Historias del abuelo calentón (26)

La señora Inés, la señora de la limpieza de nuestro edificio, era una hembra a la que deseaba, de la que quedé prendado y que levantaba pasiones en mi interior.

HISTORIA DEL ABUELO CALENTÓN (26)

Tras este periodo de descanso, pero de vida intensa familiar y de sentimientos profundos compartidos con nuestros seres queridos, toca de nuevo volver a ponerse en contacto con nuestra realidad cotidiana, y una de las cosas que me llenan de esta realidad es poder escribir y compartir mis fantasías y experiencias con mis lectores. Vuelvo a la carga, después de un paréntesis, para contaros las historias que me pasaron y que me pasan, en este cuento que llamamos Vida .

Me vienen a la cabeza recuerdos de la escuela vivida en mis años de juventud, como ya os he contado en historias anteriores, las primeras pericias sexuales se desarrollaron con señoras maduras que me aportaron aprendizaje, a la hora de desenvolverme en el mundillo del placer, y habilidad, para aprovechar los órganos de que está dotado el ser humano para disfrutar y gozar de su cuerpo. También tuve mis aventuras con chicas de mi edad, pero mi inclinación y preferencia siempre fue, en aquella época, elegir mujeres experimentadas que me proporcionasen un deleite frenético y desenfrenado, aportando su granito de maestría en la práctica del sexo.

Por ello, desempolvo mi andanza vivida con la señora Inés, la señora de la limpieza de nuestro edificio, o como se decía antaño, la que limpiaba la escalera. La mujer tenía 46 años, ojos y pelo oscuro, sobre 1,68 cm. de estatura, metidita en carnes, pero bien conservada, buen trasero y buenas tetas; su cara era bella, le gustaba pintarse, el maquillaje y el pintalabios le daban un aspecto de viciosa porque solía ir sobrecargada; su expresión era de mujer ardiente y calentorra.

Con estas cualidades y mis 19 años, no me había pasado desapercibida. Siempre intentaba subir y bajar la escalera cuando la señora Inés se encontraba realizando sus labores, además su vestuario, aunque de limpiadora, dejaba ver ciertos encantos, sus potentes nalgas, un pandero que estaba para ser profanado sin miramiento y su parte superior, su pechonalidad también era visible cuando se agachaba, le gustaba airear su canalillo y mostrar un poquito las buenas mamas que le había proporcionado la madre naturaleza, podría asegurar que más de un vecino se calentaba con aquella buena señora. En mi caso, por las noches, de vez en cuando, venía a mi mente la visión de sus muslos y sus bragas blancas cuando subía la escalera y el canalillo de sus buenas tetas cuando las bajaba, esto hacía que mi miembro se pusiese tieso como el palo de la bandera; las buenas pajas que me cascaba a su salud. Esto no era suficiente a mi edad y empecé a fantasear como debía intentar llevarme al huerto a esta damisela, además pensaba que para ella no debía pasar inadvertido la cantidad de días y veces que paseaba la escalera y la saludaba, como era normal con educación y buenas formas; esto, sabía que a las mujeres de cierta edad les encanta, y ella no era una excepción.

Un día, coincidió que la señora Inés se encontraba fregando con el cubo de agua hasta arriba, tenía que subir con él un descansillo completo, entonces me ofrecí para ayudarla, me dijo que no hacía falta, que era su día a día y que estaba acostumbrada a esa carga y más cargas, pero que siempre se agradecía el carácter servicial de las personas. Me alabó lo educado y lo majete que era, que la maravillaba que siempre la saludase diariamente, dejó caer también una frase que impactó en mi mente, me mencionó que, si fuera hoy más joven, le encantaría tener un chico como yo de novio. Esto me sirvió para lanzarme y atacarla, la repliqué:

-No es usted tan joven, pero es una mujer muy bella y seductora. Respondió:

-Ay!  Que cosas tienes Luis, me alagas, pero podría ser tu madre.

-Si, pero no lo es, es usted una mujer con unos atributos que enervan la virilidad de cualquier hombre que la contemple.

-Luis, hijo mío, si no fuese por nuestra diferencia de edad, creería que me estas tirando los tejos.

Dicho esto, decidí poner más fuego en la conversación.

-Señora Inés, es usted una hembra que se hace desear y de la que uno queda prendado.

-Ay Luis!, me dejas sin palabras, tú, tan joven, que me piropees y me pongas en esta tesitura.

Aproveché su estado dubitativo para aproximarme a ella, pues estaba en fase de conmoción, no sabía cómo reaccionar, y la obsequié con un beso en sus labios. No mostró ningún síntoma de rechazo.

-Ay Luis!, esta situación me supera.

-Déjeme que la abrace y la estreche en mis brazos.

