Historias de ONG... 3
Sucede lo que era esperable
Aunque el espacio era amplio los brazos rígidos estorbaban mi labor, por lo que decidí ponerme a su espalda, que quedó a escasos centímetros de mí. Los roces ocasionales de mi polla con sus nalgas hicieron que volviera a lamentar no haberme hecho la paja que tanto creía necesitar. Mi mente intentaba entender por qué, sintiéndome atraído por un hombre por primera vez en mi vida, mi polla prefería aquel cuerpo que, aunque bien formado, no dejaba de acusar los estragos de la edad, a los espléndidos cuerpos juveniles que el día anterior en el vestuario de la piscina me habían dejado absolutamente indiferente. Pensé en mi teoría sobre el reflejo de mí mismo, pero me di cuenta de que había algo más: nunca había tenido un grado de intimidad tan absoluto con otro hombre y ese mismo hecho me resultaba excitante. Curiosamente, además, sentía que la apabullante masculinidad de aquel hombre se transmitía a mí de algún modo y reforzaba mi propia virilidad.
El slip empapado, si bien resultaba inútil para esconder la incipiente erección, al menos retenía mi polla en su sitio. Intenté concentrarme en mi tarea, pero era inútil. Sus hombros tensos estaban cubiertos por una fina capa de vello de apariencia suave, que, por los pedazos de piel que dejaban visibles plásticos y arneses, se hacía más denso y largo hacia el triángulo lumbar, anunciando lo que el espacio entre las nalgas dejaba escapar. Pensé con una extraña mezcla de repugnancia y excitación que debería pasarle la esponja por allí. Bajé mi mano e introduje la esponja en la raja del culo. Sus nalgas se contrajeron de forma súbita y aquel movimiento hizo que la esponja resbalara de mi mano. Seguía frotando con la mano desnuda y podía sentir los espasmos de su esfínter en mis dedos. En ese momento toda mi inhibición desapareció y deslicé mi mano entre sus muslos. Empecé a acariciarle los testículos, me arrodillé y subí mi mano buscando la polla que pronto pude palpar entre mis dedos: estaba dura y la piel era de una textura diferente a la mía; el jabón y el agua proporcionaban un tacto sedoso. Abrí la boca y coloqué mis labios sobre una de sus nalgas, abriéndolos y cerrándolos sobre el vello suave y corto. De su boca salió un suave murmullo.
- Hace tanto tiempo...
Aquellas palabras me pusieron más cachondo aún. Saqué el brazo de entre sus muslos y con un gesto le indiqué que se diera la vuelta. Su pene erecto, paralelo al suelo, quedó a escasos centímetros de mi rostro. Sentí incomodidad en mis rodillas, cerré la llave del agua, cuyo chapoteo estaba empezando a molestarme, y me senté en el suelo, apoyando mi espalda en la mampara. Intenté mirar su rostro, pero quedaba oculto por los brazos estirados sobre los arneses.
Agarré su polla con mi mano derecha y comencé a pajearle suavemente, recreándome en mis movimientos y contemplando fascinado como la piel del prepucio resbalaba una y otra vez, cubriendo y descubriendo su glande. Mi polla latía bajo el slip mojado y sentía que iba a explotar. Con la izquierda agarré sus huevos que se balanceaban, enormes y velludos, a varios centímetros de su cuerpo. Apreté fuertemente mi puño sobre su miembro y emitió un jadeo que no supe si era de dolor o placer. Aumenté el ritmo de mi mano. Sus jadeos aumentaron.
- ¡...me voy... suelta ya, que me voy... suelta ya...!
No entendí sus palabras hasta que, inesperadamente, un chorro de semen inundó mi mejilla derecha; sentía cómo un hilo viscoso se deslizaba sobre mi piel y pendía oscilante de mi mandíbula, mientras su polla, todavía rezumante empapaba mi puño, cuyos movimientos continuaron hasta que un retraimiento de su cuerpo me hizo percatarme de que debía parar.
