Historias de ONG... 2
Contnuación...
A pesar del calor, me dormí enseguida, aunque, eso sí, con un sueño bastante inquieto. En mitad de la noche, sentí un par de veces cómo Joaquín se levantaba, pero procuraba no prestar mucha atención para no desvelarme. Cuando el primer rayo de luz entró en la habitación, el sueño se escapó ya del todo (¡nos habíamos acostado a las 10 y 30!). Miré a Joaquín, tenía los ojos cerrados, pero parecía inquieto. Ahora no roncaba: la noche había sido bastante ruidosa, pero no había sido un gran problema para mí. Al estirarme me di cuenta de que mi polla pugnaba por escaparse del calzoncillo y que la punta sobresalía por la goma superior; recuperé rápidamente la sábana que había apartado durante la noche y me pregunté si los viejos tendrían todavía erecciones matutinas. Escudriñé en la semioscuridad. También él había dejado escapar la sábana, pero una pierna flexionada me impedía satisfacer mi curiosidad. Casi en ese mismo momento mi nuevo amigo comenzó una maniobra para levantarse; pensé en levantarme para ayudarle, pero mientras lo decidía, consiguió su objetivo con poca dificultad. Al levantarse, pude observar que, efectivamente, tenía la polla tiesa. Pensé que al menos en la calidad de la erección sí que le ganaba: su miembro, aunque firme, apuntaba más al suelo que al techo, pero me llamó la atención la línea recta que dibujaba frente la forma de plátano del mío; sin duda yo le ganaba en longitud, pero desde luego que no en grosor, que casi me duplicaba. Cuando pasaba por delante de la cama observé, regocijado, el movimiento oscilatorio que se producía bajo la ligera prominencia de su vientre. Mientras esperaba su vuelta me entraron unas ganas tremendas de cascármela, pero decidí aguantarlas. Meditaba sobre la curiosidad morbosa que me producía este hombre, algo completamente desconocido para mí. Nunca había sentido la más mínima inclinación homosexual, ni curiosidad alguna por otro cuerpo masculino que no fuera el mío y, en otras circunstancias, la idea de observar a otro varón erecto me hubiera resultado incluso hasta cierto punto desagradable. Pensé que quizás lo que me sucedía es que quería verme reflejado en él cuando tuviera su edad y que ese interés tan peculiar no era más que una indagación sobre mi futuro “yo”. Este pensamiento calmó hasta cierto punto mi masculinidad. Me pareció entonces que estaba tardando demasiado en volver y se me ocurrió pensar en las dificultades que tendría para sentarse a mear con la polla tiesa; sorpresivamente este pensamiento se trasladó a mi pene que cabeceó espontáneamente incitándome a acariciarlo por encima del calzoncillo.
Estaba tremendamente excitado y con sólo darle un poco más fuerte me hubiera corrido en ese mismo instante: incluso noté como la tela del slip se mojaba con abundante líquido preseminal. Pero entonces oí que el viejo volvía a la habitación y abandoné mis maniobras no sin protesta de mi rabo que seguía cabeceando en el anhelo de acabar lo que se había empezado. Decidí seguir haciéndome el dormido, pero sin dejar de observar con los ojos entreabiertos a mi anfitrión. Su polla colgaba ahora fláccida, pero evidentemente morcillona. Antes de tumbarse, intentó coger la sábana del suelo y con gran dificultad consiguió prenderla entre dos de sus dedos, pero, sin duda, estaba pillada por algún sitio y no lograba liberarla de la trampa. Me maldije por no haberme puesto el pijama, pero el estado en que me encontraba en ese momento no me permitía sufrir la vergüenza de levantarme a ayudarle. Sin embargo, no me quedó otra opción cuando el reposabrazos sobre el que se apoyaba cedió lo que le hizo precipitarse sobre la silla que quedó tumbada de lado. Me levanté inmediatamente y al ayudarle a incorporarse su mirada quedó, para mi vergüenza, directamente enfrentada con mi capullo que asomaba por el slip adornado con una evidente y dudosa mancha de humedad. Para más inri, al intentar incorporarse se agarró a la cinturilla del calzoncillo que, al ceder, liberó completamente mi polla, la cual, apuntando enhiesta al techo, rebotó a unos palmos de su cara. El miedo le mantenía aferrado a mi slip que ya estaba casi a la altura de mis rodillas. Conseguí que se soltara, coloqué los dos brazos rígidos sobre mis hombros y, haciendo acopio de todas mis fuerzas, logré ponerle de pie por completo, no sin algunos quejidos de dolor por su parte. Ya de pie, pero con el equilibrio algo tocado, se apoyó sobre mi cuerpo, y mi polla, todavía dura, quedó aprisionada entre los dos vientres. Al recuperar la estabilidad, se separó rápidamente de mí, aunque tardó un poco más en retirar sus brazos escayolados que se apoyaban todavía alrededor de mi cuello. Hecho esto, me subí el calzoncillo con precipitación y e intenté acomodar el miembro en su interior. Levanté después la tumbona azorado:
- ¡Joder! ¿Se ha hecho daño?
