Historias del abuelo calentón (51)

Fany, la hija pequeña de mi prima Ana María, era una chica especial, con ganas de saber, conocer y experimentar, y aprovechó mi visita para jugar conmigo.

Me encontraba en un periodo de tranquilidad y decidí, por cambiar de aires, hacer un viaje. Hacía ya tiempo que no iba de visita por mi tierra y como tenía todo el tiempo del mundo, mi estado de jubilado y viudo me lo permitía, elegí la opción de presentarme a dar un garbeo por mis orígenes.

Aproveché la invitación que en varias ocasiones me había hecho una de mis primas para utilizar su caserío como posada. En cuestión de alojamiento, en los pueblos no suele haber problemas pues las casas que los habitantes poseen son grandes, aunque a veces no estén bien preparadas, pero capacidad tienen de sobra, de hecho, me viene a la memoria las casonas de mis abuelos, éstas eran poco modernas y un poco viejas, pero con cantidad de habitaciones y estancias donde cuando éramos pequeños nos servían para jugar al escondite.

Mi prima Ana Maria era más pequeña que yo, tenía 52 años, se había casado en el pueblo y se había afincado allí, decisión que tomó porque su marido, mayor que ella, siempre se dedicó a la agricultura. Tenían tres hijas de 30, 28 y 21 años, las dos mayores se habían ido a la capital a buscarse la vida y la pequeña vivía todavía con ellos. Las tres eran bastante majillas, mi prima siempre fue una chica atractiva y aún hoy, con su edad y unos cuantos kilos de más, seguía siendo guapa.

Estefanía, que así se llamaba la pequeña, ayudaba en casa y a su padre en las cosas que podía, tenía buen tipo pues hacía bastante actividad física atendiendo a la ganadería que el padre poseía, y estaba provista de un buen trasero y unas buenas tetas.

Llegué a casa de mi prima y me ofrecieron una habitación en la parte superior del caserío, desde allí podía tener acceso a unas vistas maravillosas del pueblo y del campo, agradecí su hospitalidad y su acogida.

Me pusieron un poco al día de los sucesos acaecidos en la villa y me expresaron su gratitud por compartir unos días con ellos, yo por mi parte les comenté la satisfacción que sentía pudiendo visitar de nuevo mis raíces y que mi idea era tratar de darles los mínimos inconvenientes, pasaría el tiempo mayormente moviéndome por aquellos entornos y compartiría con ellos las comidas y el final de la jornada, quería importunarlos lo menos posible.

Ana María se mostró complacida de tenerme allí, para ella era un soplo de viento fresco que rompía la monotonía diaria, y el mismo caso representaba para su hija Estefanía, Pedro su marido parecía un poco más incómodo con mi presencia puesto que él si se encontraba a gusto con el tedio del día a día, le incomodaba que le pudieran modificar la organización que tenía establecida en su jornada habitual.

Desde los primeros momentos observé como madre e hija me trataron con cariño y atención, mi prima porque siempre me tuvo aprecio por ser uno de sus primos mayores y Estefanía porque era una chica un poco especial, con ganas de saber, conocer y experimentar.

Comencé a convivir con la familia y a intentar ser lo más independiente para no molestar demasiado, esto no fue impedimento para que mi relación con ellos fuese intensa y amena, de forma que en algunos tiempos muertos, Ana María me contó sobre Fany, que así es como le gustaba que la llamasen a Estefanía, porqué la benjamina detestaba la procedencia de su nombre, éste venía a colación de la afición que Pedro el padre tenía por leer las pequeñas novelas del oeste de stefanía, no se le ocurrió otro disparate que poner por ello a su hija el mencionado nombre. Ella, según Ana Maria, era una niña rebelde sin causa, con un carácter indómito y descarado, por ello decidió transformarlo a su agrado y libre albedrio en Fany.

Pues bien, adquiriendo nociones y argumentos de unos y de otros, fui conociendo a aquella singular familia, con su problemática y sus parabienes, resultando como se dice en los ambientes hogareños que “en todas partes cuecen habas”.

Desde el primer tris percibí en Fany una actitud de observación, me miraba y examinaba minuciosamente, aunque era discreta, no pasó desapercibida su conducta a la visión y análisis que yo realicé también de aquel entorno, me percaté igualmente de lo díscola y protestona que era con los encargos que recibía por parte de sus progenitores, en mi opinión era una niña un tanto malcriada, que quizá le hacía falta un poco de mano dura, pero no era yo, al fin y al cabo un agente externo a su hábitat, quien la tenía que poner en su sitio.

En las conversaciones que tuve al finalizar los diferentes condumios, donde les conté un poco la vida y el devenir de los ciudadanos de la gran urbe, Fany estuvo siempre atenta e interesada por escuchar aquellas historias cotidianas, le gustaba oír aquellos relatos, pero también he de confesar que a medida que pasaron los días noté que la jovencita, en nuestro trato humano, se iba tomando unas confianzas y unas libertades que me dejaron un poco aturdido, utilizando cualquier acercamiento o proximidad a mi persona para rozar su trasero sobre mi bragueta, lo hacía siempre que tenía oportunidad, para ella significaba un esparcimiento  que le aportaba diversión y entretenimiento, pero a mí me ponía nervioso y alterado, lo veía malicioso y perturbador, sin embargo para la nena era un pasatiempo que la proporcionaba recreo y jarana.

Llegó un momento que, con mis tablas y mi experiencia en mil batallas de esta índole, opté por seguirla el juego, quería retozar y notar la porra de un caballero, pues decidí que iba a tener ración de cantimpalos.

