Historias de una masajista
La historia de Rosa, una masajista que terminó enamorándose de su paciente de manera inesperada.
Recuerdo esos ojos pispiretos aquel primer día que la conocí. Llegué a su casa enfundada en mis ropajes de masajista, igualitos a esos que se usan en los hospitales. Azul, de un azul hermoso, uno de los tonos que más me gustan. Creo que me veía bien, al menos vi en sus ojos que la apantallé jajaja. La amiga que me la recomendó hizo muchas indicaciones sobre ella, sobre Louise.
Louise es la jefa del área de terapia física de uno de los hospitales más importantes de la ciudad donde ambas vivimos, tenía bajo su cargo a varios profesionales en el área médica, de modo que tenía chance de elegir entre muchas personas quién le diera un súper masaje.
En fin, cosas en la vida ocurren como ésta, en la que por alguna razón yo me convertí en su masajista de cabecera y…en algo más que eso.
Mi amiga Sara fue quien me la recomendó hace ya más de un año. ¿Un año? ¡No puedo creerlo! Así que viene a mi memoria la letanía que Sara me leyó: Rosa, por favor, te la encargo mucho, la doctora es mi jefa y me interesa quedar bien con ella.
Sara era entonces mi paciente también, ella tenía una afección en su espalda derivada de un golpe que recibió de un carrito de hot dogs en la feria de San Genaro. Había tenido avances significativos a raíz de las terapias conmigo, por eso no dudó en recomendarme con Louise.
Louise, de origen ruso, es una mujer –como dicen los comerciales de la televisión que anuncian cremas- “con cutis de porcelana”. Hasta ahora estoy cayendo en cuenta de que no sé a ciencia cierta de qué color son sus ojos, tal vez se deba a que viste de diferentes colores cuando la veo. Muchas personas dicen que si tienes ojos claros, éstos reflejarán el color de la ropa que vistes. Pero los de ella son hermosos, con unas pestañas espesas, negras y rizadas, pareciera que siempre estuviera maquillada pero no, sus rosados cachetes son de color natural. Sus cejas pareciera que las dibujaron con algún calibrador, sin embargo, no se arranca ni un solo pelo de ellas, son completamente naturales. Su naricita es respingada y apenas se mueve en cada respiro. Su boca parece una obra de arte. Su piel completita es fresca, me imagino que recién la habrá bañado una ola en las playas de Cozumel, solo que afortunadamente, no le ha dejado olor alguno a pescado. Huele siempre a limpio, ignoro qué marca de jabón utiliza para su baño pero huele como a flores de algún bosque de ensueño. Su rizada melena también es salvaje, siempre debo someterla ayudada de un broche.
Anteriormente Louise había recibido terapia de manos de uno de sus médicos en el hospital donde labora; estaba contenta con sus servicios pero lamentable, o mejor dicho, afortunadamente para mí, -y estoy segura de que para ella también- motivos personales lo llevaron a cambiar de lugar de residencia poniendo miles de millas de por medio. Tenía para entonces seis meses probando unas manos y otras hasta que… si, hasta que encontró las mías.
Desde el primer día que la conocí nuestro click fue especial. Llegué, como dije antes, con mi uniformito de masajista en color azul, mi inigualable mesa de masaje, mi reproductor de música, celestial música desde luego. Y claro, mi pequeño frasco de aceite.
Mi terapia dura aproximadamente una hora, le dije a Louise. A medida que le iba explicando en qué consistía mi trabajo, detalladamente, paso a paso, noté que los ojos se le iban haciendo chiquitos, chiquitos. Y ni lenta ni perezosa se aventó literalmente un clavado sobre esa bendita mesa. Me anticipó que si mi trabajo le gustaba, que yo sería su masajista de cabecera y que me llamaría con frecuencia.
¡No imaginé con cuánta frecuencia sería!
Terminó la hora. ¿Cuánto tiempo pasó para el siguiente masaje? Ni un minuto. Me pidió que siguiera por una hora más, así lo hice. Pensaba para mis adentros: “ ya cayó, le gustó, qué bien jajaja” ¡Concluyendo la segunda hora me pidió el tercero! Por supuesto, agradable y motivante noticia para mí, que a decir verdad, siempre pongo mi energía y mi atención en cuanto me gusta hacer.