Me contemplé la mano estupefacto, como un niño que no comprende nada de lo que acaba de suceder. De mis dedos pringosos colgaban hilos de semen que no se decidían a desprenderse. Alcé la mirada buscando la respuesta en su rostro. Como seguía semioculto por sus brazos, me puse de pie. Entonces me miró y habló en un susurro:
- Gracias... gracias, de verdad... hacía tanto tiempo... No te imaginas lo que es no poder uno hacerse una paja...
Miró mi mejilla.
- Siento haberte manchado... deberías haber soltado cuando te lo dije...
Intenté limpiar mi cara con el dorso de la mano, pero lo que conseguí fue enguarrarme aún más. Entonces dirigió la vista a mi entrepierna.
- Parece que tú también necesitas aliviarte...
Durante los últimos minutos me había olvidado completamente de mi propia excitación. Me miré y vi cómo mi polla completamente tiesa se marcaba claramente definida bajo el slip mojado. Como si sus palabras fueran un una orden, me llevé la mano pringosa al slip y comencé a acariciarme por encima de la tela. Pero entonces con su brazo escayolado empujo suavemente mi hombro:
- No, así no... déjame compensarte de algún modo...
Le miré interrogante... Parecía dubitativo.
- ¿Quieres follarme?
Me dejó helado; aquello ni siquiera se me había pasado por la cabeza, por lo que primera reacción fue negar con un gesto.
- Como quieras...
Volví a negar con la cabeza.
- Mira, hijo, después de haber compartido barco con otros marineros y barracón con otros mineros, aislados del mundo durante meses, créeme si te digo que no hay nada que no haya hecho ya... y te aviso que follar a un tío no está mal, es casi como follar a una mujer... a veces, mejor... los esfínteres pueden hacer maravillas...
Me miró de nuevo y, a pesar de que sus palabras me habían puesto más cachondo aún, me sentía incapaz de responder.
- Como quieras... Ayúdame a arrodillarme entonces...
Le ayudé sin saber muy bien qué pretendía. Con el obstáculo que imponían los brazos, su cuerpo quedaba ahora lejos del mío, pero con los pocos dedos sanos que asomaban por la escayola comenzó a acariciarme la punta del nabo. La incómoda situación y la torpeza de sus dedos hicieron que mi excitación empezara a decaer. Cuando se percató de ello, abandonó la tarea y me pidió que me colocara a su costado. Entonces acomodó el mentón sobre su hombro y me pidió que me arrimara todo lo que pudiera. Obedecí como un autómata. Lo hice hasta que mi paquete quedó justo a la altura de su cara y empezó a mordisquear mi polla, entonces ya bastante fláccida, por encima del slip mojado. Noté cómo empezaba a esponjarse de nuevo.
- Bájate el calzoncillo... Aunque supongo que tu novia lo hará mejor que yo...
Pero no... mi novia era bastante escrupulosa y, aunque lo había intentado un par de veces, no había pasado de un beso furtivo o una torpe caricia lingual.
- Nunca me la han... chupado.
- Eso me da cierta ventaja, porque no hay hombre al que no le guste una buena mamada.
Me bajé el calzoncillo torpemente. Mi polla, aunque evidentemente morcillona, permanecía en reposo.
- Tienes una bonita polla. Siempre quise hacerme la circuncisión, pero nunca me decidí.
Yo me alegré de esa indecisión en mi fuero interno. Él intentaba meterla en la boca, pero el estado de semiflaccidez dificultaba la operación. La barba corta que yo mismo le había arreglado el día anterior producía un suave cosquilleo sobre mi piel.
- Ayúdame. Sujétatela hasta que se ponga tiesa del todo... Tienes una bonita polla
La sujeté por la base y la coloqué sobre sus labios. Inmediatamente abrió la boca que engulló mi polla entera mientras su lengua la lamía con suavidad. La maravillosa y para mi desconocida sensación provocó una erección total e inmediata. Entonces frunció los labios alrededor y empezó a mamar con un ritmo suave y uniforme. Retiré mi mano; la chupaba hasta el fondo, a tal punto que sus labios chocaban con mi pubis. De vez en cuando la sacaba del todo, salivaba, se mojaba los labios y arremetía de nuevo extendiendo la humedad todo a lo largo de mi miembro. Nunca había estado tan excitado, intentando retener una eyaculación que parecía inminente en cada momento.
