Historias de putas (2)

La argentina se portó bien. Nunca podrá olvidarla.

HISTORIAS DE PUTAS II

Aquella pregunta era como un insulto. Si hubo un tiempo en el que la virginidad pudo considerarse como una virtud, especialmente en las mujeres, para el joven oírse llamar virgen a su edad- se consideraba ya todo un hombrecito- resultaba tan molesto como ser pillado por su madre haciendo cosas guarras en el retrete. Cuando la argentina le condujo de la mano hasta el lecho el joven procuró no mirarla, tan avergonzado que el aparato se estaba deshinchando a ojos vistas. Antes de hacer nada ella extendió su mano derecha y como él se quedara mirando, pasmado, la mujer comenzó a reírse cariñosamente.

-¿No pensarás que lo vas a hacer gratis?.

Al fin comprendió. Se dirigió a la desvencijada silla donde ella había arrojado su ropa de cualquier manera y hurgando en el bolsillo del pantalón sacó un billetero de cuero, muy gastado. Tuvo que contar los billetes dos veces porque con el azoramiento se equivocó la primera vez. Le tendió el dinero con rapidez, mirando para otra parte, como si pensara que si lograba olvidarse del dinero no le costaría imaginarse que la argentina, aquella hermosa mujer, había sido seducida por su juventud.

-¿No quieres un extra?. ¿Qué te parece un francés?... Veo que no me entendés. ¿Una mamada?. ¿Te gustaría que te hiciese una buena mamada?. Son mil quinientas más. De verdad que te va a gustar mucho.

El joven pensó que estaría bien contentar a la argentina la primera vez. Estaba muy buena y era más cariñosa de lo que había imaginado podría ser una puta. Deseaba volver más veces y acostarse siempre con ella. Por el dinero no había problema porque había sacado del banco todo lo que tenía en su cuenta corriente, pensando en la posibilidad de quedarse toda la noche. Ahora no se atrevía a proponérselo, visto el ajetreo que se traían en aquella casa, pero al menos se permitiría el lujo de una buena mamada. En sus fantasías había visto muchas veces la cabeza de una hermosa mujer subiendo y bajando sobre su polla. Era la ocasión de probar si era tan bueno como parecía.

-Toma. ¿Puedo pedir otro extra?.

-¡Uy el pibito, cómo se anima!. Claro que puedes, cariño. Por detrás serían cinco mil más.

-Lo que me gustaría sería poder besarte en la boca y acariciar tus pechos. ¿Cuánto me cobrarías por eso?.

-¿Besar?. ¡Oh, no, cariño!. Ya sabés que las putas no besamos nunca. Es algo muy íntimo. Podría enamorarme de ti. Eres un chiquilín muy majo. ¿Y qué harías tú entonces?. ¿Te casarías con una puta?.

El joven tragó saliva. A punto estuvo de contestar que sí, que se casaría con ella. Pero vió la sonrisa irónica en sus labios y se lo pensó mejor.

-Me podés magrear un poco las tetas, no te cobraré nada porque me resultás muy simpático. Pero con cuidado. Ya sabés que es una parte muy delicada en la mujer.

Miró sus tetas y la polla se le puso de nuevo como una gran salchicha. La argentina había guardado el dinero en su bolso y se extendió sobre la cama, boca arriba, doblando las rodillas y abriendo las piernas de tal manera que el triángulo púbico quedó al alcance de sus narices. Pudo apreciar muy de cerca los grandes labios abiertos, sonrosados, la enorme raja que parecía haberse dado de sí con tanto mete-saca. Estaba tan excitado que se vio obligado a pellizcarse la polla para no explotar. Ella le miraba sonriente, esperando.

-Vení, mi chiquilín. Sin miedo. Que no te voy a comer. Si querés un preservativo hay en el cajón.