Sin embargo, era ya tarde, había tenido un día de mucho trabajo y tenía que levantarme temprano al día siguiente así que le dije que contara con treinta minutos y me marcharía.
Ese fue mi primer encuentro con ella. Y la verdad, me encantó.
A los tres días recibí dos llamadas. Uno de ella pidiéndome atenderla nuevamente y otro de Sara preguntándome qué le había hecho ya que le había contado maravillas de mí.
Asistí a su casa nuevamente. Ella vive en un sitio de la ciudad hermoso hasta decir basta. Casas con jardines espectaculares, cada vez que voy lo transito en cámara lenta, me gusta ver el contraste de los colores de los árboles, las palmeras, las flores, las plantas, como arrancados de un libro de cuentos.
Su casa es bastante suntuosa. Yo diría que exageradamente. Si bien no es mi estilo, (me parece frío) y aunque a mucha gente le puede gustar lo caro de los muebles, a mí no se me antoja vivir ahí. Yo amo la calidez que prodiga la madera, los olores de la naturaleza, en fin.
Esa segunda cita digamos que me leyó la cartilla: Rosa, por favor, quiero que vengas estrictamente cada miércoles y quiero que vengas preparada para darme dos horas continuas de masaje a las ocho de la noche que es la única hora en que puedo ya que salgo tarde del hospital y además estoy abriendo un restaurante ruso que me tiene bastante estresada. Eventualmente te llamaré los sábados dependiendo si estás disponible.
Desde un principio me di cuenta de que es de fuerte carácter y como decimos en mi rancho “ es calzonuda” Sin embargo eso a ni no me afecta, ella o quien sea pueden ser mandones, mientras no me agredan todo está bien, mi paciencia está en buen promedio.
Cada cita en su casa es un verdadero rito. Hace que me lave las manos y los brazos casi hasta el sobaco. Con mucha agua a presión. Ella no permite que toque ni las llaves doradas de su lavabo. Acto seguido me vacía medio frasco de gel antibacterial que debo restregar con mucha firmeza. Yo creo que como ella está acostumbrada a todo esto en el hospital pues le parece de suma importancia.
Acto seguido enciende un par de aromáticas veladoras, y ni tardo ni perezoso se desprende ese sabroso olor a manzanas y canela que me encanta. Mejor dicho, nos encanta. Para entonces yo ya tengo la mesa desplegada con sábanas proporcionadas por ella misma, obviamente, desinfectadas también. Mi celestial música ya invade el ambiente. Ahora si, manos a la obra.
Hace ya más de un año que soy su masajista de cabecera. ¿Cuántas veces la he visitado en su casa? No lo sé, pero creo ya son muchas más que muchas.
De aquel primer y triple masaje que le di, algunos cambios en nuestro trato se han suscitado hasta el día de hoy. No sé si buenos, no sé si malos. Pero sí que han sido bastante especiales, inesperados, no sé tampoco si acaso son peligrosos, pero…¿sabrosos? Si, sabrosos sí que lo son.
Ella no sabe que soy lesbiana. No sé si ella lo imagine como una posibilidad. Desconozco también si ella lo sea o tal vez sea bisexual. Sí, eso debe ser, que Louise es “bicicleta” como llamamos en mi pueblo a quienes son bisexuales
Las cosas entre nosotras empezaron a cambiar desde una vez que me pareció escuchar que gemía cuando masajeaba sus piernas. Presté atención a sus sonidos guturales. La verdad me costaba trabajo contener una especie de risa nerviosa. Pensé: ¿será cierto o sólo estoy imaginando? ¿Louise se está excitando? No lo creo, ella se ve muy propia, muy seria, es mi cabeza cochina la que piensa tonterías. Pero sus pujidos continuaban. ¿ Acaso esto no suena bastante “extraño”? mmm mjm mmm mjm ( léase con cachondería total y absoluta)
Obviamente, yo no dije nada, me han dicho que calladita me veo más bonita, así que durante esos paseos por su piel yo sólo hacía mi trabajo, claro, sin dejar de admirar ese rosa de su suave piel.
