Historias del abuelo calentón (32)
Dayana, madre de mi compañera Paola, tenía unos buenos atributos, también destacaba su trasero provocador , y con el maquillaje que llevaba enaltecía su belleza, esta señora estaba de muy buen ver, apta para tener un desfogue con ella.
HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (32)
El recuerdo que hoy viene a mi cabeza, es la historia de unos días que pasé en un caserío situado en un bonito paraje de montaña. Mi retiro en aquella enigmática villa se debió a una invitación de mi compañera de estudios, Paola. La mencionada, era una compañera de carrera, con la que había hecho buenas migas; nos asociamos para trabajos, exposiciones y demás obligaciones de la facultad. Ella era repetidora y tenía cierta dificultad de dedicación y concentración hacía el aprendizaje. Al conocerme, encontró en mí esa fuerza y constancia para vencer sus malos hábitos. Paola era una gente maja, tenía 22 años, 1,68 cm. de estatura, castaña de ojos y de pelo, delgada, larga melena; no era una fémina despampanante, pero resultaba atractiva, tenía unos buenos pechos, que se acentuaban por la delgadez de su figura, y que no eran muy notorios por la amplia ropa que solía llevar.
Nuestra amistad era de ayuda y colaboración en la formación que estábamos recibiendo y cursando, sí es cierto que en alguna fiesta habíamos tenido algún calentamiento a la hora de bailar, pero no había pasado de un intenso y acalorado morreo.
Paola era una chica muy particular en sus relaciones, no le gustaba atarse a ningún maromo, cuando alguien le gustaba, procedía a pasar un rato placentero con el susodicho y después seguía su camino, ella era así de liberal.
Habíamos terminado los exámenes del primer cuatrimestre y nuestra preparación y colaboración juntos había finalizado de una manera satisfactoria, a nuestro entender; ella, agradecida por la firmeza y perseverancia que había logrado vinculándose conmigo, me lo premió invitándome unos días de descanso y asueto en una villa que poseía su abuela materna, en la alta montaña, donde disfrutaríamos de aire puro y tranquilidad. Durante el viaje, pude contemplar los bellos paisajes del entorno y llenarme de preciosas vistas existentes en aquel territorio. Llegamos al caserón, y nos recibió su abuela, de nombre Judit, viuda de 64 años, ojos y pelo castaño, un poco más baja que la nieta, mujer frondosa con abultados pechos, se la veía enérgica y dinámica, maquillada para hacer resaltar sus ojos y portando un llamativo color rojo en sus labios. La señora tenía un aspecto sugerente y atrayente para su edad, vestía con falda y camisa negra, con tacones a juego; me impresionó de forma agradable y sus saludos también fueron estimulantes, me pegó unos buenos achuchones y aprecié sus voluminosos pechotes. Añadió:
-Los amigos de mi nieta, son siempre bien venidos a esta morada. Y apostilló:
-¡Ah! por cierto Paola, tu madre también vendrá a pasar unos días conmigo, llegará más tarde.
-Que sorpresa abuela, reunión familiar al completo.
Yo no conocía a la madre, pero Paola me advirtió sobre la singularidad y extravagancia que caracterizaba a su madre. Sabía que era divorciada y ella me documentó que le gustaba vivir la vida a su estilo, libre y sin estar sujeta a normas y pautas de conducta. Esta aclaración me dio que pensar, en el fondo Paola era un poco parecida, quizá menos vehemente, pero con un patrón similar.
Llegó la tarde, y apareció la señora Dayana, que así se llamaba la dama, tenía 44 años, 1,70 cm. de estatura, ojos verdes, pelo castaño, de complexión fuerte, donde destacaban sus dos buenas mamas, también poseía un trasero provocador; como la abuela, el maquillaje que llevaba enaltecía su belleza, era una hembra de rasgos marcados, ojos grandes, labios gruesos, embellecidos con un color menos llamativo que el de su madre; vamos que esta señora estaba de muy buen ver, apta para tener un desfogue con ella.
Su saludo, estuvo en la línea de su progenitora, me abrazó fuerte y me hizo sentir sus imponentes ubres, que melones más tentadores. Normalizamos y nos retiramos a organizar un poco el equipaje a las diferentes habitaciones que se encontraban en la primera planta. Era un caserío sobrio, con bastantes habitaciones, la mía, como el resto, era amplia, con una gran cama y unas vistas preciosas a los prados existentes.
Por la noche, bajamos a cenar; la abuela tenía un servicio doméstico que la atendía para cubrir todas sus necesidades y que residía en una de las habitaciones de abajo. Cenamos sanamente, con productos de la comarca, y al terminar pasamos a un extenso salón con chimenea, iniciamos una conversación relacionada con nuestra vida universitaria y explicamos como nos desenvolvíamos en nuestro mundillo. Madre y abuela estaban muy interesadas en conocer de las andanzas de su retoña, pues se quejaban que era reservada en sus asuntos personales, y alegaban que no sabían mucho de su vida. Intentaron indagar si éramos pareja, pero tanto Paola como yo dejamos claro que éramos muy buenos amigos y compañeros, insistieron con sus preguntas y profundizaron, hasta el punto de saber si habíamos tenido intimidades, pero Paola se puso seria y tajante y pasamos a otros temas.
