Historias de Selene

Selene es una chica muy atractiva sin ser bella. Hay un objeto peculiar que la hace distinguirse del resto de las pasajeras, se trata de un collar ancho de terciopelo negro con hebilla dorada y casi tan espaciada como su cuello. Cuelga del mismo una medalla de oro de tamaño normal, con inscripción, engarzada a una cadenita fina. Su muñeca y tobillo derecho lucen graciosamente unas esclavas del mismo material.

Historias de Selene

Selene

Selene es una chica muy atractiva sin ser bella, muy elegante y moderna sin ser sofisticada, alta sin exageración y femenina en toda la extensión de la palabra. No es tan delgada como las top models pero conserva unas proporciones que están en su justo peso y medidas. Eso sí, es generosa en busto y caderas pero guardando una estética impresionante.

Viste informal, como es su costumbre cuando no trabaja: pantalón blanco, de cintura baja, ceñidos a las bien plantadas caderas, se nota que no lleva braguitas. Ciñe una camiseta de escote amplio en V también blanca y donde sus pechos desnudos se destacan con lujuria. La camiseta permite ver unos ocho o diez centímetros de su cintura donde se ve, a las claras una piedra preciosa engarzada a un cuerpo de oro que está clavado por un alfiler en la parte alta de su pequeño y gracioso ombligo. Hay un objeto peculiar que la hace distinguirse del resto de las pasajeras, se trata de un collar ancho de terciopelo negro con hebilla dorada y casi tan espaciada como su cuello. Cuelga del mismo una medalla de tamaño normal, con inscripción, engarzada a una cadenita fina, las dos piezas son de oro macizo de 24 quilates. De igual valor son las esclavas que lleva en su muñeca y tobillo derecho. Calza sandalias con tacones de agujas muy altos y del mismo color del collar. Sus dedos juega con la joya y una sonrisa aflora a sus labios más bien finos de boca grande y hermosa, dientes blancos y parejos.

El Ave, rumbo a Sevilla

Cuando tiene que Viajar lo hace siempre en tres. Esta vez la hace en el Ave en la dirección Madrid - Sevilla por asuntos profesionales pero, antes, venía de Valencia. No le gusta volar, es pavor lo que siente y siempre va en ese medio. Está sentada en su cómoda butaca y sola. Recuerda que muy pronto se va a encontrar con su Dueño, el hombre que la introdujo en un mundo inmenso y sorprendente del que sólo tenia referencias por aquella época y que Él tan sabiamente la llevó de su mano quedando prendada de una forma de vivir el sentimiento del amor diferente, odiada y muy criticada por la sociedad, de eso hace cinco años. Y es que Selene es de condición sumisa y, como orgullosamente se hace llamar siempre, esclava de su Señor.

Venía de estar en la Costa Blanca, concretamente de Santa Pola y de la grandiosa casa del Amo Florido que da al luminoso Mediterráneo. Estuvo cedida a éste por dos semanas, quince días maravillosos que permanecerían en su memoria y espíritu por mucho tiempo. Aprendió más del BD Y BS en las dos fiestas celebradas los fines de semanas que con su Señor en un lustro. Pero ella sabía que su Maestro, su mentor, el Guía de su futuro no podía ser nadie mejor que el Dueño de su persona. Gustaba de evocar siempre, en cada viaje que hacía por mandato expreso de Él, como conoció la oculta personalidad de Fernando ese espíritu dominante e interior que invadía su gran personalidad, la autoridad indiscutible que, desde el principio, ejerció sobre ella, de los fetiches a los que se veía sometida. Pensó con sarcasmo que toda ella era un fetiche viviente de la Naturaleza de Él. Suspiró profundamente, con alegría, y se abstrajo de todo lo que la rodeaba.

Cerca de seis años atrás trabajaba para él como enfermera y pasante desde hacía seis meses. Le gustó aquel hombre desde que le puso los ojos encima y la intimidó con su mirada y su voz de mando fuerte y varonil. Muchas veces se encontró sorprendida y estimulada con órdenes que se refería a su persona como:

-Selene, con ese uniforme blanco te va mejor unas pantymedias blancas y transparentes. A partir de mañana comenzarás a usarlas.

