Historias de un sumiso (y 5)
Eduardo se folla al fin a su novio, cerrando de esta manera el circulo se sexo e infidelidad.
Mi móvil sonó repentinamente despertándome de un sueño que ya no recuerdo. En aquel momento, no sabía quién era, ni donde estaba. A medida que me iba despertando, me iba situando poco a poco. Aquella no era mi casa, si no la del moro de peculiar nombre Ángel. Antes de procesar nada más, cogí el móvil y contesté, sin saber quién era.
-¿Sí?- pregunté medio dormido y desorientado.
-¿Eduardo?- dijo una voz al otro lado. Era evidente que era mi maravilloso y cornudo novio Antonio-. ¿Te he despertado?
-No pasa nada- contesté yo-. Iba a levantarme ahora. ¿Quieres algo?
-Sí, bueno- empezó a decir-. Me han dado la nota del examen de matemáticas, y he aprobado con nota. He pensado que podríamos quedar y… celebrarlo.
-¡Eso es fantástico!- dije yo, con un tono de alegría un poco falso-. Me visto y voy corriendo a tu casa. Hoy me he levantado con ganas de marcha.
Colgué el teléfono sin dejarle despedirse. Intenté moverme para poder incorporarme, pero mi culo me ardió horrores. Tenía algo incrustado en él, y fue entonces cuando recordé qué es lo que había pasado la noche anterior.
Antes de que anocheciera, el moro me llamó desesperado: se había tomado un par de pastillas azules, y la polla no se le baja, por muchas pajas que se hiciera. Se pasó toda la noche follándome como un campeón hasta que se durmió.
Y eso es lo que tenía, la polla de Ángel, aún dura y erecta, en mi seco y dilatado culo. Tuve que hacer un esfuerzo enorme para sacarme aquel mástil, ya que cada centímetro que me salía era una tortura.
Cuando por fin me liberé, contemplé al moro y a su fantástica polla. No pude reprimirle, y tuve que darle un lametón a aquel capullo. Luego me fui.
Fui directamente a casa de Antonio. Aquella era la primera vez que Antonio aprobaba con nota un examen de matemáticas, que era la asignatura que peor se le daba con diferencia, pero ahora, su nota media de la educación secundaria subía gracias a ese esfuerzo.
Antonio me abrió la puerta solo en pantalones. Su pecho, poco fibrado, pero fuerte, estaba al aire libre, y por primera vez, depilado. En cuanto le vi, le di un profundo beso en el que entrelazábamos nuestras lenguas apasionadamente. De mientras, yo le iba sobando desesperadamente su pecho y de vez en cuando, su paquete. No nos dimos cuenta que ni siquiera habíamos cerrado la puerta que daba al rellano, pero no nos importaba.
-Necesito lamerte el pecho, Antonio- se susurraba al oído.
-Pues hazlo.
Dicho y hecho, bajé mi cabeza hasta su pezón izquierdo y empecé a mordisquearlo con pasión, y luego daba un lametazo por todos sus pectorales.
-Dios, como me pones- susurraba Antonio mientras me arrastraba a su casa y cerraba finalmente la puerta.
Sin dejar de besarnos, nos dirigimos al salón, y Antonio se tumbó en el sofá más grande y amplio, donde normalmente solíamos hacerlo a lo loco. Se bajó los pantalones y los tiró a un lado de la sala con pasión. De aquella manera podía ver el bulto de su paquete.
He de decir que la polla de Antonio no es la más grande de los chicos que me follo. Estaría en la tercera posición, detrás del pollón de Juan y del oscuro mástil del moro Ángel.
Tampoco tenía el semen más sabroso. Todo lo contrario, era, quizás, uno de los sabores más amargos que había probado nunca.
Nada más se quitó los pantalones, y abalancé sobre sus calzoncillos y se los quité con fuerza. Tanta que creo que cedieron por alguna parte. La polla de Antonio estaba en alza y lista para follar.
-¿Quieres que te la chupe o pasamos directamente al grano?- pregunté a la vez que me escupía en la mano y le pajeaba con velocidad.
-¡Oh!- gimió él al sentir la fricción de mi mano-. Pasemos al grano. Y ahora. Quítate la ropa.
Así lo hice. Me desnudé con gran velocidad, coloqué a Antonio tumbado en el sofá, boca arriba, escupí de nuevo sobre mi mano y me la froté en el culo. Luego me senté encima de aquel mástil. Los dos gemimos como locos. Me movía de arriba arriba con rapidez y fuerza, y cada vez que llegaba a sus huevos, un sonido fuerte y corto retumbaba por toda la habitación.
-¡Dios, Edu, sigue así, me vuelves loco, joder!- gritaba, literalmente, cogiéndome de mi polla y haciéndome una soberana paja.
No tardamos mucho en cambiar de posición. Yo me tumbé boca abajo y con el culo al aire. Antonio se colocó detrás de mi y comenzó a embestirme con fuerza. Nuestros huevos chocaban, pero no nos importaba lo más mínimo, el placer de su polla era mayor a ese dolor de golpe.