- No, no, tranquilo. Sólo me duelen los hombros del esfuerzo. Lo siento.
Parecía más azorado todavía que yo.
- Más los siento yo. ¿Quiere volver a tumbarse?
- No, no, ya no.
Entonces fui hasta mi ropa y me puse el pantalón.
- ¿Seguro que está bien?
- Sí, sí, pero te agradecería que me ayudaras a vestirme...
- ¿Dónde tiene ropa limpia?
- No te preocupes; me pongo la de ayer. Prefiero cambiarme cuando me asee.
Los dos estábamos ya mucho más tranquilos. Él se había sentado en la cama para dejarme maniobrar o sencillamente para no sentirse tan expuesto, allí de pié, desnudo en medio de la habitación.
- ¿Quiere que le ayude a asearse ahora?
- Digo yo que después del show que hemos tenido hace unos minutos, podías empezar a tutearme: ¡más confianza es casi imposible!
Su sentido del humor quitó mucho hierro a la situación y nos hizo reír a los dos.
- No, ahora, no. Me lavaré hoy, pero prefiero hacerlo por la noche.
Así pues lo vestí, lo dejé sentado en la sala escuchando la radio y me despedí. Tengo que confesar que me sentí algo aliviado al encontrarme en la calle. Cuando llegué a casa era muy temprano e intenté no despertar a nadie, cogí mi bolsa de deporte y me fui para el gimnasio y piscina. En las duchas y vestuarios, rodeado de varones desnudos, me entretuve por primera vez en mi vida en observar sus cuerpos: niños, jóvenes, adultos y seniors. En ningún momento sentí atracción alguna por ninguno de ellos; sin embargo, cuando pensaba en lo sucedido la noche anterior, la entrepierna reaccionaba con cierta alegría. Me daba la impresión de que hasta que no me hiciera una buena paja, aquello no se me iba a pasar. Pero no encontraba el momento propicio... En la comida conté a mi familia cómo me había ido el día, omitiendo, por supuesto, los detalles más escabrosos, dormí una breve siesta y cogí el metro para volver a casa de Joaquín.
Cuando llegué, mi predecesor afortunadamente ya se había marchado. Le propuse salir a dar un paseo; tenía sus dudas puesto que no quería llamar a atención, pero al final accedió. Nos llegamos hasta un parque cercano a su casa y finalmente nos sentamos en una terraza a tomar una caña, él, por supuesto, con una pajita. La verdad es que resultaba un poco incómodo que todo el mundo nos mirara de soslayo, pero procurábamos centrarnos en nuestra conversación sin atender a nuestro alrededor. Al cabo de un rato, noté que se encontraba un poco incómodo.
- ¿Te pasa algo?
- Sí... es que... mmm... tengo ganas de mear y no sé si aguantaré hasta casa... La próstata... ya sabes... a mi edad...
- No te preocupes, vamos al servicio del bar.
- Pero... es que... tendrás que entrar conmigo...
Entendí sus reparos, pero intenté quitar hierro a la cosa.