Quedó alucinada ante tamaña observación que le pareció improcedente venida de un jefe, más siendo médico. Podía y tenía necesidad de protestar pero no se atrevió, tan sólo cerró sus piernas cuando, al final, le dio la orden. Al día siguiente tenía una pequeña bolsa de regalo sobre la mesa. La abrió y en ella encontró seis juegos de pantymedias blancos y transparentes de increíble calidad.

Pudo tirárselas a la cara inmediatamente que lo vio llegar. No lo hizo, no supo el porqué, y en ese mismo momento, como idiotizada, castigándose a sí misma por su cobardía, se fue al baño y sustituyó las medias blancas y tupidas por aquel género de lujo. Fernando no dijo nada pero ella supo que se había dado cuenta nada más verla ante Él. No pasó tres días cuando, saliendo de su despacho para despedir a una paciente, hizo otra observación puntillosa a su persona.

-Selene, eres una mujer muy atractiva con unos pechos relevantes, jóvenes y erectos. No me gusta que lleves sujetador. Tu uniforme te sienta a las mil maravillas teniendo esas tetas libres de ataduras, bailando con naturalidad. Quiero ver realismo en ti –Acto seguido ordenó simple y llanamente -¡Quítatelo!

Aquello lo dijo en dirección al despacho, sin pararse a observar la rojez de indignación que le subió al rostro y la rabia sorda que le entró en su agradable cuerpo era cosa seria. Se erizó como una gata en celo levantándose violentamente de su silla y dirigirse con rapidez al consultorio. Él la vio venir pero no aceleró su marcha ni sus movimientos, tranquilamente cerró la puerta en sus narices y ella quedó pegada con el cabreó monumental que la dominaba. No entró, no se atrevió o no quiso pasar para escupirle a la cara todo lo que pensaba. Cuando llegó la hora y la última paciente marchó, Selene recogió su bolso y se marchó sin despedirse.

Pero en los días siguientes, la joven vestía el uniforme con pantymedias y su hermoso y erecto busto estaba libre de sujetador. Tampoco esa vez el médico dijo nada cuando la contempló durante un buen rato, sin temor a las protestas de su enfermera.

Ese mismo viernes por la tarde, estando solos, la invitó a salir aquella noche.

-Podemos tomar una copa, cenar, bailar, charlar sobre todo y conocernos mejor fuera de aquí ¿Hace? A las ocho y media paso a recogerte ¡Ah! Ponte una falda de vestir de lo más corta que tengas y, de estos pantymedias que te regalo, eliges el que vaya acorde con la ropa.

Esta vez no se movió del sitio, la contempló largamente y con una mirada penetrante que no daba lugar a protesta. Selene, por dentro, se la reconcomía los demonios pero volvió a callar, a mostrarle su indignación, a ponerse de pie ante su mesa como retándole, aguantando como pudo su mirada inquisidora.

-Lo he pensado mejor, saldremos a las ocho. Tengo mucho que conocer de ti y cuanto mas tiempo tengamos menor –Tenía el dedo derecho sobre su boca como indicando silencio y luego hizo un gesto indicativo de que no había más que hablar.

Bosquejo a la sumisión

Si estaba tan enfadada, tenía ganas de arañarlo, de sacarle los ojos, de morderlo hasta sacarle la yugular ¿por qué se vestía tan séxil para él? ¿A quién debía pegar y arañar? ¿Al medico engreído y prepotente o a ella por cumplir, sin rechistar, lo que decía su señoría el doctor? Se contempló en el espejo y reconoció que estaba bonita, deseable vistiendo así. Cualquier hombre sucumbiría ante sus atributos nada más verla, se dijo a sí misma. Él no, pasaría de ella, estaba segura que la miraría con ojos clínicos de arriba abajo y le diría -¡Nos vamos!

-¿Nos vamos, Selene?

Tal como lo había pronosticado. Se equivocó tan sólo en que la estuvo mirando sin quitarle ojo desde que apareció por el portal, a través de la puerta de cristal. Cuando estuvo cerca extendió su mano grande de hombre, suave, hecha para palpar cuerpos femeninos y ella lo aceptó. La llevó despacio, recreándose sin pudor hasta la portezuela derecha de su Alfa Romeo Giulietta Spider, de 1955, lacado en el color del oro y reluciente como el metal.

