Historias del abuelo calentón (40)

Pasado un tiempo prudencial, sin achuchar a mi futura suegra, ya tenía ganas de echarla un buen polvo, que probase de nuevo los sabores ricos de una buena follada

HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (40)

Mi vida seguía trascurriendo con el ajetreo estudiantil de rigor, con exámenes, trabajos y mucho estudio. Mi cohabitación con Elena se caracterizaba por la tranquilidad de siempre y con la actividad que ella demandaba, en ningún caso quería forzar un cariño y un sentimiento que era romántico y natural. El sexo lo dejaba para la zorra de su madre, que con toda la fachada que aparentaba, no dejaba de ser una viciosa empedernida.

Cuando en mis ratos muertos pensaba en las veces que había empitonado a aquella dama de noble linaje, me llenaba de satisfacción; haber sometido a esta hembra de semejante estirpe, dominante y exigente, me proporcionaba un gustillo y un alborozo que me ponían el cuerpo bien. Todos, alguna vez, hemos detestado el tener cerca de nosotros a una persona autoritaria y mandona, y en su trato con ella, soñamos con tener la oportunidad de cambiar las tornas y subyugar a estos individuos al mismo trato que recibimos de ellos; esto era lo que me pasaba con la señora Laura. Su debilidad ante el sexo, le hacían vulnerable y asequible a mis pervertidos juegos carnales con ella.

Las vivencias acaecidas con aquella pantera, y en el cómo había logrado doblegarla y rendirla a practicar el bello vicio de la fornicación, hacía que mi cuerpo se derritiese de bienestar, había conseguido colmar un deseo interno, y hacer realidad un sueño erótico de esos que sabes que jamás se pueden cumplir, en mi caso lo había llevado al éxito y, además, habiéndolo repetido, qué gozada, pensaba para mis adentros.

Ahora, la cuestión era volver a bajarla a las cloacas de la inmoralidad, para seguir haciendo obscenidades con ella, que me proporcionasen placer y gozo. Aquella tigresa se creía tan inmaculada y pudorosa, tan perfecta en sus convicciones y comportamientos, que hacerla descender a lo terrenal y hacerla pecar de lo banal y lo pecaminoso era una gozada que rearmaba la felicidad de mi espíritu.

Ella no se daba cuenta, pero tenía un cuerpo para pecar, era una fémina provocativa y excitante y, de hecho, a mí me perturbaba los sentidos y me abría el apetito sexual, lo que terminaba con la estimulación de mi proyectil.

En mis idas y venidas, intenté siempre tener el mayor contacto que podía con la leona, y si tenía ocasión, sin ser observado, le daba toquecillos y toqueteos por su esplendorosa anatomía, un pellizco, un cachete en el culete. Todas aquellas cachondeces me enervaban de manera grata y a ella, aunque le gustaban, la ponía nerviosa. Para mí, era un juego divertido que me levantaba la moral y me causaba una sensación fenomenal, una guerra amena y entretenida que era consecuencia de haber perdido la vergüenza por tener conocimiento de sus secretos libertinos e indecorosos, que me hacía actuar de una forma más descarada y desvergonzada.

Si me la encontraba en la cocina a solas, me encantaba arrimarla la cebolleta y restregársela por su trasero, me pegaba bien a ella y le agasajaba con manoseos que recorrían su cuerpo; se alteraba, pero la giraba hacía mí y la obsequiaba con un morreo y un buen sobo de culo que la conmovían plácidamente, intentaba con sus gestos mostrar lo contrario, pero su gustillo se confirmaba cuando ella misma alargaba los besos y sacaba su lengua a jugar con la mía.

Poco a poco, conseguí que se acostumbrase a mis bromas y sobeteos, pero siempre con la discreción y prudencia de no ser observados, la familia no conocía esta faceta de la reina madre y tampoco lo caliente que podía llegar a ser la señora Laura.

