Historias del abuelo calentón (10)

La señora María me llevó a vivir momentos de lujuria y satisfacción.

HISTORIAS DEL ABUELO CALENTÓN (10)

Tras los acontecimientos vividos con la señora Maria, mi mente había descubierto el campo del placer sexual. Había pasado del montaje de mis estimulantes imaginarias películas basadas en mi vida cotidiana al uso y consumo de momentos reales de lujuria y satisfacción.

Había logrado experimentar esas sensaciones tan maravillosas de poseer y ser poseído por una mujer. Mi mundo se había abierto a un campo desconocido por mí, en el cual la sensibilidad y el goce eran totales. Qué manera más lisonjera de poder dar rienda a nuestros instintos básicos, pero a la vez que modo más rico de dar salida a la fogosidad y a la pasión que el ser humano lleva dentro.

La señora Maria me había hecho descubrir esa actividad, ese calor interior que tanto nos trastorna y que tan buenos instantes nos hace pasar; había conseguido que esos momentos fueran realidad. Ella por su parte había vuelto a disfrutar de una sexualidad perdida y de probar instintos que tan maravillosas ocasiones le habían provocado en otros tiempos. Habíamos consumido un deseo mutuo que nos había dejado satisfecho a los dos. Las sensaciones de culminar un goce que los dos anhelábamos había sido compartido. Nuestro experimento había sido un éxito y en el fondo seguíamos queriendo devorarlo en el futuro.

Eran las fiestas del barrio, y la señora Maria se había puesto guapetona para lucirse y divertirse en el acontecimiento. Iba acompañada de su marido; vestía un vestido negro ceñido que le hacían resaltar su mullidita figura acompañado de sus zapatos de tacón con punta redonda. Que tetas, que culo, que hembra más provocativa.

Decidí alejarme un poco de su círculo porque, ella estaba como siempre en compañía de mi queridísima, y yo no quería alterarme por estar alrededor de dicha fémina. Bastante calentura tenía yo ya como para aumentar mi carga eléctrica por su proximidad.

La fiesta fue entretenida y pude curiosear el devenir y los comportamientos de algunos de nuestros vecinos. En mi tranquilidad, sobre la media noche, ocurrió que mi madre requirió mi presencia; era el marido de la señora Maria, se había calentado y la queridísima me pedía que le ayudase a llevarlo a su casa. Como buen vecino accedí sin rechistar y me ofrecí a dar todo por mi parte para ayudar a la señora Maria. Nos costó gran esfuerzo desplazarnos con el individuo en cuestión, su cuerpo pesado y su estado no eran muy idóneos para moverse con facilidad. Al final llegamos a su casa, lo depositamos en la cama y quedó frito como un tronco.

La señora Maria me hizo pasar al salón donde me ofreció un refresco. Los dos estábamos cansados de la dificultad desarrollada, pero ahora reposábamos en el sofá de un merecido descanso.

La señora Maria me dijo:

-Acércate Luisito o ¿es que te doy miedo? Al fin y al cabo, ya nos conocemos más íntimamente.

-Estas muy guapete jovenzuelo.

-Usted también está imponente señora María.

-Gracias por tus halagos corazón.

-No, de verdad, está usted impresionante.

-Pero ya soy una señora metida en años.

-Si, pero está usted de muy buen ver.

-¿Tú crees criatura?

-Señora Maria yo le haría a usted de todo, vamos que me encantaría ponerla mirando a Cuenca.

-Que impulsivo eres Luisito.

-Me pone usted muy obsceno.

-Se te nota en el paquete, lo tienes muy abultadillo.

-Perdóneme, pero no puedo contenerme.

Se aproximó hacia mí y me puso la mano en la bragueta; con ligeros toqueteos empezó a sugestionarme. La sangre me hervía, estaba deseando poseerla.

Era muy astuta y jugaba con mi candidez e inexperiencia, pero estaba dispuesto a sorprenderla y a dominar a aquella buena jaca.

Comenzamos un sobeteo donde nuestras manos intensificaron nuestro celo; nuestra vehemencia dejaba paso a todos nuestros juegos. Nuestros labios y nuestras lenguas disfrutaban de nuestras vibraciones. Que inmoral nuestro comportamiento, pero que colosal nuestro gozo.

La bajé la cremallera del vestido para encontrarme con un sujetador de color negro; ella metió su mano en mi bragueta y se entretuvo masajeándome los testículos y haciéndome una buena subida y bajada de prepucio.

Le quité el vestido, le desabroché el sujetador y se quedó con unas bragas rojas que le gustaba ponerse porque le daban suerte. Yo perdí mis pantalones y mi capullo se veía en todo su esplendor. Que júbilo el poder complacerse de esta manera tan salvaje.