Vestía un traje chaqueta negro de falda a medio muslo, una camisa vaporosa gris donde las cúspides de sus pechos se notaban desnudas por los relevantes pezones que parecían estar erectos. Sus formidables piernas lucían brillantes y espectaculares con aquellas pantymedias color humo. Sus zapatos eran de tacones altos y, por supuesto, negros.

Cenaron tranquilamente hablando de todos los temas que les venían como consecuencia de los otros. Bailaron muy unidos, como un matrimonio que están gozando de una velada muy particular. Salieron de allí y él la invitó a un Pub de moda a tomar la última copa. Aceptó.

Estaban sentados en la barra, Selene con las piernas hacia adentro y entre abiertas, a su lado izquierdo él. Fernando, sentado de lado en su butacón, mirándola, hablando de todo y ella escuchándolo arrobada. Ambos tenían unos largos vasos de bebidas en las manos. De pronto, Selene lo vio inclinarse levemente hacia ella y sintió la mano derecha en su muslo izquierdo, acariciándolo mientras levantaba toda la falda hacia su pubis. Se contrajo y casi se atraganta con el sorbo que tomaba en ese momento. Fernando siguió adelante sin dejar de hablar, palpándola con suavidad.

Selene tuvo que dejar el vaso de bebida sobre el mostrador agarrarse a él con sus dos manos. Él se había apropiado de su vulva entera aprensándola con fuerza, metiendo profundamente y con rapidez los dedos facultativos en su raja y a través del suave triangulito de encaje de su negro tanga, auscultando y masturbando la entrada vaginal con sus dedos y en continuos círculos, subiendo, sin miramiento alguno, hacia un clítoris que se encendió estrepitosamente cuando los dedos atrevidos tomaron contacto con él. Fernando apretó, amartilló y jugó como le dio la gana con su botón. Ella, totalmente sorprendida, transpuesta, agarrada fuertemente a la barra y mirando al frente respiraba como si estuviera pariendo ¡Estaba paralizada! Quiso cerrar las piernas pero no la dejó, le dio unos golpes precisos en los muslos y la muchacha las abrió nuevamente como una autómata.

Como pudo lo miró y su boca estaba cerrada herméticamente, sus dientes apretados unos contra otros, los ojos se le salían de encendidos que los tenía y los dedos, de uñas lacadas al natural, se crispaban en la madera. Ahora veía al barman frente a ellos con una suave sonrisa de complicidad, preparando otra ronda que Fernando había pedido con una señal de su mano. Sentía pavor y rabia, pánico de que los presentes lo estuviera viendo cómo el maldito médico le sobaba el coño tan magistralmente a la enfermera y que ella no podía hacer absolutamente nada por salirse de su control dominante. Y es que le estaba realizando una masturbación de antología, En su interior sintió como sus ovarios se estremecían estrepitosamente y estallaban frenéticamente en un orgasmo que inundó su tanga minúsculo mojando la mano prodigiosa. Ella contuvo como pudo el tremendo grito que quería lanzar al aire por temor al ridículo. Perdió la visión, al camarero y su entorno. Se dejó llevar por el tremendo orgasmo y le pareció tan interminable que le dio la sensación de que se iba a desmayar.

Fernando, como médico patólogo, supo cuando la mujer terminó de orgasmar. Tenía la mano mojada de flujo, dio unos golpes en su sexo, la sacó, bajó la falda y la limpio suavemente en una servilleta que dejó sobre la barra.

-Vete al baño a refrescarte y espérame sin salir de allí. No se te ocurra quitarte el tanga.

No supo ella como se encontró el baño de señoras y ante el espejo del tocador, el caso es que esta allí muy alterada, el coño echaba fuego y le hormigueaba toda la vulva. No comprendía como se corrió ante aquellas caricias certeras que la dominó por entero todo el tiempo que él quiso. Primero las pantymedias, luego el sujetador, la tarde esa su forma de como vestirse para él y ahora esto. Selene comprendió de inmediato que se estaba haciendo con su voluntad día a día y que ella era cómplice de que así fuera. Tuvo ganas de llorar, marcharse, dejarlo plantado en el Pub y del trabajo y no volverlo a ver nunca más. No haría nada de eso, sabía que estaba abandonada a su suerte y lo esperó como había dicho.

