Historias del abuelo calentón (35)

Alquilando una habitación de mi casa conocí a Lucía, mujer agradable, encantadora y atrayente.

HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (35)

Tras haber compartido hechos de mi mundología, en particular de mis tiempos de juventud, y haber contado la excepcional satisfacción que me produjo aquella aventura que tuve con esas tres generaciones de mujeres, ahora paso a relatar otra experiencia gratificante que me supuso hace poco tiempo el llevar a cabo una decisión que me rondaba la cabeza, pero que no me atrevía a realizar porque no sabía cómo resultaría mi experimento.

Como conocéis por otros relatos, me encuentro viviendo solo, y aunque tengo apoyo de la familia, y a esto, además, sumo mis devaneos para estar siempre acompañado y así de esta forma, contrarrestar que la soledad no se apodere de mí, y que cuando lo haga, sea porque a mí me apetezca, siempre tienes la carencia afectiva que te produce el estar aislado y no compartir sociabilidad.

En los tiempos que vivimos hay que buscarse la vida como uno buenamente puede, y mi cerebro, sabio y erudito pensó que para compensar mi melancolía de estar solo y también así, mejorar mi estado económico, no era mala idea alquilar una habitación de mi casa. Esta decisión me podía ocasionar falta de intimidad y privacidad, como elementos negativos, pero en contraprestación podría ganar en afabilidad y calor humano. Asimismo, secundariamente, pues éste no era el motivo principal como he explicado, mi economía se beneficiaría.

Una vez madurada mi decisión, sopesando los pros y los contras, me disparé a poner en marcha mi proyecto; puse un anuncio en el periódico y a esperar resultados; naturalmente como podéis imaginar, ese reclamo iba redactado con unas particularidades, y las más interesantes eran, que el alquiler iba dirigido a mujeres y también que no era demasiado caro.  Realicé diferentes entrevistas y al final me decanté por Lucía, era una chica de 36 años de edad, morena, estatura media, de cuerpo delgado, pero con unos marcados pechos, vamos que se le notaba que estaba bien dotada. Su rostro era corriente, no era una belleza, pero tampoco era un cardo, su cara era agradable y su trato humano resultó encantador y atrayente; con estas premisas, forjé mi elección hacia esta mujer. La indiqué unas normas de convivencia y unas pautas de conducta a seguir en nuestra relación, las cuales admitió seguir para nuestra cohabitación.

La joven se hallaba en nuestra ciudad porque había sido mandada por su empresa para realizar unos cursos de especialización, y como quería gastarse el menor dinero posible para así, que la quedase más cantidad a su disposición, había decidido aprovechar mi anuncio para reducir costes. Su estancia iba a ser de cinco meses y esto nos beneficiaba a los dos, a ella porque no la interesaba un periodo más largo y a mí, porque estaba expectante de como saldría mi peripecia.

Empezó nuestro periplo, y la verdad es que todo era muy cordial y respetuoso. La joven trataba de usar las zonas comunes, cocina y salón, cuando yo no hacia uso de estas; respecto al aseo, no había problema porque la casa disponía de dos. Al observar que era tan extremadamente cauta en la utilización de los sitios que compartíamos, la abordé para mencionarla que no estuviese cohibida y que emplease los espacios cuando lo necesitase, ella lo agradeció y comenzamos a tener un roce más intenso, nuestra comunicación fue más fluida y nuestro compromiso más natural y cercano. Mayormente nuestro contacto era por la tarde-noche, puesto que la mañana la utilizaba en la realización de sus cursos.

Una vez vencida la timidez y la falta de confianza por parte de dos personas que no se conocen de nada y que ignoran los hábitos y el carácter de cada una de las mismas, porque acaban de conocerse, pasamos a una segunda fase, donde estábamos expectante para descubrir cómo era la otra persona y que cualidades tenía. En el caso de Lucía, se acrecentaba porque compartía domicilio desconocido para ella y controlado por la otra persona. A mi favor, he de decir que siempre intenté que la chica se sintiese cómoda y relajada en mi casa.