No reaccionaba y yo apliqué para pegarle un buen apretón y morrearme con ella. Empezó desorientada, pero la fue gustando y continuamos con un intenso juego de nuestras lenguas, saliendo y entrando, esto hizo que nuestra temperatura corporal subiese de grados. La empecé a sobar los glúteos, me emocionaba poder meter las manos por debajo de su bata y manosear sus inmensas carnes, poco a poco nos fuimos calentando; tanteé sus pechos y con aquel tocamiento pude comprobar las buenas tetonas que poseía la señora Inés.

Ella, tampoco se quedaba corta, movió sus manos hacía mi bragueta para comprobar cómo me había puesto mi instrumento, se la notaba lo excitada que estaba al constatar como desorbitaba el pene de un joven apuesto y correcto, la fascinaba como podía alterar de esta forma a un muchacho que tenía una diferencia de edad considerable respecto a ella, por eso se abandonó y aplicó estos momentos para vivir una situación de desenfreno que ella consideraba puntual.

Cuando reaccionó me dijo:

-Luis, debemos parar, esto no está bien, es una locura, nos pueden ver y además está fuera de toda sensatez.

Lo decía sin sentirlo, pero era una manera de justificarse. Yo, para incitarla, la contesté:

-Me vuelve usted loco, la deseo, me encantaría poseerla y hacerla sentir todo el goce que usted merece, le haría regocijarse de esta calentura que me ha producido, mire como me ha puesto el capullo.

Todas estas palabras alteraban su estabilidad emocional, y ese era mi objetivo, perturbar su disposición, quería llevarla al goce sexual, que se desmadrase.

Su cordura quedó por encima y reaccionó como una mujer cabal, de una forma apropiada, aunque se ahogaba en las ganas de practicar y disfrutar todas aquellas sensaciones prohibidas y pecaminosas, pero que proporcionaban un gusto inmenso.

Nos separamos como seres civilizados, si bien, nuestras mentes pensaban en lo obsceno y en lo lujurioso, en aquello que te solivianta, pero que a la vez tanto gustazo y bienestar te produce cuando estas disfrutando de ello.

Dejé pasar varios días, pero la calentura seguía ahí; sabía que ella también sentía esa atracción y esa persuasión por retomar y gozar con un joven que podía ofrecerla un placer intenso y colosal. Una mañana decidí coincidir con ella para forzar la situación y que nuestro deleite se hiciera efectivo. La saludé:

-Buenos días señora Inés.

-Buenos días Luis.

-Señora Inés estoy deseando retomar lo que dejamos a medias, hace unos días.

-Luis, tú sabes que no puede ser, que fue un calentón y que debemos portarnos como personas formales y no dejarnos llevar por los impulsos carnales.

La escuchaba y más ganas me entraban de fornicar con ella, la miraba a la cara y con esos labios de rojo llamativo y su cara pintada de maquillaje atrayente, me producía un morbo; mi entrepierna empezaba a inflamarse y a querer poseer los atributos de aquella jaca tentadora e insinuante. Mi mente calenturienta solo pensaba en tener a disposición a esta leona para empotrármela, para hacerla gozar, para montarla como una yegua; quería ser su sementalillo, quería hacerla notar todo el furor que levantaba en mí, hacerla participe de mi verga y que sintiese el goce de un macho en celo.

-Señora Inés, no aguanto este fuego que me quema, mire como me tiene la polla, se me va a salir del pantalón.

Miró y pudo comprobar que el bulto señalado era prominente.

-¡Ay Luis! , sí que estas alterado hijo,  ¿todo eso te lo produzco yo?

-Sí, señora Inés, y lo que no se ve, estoy que ardo por dentro, usted sabe lo bien que lo pasaríamos si se dejase llevar un poquito por sus emociones sensuales.

-Luis me estas pervirtiendo, y yo soy una mujer decente.

-Señora Inés, haga un paréntesis y goce las fascinantes circunstancias que a veces nos trae la vida, no se va a arrepentir, la voy a llevar al séptimo cielo, mire que panorama más rico se la plantea.

Y la marqué mi paquete. Con mi retorica trataba de nublar su pudor y su moralidad.

-Esta bien, te espero en el cuarto de portería, pero hazlo de manera que no te vea nadie.

Este cuarto se encontraba en la parte baja del edificio, era el sitio donde se cambiaba, donde tenía el material de limpieza, etc… no era muy grande, pero tampoco pequeño, sus medidas eran adecuadas para tener un buen rozamiento con mi lujuriosa tigresa. El habitáculo tenía un viejo sofá, una mesa y un par de sillas, era idóneo para la función que íbamos a montar.

