Historias de una Viuda (2)

Buscando consuelo en un amor casual que me aleje de mis tristezas.

Era una de esas tardes del verano donde el calor agobia, y por más que querés dormir la siesta no se puede porque las sábanas se pegan a tu cuerpo. Y para que mentir, no sólo era el calor del verano, mi cuerpo estaba encendido de tanto deseo sin apagar. Cada roce con la sábana excitaba más y más mi cuerpo desnudo, mis manos recorrían mi piel sudorosa, mis pechos hinchados; mis dedos penetraban mi sexo húmedo para poder satisfacerlo pero no era suficiente.

En mi cabeza daba vuelta lo que me decían mis amigas cuando me quedé viuda: "ningún hombre va a venir a golpearte la puerta, tienes que salir a buscarlo". Esa tarde me decidí a hacerlo, también porque tiempo atrás me había dado resultado: así había conocido a mi marido.

Ya eran las 7 de la tarde y me vestí para ir a mirar vidrieras, esperando encontrar a un hombre que me mirara a mi. Me puse mi vestido azul bien ajustado y escotado, que enloquecía a mi marido. Se adhería a mis abundantes caderas y muslos, cubiertos por medias de seda al tono. El generoso escote dejaba vislumbrar mis 110 de busto, y los escondía levemente con una chalina de tela transparente. Mis tacones altos, negros, de pulsera, mi cabello suelto y bien maquillada. Me miré al espejo y me vi como demasiado provocativa, pero estaba dispuesta a todo por una tarde de lujuria

Salí y me tomé un taxi, sin pensar que ahí haría mi primer conquista.

Era un moreno fornido, bien puesto que no dejaba de mirarme por el espejo, y me daba charla, y con sus preguntas me llevaba a terrenos personales y a mi me daba un poco de vergüenza. Pensaba, si lo que me dice este hombre me da vergüenza, ¿cómo haré si alguno se me acerca en la calle?. Cuando llegamos a destino me dio la tarjeta del radiotaxi y me escribió su móvil detrás, diciéndome un par de piropos hermosos y que no dejara de llamarlo en caso de necesidad. Le sonreí un poco sonrojada y me bajé.

Mientras caminaba se me acercaron algunos hombres, pero bastantes lascivos todos, diciéndome cosas que sólo aumentaban mi calentura, pero no tenía el coraje de contestar.

Cada vez más frustrada me metí en un bar y al abrir el bolso me encontré con la tarjeta del taxista . ¿Porqué no?, me pregunté. Y al llamarlo, en 20 minutos lo tuve sentado en mi mesa.

Era un hombre muy respetuoso pero a la vez muy fogozo, me trataba de usted y me comía con los ojos. Era recién separado y muy solitario, todavía añoraba a su mujer. Se llamaba Pedro. A un cierto punto me dijo si podíamos seguir charlando en un lugar más íntimo y accedí

Terminamos en el cuarto de un hotel que estaba muy cerca. En cuanto cerró la puerta, empezó a manosearme por todas partes, a besarme desesperado. Me tenía abrazada y me levantó la falda para acariciarme el culo, con toda su mano y yo sentía su miembro duro y grande apretado en los pantalones que hacía fuerza por salir. Me bajó las bragas y jugaba con sus dedos en mi mojada vajina, y me chupaba los pechos. Yo a ese punto estaba desesperada, me moría porque me penetrara. Le bajé el cierre y saqué a la luz ese miembro hermoso, grande, duro y suave, que empecé a pajear con maestria. El hombre tampoco podía más, su cara estaba transformada de deseo y lujuria. Me llevó hasta la cama, conde yo me puse en cuatro, con la falda levantada como la tenía y las bragas por las rodillas ofreciéndole mi concha hinchada y mojada de tantas ganas que tenía de su pija. El ni se sacó los pantalones, se los bajó un poco y me ensartó hasta el fondo haciéndome ver el cielo. Se prendió de mis tetas y me las sacó por encima del escote para amasarlas bien y tironearme los pezones, a cada embestida mi cuerpo vibraba y se arqueaba. Los dos gemíamos como locos, y al apretarme fuerte los pezones empecé a acabarlo, con fuertes espasmos, bañandolo por completo hasta que no aguantó más y me llenó de su leche caliente.

Esa tarde Pedrito me hizo olvidar de mis tristezas, descubrí un macho dulce y potente, apasionado y viril, incansable. Por mucho tiempo fuimos amantes, aún cuando su mujer volvió a casa.

Pero era tan celoso como apasionado, y a pesar de volver con su mujer, no quería que yo hiciera mi vida con otro hombre, no quería compartirme. Y a decir verdad, yo empezaba a echar de menos los jueguitos que hacía con mi marido.

Ya lo había acostumbrado a que cuando me lo montaba me gustaba chupar el consolador… y una tarde le propuse que invitara a un amigo suyo que yo conocía, y que sabía que yo le gustaba bastante, porque a decir verdad, también lo había provocado cuando Pedro no nos veía. Pero se negó rotundamente, me hizo una escena de celos y nunca más apareció.

Menos mal que seguí viendo a su amigo que no tenía tantos prejuicios