Historias de un sumiso (3)
Complaciendo a Juan.
Complaciendo a Juan
Era un caluroso día. Quizás uno de los más calientes y bochornosos de lo que llevábamos de año. El calor te obligaba a encender día y noche el aire acondicionado, a pesar de que tu cuerpo seguía sudando como un verdadero cerdo y la ropa, maldita ella, se quedaba enganchado al cuerpo.
Estaba pensativo. Mientras me iba quitando la ropa, por mi mente se pasaba el recuerdo de hace dos días, en los lavabos del colegio, mientras el moro, Ángel, me follaba sin casi piedad. El culo aún me molestaba. No es que no estuviese acostumbrado a recibir pollas por el culo, todo lo contrario, estaba más que acostumbrado a recibir folladas por culo, boca y por donde les viniese en gana. El hecho es que la polla de Ángel era bastante gruesa, la más gruesa que su culo había probado nunca, y que por alguna razón u otra, no se acostumbraba.
Me tumbé en la cama, ahora desnudo, sintiendo como una gota de sudor me bajaba el cuerpo, produciéndome un pequeño escalofrío. En ese momento, mi polla empezó a reaccionar. Aún pensaba en el moro. Me ponía, y aunque me follase de esa manera, y aunque no me acostumbrara nunca, me encantaba que me lo hiciera.
Me acaricié la polla lentamente, mientras aún seguía pensando en lo ocurrido, hasta que finalmente mi polla alcanzase su máximo esplendor. No es que la tuviese muy grande, pero digamos que tampoco la tenía pequeña. Era un tamaño normal, al menos para tener 18 años.
Me la cogí firmemente con la mano derecha y me bajé al máximo la piel, dejando ver un nabo rojizo, hinchado y a punto de estallar. No es presumir, pero realmente soy un experto en pajas. Como es de esperar, mi historia de "esclavo" de Ángel, Víctor, Manuel y Juan no se remonta a mamadas, folladas o manoseos. Empezamos por las pajas, el mejor invento del hombre.
Me encantaba hacer pajas, y aún más con el tiempo. Juan fue el primero a quien se la hice. Luego vendrían los demás. Más tarde, lo haría a dos manos, con movimientos de muñeca, y de un millón de formas. Luego, como no, se fue quedando en el olvido. ¿Por qué hacer pajas si puedo mamar?
Con las piernas totalmente abiertas, con una mano en los huevos, y con la otra en la polla, comenzó la masturbación. La mano derecha empezó a bajar y a subir lentamente, subir y bajar, bajar y subir. Me sentía en la gloria.
Por la cabeza, y a modo de excitación, se me pasaban recuerdos que me ayudaban a ponerme cada vez más y más cachondo. La follada del moro, el bukkake fallido, mis mamadas debajo del escritorio a Manuel, las folladas disimuladas en el parque de noche con Víctor
Estaba a punto de correrme, pero en ese momento paré. Continué y justo cuando volvía a correrme paré de nuevo. Así podía prolongar ese placer, ese intenso orgasmo. Mientras hacía ese vaivén de placer, me colocaba esta vez a cuatro patas, ensalivándome la mano para luego acariciarme el ano. Lo hacía lentamente, muy lentamente.
Me colocaba un dedo, y me intentaba follar con ese. Luego venía un segundo, un tercero y finalmente, con mucho esfuerzo, un cuarto. Las sensaciones ahora se multiplicaban por mil, y el hecho de masturbarme y follarme con los dedos me colocaba de un golpe en las nubes. Pero aún podría tener más placer.
Busqué y busqué por unos instantes hasta encontrar lo que quería: un tubo de pegamento. Largo y gordo. Perfecto. Lo chupe durante breves segundos y acto seguido me lo coloqué en la entrada del ano. Estaba frio, y constaba de entrar, pero con algo de paciencia, ganas y excitación acumulada, llegó a entrar en un santiamén. La sensación al notar como entraba aquel tubo frio en mí es indescriptible.
La hora de la verdadera explosión estaba a punto de ocurrir, pero me quería preparar bien. A si que me acomodé en una posición de lo más normal para mí. Me coloqué boca arriba en la cama, y con los pies en la pared, lo más alto posible, de manera que mi polla quedaba justo delante de mi cara, a escasos centímetros.
