Historias del abuelo calentón (27)
Tras el impulsivo primer encuentro con la señora Inés, me estremecían de lujuria, al pensar en las obscenidades que me apetecía hacer con ella.
HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (27)
Tras el impulsivo y enérgico encuentro con la señora Inés, que tanta satisfacción me había producido, mi cabecita pensaba y maquinaba la siguiente cita con esta sugestiva dama. Nuestra escaramuza me había llenado de felicidad, tenía tantas ganas de poseer a esa leona, que el haber realizado mi fantasía, me proporcionó un gozo interior que me dejó completamente saciado. Con estas sensaciones, no es de extrañar que quisiera repetir plato, pues la jamona estaba deliciosa para volver a reincidir.
Me venían situaciones a la mente que me estremecían de lujuria, al pensar en las obscenidades que me apetecía hacer con la señora Inés. Comencé a elucubrar mi actuación para tener de nuevo a mi disposición a aquella provocadora hembra. Su silueta, con su rica anatomía, despertaban en mí el animal sexual que todo hombre tiene escondido y que solo descubres cuando decides dar rienda suelta a tus sueños pecaminosos.
Me deleitaba recordando como había aprovechado nuestra reunión para gozar de aquellos atributos tan estimulantes y perturbadores; sus pechos eran embriagadores, su culo un pecado sugerente, sus características femeninas adornadas con su arte de acicalarse, hacían de esta loba, una mujer provocadora, que levantaba pasiones. Con todos estos pensamientos, no era raro que mi verga estuviese alterada y enervada.
Nos estuvimos viendo durante unos días, ella realizando sus tareas laborales y yo, de arriba abajo, como de costumbre, para realizar tareas de mi entorno. Nos saludábamos y nuestras miradas de deseo, lo decían todo; se palpaba esa gana de unirnos y poder disfrutar del regocijo de una sexualidad comprimida. Me negaba a estar pajeándome pensando en ella, cuando esta tigresa podía estar junto a mí, dándome los mayores placeres que el cuerpo humano puede percibir.
Un día, por fin, decidí acometer mi acercamiento hacia ella y así, hacer realidad todos mis sueños eróticos. Al finalizar su jornada y comprendiendo que la faltaría poco para salir de la portería, examiné el panorama de mi alrededor, verifiqué que no había personal curioso que merodease por las inmediaciones y llamé a la puerta, la señora Inés contestó:
-¿Quién es, que desea?
-Señora Inés, soy Luis, ¿puedo hablar con usted?
Me abrió la puerta, miró hacia fuera, no vio a nadie, y de un tirón me metió para dentro.
-Estás loco, como se te ocurre venir aquí.
-Señora Inés, quiero estar de nuevo con usted, tenerla cerca.
-Luis, te considero un chico cabal, pero me estás generando problemas.
La miré detenidamente y confirmé, que como era habitual en ella, estaba lucidamente ataviada y su rostro exuberantemente adornado, esto, levantó en mí esa llama de pasión que sentía por ella y una carga eléctrica recorrió mi interior, solo con su visión me había producido un estado de calentura que nublaba mis sentidos.
Para paliar su pudor y preocupación, y que valorase el deseo que la profesaba, como mi interés por tener un vínculo sexual con ella, la contesté:
-Señora Inés, si usted cree que notar y experimentar las sensaciones placenteras que nos ofrece nuestro organismo es darle problemas, me empacharé de propinarle esta serie de preocupaciones a todas horas, porque para mí es un goce y una satisfacción fornicar con una mujer como usted.
Mis palabras la hicieron reflexionar y susurro:
-Luis, lo que quiero decir es que no debemos faltar a unos principios que tenemos las personas, tú me entiendes.
Volvía su vena púdica y sensata, debía actuar con rapidez y solvencia.
-Señora Inés, es usted una mujer irresistible, seductora, sus encantos me dominan y anulan mi voluntad.
-Sí Luis, todo lo que tu digas, pero hay que ser formales.
Me estaba encendiendo con su desmesurado pudor, no se percataba que su presencia y todas sus excusas, avivaban más mi fuego y mi apetito por ella. Había que acelerar la situación y forcé el momento; me acerqué hacia ella y al oído, le dije:
-La voy a hacer sentir cosas que antes no ha vivido, la voy a llevar al paraíso, el deleite que va a probar le producirá percepciones que le encantarán.
La comencé a comer el lóbulo de la oreja, hecho que le estremeció, acerqué mis labios a los suyos y le obsequié con besos sensuales que fui aumentando para pasar a un buen morreo.
Su inseguridad y vacilación para responder a mis estímulos hicieron que actuase de forma consistente; la arrimé bien mi tronco y la hice adivinar que mi mástil estaba duro y preparado para ser utilizado, la emprendí con un sobo a sus glúteos y la atraje hacia mí para que notase plenamente mi lanza. Su respiración se fue intensificando, su mente no quería, pero su cuerpo ardía de gusto por saborear las mieles del placer. La subí la falda e inicié un recorrido por su clítoris, quería calentarla bien para que su estado fuese alcanzando la temperatura idónea para nuestra gratificante función; era la forma de evadirla de sus vergüenzas y que sintiera intensamente la sexualidad. Jugué con su vulva y cuando la tuve a tono, pasé a la práctica de una nueva fase que levantase la libido de esta estupenda jaca.