Había pasado cerca de media hora y Fernando no aparecía. Ella miraba inquieta la puerta sin saber que hacer. Estaba tranquila, casi normal, las ganas de saberse en sus brazos iban tomando cuerpo a medida que lo esperaba en los interminables minutos y ya desesperaba. De pronto la puerta se abrió y, bajo el marco de ella, apareció Fernando, alto, delgado, serio, mirándola con su profundidad de ojos. Cerró la puerta tras de sí, la tomó del brazo y la introdujo en una de las dos cabinas del coquetón baño de mujeres.

No hablaba, tan solo la aplastó literalmente contra la pared de ladrillos. La besó en la boca sin violencia y estuvieron así un buen rato, acariciándola el cuello, sus brazos, palpando sus glúteos, subiendo y metiendo sus manos por entre sus brazos y jugando con sus senos de todas las formas y manera. Ella resoplaba bajo el dominio de su boca golosa dejándose hacer. Estaba con él y no le importaba ya las interrupciones.

Fernando pasó una de sus manos por la entrepiernas comprobando que Selene había cumplido a rajatabla sus órdenes. De un empellón rompió el tanguita y lo quitó con cierta violencia tirándolo a un lado. Con unos golpes en los muslo le indicó que los abriera y, mientras ella obedecía, él bajó la cremallera del pantalón y la acarició con su pene ya erecto, duro, macizo. Quiso resistirse pero no la dejó, enfiló la entrada de su vulva, empujó con cierto ímpetu y fue entrando lentamente, dejándose sentir, ella percibiendo cierto dolor por el poder de aquella polla, él queriendo llegar hasta el cuello de su útero.

Selene creyó morir cuando se encontró totalmente empalada, allí, en el baño, sintiéndose toda de él, muriendo en el placer que recibía. Estuvieron varios minutos en un frenético coito fuera de lo normal y los dos, casi al unísono, se vinieron, ella antes dejándose desparramar como una condenada al perpetuo placer, él, saliéndose de ella y mojándole toda la vulva, los muslos y parte del estómago. Selene quedó desmadejada, Fernando quieto, apoyado sobre sus hermosos pechos totalmente erectos por el éxtasis de momentos antes.

-Es hora de marchar. Arréglate que te llevo a tu casa. Mañana, después de analizar todo esto quieres seguir, llámame a mi casa antes de las doce. Me voy a mi chalet de Dos Hermanas a pasar el fin de semana. Me gustaría que vinieras, te enseñaría una forma novedosa de vivir la vida, muy diferente a la que conoces, singular y muy atractiva. Si lo decides llámame y te recogeré

Y lo llamó, Selene, sentada en su cómoda butaca de viaje, rió pensando todo aquello y comentó para sus adentros –"Mi Señor, Mi Señor, siempre has sabido lo que realmente necesitaba y el momento justo que lo quería sin que yo pudiera objetar nada en contra de tus sabias órdenes".

Durante un buen rato estuvo mirando el paisaje cordobés. En un par de horas llegaría a Sevilla. Los recuerdos volvían a invadirla y ahora pasaba por su cabeza otros momentos muy diferentes, cuando ya era esclava veterana y estaba totalmente entregada a Él. Se veía en su chalet de Dos Hermanas un fin de semana, vestida con una cortísima falda de cuero, una cinta, también de cuero, que rodeaba su frente y toda ella desnuda, sudando, sentada en el suelo y rodeada por las piernas de su Amo. Eran memorias de una de las interminables sesiones del Señor que tenía con ella cada quince días. Agotadoras, extremas pero llenas de una magia que nunca se cansaba de acudir a ellas.

Bondage

"Estoy tirada en el suelo, espatarrada, sostenida por la cadena que mantiene en la mano mi Amo, con el pelo largo revuelto y mojado cayéndome por la cara, sudando el cuerpo, dolorida por los azotes recibidos en la espalda, los glúteos, mi vagina… en esos interminables juegos de sesiones a los que me somete Mi Dueño, por lo general, cada dos semanas. Estoy buscando una bocanada de aire para mis pulmones porque el Señor se ha apropiado de mi boca hace mucho tiempo".