En mi tesitura no sabía nada de cómo aquella fémina saciaba sus instintos sexuales en aquel ambiente rural, sí tenía claro que por su edad necesitaba de una buena dosis que satisficiese la fiebre que la podía generar sus cándidas y exaltadas primaveras, por ello considerando aquellas variables, sentencié que mi postura hacía su comportamiento sería mostrarle y hacerle palpar las perversidades que lograba con su proceder, vamos que estaba dispuesto a que probase mi placentero artefacto, que la provocativa calentorrilla catase mi vergota en pleno apogeo. Con esta idea en mi mente aproveché una ocasión de las que ella utilizó su restregueo para enfurecer mi herramienta y ponerla tiesa, para en un instante que tuve a solas con ella en la cocina, y mientras fregaba, acercarme por detrás y arrimarle bien la cebolleta, la premié con un soberbio  frotamiento donde quise que notase la barra de hierro que había originado, y que captase que a mí también me gustaba jugar con el chirimbolo, como lo hice de una manera impetuosa y descarada, ella se sorprendió y replicó:

-Madre mía que salchichón.

Quería aventura, pues conmigo no se iba a aburrir, estaba dispuesto a meterme en su jungla. Al sentir mi abultamiento en sus nalgas se dio la vuelta para constatar la inflamación de mi aparato y lo que vio la llenó de satisfacción, fue consciente que había conseguido alterarme y ponerme excitado, era la meta que perseguía y de ahí su júbilo. Entendió que estaba en su onda, que aquella partida también me gustaba jugarla, aunque no solo con sus reglas, también con las mías. Aquella tarde continuó la fiesta, sin programarlo mi prima me aconsejó que fuese a visitar los establos y demás instalaciones, Fany se encargaría de acompañarme y servir de guía. Me dirigí con ella a los cobertizos, una vez allí, la leoncilla comenzó su actuación, sin cortarse, ni sentir un ápice de vergüenza, me soltó:

-Oye Luis, esta mañana te has puesto muy borrico, tenías la bragueta muy abultada, ¿Es que estabas erecto?

Yo, obré de igual forma para que el ambiente se caldease cuanto antes.

-¿Tú qué crees Fany? Después de los meneos que le pegaste a mi polla, con ese culo tan cachondo e insinuante que tienes, ¿no es para que mi verga se pusiese dura y tiesa?

- Bueno, bueno, que yo solo me he chocado un poco con tu entrepierna.

-Sí, sí, te gusta calentar el rabo de un maduro, te apetecía comprobar si al abuelo se le pone dura, pues ahí tienes la respuesta, se pone como una barra de hierro incandescente, echa chispas.

-Madre mía Luis, sí, sí que te responde el instrumento.

Como la vi comprometida y dispuesta a practicar con los trastos de gozar, decidí que era un buen momento para incitarla a que continuase con la faena de acaloramiento y de excitación.

-Oye Fany, ya que te gusta tanto provocar incendios, pongo mi manguera a tu disposición para apagar ese fuego que llevas dentro.

-Luis que fogoso y calentorro eres, ¿Crees que la experiencia saldría bien?

Quería que se convenciese y diera un paso hacia adelante, y para tocarla la fibra empleé el entorno en el que nos encontrábamos.

-Tú prueba, ya ves que aquí, en este ambiente que tanto te gusta, entre pacas y animales en celo, que se satisfacen en libertad y sin refreno, tú puedes hacer lo mismo, no te reprimas, sé salvaje como te gusta.

-Me estás convenciendo, este hábitat me motiva y me turba las neuronas, ven aquí abuelete que te voy a poner en forma.

La tigresa se acercó a mí, me tiró sobre la paja, me desabrochó los pantalones y comenzó a darme lengüetazos sobre el nabo, su actividad fue plena, me chupó los huevos y se deslizó con su boca abarcando todo el troncho de mi polla, mi vena se inflamó a tope, cómo subía y bajaba, daba gusto sentirla, que manera de excitarme, era una experta mamadora, aquella joven sabía enloquecer a un hombre con aquellas dotes de mamona que había aprendido, me puso el capullo más tieso que el palo de la bandera. Yo, por mi parte, la quité las prendas que me estorbaron para sumergir mis manos en su raja, de una manera delicada jugué con las yemas de mis dedos sobre su clítoris, manipulando su punto G para alimentar su disfrute, con una extremada sensibilidad estremecí su almeja, todo este cúmulo de sensaciones la retorcieron de placer, cómo gozaba aquella criatura.

Noté que mis tocamientos eran acertados y jugosos porque su ritmo de mamada se aceleró; qué masturbación más rica la estaba propinando, la hembra pedía más y demandó más apremio, quería plena intensidad y llegar al súmmum para no perderse ni una pizca de satisfacción, me pareció que se encontraba a falta de actividad, hacía tiempo que no recibía una buena follada. Su ímpetu fue tal, que no pude resistir su fiera y silvestre chupada, me corrí como un adolescente, lo mismo le pasó a ella, hizo que la masturbase con tal brío y pujanza, que su aliento se colmó de gusto y complacencia, llegando al clímax.

Creo que ella fue consciente del curso de los acontecimientos porque calculó el tiempo que tuvimos para gozar dado que, al poco tiempo de haber finalizado aquellos instantes de éxtasis y lujuria, apareció mi prima por la instalación. Ella había logrado su meta, se deleitó con un sensacional orgasmo y disfrutó como espíritu libre, y a mí me había vaciado los calderines dejándome completamente satisfecho. Me guiñó un ojo y a escondidas me confesó “continuará” ……………………..

Enviarme comentarios para mejorar, estimular y animar mi capacidad creativa. Correo luiscalenton35@gmail.com . Gracias amigos.