La hice sentarse sobre la mesa, de una manera sensual la fui bajando las bragas; mi intención era que se metiese de lleno en la vorágine de nuestro festín, que se olvidase absolutamente de su recato y decoro, que se abandonase al mundillo de la lascivia y la obscenidad.
Me inicié comiéndola el chichi, la gratifiqué con unos lengüetazos que irresistiblemente pudo aguantar, se liberó diciendo:
-Luis, como me tientas, me haces perder el control, que sensaciones tan estremecedoras.
Mi lengua serpenteó por su clítoris e hizo que aquella hembra se retorciera de gusto. Estas impresiones nublaron su capacidad de actuar, la tenía donde yo quería. La fui calentando y cuando constaté que sus grados eran elevados y adecuados para nuestra diversión, paré y empecé a desnudarla, la quité toda su ropa y la dejé en pelota picada, eso sí, con sus zapatos negros de tacón, lo que me permitió contemplar aquella figura de Diosa divina, metidita en carnes, pero deliciosa.
Yo, me puse en bolas y me senté en el sofá; ella, aprovechó para llenarse de una buena ración de vista y recrearse en la erección de mi cipote. Los ojos se le alegraron, se sentía petulante de ponerme la polla tiesa. La hice sentarse sobre mi verga y ella, complacientemente se la fue introduciendo lentamente. Tenía delante de mí aquellos suculentos pechos, no pude contener el ansia de poder amasarlos y estrujarlos, como me deleitaba sobar esas tetazas, que ricas estaban y que sensibilidad tan gratificante despertaban en mí.
La insté para que me cabalgase al ritmo que ella quisiera, lo inició pausadamente, pero a medida que el gustillo le absorbió, el compás fue aumentando; percibí como los jugos de su vagina facilitaban el sube y baja de su montura sobre mi miembro, éste se estaba volviendo loco del placer que aquella tigresa le estaba proporcionando. Mi capullo aumentó su cabezona y ella lo notó y susurró:
-Oh! Luis, que vergota más fiera tienes, siento como se hincha dentro de mí y me fascina.
Me tenía tan ardiente que decidí dar más dinamismo al mete y saca, ella enloqueció.
-Luis me estas agitando, síii….., sigue asíiiii……, no voy a poder resistirme.
Sus palabras me incendiaron más todavía, me desorbitaba, que manera de follar más rica con esta fastuosa mujer. Estaba al rojo vivo, mi control no era el acertado, mi vehemencia ejerció sobre mi comportamiento y para incrementar nuestro gozo apremié a mi jaca a que activase más sus meneos.
-Señora Inés, cabalgue a su potrillo, regocijase del semental que tiene a su disposición, haga usted conmigo lo que quiera.
Estas palabras la soliviantaron de tal forma, que su ajetreo se intensificó exponencialmente, como gozaba aquella damisela, se dejaba el alma en cada oscilación que realizaba, aquello le gustaba, le extasiaba, se le veía que estaba a deseo de innovación, de fruta fresca, y yo que me alegré, porque el goce que nos estábamos dando era apoteósico.
Cuando el summum fue el máximo, no pudo sostenerlo y lo expresó con toda inmoralidad y fogosidad.
-Luis, fóllame toda, no pares, aaaah…., clávame toda tu polla hasta que me sacie.
-Sí, señora Inés, disfrute de mi lanza.
-Luis, como la siento, me llega hasta el fondo, que placer, oooh…....que rica, no te pares, dame duro.
-Toma zorrita mía, ordéñala, haz que no se pueda aguantar.
-Luis, que sensaciones, jamás había experimentado este asombroso gustazo.
-Cabalgue, cabalgue, que al potrillo se la pone dura.
-Cabrón, como me haces disfrutar, no aguanto más.
-Pues acelere y dese el regocijo de poseer una montura joven.
-Aaaah….,aaaah…. Luis, me corro, me corrooooo…….., esto es el no va más, que delicia hijo mio.
-Aaaah…., zorra no te pares ahora, vacíame, sácame toda la leche.
Me pegó varias embestidas que hicieron que explotasen mis calderines, la saqué rápidamente, se agachó un poco y lancé mi jugo por todas sus tetas.
Nos miramos y sentimos la complicidad de haber realizado una tarea bien hecha. Se palpaba, que de nuevo le había gustado, pero el regreso a la normalidad le recordó su decencia y decoro. Para fortalecer su ego, le susurré:
-Señora Inés, es usted una mujer fina y distinguida, pero a la vez morbosa y apetitosa, por eso siempre estaré a su disposición para satisfacer esos instintos carnales que se esconden en las cloacas del ser humano, pero que nos hacen gozar y nos llevan al más allá, obteniendo un bienestar que a veces en la Tierra, no tenemos.
-Luis, todo muy bonito, pero siempre consigues de mi lo que quieres.
-Por eso, la emplazo para que volvamos a tener otro encuentro y le aseguro, que intentaré que sea más intenso y ameno que este último.
-No sé, no sé, deja que el tiempo pase y ya veremos.
Ahí quedó la cosa, yo vi posibilidades porque no dijo que “no” por respuesta.
Continuará.
Enviarme comentarios para mejorar, estimular y animar mi capacidad creativa. Correo luiscalenton35@gmail.com . Gracias amigos.