Me pregunto a veces si acaso no fue un plan con maña de parte suya. Porque para cuestiones de conquista, de acercamiento carnal, soy mala como la carne de puerco, o sea, no es precisamente lo mío.
Y fue así como el miércoles de una estrellada noche de mayo ella atrapó mi mano cuando ésta circulaba a la altura de su cuello estando ella bocarriba. Sí, la atrapó con cierta energía combinada con dos cucharaditas de dulzura y un costal de cachondería disimulada.
La tomó como en cámara lenta y la fue deslizando poco a poco hasta sus pechos. Creo que me puse muy nerviosa, mi mano estaba dura pero de repente, ¡PUM! Fue víctima como de una especie de desmayo y se dejó embrujar por lo que estaba tocando. Me sentí de repente como esa pequeña de jardín de niños donde la maestra me tomaba la mano para enseñarme cómo iluminar una figura con mis crayolas para no salirme del contorno.
Así me sentí cuando Louise llevó mis manos hacia ese peligroso terreno llamado “pechos” Fue haciendo una especie de dibujo tomando mi mano con la suya y me preguntó con una voz suave que apenas era un susurro: ¿no te molesta si tocas un poco aquí? por favor. Y bueno, yo toqué, no lo voy a negar, pensando inocentemente que la pobre Louise tendría alguna afección en esa parte de su cuerpo que deseaba aliviar a través de mi terapia. Juro por los dioses del olimpo que eso mismito pensé.
Pero cuando sus pujidos fueron en aumento pensé, ¡oh, no! ¡esto ya no es normal! Creo que Louise está sintiendo algo diferente. Y yo por más que decía para mis adentros: No Rosa, no, tú no puedes estarle tocando los senos a esta mujer, tú no puedes sentir eso que estás sintiendo, tranquila Rosa, eres una profesional, recuerda que esto es sólo un cuerpo, no es ninguna mujer con tremendo cuerpazo ni con cara de ángel, Rosa, no puedes meter los dedos en la nómina, Rosa, ¡Nooooooo!
Pero yo creo que Rosa ya estaba más para allá que para acá. Ya no escuché ninguna conciencia. Y Louise lo estaba disfrutando.
Prefiero omitir lo que ocurrió después en ese masaje en esa noche estrellada. Pero después de que “todo eso” que ocurría, esa habitación se impregnaba con un electrizante olor a mujer.
Supongo que esta es la razón por la que ella encontró en mí, ese refugio a su soledad. Me pregunto cuándo parará esto y hacia dónde nos llevará. Me parece que nuestra historia ha dado un giro igualmente inesperado. A veces me invita a cenar a su restaurante que ha prosperado bastante. Después nos vamos a nadar un rato a su alberca, digamos que el masaje ha pasado a segundo plano.
Hablamos de mil cosas, de su pasado, del mío, de nuestras familias, hemos aprendido a reir juntas también.
Yo estaba segura de que simplemente mi trato con ella se limitaba a ser su masajista, después quizá solo “un poco más amigas” así traté de asimilarlo desde que las cosas fueron cambiando, hace años que tengo miedo de enamorarme.
Hace un par de semanas me dijo que quiere llevar su franquicia a Rusia, de donde ella es originaria, que tiene que estar al menos un año porque la verdad de las cosas es que ha salido buenísima para los negocios, sin embargo, yo estoy aterrada de pensar que no la veré en un año. ¡Dios! ¡ Por qué siento esto!
Es cierto, he pasado noches en vela llorando su ya cercana ausencia.
Ayer me hizo el día: Encontré en mi cuenta de correo un boleto de avión para acompañarla y un contrato para trabajar con ella en su empresa y no tan sólo eso.
También adjuntó un archivo con el siguiente título:
Hace cuatro días he firmado mi divorcio, ¿quieres venir conmigo?
Rosa, te necesito y he hecho lo que nunca antes durante estas noches, te he llorado pensando en que no te veré, creo que lo que he desarrollado por ti durante todo este tiempo se ha transformado en algo que va más allá de todo razonamiento.
Ven conmigo por favor
Espero que también tú sientas lo mismo… algo me dice que sí.