El se acercó al lecho revuelto y sucio con la polla enhiesta. Apenas pudo balbucear que no quería enfundarsela en un plástico que le impediría disfrutar del contacto más intimo. Estaba asombrado de que le hubiese crecido tanto. Cuando se masturbaba a veces se le ponía muy tiesa, pero no tanto como lo estaba ahora, larga, más larga de lo que nunca imaginó que pudiera tenerla y gorda, a punto de estallar como un globo demasiado hinchado. Vista así no le parecía pequeña. El tenía complejo de tenerla muy pequeña a pesar de no haber podido compararla con otras. No sabía la razón pero a veces en los mingitorios públicos tenía miedo de que se la vieran y se rieran de él. Se arrodilló en la cama, frente a ella, y acarició los muslos de la argentina que eran muy suaves y cálidos, perfectamente depilados. Estaba tan excitado que con aquel gordo y dolorido trozo de carne entre las piernas se sentía incapaz de encontrar su chochito.

-¿No querés acariciarme un poco antes?. No hay prisa. Recuerda que has pagado por media hora.

El joven dejó la búsqueda del agujero entre la pelambrera y se tumbó con precaución sobre ella. Mordió sus pechos con cuidado. Estaban suaves, deliciosos, como flanes de carne. Se los hubiera comido de un solo bocado. Sacó la lengua y lamió sus pezones. La argentina comenzó a quejarse muy suavemente, como con vergüenza de mostrarle que estaba sintiendo mucho placer. A él le resultó extraño la idea de que una puta pudiera disfrutar con un cliente. Pensaba de ellas que eran frías como el hielo y hasta desagradables. Pero no pudo seguir elucubrando porque el cuerpo de la argentina le esperaba, cálido, suave como el terciopelo y mullidito como una almohada. Acarició sus caderas, introdujo sus manos por debajo y magreó su prieto culo con deseo cada vez más acuciante. Poco a poco fue haciéndose con aquel cuerpo que a cada instante se le aparecía más como el de una diosa que como el cuerpo normal de una mujer. En el fragor del deseo se lanzó sobre su boca e intentó besarla. Los labios de la argentina le recibieron solo un instante, pudo sentir la saliva en su boca antes de que la cerrara con brusquedad y le empujara hacia atrás con sus brazos.

-En la boca no, chiquilín, ya te lo dije o acabamos aquí la historia.

El joven pidió disculpas, azorado, y escondió sus labios en los pechos de la argentina para vencer la tentación de besarla otra vez. No pudo continuar mucho tiempo besando y acariciando sus pechos ni conociendo el resto de su cuerpo, porque su piel era tan suave y se estaba encendiendo con tanta rapidez -hasta podía notar cómo el calor iba subiendo unos grados- y su cuerpo era tan, tan hermoso, tan rotundo, que su pene no dejaba de dar brincos, buscando el agujero. En uno de aquellos saltos estallaría en el aire. ¿Y entonces qué?. ¿Le permitiría la argentina recuperarse e intentarlo otra vez.

Acarició el sexo de la mujer con la palma de la mano y abrió sus labios con los dedos para que pudiera penetrar su polla. No pudo conseguirlo a la primera y tuvo que ayudarse con la mano. Sujetando aquel trozo de carne palpitante se equivocó un par de veces antes de que el falo penetrase con suma facilidad hasta el fondo del agujero. Para su sorpresa encontró que estaba perfectamente lubricado. Un líquidillo, de olor extraño pero muy excitante, estaba rezumando de su sexo, abierto como una puerta de par en par. Se detuvo un instante para recuperar el resuello, que se le iba como si tuviese dificultades respiratorias. La argentina se quejaba dulcemente y se removía como pidiéndole que no se detuviera. De pronto sus brazos se lanzaron hacia delante -los tenía quietos a los costados- y sus manos se aferraron a su espalda con tanta fuerza que le hizo daño.

El joven se movió con suavidad, como con miedo de no poder controlar la explosión. El interior de la vagina de la mujer era muy suave, muy cálido, lleno de jugos que incluso creyó poder oler. Con los ojos muy abiertos escrutó el rostro de la argentina que tenía los párpados caídos y movía la cabeza suavemente de uno a otro lado. No pudo resistirse a emprender el movimiento con sus caderas. Necesitaba poseerla, poseerla ya. Era hermosa, muy hermosa y él llevaba toda una vida deseando saber qué placer experimentaría al sentirse dueño del cuerpo de una mujer.