Había pasado un tiempo prudencial y ya tenía ganas de echarla un buen polvo, que probase de nuevo los sabores ricos de una buena follada. Debía planear un nuevo reencuentro, pero los acontecimientos se dispusieron de forma favorable y un fin de semana la familia organizó un viaje a su tierra natal, para visitar a los parientes; Jesús, el padre, era un hombre muy familiar y estas cosas le gustaban. En relación a mí, le comenté a Elena que estaba muy liado con mis cuestiones y prefería mantenerme al margen del mencionado viaje. Ya tenían todo preparado, cuando la señora Laura les manifestó que no se encontraba bien y que optaba por quedarse en casa y reposar, y así no complicar su malestar y fastidiar la excursión. Esta información llegó a mis oídos, tras tener una última conversación con Elena, antes de partir.

Se había sembrado caldo de cultivo para que mis planes de beneficiarme a la madura, una vez más, se hiciesen realidad. Se me hacía la boca agua pensando en las guarradas que me apetecía hacer con mi futura suegra, y la imaginé sometida a mis obscenidades, lo que me produjo que mi cuerpo se retorciese de gusto.

Dejé pasar el viernes, y el sábado me acerqué a verla, me abrió la puerta y la contemplé, estaba esplendorosa como siempre; llevaba puesto un vestido ajustado por encima de las rodillas, que la estilizaba su figura, marcando sus insinuantes curvas, con sus zapatos de tacón, bien maquillada y peinada, vamos preparada para ser devorada por un machote ávido de satisfacción sexual. Poniendo un símil, diríamos que era un pastel bien presentado y adornado, que está pidiendo cómeme. La miré de arriba abajo, y mi reflexión fue “lo bien que me lo voy a pasar con este bombón. La examiné la cara, el maquillaje y los labios pintados de color rojo intenso le daban un aire de vicio y frenesí, traté de serenarme internamente, cuidar que mi mente no fuese tan calenturienta y me excitase exageradamente, y me convencí que todo llegaría por su cauce.

La pregunté por su malestar y me mencionó que se encontraba algo mejor, la estaba sentando bien aquella tranquilidad y la soledad experimentada; el entorno la facilitaba el poder meditar y relajarse. Ella era también muy espiritual y estas cuestiones psicológicas y mentales la sosegaban su estado de ánimo.

Nos sentamos en el sofá del salón y comenzamos a charlar, seguí preocupándome por su situación y a la vez oteando sus encantos; al sentarse y ser el vestido corto, dejó ver las hermosas patorras que poseía, que jamones tan suculentos, dignos de ser sobados y degustados, éstos se hacían más provocadores enfundados en sus zapatos de tacón.

Como ya la conocía de sobra y más o menos controlaba las cosas que la llenaban, decidí atacar y la susurré:

-Suegra que bien te veo, creo que te encuentras casi en tu plenitud.

-Sí Luis, estoy bastante bien, pero no me llames suegra, que aún no somos nada.

Esta respuesta corroboraba mi afirmación, era una guerrera y como tal se comportaba, la cabra siempre tira al monte.

-Bueno señora Laura, venga que la dé un abrazo, usted lo que necesita es mucho cariño.

Aquello le gustó y se sintió muy plácida recibiendo estos halagos. Yo, aproveché para darla un buen achuchón, quería que notase que estaba protegida y era querida. En nuestros roces, sus senos tocaron mi pecho, y yo agilicé mis manos para palpar su trasero, todo esto hizo que empezase a ponerme en forma.

Como vi que se encontraba a gusto entre mis brazos, estreché más los lazos y la agasajé con un beso en la mejilla que la enternecieron aún más, todo esto hizo que sosegase su carácter y su naturaleza, y que se cobijase en la protección y el auxilio que en esos momentos estaba recibiendo de mi persona. Cierto era que su marido se caracterizaba por ser una excelente persona, pero en contraposición tenia los defectos de ser un poco despegado y con pocas atenciones, por ello no es de extrañar que, al mimarla con todas este esmero, sintiese fragilidad y cállese en mis redes.

Como nuestros rozamientos fueron gratificantes, mi palote empezó a tomar forma, no era mi intención presentar armas, pero esta cuestión no es lo que uno quiere sino como despunta el artefacto, y así pasó, como la loba era muy astuta, atisbó la presencia de mi inflamación, y para comprobarlo, la muy viva hizo chocar uno de sus brazos con mi paquete; tras su confirmación me preguntó:

-¿Luis que te pasa en la entrepierna?

-Señora Laura, usted lo sabe de sobra, que sus lindezas me la ponen dura.