"Visto de cuero negro: una falda estrecha, corta y de cinturilla baja, abierta por los muslos hasta el mismísimo talle y que dejan ver las desnudeces completa de las nalgas y el sexo totalmente depilado. Mis pechos exuberantes están libres, descansando sobre las bases en un corsé de poli piel lustrosa, rugosa, ajustado a la cintura y mi cuello luce una correa de cuero negro brillante con una ancha y gruesa argolla de metal de donde pende la larga cadena que Mi Dueño tiene cogida en todo momento. Una cinta fina del mismo material rodea mi frente y cae sobre mis hombros desnudos, húmedos por la transpiración".

"Él es alto, delgado, de aspecto atlético y velludo. Viste tan sólo un pantalón de cuero negro muy ajustado a las caderas. Sus piernas largas están desaparecidas en unas botas de montar del mismo color, altas hasta casi las rodillas y acharoladas. En una mano mantiene la cadena a la que estoy sujeta y en la otra una fusta que suena continuamente cuando Él da contra el costado de su pierna derecha marcando mis movimientos".

"Mi Señor está de pie dirigiendo el juego y yo entrando y saliendo por entre sus piernas. En cada momento que paso por debajo de Su Persona beso sus muslos, los escrotos bien reflejados en la piel del pantalón, mordisqueo con los labios su pene erecto bien señalado o meto mi nariz y boca por entre sus piernas deliciosas, abiertas en ángulo para darme paso, cubiertas por ese cuero que sabe a Él. Sé que está gozando, bufando porque tiene el pene hinchado y a reventar dentro de su pantalón estrecho. Cambio a posición de perra ahora y recibo las palmadas en mis glúteos al aire, la cabeza erguida porque el collar obliga cuando la cadena tira hacia Él pero mis ojos nunca están dirigidos al Ser que me domina por completo".

"De vez en cuando estira el brazo izquierdo o derecho hacia la mesita donde descansan unos rebenques negros, toma la fusta o el látigo y lo deja restallar en el aire indicándome más brío en mis acciones, otras veces me sienta y castiga mis pechos o enrojece mi vulva con tibios golpes de mano o con un látigo pequeño de finas correas no superior a quince centímetro y que está adecuado para estos órganos. Luego, sin contemplación, hace que me levante tirando de la cadena con un solo brazo y comienza a besar una a una las partes humilladas, acariciando mi piel con una ternura infinita. Sus labios están húmedos, su lengua lamiendo mis senos enrojecidos por esa fusta que enseña dolor, perlados por gotas de agua. Mi vulva caldeada, rasurada labio a labio por Él y rebosante de mis flujos vaginales son bebidos con deleite por Mi Señor".

"Siento las manos queridas recorriendo centímetro a centímetro mi cuerpo, parándose aquí o allí, mordiendo con sus dedos los pezones embravecidos por el tormento del placer, antes machacados por pinzas, bebiendo una y otra vez de mi vagina siempre mojada y entreteniéndose con los dedos en las zonas que sabe que me puede pillar y castigar porque mi pasión por Su Persona y métodos me vuelve loca. Me hace perder la razón con ese poderío sexual que tiene y lo desobedezco con un orgasmo incontrolado, entonces, haciendo uso de su autoridad, tomando como excusa que mi sexo se lubricó estrepitosamente sin Su permiso, deja caer el látigo, la fusta o Su mano derecha sobre mis nalgas, mi sexo o mis pechos".

"Otras veces, tapándome los ojos con una banda de seda negra y poniendo una mordaza de bola agujereada en la boca hace que adopte posiciones incómodas y, para quienes no están acostumbradas, muy vergonzosas, tales como la de cubito supino, con la cara sobre el suelo, las manos, si no están atadas con grilletes, estiradas por delante de mi cabeza o en cruz, los pechos aplastados contra la moqueta, descansando mi grupa sobre las piernas totalmente anguladas y francas que dejan los labios de la vulva abiertos y las nalgas expandidas permitiendo mostrar un ano ennegrecido, quizás dilatado por un uso anterior del Amo".