Me ofrecí para comprarla los artículos que necesitase para la elaboración de sus comidas y cenas, para su manutención y su vida cotidiana, solo trataba que se encontrase a gusto y que su desplazamiento forzoso fuera de su entorno fuese llevadero. Todas estas cuestiones la fueron serenando y constaté que aliviándola de estos nimios asuntos se la notaba más distendida.

Era educada, y siempre me apostillaba que no quería molestarme, ni darme incumbencias, pero yo respondía que para mí era un entretenimiento y que me venía bien para ocupar mi tiempo, no importunándome sino gustándome estar más activo.

Poco a poco, nuestro trato se fue haciendo más afable, y al irnos conociendo fuimos actuando con más naturalidad y familiaridad. Su aspecto de vestir por casa fue más espontáneo y atrevido, y aunque yo la veía como imagen de hija, también tenía encantos de una mujer deseada, sus buenos pechos y su estupendo trasero llamaban mi atención de macho, y los subterfugios de mi mente pecaminosa me desviaban del camino debido y se dedicaban a pensar en obscenidades, montándose películas libertinas y libidinosas, pero siempre me incliné por ser una persona respetuosa y recta y terminaba reflexionando  y valorando que no dejaban de ser solo pensamientos de hombre ardiente.

Un día vino muy contenta porque le habían felicitado por su buen aprovechamiento de las enseñanzas que estaba recibiendo, y como cualquier persona que sufre una alegría o una tristeza, necesitaba expresarlo y desahogarse con alguien, en esos momentos yo era su persona más cercana y para vaciar su emotividad se agarró a mí y me dio un fuerte abrazo, sus mulliditos meloncitos se clavaron y descansaron en mi torso, con su alegría desmedida hizo que mi semblante también experimentase esa sensación, la levanté con mis brazos para fundirnos en un amasijo de abrazos, me sentía identificado con sus sentimientos y me confortaba plenamente el que Lucía me hiciese participe de sus logros y su felicidad.

Cuando la posé en el suelo, la di varios besos en la mejilla para hacerla sentirse querida y amparada, que apreciase que no estaba sola, que tenía a alguien que valoraba su esfuerzo y dedicación por lograr sus metas. Ella, dejándose llevar por un impulso más vehemente, me devolvió un beso en la boca y se marchó corriendo hacía su habitación. Me quedé un poco confundido, no sabía cómo interpretar aquel gesto, no discernía si había sido fruto de su entusiasmo o sí, por el contrario, quería más cosas de mí. Los hombres solemos ser un poco distraídos y nunca sabemos, a ciencia cierta, por donde viene el aire. Decidí esperar vicisitudes, y lo que tuviese que suceder, como en otras ocasiones me había ocurrido, pasaría.

Serían sobre las 20,30 horas, cuando Lucía salió de su dormitorio y me propuso ir a cenar fuera, era una forma de celebrar sus buenas circunstancias laborales, lógicamente le dije que encantado de poder compartir estos jubilosos instantes a su lado. Pasamos una estupenda velada y degustamos la cena, del momento y de la compañía; quiso que aquel acontecimiento fuese completo, y me sugirió de ir a tomar unas copas, a lo que accedí sin dudar, se trataba de completar un evento espontaneo y bien avenido. Durante nuestro festejo, nos sinceramos y nuestra tertulia versó sobre cómo nos había ido la vida; ella había salido hacía poco tiempo de una relación larga, y ahora se encontraba en un compas que prefería estar sola y disfrutar, de una manera placida, cuando los vaivenes la llevasen a ello.

Después de una noche dedicada al festejo, marchamos hacía casa, se nos notaba contentos y alegres, las copas nos habían sentado bien, llevábamos conviviendo un par de meses y nuestra armonía había sido impresionante.

