Historias del abuelo calentón (17)

Monique, mi amiga francesa, me deslumbraba e infundía en mí un instinto animal y salvaje, le encantaba que la penetrasen por el culo.

HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (17)

Después de los encuentros con la maciza vecina de mi hijo, necesitaba un descanso para poner mis ideas en orden. Mi vida estaba desarrollándose de un modo apoteósico; era cierto que había tenido una época fastidiada con el golpe de la perdida de mi querida esposa, pero una vez repuesto y de vuelta a la realidad cotidiana, mi día a día volvía a ser gratificante y mis escarceos sexuales llenaban de satisfacción mi corriente existencia.

Dada mi capacidad sexual y mi necesidad de satisfacer estas funciones me veía en la obligación de estar lo más activo posible para complacer mis demandas carnales. Cualquier hombre con mi edad añoraría el desarrollo de mi estimulante devenir sexual y yo agradecía a la madre naturaleza que me hubiese dotado de estas cualidades que hacían que mi goce fuese plenamente satisfactorio.

Decidí pasar un periodo de descanso y relax en el apartamento de mi hijo; éste me lo prestó como de costumbre sin ningún reparo, y hacía allí me encaminé. Pasé unos días de sosiego, con mis paseos por la playa y la tranquilidad que me proporcionaba ser persona desocupada que no tiene preocupaciones de importancia. Todo era calma y quietud, pero mi vitalidad me decía que el músculo hay que trabajarle para que no pierda su consistencia y su vigorosidad. Empecé a otear el panorama y me percaté que había cierta mujer que coincidía conmigo en el acaecer diario. Como buen detective me dispuse para recopilar información sobre dicha fémina, averigüé un poco sus costumbres y sobre todo su domicilio; vivía cerca de mi residencia. Su nombre era Monique, tenía 44 años, 1,68 cm. de estatura, de complexión normal, ojos y pelo castaño, buen pecho y buen culo, no exagerados, pero en buena línea, mujer de rasgos apetecibles, y lo que también me llamó la atención es que era francesa.

Se había quedado viuda y pasaba bastante tiempo en el litoral porque la transmitía calma y relajación.

No tengo predilección alguna por un tipo de mujer, todas me parecen interesantes y bellas si lo son, ellas tienen sus encantos y siempre se puede constatar porque están a la vista; sí es cierto que hay características que te pueden incitar más o menos y a mí, en particular, el acento francés me sugestionaba el oído y alguna cuestión más.

Planifiqué el encuentro con aquella damisela y empecé a dejarme ver en sus horarios de playa, usaba sus mismos paseos, me cruzaba con ella mirándola descaradamente para que sintiese mi interés por ella, incluso intentaba coincidir en sus llegadas y partidas de la playa. En unos cuantos días conseguí que se acostumbrase a verme por sus alrededores y que sus miradas se cruzasen con las mías, aunque de manera tímida y retraída; yo sin embargo era osado y descarado en la visualización de aquella esplendorosa hembra.

Me agradaba observar su buen trasero y sus esplendidas tetas en bikini playero. Por nuestros coincidentes caminos de regreso, ella había percibido que vivíamos cerca. Todas nuestras concurrencias intenté que fueran lo más normal posible, pretendí que no se sintiera observada, ni vigilada. Un día que la situación se puso favorable, di el paso para poder contactar con ella; estábamos de compras en el super y advertí que iba un poco cargada, rápidamente me ofrecí para ayudarla a llevar sus bolsas y aunque al principio se mostró un poco reacia, la convencí con mis buenas palabras y mi positivo ademán.

- Permíteme que te eche una mano.

-No te preocupes, no es necesario, puedo hacerlo sola.

-Perdona que insista, pero no me cuesta nada, el esfuerzo es mínimo y hasta me viene bien para gastar un poco de energía.

-Bueno, si te empeñas.

-Si claro, además creo que llevamos el mismo camino.

-Si tú lo dices.

Yo mostraba mis cartas haciéndola saber que tenía datos de su existencia y ella se presentaba como desconocedora y carente de interés por mi persona.

Me presenté y tuvimos una conversación de toma de contacto donde la reafirmé el conocimiento que tenia de ella, donde aproveché para piropearla y hacer que poco a poco se fuese sintiendo a gusto con mi compañía. La mencioné que la había visto por la playa y por el barrio y que era una mujer bella y no me había pasado desapercibida. Ella por su parte, se presentó y me comentó que sí, que quizás la sonaba mi cara, pero que no se fijaba demasiado en su alrededor. La imponía reconocer algún interés por mí y prefería seguir con su juego de la indiferencia. Yo atacaba y ella se defendía.

Se sintió alagada y me dio las gracias por mis aseveraciones sobre ella. Cuando llegamos a su morada, nos despedimos y la puntualicé que ahora ya nos conocíamos y que la siguiente vez que la viese, la saludaría, sobre todo para que se diese cuenta de mi presencia.