Ella no permaneció inmóvil. Sus manos resbalaron desde la espalda hasta su culo y desde allí ayudó, empujando con él en cada movimiento. El joven parecía poseído por un furor demoniaco. Su polla entraba y salía con deseo salvaje, sin dificultad, dentro del enorme agujero que era su chochito. Quería llegar ya, que el orgasmo le inundase hasta el desfallecimiento. Ella hizo una pausa en sus quejidos para rogarle que no se diera tanta prisa. Era preciso hacerlo con calma para gozar más. El joven se relajó y dejó reposar unos segundos su miembro dentro de aquella cueva cálida, cuyas paredes de carne sentía rozar suavemente con la punta de su polla. Se sentía feliz, infinitamente feliz de estar en contacto con un cuerpo tan cálido, tan hermoso, que deseó que aquel instante no terminara nunca. Podía notar los estremecimientos de la argentina, cómo el interior de su vagina se hacía cada vez más blando, inundando su polla y su bajo vientre de un calor dulce, muy dulce.

La amaba. Estaba enamorado de ella y quería demostrárselo. Intentó besarla por la fuerza, pensando que en el ardor del coito ella habría olvidado ya su reticencia al contacto bucal. La argentina le hurtó la cara y con voz muy dulce le dijo:

-No seas tonto, chiquilín. Sabés que eso no puede ser.

Era inútil resistirse. Necesitaba poseerla completamente. La amaba y su cuerpo le estaba diciendo lo que no le decía su boca: que ella también le amaba. Las manos de la mujer en su culo empujaban más y más, sus caderas ahora le acompañaban en el movimiento casi con frenesí. Sus quejidos le excitaban tanto, penetrando hasta el fondo de su médula, que decidió no seguir luchando contra el deseo. Aceleró con todas sus fuerzas. Su polla esta hinchadísima y se había estirado tanto que la imaginaba saliendo por el otro lado. A pesar de sus embates salvajes el miembro no salía del agujero. La argentina parecía estar haciendo algo con los músculos de su vagina. Resultaba increíble pero tenía su polla amarrada y bien amarrada. Se movía en el canal carnoso con toda facilidad, bien lubricada, cariñosamente acogida. Se sentía muy a gusto montando a la mujer que le acompañaba en el trote, disfrutando con cada embate tanto o más que él.

El joven se dejó llevar sin reparos y la argentina le siguió. Su caderas se acoplaban a la perfección al ritmo que él marcaba. Notó que ella, en el climas del deseo, le enroscaba las piernas a las caderas, para que no pudieran separarse a pesar de la fuerza de sus embates. Se quejaba con dulzura, como agredecida. Era muy agradable oír aquel quejido, saber que ella también estaba disfrutando. La sentía en todo su cuerpo, en la punta del pene que se estremecía luchando por arrojar lo que llevaba dentro, aquel pantano que nunca había sido abierto, por la punta de la pequeña boca del glande.

De pronto estalló en un terrible golpe de placer. La polla se estremeció con movimientos espasmódicos, como un caballo herido a mitad de la carrera, y lanzó contra las paredes de carne lo que bloqueaba los doloridos canales internos del miembro. Exhaló un gritito contenido y la argentina continuó moviéndose buscando ella también el final del placer. Al fin llegó. Lo notó en el estremecimiento de sus caderas, en la presa de sus piernas y sobre todo en el grito segado de raíz que estuvo a punto de brotar de su boca. El joven se dejó caer sobre su cuerpo, que le recibió maternal, acogedor. Así quedaron, estrechamente unidos, intentando recuperarse. El la amaba y deseaba tener los bolsillos repletos de dinero para comprar toda aquella noche y la mañana siguiente y la siguiente noche... No pudo resistirse e inclinándose sobre su oreja izquierda, susurró.

-Te quiero, te quiero mucho.

Ella acarició su nuca con una mano, muy dulcemente. El imaginó por un momento que una lágrima se desprendía de sus ojos. Pero no quiso mirar para ver si era cierto. Hundió la cabeza en la almohada, junto a su cabellera y dejó que pasara el tiempo. En cuanto recuperó el ritmo normal de la respiración ella le obligó a levantarse. Se dirigieron ambos a la palangana y la argentina le lavó y restregó enérgicamente el miembro comentando que la próxima vez debería usar preservativo.