Coloqué mi mano izquierda en su cabeza, sin presionar, sólo sintiendo aquel ritmo embriagador. En la piel de la mejilla sentía la tirantez que producía su semen al empezar a secarse... y eso me puso más cachondo aún. Acaricié mi cara con la mano derecha, todavía pringosa, y, al acercarla a la nariz, ésta se inundó con el todavía poderoso olor de su masculinidad; me pasé los dedos por los labios y la punta de la lengua y saboreé levemente su acritud... lo que nunca había sido capaz de hacer con mi propio semen.
Sus labios húmedos seguían deslizándose suavemente y no pude contener entonces la oleada de placer. Mi semen salió disparado en el interior de su boca. Miré abajo esperando que la retirara, pero, en contra de lo que pensaba, chupó con más fuerza aún. La leche se escapaba por la comisura de sus labios, que la extendían por toda mi polla. No paraba de expulsar un chorro tras otro y con cada uno de ellos una oleada de placer me invadía entero. Él siguió chupando hasta que percibió que el placer se iba mitigando hasta desaparecer. Sólo entonces se apartó y escupió con dificultad los restos que acumulaba su boca. Grumos viscosos tapizaban su barba, lo mismo que mi vello púbico; mi polla relucía brillante por la mezcla de semen y saliva.
- ¡Vaya corrida, macho! Nunca vi cosa igual.
- ¡Uf! ... Lo... ¡uf!... siento.
Lo dije entre jadeos.
- No tienes nada qué sentir. Justa correspondencia.
Me miraba sonriente.
- Ayúdame a levantarme y abre la ducha, por favor.
Bajo el agua se enjuagó la boca varias veces. Después le enjaboné la barba y lavé cuidadosamente los dos cuerpos. Al llegar a su polla y cogerla entre mis manos, sentí un acceso inesperado de repugnancia que me hizo quedarme taciturno. Él seguía hablando animado, contándome sin entrar en detalles sus escarceos con otros hombres.
Cuando ya estábamos los dos vestidos (tuve que tomarle prestado un calzoncillo), dio muestras de que había percibido perfectamente mi cambio de talante.
- Tranquilo... Es la normal la primera vez, pero en unas horas se te pasará.
No le respondí, pero intenté sonreír para que no se sintiera culpable. La cena fue muy silenciosa y, al terminar, me habló dulcemente.
- Creo que hoy es mejor para ti que no te quedes a dormir.
Asentí con un gesto. Al despedirnos, me miró con ternura:
- Siento hacerte pasar este mal rato...
- No he hecho nada que no quisiera hacer...
Pero el tono de mis palabras no resultaba nada convincente.
Al salir del portal, me sentía fatal. No podía creer lo que había hecho. Tuve incluso varios accesos de arcadas, rememorando el olor y el sabor acre de su semen. Estaba decidido a no volver. Estuve deambulando por la calle hasta que supuse que ya nadie en mi casa quedaba despierto. Al llegar me senté con cuidado frente a la televisión sin poder apartar de mi mente cada escena de lo que había sucedido. Me quedé dormido en el sofá hasta altas horas y, cuando me desperté, me fui a la cama ya con un sentimiento ligeramente distinto: seguía arrepentido y decidido a no volver, pero la sensación física de asco había desparecido casi por completo. En mi agitado sueño se mezclaron los rostros y los cuerpos de mi novia y del viejo.
Me desperté, ya muy avanzada la mañana, con una buena erección y al levantarme para ir al baño y darme cuenta de que llevaba únicamente puesto su calzoncillo, el que me había prestado, mi polla cabeceó ligeramente. Me maldije a mi mismo e intenté rememorar el asco sentido la tarde anterior, pero en mi mente vagaban sin parar las palabras con las que me había despertado: “¿quieres follarme?”.