Al llegar al piso me abrazó y me agradeció lo a gusto que se sentía residiendo conmigo, su estancia había sido grata y amena y se había encontrado como en su propio hábitat. Sus sensaciones habían sido muy positivas y ello, le había facilitado la labor en todas las facetas de su vida, como podían ser la laboral, la de amistad, la de responsabilidad, la de esfuerzo, la de autoestima. Todo esto lo quiso culminar con la faceta sentimental y se la ocurrió besarme de nuevo en los labios, deteniéndose más de lo normal, esto condujo a un morreo con nuestras lenguas que produjo el calentamiento sexual de nuestros cuerpos, en esta situación,  aproveché para apretarla bien hacía mí, me embriagué de su fragancia corporal, nuestra temperatura fue subiendo, comenzamos un sobeteo que despertó nuestro apetito sexual, el intenso ajetreo iba desembocando en una calentura que se desataba incontrolable, mi lanza experimentó una transformación y se puso bruta y dura; la estrujé hacia mí y le hice sentir la intensidad de mi miembro y ella, observadora, se percató perfectamente del hecho y  me susurró:

- Luis, estoy sintiendo una cosita rígida por ahí debajo.

-Si Lucía, he de confesarte que es mi herramienta que se ha puesto erecta.

-Luis, no sé si debemos seguir o tranquilizarnos, la cuestión se está poniendo muy picante y nos estamos alterando en demasía.

-Lucía, yo estoy palote y mis ganas de ti son cada vez más intensas, estoy deseando hacer cochinadas contigo.

-¡Ay Luis!, me estoy consumiendo en la duda, quiero, pero no sé si debo.

-Lucía mira cómo me tienes la lanza, esta que echa fuego.

Mientras debatíamos aquella disyuntiva, lo positivo era que nos estábamos aligerando de ropa y la realidad se ponía cada vez más interesante.

Froté sus glúteos y sus tetas y la fémina masajeó mi polla, se hizo dueña de mis testículos, acariciándolos y jugando con ellos, de tal manera que mi sensibilidad se puso a flor de piel; la fiebre nos invadía y aquello ya era imposible pararlo, la calentura se había convertido en sexualidad plena. Nos despojamos de nuestra ropa y pude amasar sus esplendorosos senos y apretar su imponente culo, cómo me estaba excitando aquella hembra, la tigresa se deleitaba haciéndome una buena paja y toqueteando mis huevos. Las sensaciones que estábamos padeciendo hacía presagiar que había que pasar a otra fase más intensa para culminar el proceso del orgasmo, pero todavía quedaba que gozar. Al verme tan encendido, sugirió ir a la cama para estar más cómodos; me hizo tumbarme y lentamente se introdujo mi verga en su vagina, inició una cabalgada de órdago, primero suavemente para a continuación ir subiendo el ritmo de sus galopadas sobre mi mástil.

Cómo gozaba aquella leona, la dejé llevar el timón y todo fue divino, se sumergió en vaivenes acompasados y los fue aumentando a medida que quiso sentir más intensidad y fervor dentro de ella, cómo subía y bajaba sobre mi polla, que gustazo me estaba dando la muy zorra.

-Aaaah….. Luis, que placer, que delirio, como la siento.

-Disfruta calentorrilla, que bruto me pones.

-Sí, siiiii, así, asíiiiiiiiiiii……., aaaaah…., que sensación tan rica, aaaaah….., cómo me gusta.

-Sigue moviéndote así, aaaaah….., oooooh…… , que deleite Lucía.

-Oooooh….., uuuuuummmm….., me estas poniendo malita Luis, quiero más.

-Adelante javata, galopa fuerte, mátame de gusto.

- Aaaaaah…..Luis, no me digas eso que me encanta, cómo disfruto encima de tu verga.

-Sí, síiii, Lucía desahógate, córrete como una perra.

-Aaaaah…..Luis, no resisto más, me voy, me voyyyyyy, aaaaah…..cabrón que gustooooo.

-Aaaaah….zorra, me viene, me viene, aaaaah……,uuuummmm….que placer.

Aguanté todo lo que pude para que la tigresa se desfogase y se corriese de gusto, después saqué mi miembro para vaciar todo mi esperma en su cara y acabó la fiesta con una suave mamada que me relajó el cipote y me dejó totalmente satisfecho y complacido.

Enviarme comentarios para mejorar, estimular y animar mi capacidad creativa. Correo luiscalenton35@gmail.com . Gracias amigos.