A pesar de que Antonio se situaba en tercer puesto en cuanto a tamaño de polla y en último puesto en cuanto a sabor de semen, lo cierto es que ocupaba la primera posición en cuanto al placer que proporcionaba. Era la gran razón por la que, teniendo a cinco tíos follándome a todas las horas posibles, conservase a mi novio.
Su polla me entraba hasta las entrañas, y aunque ya me la había metido hasta los huevos, él seguía empujando con fuerza, intentando meter centímetros invisibles. Aquella sensación de estar siendo empalado me mataba del gusto.
-¡Sí, fóllame, nene, fóllame fuerte!- le gritaba lleno de euforia.
-¿Te gusta, eh?- decía agarrándome de la cintura y embistiéndome-. Ten puta, ten.
No sabía él lo cierto de sus palabras: puta.
Sus embestidas fueron creciendo en fuerza y velocidad. Unos espasmos terribles le dieron a Antonio en el momento justo de su corrida, hasta que finalmente se corrió dentro de mí.
-¡Aaaaah, joooder!- exclamó con fuerza.
-¿Ya te has corrido?- pregunté extrañado.
Antonio, sin sacármela, se tumbó sobre mí y me dio un beso en la mejilla.
-Te echaba mucho de menos- me susurró-. Déjame un par de minutos y me vuelve a crecer dentro de tu culo.
-Noto tu leche dentro de mí, Antonio…- le decía yo-. Está calentita… me da gusto.
-Ya lo sé, guarra mía.
Antonio reposó un par de minutos tal como había dicho. Al principio, noté como su polla se iba desinflando, hasta casi salir sola de mi dilatado culo, pero en cuanto se recuperó, volvió a su firmeza original, sin salir para nada de mi estrecho culo.
-¿Ves?- me dijo-. ¡Ya estoy en marcha otra vez!
Volvió a embestirme en aquella posición durante otros minutos más. Mientras lo hacía yo me pajeaba violentamente. Cuando Antonio se dio cuenta de que me faltaba muy poco para correrme, me paró en seco. No quería que acabase en aquel momento. Me sujetó las muñecas fuertemente, impidiéndome moverme, y volvió, por enésima vez, a empotrarme salvajemente contra el sofá.
Así estuvo reiteradamente durante cinco minutos, más o menos, que a mí se me hicieron cortísimos. Yo siempre quería más y más, pero él agotó sus fuerzas. Volvimos a cambiar posición, y esta vez me puso en posición para hacer un 69. Aquella posición no la hacía nunca ni con Victor, ni con Juan, Manuel o Ángel, ya que yo también recibía placer en mi polla.
Fue un poco desagradable, todo hay que decirlo, el sabor de aquella polla después de haber pasado unos minutos en mi culo, pero estaba tan jodidamente cachondo que no llegué a notarlo demasiado. Estaba como un crío con un caramelo en la boca. La lengua de Antonio repasaba lo ancho de mi nabo, y cuando se la tragaba, notaba lo más profundo de su garganta. Era una sensación totalmente maravillosa, así que yo también decidí tragármela toda. Como estaba acostumbrado a la gran polla de Juan, no me costaba demasiado llegar hasta los huevos que, por cierto, desde aquella posición podía hasta oler. Y olían de maravilla.
-¡Oh, dios, sigue, que me corro otra vez, Edu, sigue, sigue, oooh!!- gritaba con fuerza mientras descargaba chorros de semen dentro de mi boca-. ¡No lo tragues, por favor, no lo trague aún! Espera!
Antonio empezó a chuparme la polla con más rapidez y más fuerza aún que antes. Yo veía las estrellas, y no me faltaba demasiado para correrme dentro de aquella boquita que me estaba haciendo locuras. Sin embargo, el amargo semen de mi querido Antonio no me excitaba demasiado.
Rápidamente empecé a soltar sonidos guturales que en realidad eran gemidos de autentico placer. Solté varios chorros de cálida leche que mi nene guardó en su boca delicadamente, con cuidado de no malgastar ni una gota.
Se desenganchó de mí y me hizo incorporarme. Se acercó a mi boca y empezó a besarme apasionadamente. Nuestras bocas estaba llenas de la leche del otro, y mientras nos saboreábamos, nuestros cuerpos se manchaban de babas y semen.
Cuando ya no notábamos el sabor de nuestro propio semen en la boca de nuestra pareja, decidimos, al fin, parar. Y nos recostamos en el suelo, abrazados, cubiertos totalmente de saliva y la santa leche caliente, que iba resecándose y enfriándose rápidamente.
-Te quiero, amor- le dije yo.
-Yo te quiero más, nene.
Seguimos en el suelo durante varios minutos más hasta que decidimos darnos una buena ducha y quitarnos aquella marranada de encima. Ya en la ducha, aproveché y le hice una nueva mamada mientras él se limpiaba y no tardó en correrse. Aquel semental se corrió tres veces en menos de una hora.
Después de aquella sesión de sexo, Antonio y yo pasamos la tarde planeando nuestras vacaciones.
Yo no sabía con exactitud lo que iba a hacer. Solo estaba seguro que yo no iba a cambiar en absoluto. Seguiría con mi amado Antonio mientras me follaría al buenorro de Juan, al bruto de Ángel, al listo de Manuel, y al lerdo de Víctor.