"Ahora mantengo una posición distinta, es "el Cristo". Mi Dueño ordena ponerme mirando al techo, los brazos por arriba de mi cabeza y las muñecas están sujetas con grilletes de cueros engarzados a los extremos de una cruceta, plana y dura y las piernas sujetas a los otros extremos que las dejan increíblemente separadas. El Amo pone un gran cojín muy grueso debajo de mi cintura y quedo echa un arco donde puede verme con los ojos vendados, la boca amordazada, el cabello revuelto, mojado y extendido a los lados. Estoy sudorosa, enrojecida mi piel por los azotes anteriores, los brazos rectos y en diagonal, los pechos aplastados en mi tórax, el ombligo enjoyado y con una plaquita que contiene mis datos de esclava sujeta a una pequeña cadena engarzada a la joya y que cae a un lado de mi estómago hundido, el culo casi en el aire y mi sexo desprovisto de vello púbico expuesto y con los labios algo separados porque mi vagina contienen tres o cuatro bolitas de ciertos diámetros o, en otras ocasiones, por la postura tan solo o el goce que le dio a ésta anteriormente".

"El Amo termina conmigo su labor, busca una butaca y siento que resbala su mirada por mí desde su pedestal, o se dedica a leer porque oigo el pasar de las páginas. Este castigo no dura minutos sino lo que Mi Dominante disponga o cuando ve que el sufrimiento empieza a llegar a los límites de la resistencia. Jamás castiga mi cuerpo estando en situaciones como ésta tan solo lo disciplina y lo adapta a mi condición de esclava, he de estar siempre preparada para sesiones de Amos y Dominas. Se deleita en pasar la mano por todas partes, contemplándolo y comprobando una vez más los sufrimientos que me hace pasar por amor a Él".

"Otros de los castigos, muy pocas veces utilizados, es dejarme colgada por las muñecas a una barra bastante alta dispuesta en la pared, manteniéndome tan solo con los dedos de mis pies, ojos tapados y boca inhabilitada por el bozal, desnuda completamente como es la costumbre en nuestra intimidad, atenazando los pezones por trincas, las laderas de mis senos, los labios menores y las nalgas con pinzas especiales que no hacen daño pero incomoda porque, al cabo de una hora, con las tenazas, mis pechos y vulva se resienten y, aunque el Señor está al tanto al quitarme los tormentos, no tiene piedad porque los arranca con una fusta o las manos y siento un dolor horrible, grito como una condenada y los ojos son fuentes inagotables de lágrimas. También le gusta tenerme así pero empleando dildos plastificados, pene acerado y niquelado que inundan todos mis orificios corporales. Éste me gusta más, es un castigo suave, agradable, me permite pensar todo el tiempo que las compresas plásticas y de acero en los agujeros vaginal, anal y bucal es el Señor multiplicado por tres que me tiene penetrada por toda mi persona o Él, contemplando alegremente, como otros Amos me poseen".

"Es un juego fuerte que realizamos, como mínimo una o dos veces al mes, pero cuando Él decide llegar a extremos insospechados. Jamás rayan el riesgo y son distintos todas las veces, con variantes que no entiendo yo de donde saca tantos conocimientos, sin embargo, las emplea en mí y me lleva al paroxismo del placer".

"Ha ordenado me quite la falda y quedo desnuda ante sus ojos, sólo el corsé. Dándome dos palmadas en el culo, en una cualquiera de las dos nalgas, indica que he de ponerme a cuatro patas y tira de la cadena. El Amo tiene códigos para todos mis actos. Yo le sigo detrás, paseándome por toda la casa, respirando por la boca y con la lengua medio fuera como la perra de Mi Amo que soy, sacándome a la terraza donde sabe que pueden vernos, dejándome que pase delante de Su Persona para que pueda contemplar a discreción mi grupa, agachándose y palmeando mis redondas y anchas caderas o, tan solo, tomando mis senos y los pezones, jugando con ellos a discreción y estirando de las tetillas a la manera y forma que se ordeña a una vaca".

"Sus caricias son para mí el pan de cada día, la necesidad de vivir, la razón que me deja comprender claramente mi naturaleza a la sumisión y a estos tipos de actos. Y es que la vivo, la disfruto, siento vibrar mis óvulos cuando soy humillada de esa manera que puede ser atroz a otros ojos pero que no es así. Aprendo todos los días nuevas formas de satisfacerlo y satisfacerme yo misma aunque reprime mis impulsos, cosa natural, por otra parte, ya que Él es el Dueño, El Señor de mi persona, de mi vida, de mi honor y mi destino".