Gozamos todo lo que pudimos con nuestros estímulos. Ella me tocaba los genitales con una delicadeza que me transportaba al más allá; yo por otro lado la sobaba sus grandes senos, alternando con suaves toques a sus aureolas que le llenaban de regocijo y sensualidad.

Cuando la perturbación llegó a su clímax y nuestros cuerpos eran volcanes, decidí actuar. La quité sus bragas rojas, le dejé solo con sus zapatos de tacón; esto me excitaba. Estaba sentada en el sofá, entonces le tomé fuertemente por sus muslos y me la acerqué hacia mí, metí mi lengua entre sus labios vaginales y comencé un movimiento de ida y vuelta que la sacó fuera de sí. Esta mujer nunca había experimentado un cunnilingus. Yo quería hacerla sentir nuevas sensaciones, nuevas tentaciones, que viera que su macho alfa la ponía en órbita.

Aquella leona se regocijaba con la actividad que estaba recibiendo.

-Oh……..Luisito que me haces, me sacas de mis casillas, oh……….umm……..umm……que gratificante, sigue quiero sentir tu lengua jugar con mi almeja.

-Ah……..Luisito que gustazo, esto es el no va más, no te pares criatura, hazme gozar, oh……..que movimiento, que estimulación, oooh……..oooh…….. que vibora más traviesa tienes.

-Luisito porque me haces esto, aaaaaah……que deleite.

Cuando comprendí que su éxtasis era summum, la dije:

-Señora Maria póngase a cuatro patas que la voy hacer sentir y disfrutar como una yegua cuando está en celo.

Quería mostrarla que había tomado la iniciativa y que la iba a obsequiar con unos momentos de placer inusitados para ella en su vida conyugal.

Ante mi tenía ese fructuoso trasero, que inmensidad, que océano donde sumergirse. La agarré fuerte por las caderas y la inserté todo mi miembro de una manera delicada, para que todo fuese dulce y gratificante. La miraba con sus zapatos de tacón, sus hermosas piernas, su suculento cuerpo, sus tetas colgaderas y su cara de viciosa, y me decía a mí mismo: Que tigresa me estoy chingando, esto me ponía más burro y me enervaba mi lanza.

Ella fue acoplándose a mis bandazos y disfrutaba como una buena jaca. Y susurraba:

-Luisito me tienes más ardiente que el rabo de un cazo.

-Que malote eres, pero cuanto me gusta lo que me haces.

-Señora Maria quiero complacerla con estas mieles y que experimente sensaciones que en su vida marital no ha percibido, ni percibirá.

-Ah……..umm…..umm…… granuja como me haces gozar, me encanta tu pija, como se mueve por mis profundidades, como me llevas a otro planeta.

Quería seguir impresionándola y decidí dar un paso más atrevido.

Esta mujer me había destapado el frasco de la sexualidad, yo, en agradecimiento también quería que ella tuviese un recuerdo especial de su experiencia conmigo.

-Señora Maria la voy a hacer cositas que la van a cautivar, déjese llevar y goce.

La empecé a meter un dedo por el culo, de forma suave, para que al percibirlo le deleitase.

Así fue, su culo parecía un aspirador, le gustaba y se regocijaba con la agitación a la que la estaba sometiendo.

-Aaah….,oooh…..Luisito que placer más profundo, aaah…..ummm…..ummm…… que cúmulo de sensaciones, Luisito cabrón siento agrado por todos los sitios, que satisfacciones me estás dando, eres un viciosillo.

-Si señora Maria, pero a usted le gusta, que también es muy guarrilla eh……

Yo mientras seguía dándole trajín de mete y saca a mi belicosa polla, aumentando el ritmo, pues los cuerpos lo requerían y me embelesaba mirando a aquella soberbia mujer en su posición erótica de perrita. Estábamos como animales salvajes, gozando de nuestra sensualidad.

Ante tanta lascivia, la señora Maria no pudo reprimir sus ganas y empezó a acelerarse y a acelerarme a mí.

-Luisito tómame fuerte, clávamela, dame duro, más duro cabrón, como me gusta, dale ritmo, no pares, aaah…..,aaah…….. me vengo, me vengo, no aguanto más.

-Vamos zorrita mía, disfruta, muévete, me encanta follarte leona, que culo más hermoso tienes, como te mueves zorrón, me corro, me corro, aaah………que rico.

Derramé toda mi leche calentita dentro de ella que la produjo una sensación de goce y bienestar.

Así terminamos un pedazo de polvo que nos dejó plenamente satisfechos y que saco de nuestro interior ese instinto animal y básico que todos llevamos dentro, pero por supuesto que nos quiten lo bailado. Hasta la siguiente.