-La primera vez se perdona, che, pero es muy arriesgado no usar gomita. Podés coger una infección y eso no es broma.

La mujer le alargó una toalla y ella se puso a lavarse y restregarse con extraordinaria energía, como si quisiera arrancarse la piel. Introdujo su pelambrera en el líquido de la palangana, acuclillándose para ello en una postura que al joven le produjo un fuerte sentimiento morboso, por un lado agradable y por el otro un tanto repugnante. Al ponerse en pie los pelos de su chochito, rezumando líquido, se estiraron y cayeron hacia delante como si tuvieran vida propia. Con los dedos de una mano se abrió los labios y con la otra intentó remojarse el interior. El joven lo contemplaba todo con los ojos muy abiertos, sintiendo una mezcla de repugnancia y de intenso deseo. No entendía como la mujer podía manipular en su sexo con tanta brusquedad sin causarse dolor. Se secó con la toalla y luego, observando que el joven se había quedado pasmado contemplándola, le quitó la toalla, introdujo su sexo, que aún conservaba una pequeña erección, en el líquido y se lo volvió a lavar muy meticulosamente, abriendo la piel y sacando la punta para recoger las últimas gotas de semen. Tenía el pene húmedo y manchado por una sustancia pegajosa. Las manos de la argentina manipularon hábilmente, estrujando la polla para limpiarla de todo resto de semen. Tomó un frasco y con el líquido verde comenzó a frotar toda su carne. Con dos dedos echó para atrás la piel que cubría el glande y le limpió la puntita a conciencia hasta hacerle daño. Finalmente le frotó con el líquido todo el pellejo del glande -el joven vio las estrellas- y le pidió que se secara bien con la toalla.

El se sentía muy avergonzado de que la mujer se estuviese ocupando de cosas tan íntimas. Quiso darle las gracias pero la vergüenza se lo impidió. Comenzó a restregarse con fuerza con la toalla y solo entonces fue consciente de que estaba usando la misma toalla con la que ella se había restregado el coño a consciencia. La suya estaba en el suelo. Se le había caído de las manos en el fragor de la contienda higiénica. En lugar de sentir asco le pareció que aquel gesto sellaba su unión. Volvieron al lecho y la argentina consultó su relojito de pulsera.

-Aún es pronto. Apenas hemos empleado cinco minutos. Has pagado por un francés. ¿Querés que te haga una mamada, chiquilín?. No te preocupás, es muy agradable. ¿Nunca te han mamado?.

El joven se sentía tan feliz y relajado después del coito que a punto estuvo de negarse, pero la argentina parecía tan deseosa de hacerle el francés que él se dejó hacer. Con gran pericia le pasó la lengua por todo el pene. Con una mano dejó el glande al descubierto y con la puntita de la lengua le hizo tales cosquillas que la polla comenzó a hincharse otra vez. Para su sorpresa la argentina le pasó la lengua también por los testículos, muy suavemente. El se sintió renacer. Una oleada de placer le inundó de nuevo. Ella se introdujo la polla semiflácida en la boca y comenzó a querer tragársela, pero aún no estaba suficientemente erecta para que le resultara placentero. Con una mano tomó su cipote flácido, echó para atrás la piel, todo lo que pudo y con la puntita de la lengua recorrió su glande con movimientos circulares. Se detuvo largo rato en el agujerito, como si quisiera acabar introduciendo su experta lengua por el interior del miembro y entonces el joven supo lo que era un francés y el inmenso placer que puede producir una mamada. La carne al aire se llenó de sangre, toda su polla pareció revivir, hinchándose como si la argentina estuviera soplando por el agujerito. Ella movía la punta de la lenguita con tal maestría que a él le hizo mucha gracia.