- Vamos, anda...
Entramos en el servicio del bar bajo la mirada atenta de la concurrencia. Con los brazos en avión, era difícil manejarse en un espacio tan pequeño. La taza no tenía ni tapa ni asiento...
- Me parece que es mejor no sentarse aquí.
- No, la verdad.
- Hagámoslo de la forma tradicional...
- Lo siento...
- Al lado de lo de esta mañana, esto no es nada.
Sonreímos algo azorados. Se colocó delante de la taza, le bajé la cremallera y metí la mano en busca del instrumento. El elástico del calzoncillo dificultaba la maniobra, por lo que decidí desabrochar el botón mientras él procuraba mirar a otro lado. Apareció el objeto de mi búsqueda, pero no acertaba a sujetarlo bien. La agarré con tres dedos lo más cercanamente posible a la base y la levanté ligeramente en la dirección adecuada; noté perfectamente cómo la orina a punto de salir hinchaba ligeramente la polla, y finalmente salió proyectada sin causar ningún estrago. Cuando el chorro se debilitó, la sacudí ligeramente, no sin cierto embarazo; sin embargo, como no estaba circundado, el prepucio seguía rezumando algunas gotas, por lo que decidí deslizar mis dedos hacia la punta y retirar suavemente la piel hacia atrás.
- Ya está, puedes dejarlo.
Le subí el slip y abroché el pantalón. Se sentía realmente azorado y decidí quitar hierro el asunto con un comentario poco delicado:
- Después de haberte arrimado la cebolleta enhiesta esta mañana, esto es lo mínimo que puedo hacer por ti.
Sonrió.
- Pues ya que estamos, colócame bien el paquete, porque me has pillado un huevo con el calzoncillo.
No reímos de nuevo.
- ¿En serio?
- En serio.
Desabrochando el pantalón, metí la mano por arriba del slip, le agarré los huevos, asegurándome de que quedaran bien recogidos; coloqué la polla a un lado y me pareció sentir que se esponjaba ligeramente con el roce de mi mano; lo que sí tuve claro fue que algunas gotas de orina rezagadas, sacudidas con el movimiento, se depositaron en mis dedos. Curiosamente este hecho no me produjo ninguna repugnancia y, como, si nada hubiera pasado, saqué la mano, le abroché de nuevo y abrí el grifo del pequeño lavabo.
- Lo siento.
- Como vuelvas a disculparte, renuncio al puesto y te mando a mi predecesor toda la noche.
Aquello nos hizo reír de nuevo. Al salir del servicio todas las miradas volvieron a converger sobre nosotros y algunas no podían ocultar la conmiseración que yo les producía. Llegamos a casa al cabo de media hora; cenamos, vimos el telediario y le pregunté si quería lavarse ya. Aceptó la propuesta y nos dirigimos al baño. No tenía bañera, sólo una ducha con mampara y me pregunté cómo podría apañármelas sin ponerlo todo perdido.
- ¿Cómo lo has hecho estos días?
- Lo que ha hecho tu amigo es lavarme por partes con una esponja, como en el hospital
Noté que la idea no le resultaba muy seductora.
- ¿Y no prefieres una ducha?
- Sería cojonudo, pero está un poco difícil.
- Vamos a intentarlo.
Le quité la camiseta, le puse unas bolsas de plástico cubriendo las escayolas, sujetos con cinta aislante, y terminé de desnudarle. Entró en la ducha que dejé ligeramente abierta para permitirme el acceso. Pero nada más abrir el agua, me di cuenta de que ése no era el modo adecuado: el chorro de agua me empapó por completo y empezó a correr por el baño como si aquello fuera una zona pantanosa. Cerré el grifo.
- Te lo dije.
- Me vas a tener que hacer un sitio ahí dentro.
Me despojé de la ropa mojada, pero me dejé el calzoncillo puesto. Entré en la ducha, que era lo suficientemente amplia para los dos, y abrí el grifo. Cuando el agua había corrido largamente, cogí el gel y la esponja y me puse a enjabonarlo , empezando por la cabeza...