En la cena y en la velada posterior, me dediqué a observar a las damiselas que me rodeaban, y he de decir, que me sentía afortunado de tener cerca de mí a aquellas impresionantes mujeres, eran hembras que despertaban deseo. El rostro de la abuela y de la madre, con su maquillaje, me producía morbo, fomentaban en mí, mi apetito sexual; con este argumento, mi cerebro comenzó a calentar al resto de mi organismo, las contemplaba y mi instinto animal hacia que llegase corriente a mi entrepierna, y pensaba que gratificante tenía que ser empitonarse a una de estas jabatas. Con estas elucubraciones mentales me fui a la cama, mi tronco estaba ardiente y esto me servía para trasmitir calidez al resto de mi ser, dado que la temperatura en la estancia era fría, es verdad que durante el día no se notaba, pero por la noche la perdida de grados era notable.
Me introduje en la cama, que estaba dotada de suficientes mantas para poder paliar el frio, y me quedé quietecito para acumular todo el calor en la misma zona, el cambio de atmosfera del salón a los dormitorios era considerable. Me dispuse a acostarme desnudo, para así templar mi lecho más rápido; una vez acoplado, mi mente revoloteo con las imágenes de aquellas leonas y el mástil se puso tieso, cualquiera de ellas era un dulce para satisfacer mi naturaleza febril, pero era yo, quien como un mono se pajeaba para dar gusto a mi lujuria.
Pasada la fiebre, decidí dormir y no seguir con mi perturbación, pero estando medio adormilado y con una oscuridad que inundaba toda la estancia, sentí como alguien se metía en mi camastro y se acurrucaba pegadita a mí, en aquel momento ignoré quien era, pero al advertir su presencia, comencé a tocar, y mis manos palparon un excitante trasero, seguí el recorrido, y me agarré a unas esplendorosas tetas, su culo se pegó bien a mi lanza, esto me produjo una erección que me puso a doscientos, el magreo era apasionante y provocador, como se restregaba contra mi verga, que rozamiento, que ajetreo, aquella loba me estaba calentando de unas maneras disparatadas; mi razón no pensaba, solo quería actuar, su doctrina era follar con aquella perra.
Mi comportamiento era como un potro en celo, al cual le ponen la yegua para ser montada y se desquicia para cabalgarla, y esto es lo que me estaba sucediendo. Me aferré bien a sus tetonas y bajando un poco mi torso, la inserté toda mi polla en su raja, comenzamos un vaivén de mete y saca, que fue apoteósico, que modo de fornicar más salvaje; a estas alturas por su figura y sus curvas, intuí que se trataba de Dayana, la embestí con todas mis fuerzas para que percibiese todo el ardor y furor que había producido en mi persona, la muy zorra lo recibió con gozo y disfrute, aguantó como una estoica sin hablar, solo jadeaba y suspiraba de gusto, los envites fueron acrecentándose en ritmo y en intensidad, pero para ella, aquello significó regocijo y satisfacción.
El calor era sofocante, ahora sobraban mantas, me prendí de sus tetas para acariciarlas delicadamente y que su sensibilidad la llenase de gozo y placer, pero mi excitación era tal que terminé estrujándolas para mayor deleite mío, al mismo tiempo me inflé de darle sacudidas con mi herramienta; como lo saboreaba la muy perra, no aguantó el ritmo y resoplando y bufando se corrió viva. Yo seguí con mi clavada y cuando vislumbré que el chorro me venía, la saqué y me corrí en su pandero.
Me obsequió con un beso en la boca, se levantó y en la oscuridad de la noche, igual que vino, se marchó. Aquella enigmática mujer había dejado en mí un sabor de boca incitante, este encuentro tan intrigante y apasionado, me había fascinado, todo con un arrebatador y efusivo goce, pero a la vez con un silencioso y envolvente secreto. Sospechaba por el toqueteo y el disfrute al probar sus curvas y su silueta, que era Dayana, sin embargo, la duda auspiciada por la falta de visibilidad nocturna había hecho de aquel encuentro, una situación salvaje y placentera.
Me dormí gratamente, con la impresión de haber realizado bien mi tarea, dándole una satisfacción y un desfogue a mi body, y relajándome como los angelitos. El día siguiente se vería las consecuencias y los hechos por venir. Continuará ……..
Enviarme comentarios para mejorar, estimular y animar mi capacidad creativa. Correo luiscalenton35@gmail.com . Gracias amigos.