Al día siguiente me la encontré en la playa y sin pensarlo dos veces, la abordé, era mi oportunidad para seguir estrechando lazos con ella y poder acercarme más íntimamente a aquella hembra. Charlamos y nos contamos un poco nuestra vida. Todo esto sirvió para que me fuera conociendo y se fuese encontrando más plácida con mi figura. Durante el paseo no pude evitar que mi campo de visión se fuese de manera inconsciente hacia su pechonalidad. Esta es una de las partes por la que más debilidad siento y que alteran mi aparato cuando me permiten poder moldearlas y degustarlas.

Terminamos nuestro paseo y la comenté la posibilidad de quedar a tomar algo y pasar un rato juntos; me mencionó que no acostumbraba a hacerlo porque no tenía demasiados amigos, pero que la venia bien para romper con la serenidad y el rigor diario que llevaba cada día.

Estuvimos tomando unas copas y la velada fue agradable. Como teníamos falta de costumbre, los cubatas nos sentaron bien y nuestro ánimo se puso calentito, la nochecita y la bebida había servido para desinhibirnos y tomar confianza en nuestra relación. Echamos unas risas y nuestro contacto fue cada vez más cercano, con roces y manoseos que agitaban mi virilidad.

La acompañe a su casa y cuando llegamos al portal aproveché para darle un buen achuchón que la estimulase, tanto su calor corporal como su ego, con esto quería hacerla notar que era una mujer deseada y anhelada. El hecho causó su efecto y comprobé como se sensibilizó con mi espontaneidad, raudo me aproximé a ella para de una manera suave, poner mis labios en contacto con los suyos, aumentando la intensidad de nuestros besos hasta iniciar un juego de lenguas que nos agradó y nos alborotó a los dos. El intenso morreo fue seguido de un sobeteo profundo que llevó a una calentura y a una subida del tono de la respiración. Viendo por donde derivaban las cosas y lo caliente que se había puesto la cuestión, me invitó a su casa.

Abrió la puerta, nos metimos en su piso y continuamos como dos jóvenes en celo. La pasión nos invadía, empezamos a desnudarnos mutuamente, a frotar nuestros cuerpos, con tal energía y agresividad que parecíamos volcanes, que manera tan intensa de vivir ese momento de deseo y apetito sexual. Esta leona despertaba un morbo en mi interior, su manera de actuar y su musicalidad al hablar hacían que saliese de mí una fogosidad inusitada. Me deslumbraba e infundía en mí un instinto animal y salvaje, a la hora de vivir la sexualidad con ella.

Con nuestros cuerpos en plena erupción y manando efluvios corporales por la intensidad sexual experimentada, me fue llevando hacia su dormitorio, fuimos perdiendo la ropa por el camino, cuando llegamos me arrojó sobre la cama y con nuestros cuerpos totalmente desnudos, dio comienzo a un ritual que me maravilló. Con sus suculentas tetas se deslizaba por mis partes nobles y mi pecho, produciéndome un estado de excitación que ponía en órbita mi sensibilidad. Cuando palpó que estaba sobreexcitado, tomó mi verga y me obsequió con una sabrosa mamada que puso mi vástago más tieso que el palo de la bandera; su lengua se movía por toda la extensión de mi prepucio y se detenía en mi glande para beneficiarle con unas oscilaciones que me fascinaban.

En el momento que estimó que mi erección era máxime, se subió encima de mí y comenzó una cabalgada salvaje, subía y bajaba como amazona en su corcel, la locura que la invadía recorría todo su cuerpo, disfrutaba del sexo como una diosa del Olimpo; la apasionaba la situación y gozaba de ello poniendo todos sus sentidos. Yo me dejaba llevar porque el placer era colosal, los dos estábamos deleitándonos de las sensaciones que nuestros cuerpos nos proporcionaban.

Durante el trance, amasé, estrujé y me regocijé con sus tetas y su culo. Que tigresa, que manera de follar, se notaba que estaba a deseo. La carencia de sexo durante algún tiempo hace después que la pasión se extreme y el control de ella sea dificultoso, pero todo esto daba aliciente a nuestra relación.

Cuando nuestro clímax estaba bastante acelerado me sorprendió una nueva proposición, con su acento francés, que tanto me soliviantaba sexualmente, me planteó cambiar de agujero y me esbozó que le encantaba que la penetrasen por el culo. Aquello para mí fue imponente y sobrecogedor, en el sentido positivo; una nueva emoción en el camino del sexo.

No tuve ningún reparo en cambiar de agujero, se introdujo todo mi mástil y reanudó su cabalgada sobre su potro. Siguió gozando con la nueva modalidad y se hizo notorio con sus gritos de placer y delirio, cabalgó y fue aumentando el ritmo, pidiéndome que la acompañase, que no parase, que la diera todo mi rabo, quería sentirlo en lo más profundo de su interior.

Nuestro ajetreo se fue haciendo cada vez más convulsivo; el goce era tal que llegamos al orgasmo al unísono, con unos alaridos que denotaban que nuestro summum había sido bárbaro y asombroso. Había gozado con mi francesita, me vacié dentro de ella, lo cual agradeció porque me mencionó el gustillo que había sentido al percibir el calorcillo de mi leche dentro de ella. Nos despedimos y dejamos nuestra puerta abierta para futuras citas y satisfacciones sexuales.

Enviarme comentarios para mejorar, estimular y animar mi capacidad creativa. Correo luiscalenton35@gmail.com . Gracias amigos.