Historias de Rusia

Recreación de hechos reales, descubiertos en el curso de una investigación para el doctorado.

Historias de Rusia (I de IV)

Recreación de hechos reales, descubiertos en el curso de una investigación para el doctorado.

Les voy a exponer una biografía que pude reconstruir en base a varias fuentes, que no puedo incluir en mi tesis doctoral, pero que quisiera compartir con ustedes. La presentaré en cuatro partes siguiendo los giros que tuvo la vida de Katherina Yuvaeva, una joven de San Petersburgo nacida en 1900 en el seno de una familia noble. Los datos han sido tomados de cartas, biografías, y algunos detalles reconstruidos en base a textos de historia y novelas rusas de la época.

Una feliz infancia

Katherina era la menor de tres hermanos; Irina era un año mayor que ella, y Dimitri, tres años mayor. Su padre, el conde Yuvaev, cortesano y hombre de finanzas, tenía 42 años cuando ella nació. Anastasya, su madre, apenas tenía 23 años cuando dio a luz a su tercera hija.

Vivían en un palacete en San Petersburgo, y en los veranos iban a la hacienda, a unos 150 kilómetros al sur de la ciudad, donde una enorme casa de campo albergaba a los dueños, la servidumbre, y una multitud de amigos de sus padres que los acompañaban en la estación estival.

Katherina era una chica alegre y sensible, de rostro pálido y ojos celeste-grisáceos, con un cabello fino y rubio.

Todo transcurría normalmente en su vida. Los agitados días de 1905 y 1906 no tuvieron especial significación para ella, de corta edad entonces, pero sí para su padre, que agrió su carácter y comenzó a odiar a los campesinos que habían osado alzarse contra suyo, como fue regla general en la Rusia revolucionaria de entonces. Fracasada dicha revolución, su padre se volvió taciturno y abiertamente reaccionario.

Katherina estudiaba en el Instituto Smolny, una escuela para hijas de la nobleza. Allí aprendía danzas, música, y todo lo que deparaba a una chica de su clase social. Su carácter afable le había granjeado la simpatía de Svetlana, una chica de origen campesino que servía en su casa, un año mayor que ella. De toda la servidumbre, Svetlana se distinguía por compartir pequeños secretos con Katherina. La amistad entre ambas era tan intensa que Katherina osó enseñarle a leer y escribir (a escondidas de su familia). Para evitar problemas, ambas se juramentaron tener en secreto esa amistad, lo que sería funesto para Katherina en el futuro, como se verá.

Esos hermosos días terminaron abruptamente cuando comenzó la revolución de febrero de 1917.

Los preludios del horror

Como es sabido, en 1917 abdicó el zar Nicolás II luego de un levantamiento de obreros en San Petersburgo. La situación social y política se volvió caótica (también la económica, pero esto no afectaba aún a la familia Yuvaev). Los obreros cometían desmanes por doquier, particularmente contra las familias nobles y burguesas. Los campesinos quemaban haciendas, y el hundimiento del imperio ruso avanzaba a pasos acelerados.

En este contexto, su padre, un hombre casi sexagenario ya, tomó la decisión de vengar los desmanes de obreros y campesinos con los que tenía a mano. Después de un linchamiento de un amigo suyo a mano de campesinos, llamó a su servidumbre (compuesta por tres mujeres y un hombre, que vivían con ellos en la ciudad). Les dijo que como campesinos que eran debían ser "curados" contra la epidemia de locura que invadía a este sector de la sociedad. Acto seguido, tomó un látigo para caballos, lo llamó a Gregorii, tío de Svetlana y jardinero de la casa, y le ordenó que una a una azotara a las tres mujeres, a quienes hizo alzar sus faldas y exponer sus glúteos desnudos al hiriente látigo. La disposición en que los hizo actuar era particularmente perversa y humillante: dos mujeres sostenían una de cada brazo a la desdichada que era flagelada para evitar que intentara escaparse al látigo, la que, luego de recibir 30 latigazos, intercambiaba el lugar con otra, la que a su vez hacía lo mismo con la tercera. Así, al cabo de un rato, las tres habían pasado por la degradante y dolorosa experiencia. Cabe agregar que también Gregorii se sentía humillado por eso; una de las azotadas era su sobrina, que él había rescatado de la miseria del campo, y la otra era su amante. (El conde no le había dado autorización para casarse con ella, así que mantenían una relación oculta, de la que solo sabía Katherina, por infidencia de Svetlana).