Yo seguía, mientras tanto, pajeandome y metiéndome la barra por el culo, hasta que, poco después, ocurrió lo inevitable. Me corrí, abundantemente, sobre mi cara. Varios chorros llegaron a mi frente, a mis mejillas, pelo, y cuello. Como no, también fueron a parar justo a mi boca que la tenía abierta.
Quedé exhausto, tumbado en mi cama y empapado de sudor y con la cara llena de semen. Lo degusté rápidamente y enseguida un sabor salado y agrio me inundó mi boca. No es el mejor semen el mío, pero la excitación de tener mi propio semen en la boca y cara me hicieron olvidarme de ello. Con la mano llevé el semen que tenía repartido por toda la cara y me lo llevé a la boca.
Justo en ese instante, cuando saboreé el último rastro de mí, sonó el móvil, provocándome que saltara de golpe de la cama del susto. Era Juan, el inoportuno Juan.
-¿Si?-pregunté.
-Eduardo- sonó su voz-. Vente a mi casa, que me apetece que me hagas unas cositas.
-¿Y si no quiero?
-Se la chupaste al moro en el colegio- me dijo insospechadamente-. ¿Por qué no a mi?
-¿Cómo sabes eso?- pregunté molesto.
-¿Tu qué crees?- respondió preguntando-. El moro es un bocas, ya le conoces. Y me contó que encontraste una sorpresita en su polla- dijo mientras re reía.
-Cállate, cabrón- dije algo molesto-. Que me costó hacerlo.
-Entonces, ¿Por qué conmigo no?
-Está bien- afirmé-. Me harás alguna cosita tú?
-Pues claro que no, zorrón- me dijo-. Aunque si te portas bien
-¿Me dejarás que te folle?- bromeé.
-¡Y una polla como una olla, maricón!- contestó molesto por la broma-. Y ven rápido, que se me baja.
Juan vivía cerca de mí, así que limpiarme la cara, arreglarme y llegar hasta su casa no me costó más que quince escasos minutos.
-¿A que huele aquí?- pregunté.
-A costo- dijo con los ojos algo rojos y con el porro en la mano-. Pasa coño!
Juan cerró la puerta y luego se dirigió al sofá de su sala de estar. Allí me mandó agacharme. Prendió una calada al porro. Yo de mientras, empecé a sobarle el paquete por encima del pantalón. Notaba como poco a poco la polla de Juan volvía a ponerse dura y caliente.
Se quitó la camiseta para ponerse cómodo. Juan siempre va al gimnasio. No se mata, pero se nota. Tiene un cuerpo de oro, unos abdominales increíbles un pecho fuerte y unos brazos como el acero. El cuerpo le brillaba a causa del sudor. En cuanto quise darme cuenta, Juan se bajó los pantalones, junto a los calzoncillos, dejándome cerca, a varios centímetros, la maravillosa polla de Juan.
Las había visto de todos los colores, de todos los tamaños, y de formas inimaginables, pero la polla de Juan era, por excelencia, la mejor de todas. Estaba perfectamente depilada, y tenía unos huevos grandes, que le colgaban de manera sabrosa.
De nuevo se sentó, esperando lo inevitable. Me arrodillé a la vez que él se sentó en el sofá. Él quería que se la mamara, que le propinara una de esas múltiples chupadas de polla que habitualmente le hacía, pero quería probar otra cosa.
Cogí su majestuosa polla con las dos manos, sintiendo como Juan agitaba su respiración al sentir el tacto de mis manos sobre su mástil duro. Acerqué mi boca a su rojizo nabo, al cual olí. Escupí.
Acto seguido, bajé su piel hasta dejar ver ese nabo en toda su majestuosidad. Estaba pidiendo a gritos que se la chupara, y Juan también. Pero en vez de eso, en lugar de acercarme y lamerlo, subí la piel, hasta tapar por completo aquel capullo tan delicioso.
Juan estaba que retorcía del placer, al sentir su piel subir y bajar lentamente junto con mis manos. El ritmo, poco a poco, fue subiendo exponencialmente.
-Ah -gemía él.