Pronto estuvo tan crecida como para que ella pudiera introducírsela en su boca comenzando un masaje rápido, con la cabeza hacia abajo y hacia arriba, en un movimiento que cada vez se hizo más rápido y gustoso. El joven se quejó con agradecimiento. Ella siguió así un buen rato, hasta que el cipote adquirió de nuevo toda su potencia. La argentina lo tenía en la boca, mordisqueándolo con los dientes, muy suavemente. Le gustaba hacerlo. Se la veía disfrutar. El joven tenía ganas de eyacular otra vez pero no había nada en sus testículos desinflados ni en sus conductos que pudiera arrojar al exterior. Ella dejó de mamárselo y se puso de rodillas, contemplándole risueña.

-Veo que mi chiquilín está en forma otra vez. ¿Querés probar una vez más?. Podés ponerte por detrás. Yo te enseñaré... Así.

Ella, después de echarle de la cama, se extendió boca abajo, flexionó las rodillas y apoyándose con los brazos, la cabeza hundida entre sus pechos que se balanceaban lúbricamente, adoptó la postura de una perrita en celo. Las rodillas estaban bien hincadas en el colchón y su hermosísimo culo se movía ligeramente, como llamándole a la posesión salvaje.

-Podés ponerte de rodillas, por detrás. Así. No te esfuerces, ya bajo yo el culo para que te sientas cómodo. Ayúdate con las manos. Eso es, chiquilín, muy bien. Pero por el culo no, mi amor, que son cinco mil más, es un extra, recuerda. Pasa la polla por debajo y con la ayuda de la mano métemela en el chochito...Así, eso es. ¡Vés qué fácil!.

El joven jadeaba, sudoroso. Aquel hermoso culo le atraía como un imán. Era una lástima no haber pensado antes en follarla por el ano. Ahora tener que sacar otra vez la cartera y alargar el dinero quitaría toda la magia erótica a la escena. Se aplicó para que la picha no se saliera del agujero. Se movió con sumo cuidado. Ella bajó aún más el culo para adaptarse a su estatura. El se echó hacia delante, sobre su espalda. Tomó las dos tetas con sus manos y oprimiéndolas con deseo salvaje, las magreó a gusto y gana. Se sentía de nuevo tan excitado como al principio. Comenzó a moverse con ritmo salvaje, las manos en las tetas de ella, y la cabeza apoyada en su espalda. Conforme fue aumentando el ritmo el deseo se hizo tan bestial que apretó con demasiada fuerza sus tetas. Ella se quejó y él retiró las manos hasta apoyarlas en sus hombros. Desde allí comenzó un mete-saca brutal. La argentina movía el culo con ganas, retorcía todo su cuerpo con lubricidad y se quejaba dulcemente, con aquel quejido que le volvía loco de deseo.

Se le escapó la polla y tuvo que ayudarse con las manos. Una vez dentro inició un ritmo más lento para evitar que volviera a salirse cuando más excitado estaba. Así estuvieron largo rato. El no podía soportar más la excitación. Necesitaba explotar, llegar al orgasmo. Con todas sus fuerzas inició un embate final, apoyándose en sus caderas. A pesar de todos sus esfuerzos y su excitación no era capaz de eyacular. Su pene estaba seco como un caño en verano. Sentía los testículos vacíos y por dentro de los canales de su polla fluía aire.

La argentina disfrutaba y se quejaba. Debió tener otro orgasmo a juzgar por sus movimientos y sus quejidos entrecortados. Dejó que él siguiera y siguiera con aquel mete-saca salvaje pero acabó cansándose porque él no llegaba. Se dejó caer sobre el lecho revuelto y se dio la vuelta.

-No insistas más chiquilín. No podés eyacular otra vez con tan poco tiempo. Os habés portado muy bien. Nos vamos a lavar otra vez y tendrás que irte.

El joven contempló con lubricidad, aumentada por la excitación que no había podido desahogar, cómo la argentina volvía a mojarse la pelambrera. Los pelos húmedos y rígidos caían de su chochito como si fueran su cabellera. Se abrió los labios hasta lograr una abertura enorme por la que hubiera cogido la polla de un caballo y comenzó a lanzarse chorritos de agua verdosa hasta el fondo de la vagina. El estaba excitado hasta el dolor más lacerante. Tenía la polla enhiesta como un ariete. Cuando ella acabó se acercó al joven y tomando el miembro entre sus manos, toda sonriente, lo hundió en la palangana como si fuera un pequeño Titanic. Le alargó una toalla seca que sacó del fondo de un desvencijado armario de madera y ella le dio el culo para restregar su coño a gusto.

