero a esos encantos tan ricos que tienes”.

Le ayudé y le acompañé hasta su puerta, dándome las gracias, nos despedimos como buenos vecinos. Y ahí quedó la cosa.

Yo no dejaba de dar vueltas al asunto para planear como podía ser el próximo encuentro. Era difícil establecer una relación cuando no hay nada de por medio; me las ingenié para observarla y estudiar el plan de vida que llevaba.

Todo requería un trabajo, y el que algo quiere algo le cuesta.

Me di cuenta que todos los días paseaba por las tardes. La verdad es que no tenía mal tipo y al ser una mujer metida en carnes, debía cuidarse para no sobrepasarse con su peso.

Con esta información decidí pasear por las tardes y hacerme el encontradizo con ella. Había que ir un paso por delante, así, un día que me la encontré, eché arrojo y le dije.

-Lola, veo que tenemos el mismo horario de paseo o ejercicio, si lo llamamos de forma más seria. Te parece que lo hagamos juntos, así podemos charlar y hacerlo más llevadero. Hacer deporte es duro, pero cuando lo compartes con otras personas tu fuerza de voluntad y dedicación es más inquebrantable. Te lo pones como obligación y socialización y lo llevas mejor. Mi retahíla y mi razonamiento le convencieron y me contestó:

-Tienes razón, a mí hay días que me cuesta mucho arrancar, y es verdad que teniendo otra persona que te apoye y te anime, es más fácil.

Dicho y hecho.

Empezamos a salir juntos y a hablar de cosas mundanas. Yo, siempre intentaba que ella se sintiese a gusto y cómoda; que charlando conmigo se liberase de la soledad que podía sentir en su hábitat.

Poco a poco fue cogiendo confianza y en nuestras tertulias salían toda clase de temas, domésticos, alimentación y nutrición y también de sexo.

Me comentó que desde que había muerto su marido llevaba una vida muy organizada, pero que su actividad sexual era nula. Había tenido alguna cita pero que no tuvieron resultado satisfactorio.

Afirmaba que los hombres eran muy frescos y todos pensaban siempre en lo mismo. Razón no le faltaba, pero yo le animaba para que no perdiera la esperanza. Aquella mujer era muy conservadora, pero tarde o temprano a todo el mundo le gusta la actividad sexual.

Había que ser paciente, ir paso a paso, despacio pero seguro.

Un viernes, después de nuestra actividad deportiva, le dije:

-Lola, que te parece si esta noche preparo una cena sana, te demuestro mis habilidades culinarias y charlamos de cómo mejorar nuestro rendimiento físico y nuestra nutrición.

Tenía que decir algo que no le soliviantase.

-¿Me estas invitando a que pase una velada contigo?

-No, solo que pasemos un rato ameno, pero en vez de con esfuerzo físico como hacemos todos los días, esta vez alrededor de una mesa.

-Vale, me has convencido.

Todo iba bien, como he mencionado, con paciencia y buena letra.

Llegó a mi puerta a las 21,00 h., venía radiante, un vestido negro que le hacia delgada pero que le marcaba perfectamente sus formas. Sus zapatos de tacón, bien maquillada y perfumada. Que buenísima estaba, que caliente me empezaba a poner. Reflexioné y envié un mensaje a mi rabito, pidiéndole que estuviese tranquilo.

La comida fue de su gusto y pasamos un rato de conversación afable. Muy astutamente había seleccionado una serie de música tranquila y melódica, de esa que te relaja. La puse cuando terminamos de cenar, bajita, que no interfiriese nuestra charla, que le siguiese manteniendo acomodada. Eran canciones de esas que siempre hemos bailado pegaditos y que tantos recuerdos y nostalgia nos traen. Esa era su función y cumplieron su cometido.

Escuchándolas, Lola me dijo:

-Algunas de estas canciones son de cuando yo empezaba a tontear con los chicos.

-¿Te gustan?

-Si claro, incluso me impulsan a querer bailar.

-Oye no hay problema, estoy a tu disposición.