Pasados unos minutos, ya casi no podía ver, como aquel que dice, mis propias manos a causa de la rapidez de subida y bajada. Juan gemía sin parar, y se retorcía de mala manera. De vez en cuando, escupía sobre su polla sin parar de masturbarle, así me permitía hacerlo mucho más rápido.
-Oh, Dios!- gritaba él-. ¡Para, para, no me quiero correr aún!
Paré de golpe, dejando a Juan exhausto, rojo y sudando.
-Cabrón, hacía tiempo que no me hacías una paja de las tuyas- decía mientras se quitaba el sudor de la frente y se cogía la polla-. Por poco no me corro.
-¿Te ha gustado, verdad?- dije con una sonrisa picarona.
-Y tanto que me ha gustado- dijo-. Pero prefiero que me la chupes.
Nada más escuchar su última frase, me abalancé sobre él, y me metí aquel miembro de un golpe en mi boca. Juan, que no se lo esperaba, gritó de placer.
-¡Espera, espera!
Me cogió de la cabeza y me la sacó de golpe, dejándome a medias, sin poder disfrutar de aquel exquisito manjar.
-¿Pero qué haces?- pregunté yo molesto.
-Quiero follarte, con tus mamadas me correría demasiado pronto.
-Ya sabes que tu polla me pone como no lo hace ninguna- le dije-. Déjame chupártela un poco, anda - le suplicaba mientras acercaba mi lengua a su apetitosa polla.
-¡Que no, coño!- me dijo él-. Levántate y quítate el pantalón.
-Joder, si tanto te gusta que te la chupe, no entiendo porque quieres follarme- dije, mientras me levantaba y me quitaba la ropa.
-Ya me has pajeado, ¿no estás contento?
-Sí, pero yo prefería -intenté decir, pero antes de acabar Juan me cogió y me dio la vuelta bruscamente y me obligó a inclinarme.
De esta manera, mi culo quedaba expuesto totalmente a él. Escupió repetidas veces en su mano, y me llevó todas sus babas a mi culo, el cual empezó a masajear tranquilamente. Ese masajeó en el ano me estaba volviendo loco. Metió, sin previo aviso, y de golpe, uno de sus dedos, y empezó a follarme, mientras yo con mis manos me abría las nalgas para facilitarle el camino. Ya solo podía gemir, a pesar de que esa posición era bastante incómoda.
-Siéntate sobre ella, quiero empezar.
Me senté, tal y como estaba y, por mi propio peso, la polla de Juan empezó a entrar sin problema alguno. Notaba como aquel miembro, que debía medir unos dieciocho centímetros, entraba paso a paso, hasta llegar a lo más hondo de mí ser. Allí estaba, como el que no quería la cosa, sentado sobre la polla de mi Juan, dándole la espalda.
Tal y como esperaba, era yo, una vez más, el que tenía que moverse y dar placer. Así que, de ese modo, subí el cuerpo, de manera que la polla salía de mi agujero trasero que, por otra parte, se adaptaba como una ventosa a su fantástico miembro. Justo cuando noté que el nabo volvía a tocar la salida del ano, volví a bajar, lentamente, otra vez, esperando a que mi culo se adaptara por completo.
Una vez acostumbrado, mi ano ya me pedía a gritos unas buenas embestidas de aquel semental, así que empecé a subir y a bajar cada vez con más rapidez. Movía mis caderas en círculos una vez tenía la polla entera dentro de mí, para darle un particular masaje que nos volvía locos a los dos.
Al cabo de pocos minutos, cuando ya casi no podía sacármela ni metérmela del esfuerzo, Juan advirtió de que pronto iba a correrse.
-¡Me corro, me corro!
En ese momento, me saqué la polla tan rápidamente del culo como pude, me puse de rodillas y me la metí en la boca. Uno, dos, tres y hasta cuatro chorros de leche caliente de macho recién extraída chocaron contra mi garganta. El sabor de Juan me inundó la boca. Me saqué aquel miembro y abrí con cuidado la boca, enseñándole satisfecho su semen, mientras jugaba con la lengua. Él también parecía estar orgulloso. Me lo tragué.
Bajé de nuevo hasta su polla, y terminé de limpiársela. Su nabo aún expulsaba algunas gotas de semen, y sus huevos estaban empapados de sudor, sudor que había que limpiar.
-Muy bien, Eduardo- me dijo-. Ya te puedes ir.