-Ahora podés vestirte y salir. Otro día vení con más tiempo, mejor entre semana que hay menos gente. No tendrás que esperar tanto y podremos estar más tiempo.

El se vistió rápidamente. Con dificultad pudo doblar la polla hacia un lado para que no le hiciera daño al rozar con el pantalón. A pesar de ello el paquete era bien visible. Sacó la cartera del bolsillo y dejó una propina sobre la mesita. Todo lo que le quedaba. Luego, ya en la calle, más calmado, calculó a cuánto había ascendido la propina y se maldijo. Hubiera tenido para otra sesión. Ahora tendría que esperar a cobrar el próximo mes. La argentina no se volvió por lo que no pudo ver su generoso gesto. Estaba inclinada y su culo se bamboleaba frente a él. La excitación le hizo daño. Con una mano volvió a colocar la picha hacia un lado y se despidió. Ella le chistó para que se acercara. Dejó de restregarse con la toalla y se puso erecta, dándose la vuelta. Sus pechos se veían plenos, hermosísimos. Su sexo aparecía tapado por la pelambrera húmeda. No obstante los labios aparecían salidos, como hinchados y hasta se podía ver como un trozo de membrana saliendo del agujero. Más tarde, ya en casa, intentando dormirse en el lecho, imaginaría que aquella membrana no era otra cosa que el clítoris excitado y esa fantasía le obligó a masturbarse con ganas. Esta vez sí consiguió eyacular.

Era una escena un tanto repugnante, pero extraordinariamente excitante y morbosa. La mujer allí, en mitad de la habitación, con el sexo al aire del que brotaba como una membrana coriácea, de reptil y que obstruía en parte su agujero. Tal vez aquello no les sucediera a todas las mujeres, solo a las putas y a las putas muy excitadas. Los labios muy hinchados, que sobresalían del coño como las paredes de un desfiladero, tampoco le parecieron muy normales. Pensó que tal vez fuera una consecuencia de tanto mete-saca. ¿A cuántos hombres se follaría diariamente la argentina?. No podía apartar la mirada de aquel pellejo de piel que salía claramente de su agujero. Por fin pudo elevar la mirada. Ella le estaba guiñando un ojo. Dio unos pasos en su dirección, le tomó por la punta de la barbilla, le acarició la cabeza y le besó en la boca. Apenas un roce, pero para el joven fue toda una promesa y la respuesta a sus oraciones.

-No dejés de venir, mi chiquilín.

El se volvió con dolor. No deseaba marcharse. Hubiera dado todo por ser millonario y poder contratar a la argentina por un mes, por un año, por toda una vida. Al llegar a la puerta la abrió y sin atreverse a mirarla otra vez preguntó si cerraba la puerta.

-No te molestes, chiquilín. Puedes dejarla abierta. Habrá otro cliente esperando.

Caminó por el pasillo entre el goce supremo y la desesperación absoluta. Al llegar al vestíbulo observó que había más gente, cuatro hombres más. Uno de ellos, un viejo canoso y sudoroso, había metido la mano a la portuguesa bajo la bata, justo a la altura del chumino.

-Vamos D. Anselmo no sea usted malo...Argentina. Está aquí el señor Anselmo. ¿Puede pasar?.

Gritó la portuguesa y el joven no quiso quedarse más. Se acercó a la puerta y la abrió de golpe. Se encontró en el rellano a oscuras. No conseguía encontrar la llave de la luz. La portuguesa se escurrió a través de la puerta y encendió la luz a la primera.

-¿Todo bien?. ¿Has quedado contento?.

El joven se esforzó en dar los mejores informes de la argentina a su patrona.

-¿No quieres quedarte un ratito charlando?.

El observó a los otros hombres, sentados en sillas, leyendo revistas del corazón o fumando. Le pareció repugnante. Dijo que tenía prisa. Otro día será.

Continuará.