-Luis que cosas dices.

-Mira, tu sabes que el baile de compás armonioso sensibiliza y relaja las neuronas.

Adecuadamente, subí el volumen y le ofrecí mi mano para invitarla a bailar. Su primera idea fue reticente, pero accedió a ello. Se acoplo de una manera formal, aunque lentamente se fue pegando.

Yo no quería revolucionarme, pero mi pajarito actuaba de otra manera. Con su relax se arrimó bien hacia mí y sus pechos tocaban mi torso; podía sentir sus pezones. Su perfume me embriagaba; la situación era cada vez más ardiente. Con los minutos se fue encontrando a gusto cercana a mí, vivía la música de forma idílica.

Mi miembro sin embargo lo sentía de manera sexual, se hinchaba y quería gozar, y mi mente se perturbaba ante estas contradicciones. Que dilema, atacaba o me retiraba.

Opté por lanzarme al frente; me fui pegando lentamente, así, poco a poco sentiría mi miembro. Despacio fui abarcando su cuerpo con mis brazos, suavemente comencé a acariciar su culo y a atraerlo hacia mí, quería que sintiese mi erección, pero todo tenía que ser de manera delicada, era el método de ganarse a aquella mujer.

Lo recibió con agrado y eso me tranquilizó. Empezaba a notar mi dureza y no mostraba síntomas de rechazo. Yo comenzaba a manosear su trasero, a pegar más mi falo a sus partes íntimas y aquello me emocionaba.

Se incrementó su ritmo respiratorio, de forma placentera emitía ciertos sonidos. Nuestros rozamientos y sobeteos le producían un bienestar hormonal. Le gustaba ese ajetreo, dulce, suave, pero a la vez obsceno. De hecho, mi pene cada vez estaba más tieso y ella lo notaba, no le importaba, disfrutaba con ello.

Cuando la situación estuvo caliente, esa mujer modosita y de buen hacer metió la mano en mi pantalón y me cogió toda la polla, empezó un suave movimiento de sube y baja que me llevó a otra dimensión, que gusto, que placer.

Ya estaba en erección, así, mi mente en blanco y mi cuerpo ardiendo, solo quería sexo.

Le empecé a quitar el vestido, se quedó en bragas y sujetador, con sus zapatos de tacón; todo de color negro, a juego. Que espectáculo.

Nuestras caricias eran excitantes, le quité el sujetador y empecé a sobar sus tetas, ella me seguía masturbando. Nuestro clímax era intenso, estábamos preparados para el siguiente paso. Nos dirigimos hacia el sofá, se tumbó, le despojé de sus bragas; lentamente me puse encima de ella y le metí todo mi capullo en su rajita, de manera delicada y sofisticada. Ella emitía sonidos estimulantes.

-Ah….,ah…. Luis como me gusta tu rabito.

Empecé un movimiento de mete y saca. Le gustaba.

-Luis que placer, que maravillosas sensaciones, que goce tan rico, oh….oh….

-Toma Lola, disfruta de mi polla, llénate de mi verga, ah…. um….. que gusto me das zorrita.

-Luis esto es excepcional, que duro lo tienes, que satisfacción, um….um…como lo siento, no te pares Luis sigue dándome, que inmenso placer, continua, no pares por favor.

Mi movimiento fue acelerándose, los dos gozábamos como posesos. Ella no aguantó y finalizó.

-Oh…. Luis no puedo más, me corro, me corro, ah…………. que rico.

-Ahora Lola cómeme la polla hasta que me corra, métetela en la boca y hazme una mamadita.

-Luis que cosas tienes.

La puse mi verga delante de la cara y le dije:

-Lola hazme correr, date prisa.

Se lo metió en la boca y me mamó el instrumento de una manera exquisita, había perdido practica en el ritmo, pero sabía hacer una mamada.

-Ah….umm…. me voy Lola, me voy, que corrida.

Así terminó otra experiencia sexual de este activo abuelo. Hasta la siguiente amigos.