-¡Ay madre mía! Que bulto tienes criatura, ¿por qué te has puesto tan bruto?

-Señora Laura, me hechiza usted y además, enciende la mecha que pone en excitación todo mi cuerpo.

-Luis, te aseguro que yo no hago nada por alentar estas reacciones tuyas.

-Señora Laura, no justifique lo que es imposible de disculpar, usted me produce una atracción que me vuelve loco, y yo no puedo aguantar su hermosura.

-¡Ay Luis¡  eres muy galante, pero soy una señora respetable y con bastante más edad que tú.

-Señora Laura, por la edad no se preocupe, mire como me pone la polla, y lo de respetable, no me diga que no le gusta disfrutar de un buen revolcón y una buena chingada.

-Luis te pones muy ordinario.

-Sí señora Laura, pero recuerde lo bien que se lo pasa cuando se deja llevar por el desenfreno y la inmoralidad, usted que es tan recatada.

-Sí Luis, es verdad, son momentos de debilidad y flaqueza.

-Sí, sí, pero que rico.

-Bueno, vale, enséñame tu instrumento que lo vea al natural.

Empezaba a ser invadida por la lujuria y las ganas de disfrute; en su cara y con sus gestos se plasmaba que tenía deseo de vicio y perversión.

Me quité pantalones y el calzoncillo, y la mostré la lanza semierguida, sus ojos mostraron admiración y sorpresa por contemplar la pasión que levantaba en un joven cachorro.

-¡Luis¡ que ejemplar más espectacular.

Me lo empezó a manosear, gratificándome con un masaje en los testículos que incrementaron mi erección. Yo, por mi parte, sumergí mis manos en su almeja, venciendo el obstáculo de sus bragas, y comencé un calentamiento de aquella pantera, mis dedos juguetearon por sus labios vaginales y la estimulé hasta hacerla sentir el gusanillo del deleite, y así me lo mostró:

-Aaaahhh…..Luis, que gustillo más sugestivo.

-¿Le gusta señora Laura? No le parece mejor que vayamos a su habitación a pasar un buen rato, de esos que usted ya ha probado.

Recordé su majestuosa habitación y me ponía mucho el poder empotrármela en aquel esplendoroso trono.

-Luis me estás haciendo volver a pecar, eres un embaucador y me eclipsas totalmente.

-Usted sabe, que de vez en cuando, necesita una alegría para su cuerpo, y aquí estoy yo para dársela.

-Luis eres muy descarado, pero es cierto que estas cosas me fascinan.

Estaba reconociendo que era una viciosilla; ahora la tenía en el instante idóneo donde podía controlarla y hacer con ella lo que quisiera, estaba en la inopia, era la oportunidad apropiada para practicar obscenidades placenteras con ella.

-Vamos señora Laura, mire como le pone el rabo a este joven semental, no me diga que no la seduce.

-¡Ay Luis¡ cómo me enciendes criatura.

-Vamos, vamos, vayamos al dormitorio que la voy a enseñar cositas que se va a derretir.

-Eres un pervertidor, y yo soy una mujer formal y seria.

-Sí, sí, no se preocupe, que lo que vamos a practicar también es serio, pero la ventaja es que nos pone el cuerpo feliz y dichoso.

-Vamos anda, a ver qué quieres que hagamos.

Se hacia la remolona, sin embargo, estaba deseando tener mi plátano entre sus piernas, que la hiciese sentir la fiebre que llevaba dentro, era una mujer ardiente y no podía vencer el fuego uterino de su interior.

Nos despojamos de toda la ropa para estar más cómodos y la sugerí que conservase los zapatos de tacón, ella ya conocía mis debilidades fetichistas.

Me tumbé sobre la cama y la hice que adoptase la posición del sesenta y nueve, era mi recurso para que experimentase de nuevo lo que era chupar un buen nabo y encender mi antorcha con una buena mamada. Yo por otro lado, la premié con una estupenda comida de merengue, que sabía que la volvería loca. Mi lengua se deslizó por las profundidades de su abertura y conseguí, en poco tiempo, ponerla en órbita; se la notó porque la muy zorra me devoró la tranca de una manera incontrolada, sintió tanto placer con mi estimulación que me azuzó mi palote con una intensidad y vehemencia que me volvió loco, salía y entraba en su boca con tal energía, que me hizo percibir pasmosas y asombrosas sensaciones. Esta situación provocó que alcanzásemos un clímax exagerado.