"Ahora estoy sentada sobre sus piernas y su pene morado, nervudo, velloso, ancho que no muy largo, drena toda mi vagina encharcada de mis jugos y los Suyos anteriores, llenándome de emociones infinitas. Toma mi cintura la levanta y la deja caer sobre su falo encabritado al rito del coito con una facilidad asombrosa, como si yo no pesara nada. No estoy delgada pero tampoco gruesa. Soy una mujer fuerte, curvilínea, proporcionada, de carnes prietas y mis años jóvenes todavía no han hecho mella en mí cuerpo. Mi vagina se contrae continuamente entorno a su pene totalmente vivo dentro mí, como una tercera mano que segrega jugos y lo masturba al ritmo que Él marca".

"Tengo prohibido tener orgasmos y me cuesta mucho cumplir sus órdenes y lo sabe porque mi vagina se adhiere como una lapa al gran contorno apretándolo, amándolo, gozando con él. Suelo pensar en otras cosas cuando me veda ese derecho pero la mayoría de las veces es poco menos que imposible y, cuando se viene y lo siento inundarme, muerdo de tal forma mis labios e incrusto las uñas en las palmas de las manos que muchas veces me hago sangre en ellos y, por ese motivo, soy igualmente castigada. Es un juego del Señor en el que yo siempre salgo perdiendo y me gusta sentirme así de sometida, castigada sin llegar al embrutecimiento. Es lo que persigo en todo momento cuando estoy a su lado, saber quien es el Amo, el Dueño, el Señor de mi vida, de mi cuerpo, este cuerpo inmundo que tanto le gusta tener, poseer y humillar".

"No terminamos ahí y en las horas siguientes degusto el semen que arroja en mi boca o sobre mis pechos en una "cubana" al que es adicto y que moja las tetas generosas que lo arropan, la cara y gotas gruesas, calientes y espesas se posan en mis castaños cabellos. Otras veces, cuando tengo la regla, inunda mi esfínter hasta dejarlo dolorido, rojo incandescente por las fricciones bruscas del acto hasta llenar mis entrañas descargando generosamente Su manantial tan querido y deseado".

"Abrazados, tirados en el suelo o apoyados en el barón de la cama, yo inclinada sobre su pecho o recostada sobre sus piernas desnudas y temblorosas, cerca de su miembro oliendo a Él, oliendo a la hembra caliente que soy, salado, sabroso, recién limpio por mi boca y el Señor, apoyado al costado de la cama o la pared, nos quedamos dormidos una o varias horas hasta que el frío nos obliga abrir los ojos o Mi Dueño se despierta antes y me despierta a continuación para que le prepare un café bien cargado mientras me contempla toda sucia, apestando a sexo a una legua, admirando mi cuerpo desnudo y casi orondo en todos sus movimientos. En otras ocasiones parecidas a esta, se acerca a mí y me estimula toda con sus caricias, sus besos y no me deja que le haga el café que le gusta porque nuevamente ordena ser atendido como es su derecho".

"Si no logro quedarme dormida porque quiero revivir los momentos gozados al calor de Su persona, es cuando comienzo una vez más a recordar cómo llegué hasta Él. Me dejo llevar libremente por los pensamientos muchas veces ingratos, dolorosos y llego hasta el momento en mi dedición de cambiar mi vida, mis costumbres y cuando fue la necesidad de tenerlo como Amo".

Selene se acaba de estremeces quedando rígida en su butaca ferroviaria. Las piernas se han quedado estiradas con violencia y sus manos engarrotadas, cogidas la una con la otra. Los ojos abiertos desmesuradamente y la boca inhalando el aire que le falta por el orgasmo tan grande que se ha producido ella misma rememorando a Fernando amándola como es su costumbre.

-¡Dios mío, qué ganas tengo de llegar, Mi Señor!

Poco a poco se va relajando y se tapa con la revista que da la nave. El manchón húmedo que está mostrando el pantalón blanco a la altura de su sexo es la prueba del su orgasmo. Piensa que antes de bajas lo cambiará y asunto arreglado. Y así, mas tranquila, la muchacha queda dormida placidamente hasta su llegada a la estación de Sevilla.