A esta sesión de flagelación colectiva le sucedió una segunda, unos 20 días después, como "respuesta" a otro desmán campesino que el conde se sintió moralmente obligado a vengar. Y una tercera unos pocos días más adelante.

A partir de la cuarta o quinta, pensó que lo mejor era instituirla de manera definitiva. De modo que los viernes las tres pobres diablas eran flageladas por Gregorii, ahora en presencia de toda la familia, y con una cantidad fija de 50 latigazos.

De podo le valió a Gregorii pretextar un fuerte dolor en su brazo. El conde Yuvaev lo reemplazó con su hijo Dimitri, quien flageló con entusiasmo a las tres mujeres. Viendo los terribles resultados de las palizas propinadas por Dimitri, Gregorii prefirió seguir ocupando su lugar de atormentado verdugo ya que, si bien no podía descargar golpes suaves, tampoco lo hacía con tanta fuerza y animosidad como Dimitri.

La situación atormentaba a Katherina, quien, a escondidas de su padre, pasaba un bálsamo sobre las doloridas y laceradas nalgas de Svetlana. Esta situación no conmovía, sin embargo, ni a su hermana Irina ni a su madre Anastasya, para quienes la política de su padre era correcta.

Estando ya instituida la jornada de "escarmiento moral", como gustaba llamarla al conde, un viernes éste tuvo que ausentarse por sus negocios. Dejó encargado a Dimitri que ocupara su lugar. Ese viernes, extrañamente, Olga, la cocinera de 28 años y amante de Gregorii, no fue azotada. Dimitri pretextó que se merecía ese perdón por haberle preparado su postre favorito. Pero Katherina pronto se enteró de la verdad: su hermano había exigido favores sexuales a ella y a Svetlana. (La otra mujer era una cincuentona entrada en carnes, por lo que sólo merecía látigo desde la perspectiva del joven noble). Svetlana se negó, por lo que recibió 60 en vez de 50, pero Olga, desesperada por los castigos, accedió. Esto le valió a Dimitri el odio visceral de Gregoríi.

La pobre Olga evitó los latigazos "oficiales", pero fue luego apaleada por su amante. En su diario Katherina cuenta que esa noche desde su ventana "se escuchaban las súplicas de Olga y los chasquidos del cinto sobre su cuerpo".

Así transcurrieron las semanas y los meses, en un clima cada vez más enrarecido, con Gregorii que apenas podía ocultar su odio a toda la familia de su patrón, y las tres mujeres aterrorizadas y hartas del dolor y la humillación que debían soportar cada viernes.

En el ínterin hubo más de una ocasión en que el conde no pudo presenciar la ceremonia que había instaurado, y Dimitri ocupó su lugar. Olga ya no podía negarse a darle esos favores y Svetlana finalmente fue forzada a hacerlo (literalmente violada, lo que no constituía por entonces más que una falta menor, por ser ella de origen campesino y su violador de origen noble). Esta situación atormentó aún más a Katherina, quien llegó a amenazar a su hermano, ante la oposición de su hermana y madre que lo protegían. Claro que la amenaza carecía de peso, ya que de enterarse su padre solo lo hubiera reprendido suavemente.

La situación era tan exasperante que hacia inicios de octubre, la propia Katherina ayudó a Svetlana a fugarse. La joven mujer no volvió a su aldea, por miedo a que la encontrasen, y se refugió en otra aldea. Solo Katherina sabía dónde, pues siguieron escribiéndose por largo tiempo.

Todo cambió abruptamente cuando los bolcheviques tomaron el poder. Pero eso ya es parte de la siguiente entrega.