Actuamos de modo discreto, me introduje en la habitación, allí me esperaba ella; se había quitado el uniforme y se había acondicionado para la ocasión. Estaba más retocada, los coloretes y el pintalabios resaltaban su rostro, haciéndola merecedora de una buena follada. La observé y me puso más caliente que un puchero a la lumbre, sentía que echaba fuego, que ganas tenía de trajinármela, esta mujer levantaba en mí pasiones febriles, su aspecto me producía tanto deseo, que mi mente solo pensaba en gozar con ella.

Me abalancé sobre ella con impetuosidad, pero de forma correcta y procedente; quería hacerle notar que la deseaba, que era una mujer bella y apetecible, y a la vez que no se sintiese sometida o agredida.

Este día venía vestida de negro; falda, camisa y zapatos de tacón, todo de color negro, esté engalanamiento le hacían más delgada, aunque sus carnes y encantos estaban ahí, era una tigresa sugestiva y codiciada. Comencé a sobarla por todos los sitios, me faltaban tentáculos para abarcar tanta masa rica, la metí mano por las tetas, por el culo, subí su falda para manosear su extenso trasero, amasé sus pechos, apretándolos de tal manera que me producía unas sensaciones que nublaban mis sentidos, mi goce era tan extraordinario disfrutando de aquella loba que anulaba mi capacidad sensorial, perdía la noción de mi alrededor. Ella, por su parte, exploraba todo mi cuerpo, en particular le gustaba jugar con mi mástil y mis pelotas, me suministró un buen ajetreo de polla que la puso mirando al cielo, situación que le llenaba de gustillo, para ella era un alborozo conseguir levantar de esas maneras el proyectil de un joven semental.

Cuando nuestra tensión sexual fue extrema, debido a nuestras caricias, sobos y manoseos, decidimos calmar un poco y proceder, de una manera sutil, a quitarnos nuestras ropas. Ella se regocijo, al notar la sensualidad con que fui quitando cada una de sus prendas, cuando llegué al sujetador y las bragas sintió ese pudor que llevaba interno, pero la forma delicada de extraérselo, la cautivó, y de la misma manera me sustrajo mi slip, descubriendo mi cipote en todo su esplendor. Susurró:

-Oh! Que hermosura, que verga tan erótica.

-Señora Inés, va a ser toda para usted, y la va a gozar plenamente.

Le dije que no se quitase los zapatos, me encantaba follar a las damas de esa manera, era un hobby fetichista que ensalzaba y estimulaba mis atributos masculinos.

Como ya tenía experiencia con maduras, preferí dirigirla; con actitud serena y enérgica la indiqué que se apoyase en la mesa, le consulté que si no la importaba me gustaba jugar un poco con el erotismo de la situación, accedió y la hice adoptar la posición de la perrita; la levanté una pierna, para de forma suave, empezar a penetrarla, su pandero era vicioso, el morbo de los tacones aceleraba mi riego sanguíneo, se la fui introduciendo poco a poco, mi ritmo fue aumentando y su respiración se fue alterando, comenzamos a gozar como animales en celo, la baje la pierna y la comenté que se moviese de forma activa, iba de delante hacía atrás y viceversa; yo, acompañaba con buenos envites. Todo este compendio nos alteró complacientemente, el gozo se hizo inmenso; me agarré a sus nalgas con contundencia, dándole cachetes de vez en cuando, el momento de lujuria y de placer era maravilloso, mi falo se ahogaba de deleite y satisfacción; mis embestidas se incrementaron y ella empezó a chillar de placer.

-Luis, fóllame así, dame toda tu polla, me encanta cabrón, que gustazo me estás dando.

Sus palabras me soliviantaron de tal manera, que avivé mucho más los movimientos, ella lo notó, y susurraba:

-Dame, dame asíiii….., que rico, que sensación, no aguanto Luis, me corro, me corrooooo…….,aaaaaah….maravilloso.

Yo, seguí acelerando.

-Señora Inés, me viene, me vieneeee……aaaaah….que placer.

La saqué y me corrí en sus nalgas. Los dos quedamos plenamente satisfechos. Había sido un buen polvo, quizá un poco incontrolable y apresurado al final, por las ganas que los dos teníamos, pero agradable y placentero para nuestros cuerpos. Quedé con ella para seguir practicando estas sensaciones, me costó convencerla, pero le argumenté que todavía le quedaban cosas de las que podía disfrutar y llegar a sentir percepciones que no había experimentado, eso le atrajo la curiosidad y me dejó la puerta abierta para seguir teniendo otro encuentro con esta madura dama tan suculenta.

Enviarme comentarios para mejorar, estimular y animar mi capacidad creativa. Correo luiscalenton35@gmail.com . Gracias amigos.