Viendo el panorama, intuí que estaba preparada para ser penetrada y recibir la visita de mi polla.

-Señora Laura, creo que está usted muy caliente y necesita de la atención de mi trabuco.

-Sí hijo mío, estas cositas tan ricas que me haces me trastornan muchísimo, haces que arda por dentro.

-No se inquiete, la voy a saciar esas sensaciones que tiene.

Se puso en la posición tradicional del misionero, pero la corregí y la hice ponerse como una perrita.

-¡Ay Luis¡ esta pose no la he practicado nunca.

-Me lo imagino, tu marido es una persona clásica y rutinaria y no te ha enseñado las delicias que se pueden probar en el campo de la sexualidad, ya has visto lo bien que te ha sentado el sesenta y nueve.

-Bueno, me dejaré llevar por tus consejos

-Eso es, déjese llevar, se la voy a ir metiendo poco a poco para que vaya apreciando como la agradable sensibilidad va subiendo a medida que incrementamos el ritmo.

Comencé a introducirla mi capullo y lentamente la metí todo el misil.

-Aaaahhh…..Luis, que gustazo me das, que perro eres.

-Disfruta yegua mía, todavía no te ha llegado lo mejor.

Miré aquel espectáculo, me cautivó su trasero, sus rollizas piernas enfundadas en sus excitantes tacones y me exacerbé de gusto. Me dejé llevar por mi estado de fogosidad y la propiné unos buenos azotes en sus compactas nalgas. Ella se quejó.

-¡ Ay malote ¡ no me pegues.

Oírla, me encendía más todavía, inicié un aumento en mis arremetidas, agarrándome tenazmente con mis palmas a sus cachas, la apreté para que mis envites fueran más consistentes y profundos, quería que notase el tamaño y la dureza de mi pene.

La situación me llenó de gozo, ver a aquella dama de linaje altivo sometida a mi bastón y a mis embestidas, era el summum. Contemplar cómo se abandonaba al desenfreno y a la lujuria era una delicia, para ella y para mí, los dos estábamos gozando como animales en celo, sin pensar ni recabar en nada absolutamente.

Me maravilló como Laura lo expresó:

-Luis, fóllame así, asíiiiii, llévame al delirio.

-Sí señora Laura, goce de su machote, todo para usted, para su satisfacción.

-Sí, síiiiii, potrillo, dame, dame toda tu fuerza, hazme temblar de gusto.

-Toma zorra mía, mi verga está a tu disposición, mueve el trasero jodida perra.

-Sí, quiero ser tu yegua y que me claves ese pitorrón tan duro que tienes.

-Aaaahhh…….golfa, me matas de gusto, que vicio más rico llevas.

-Hazme tuya y dame todo el placer del mundo cachorro mío.

Estábamos llegando a un punto que en cualquier momento explotaríamos. Mis empujes se hicieron tan intensos y veloces que sabía que mi corrida era inminente. Mi propósito era que ella no se quedase atrás en nuestro placentero recorrido y opté por meterla suavemente un dedo por el culo, su reacción no se hizo de esperar.

-Aaaahhh…..,oooohhh, cabrón que me haces, que estás usando, ummmmffff……que rico, que rico.

Agilicé y armonicé las sacudidas de mi vergota con los delicados movimientos de mi dedo en su culo. La muy jodida se estremeció de gusto, los espasmos que estaba sintiendo eran para ella el paraíso, no pudo resistirse y moviendo su culo como un vendaval, se derritió de gusto y se corrió.

-Aaaahhh….., que delicia, que rico, cabrón me vuelves loca de placer, no aguanto más, me corro, me corroooo……….

Con su ajetreo tan desorbitado me llevó al éxtasis y me corrí plácidamente, bañándola todo su culazo con mi fluido semen. Que torbellino de mujer, solo había que saber ponerla en funcionamiento y aquella hembra era un ciclón de felicidad y placer.

Enviarme comentarios para mejorar, estimular y animar mi capacidad creativa. Correo luiscalenton35@gmail.com . Gracias amigos.